A medida que se han desarrollado las negociaciones entre los Estados Unidos, Canadá y México para renovar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, más parece que nuestro país va perdiendo terreno en las ventajas comerciales que durante más de dos décadas ha venido aprovechando para ampliar sus exportaciones hacia los vecinos del […]
A medida que se han desarrollado las negociaciones entre los Estados Unidos, Canadá y México para renovar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, más parece que nuestro país va perdiendo terreno en las ventajas comerciales que durante más de dos décadas ha venido aprovechando para ampliar sus exportaciones hacia los vecinos del norte. Mucho de lo negociado por los gobiernos de las tres naciones no está claro o no se ha concretado en las seis rondas efectuadas hasta ahora; menos perceptibles aún son las consecuencias de largo plazo que los hasta ahora socios comerciales tendrían al signarse un tratado reformado que podría modificar en muchos aspectos al de 1993.
Pero los signos más recientes ya hablan de que no es México -y quizá tampoco Canadá- el país que va obteniendo las ventajas inmediatas o de corto plazo después de seis mesas de discusión del acuerdo. Tras la más reciente ronda de renegociación, realizada en Montreal, Canadá a fines de enero, la ministra de Relaciones Exteriores de ese país, Chrystia Freeland, señaló que algunas de las condiciones que los Estados Unidos quieren imponer, como la expiración automática del acuerdo a los cinco años o el incrementar de 62 a 85 por ciento los componentes estadounidenses en los automóviles exportados a ese país, «no tienen precedentes».
Más preocupante resulta que el presidente Donald Trump insista en vincular el tratado tripartito con la construcción del muro antiinmigrantes en su frontera sur y con el pago del mismo por nuestro país. Y por añadidura la inclusión ya acordada de un nuevo capítulo anticorrupción, que tiene dedicatoria especial para México, podrá exponer a empresas y al gobierno mexicanos a constantes sanciones por sus socios del norte. Desde luego que este nuevo apartado, celebrado por incluso las organizaciones empresariales mexicanas que ven ya la corrupción como un costo social y económico intolerable, llevaría a mejorar en el mediano y largo plazo la competitividad del país y sus exportaciones, pero en lo inmediato podría más bien cerrarles las puertas en los grandes mercados del norte.
En realidad, el TLCAN y el tema migratorio están siendo usados como instrumentos de Trump en temas que le pueden dar, según sus cálculos, rentabilidad política: la migración mexicana y el ingreso de mercancías sin aranceles como explicaciones a la obsolescencia de una parte de su planta productiva y del desempleo estructural de su economía.
Pero en las negociaciones, es el gobierno canadiense, apoyado por sus sindicatos, el que ha planteado de manera más congruente una salida. El primer ministro Trudeau, de gira actualmente en los Estados Unidos -especialmente visitando centros académicos, más que al gobierno de Trump- aboga por la elevación de los salarios de los trabajadores como la mejor alternativa para una buena negociación. Aunque Trudeau lo expresa de manera genérica, su alegato tiene, claramente, dedicatoria para México, uno de los países del mundo con salarios más bajos. Es la posición que anteriormente la Unifor, el sindicato más grande ubicado en el sector privado canadiense, ya había planteado en las negociaciones frente a México (El Financiero, 1 de sept. 2017, http://www.elfinanciero.com.mx/economia/sindicato-canadiense-se-lanza-contra-mexico-por-no-subir-salarios.html). «No compro el argumento que los negociadores mexicanos están presentando, que de alguna manera tienen que mantener a sus ciudadanos viviendo en la pobreza para que generen empleos, es un argumento sin sentido e indignante», dijo Jerry Dias, el dirigente de esa agrupación.
Y es que el primer ministro y el líder laboral canadienses tienen razón. Los empresarios y los gobiernos mexicanos han mantenido deprimidos los salarios, hasta llevarlos a niveles inconstitucionales y de infrasubsistencia, desde que el gobierno de José López Portillo ideó los topes salariales como principal mecanismo para contener, según él, la inflación, acorde con el pensamiento de los monetaristas friedmanianos de Chicago. Desde entonces, y sobre todo cuando, ya bajo la conducción de Miguel de la Madrid, se decidió optar por un crecimiento basado en las manufacturas y ya no en los productos primarios ni el petróleo, la contención salarial se hizo más radical como un factor de competencia en el mercado externo. Vino la era de la apertura económica y la desprotección de la planta productiva nacional, desde el ingreso de México al GATT (Acuerdo General de Aranceles y Comercio, por sus siglas en inglés), el antecedente de la hoy Organización Mundial de Comercio, hasta la firma del TLCAN bajo el gobierno de Salinas de Gortari.
La contención salarial favorece fundamentalmente a dos subsectores de la economía mexicana: por una parte, a los exportadores, que hacen de ella un mecanismo de reducción de costos para competir en los mercados internacionales, a la manera de un dumping (subsidio a las mercancías de exportación); es una forma de competencia desleal para penetrar mercados que tienen, al menos en el factor trabajo, costos más altos de producción; por otro lado, es una ventaja, incluso en el mercado interno, para los productores, agrícolas, mineros, industriales, etc., menos productivos y que dependen más de la mano de obra que de la tecnología. Son las empresas más atrasadas de la economía mexicana, que no podrían subsistir en el mercado si se les incrementan los costos salariales.
Y es que las diferencias entre los salarios de México y los de sus socios del norte son abismales. En Canadá, el salario mínimo es de 10.75 dólares canadienses por hora, que equivalen a 160 pesos mexicanos, aunque pueden llegar, según la región a 15 dólares la hora. El trabajador menos retribuido en Canadá gana, entonces, unos 38 mil 400 pesos mexicanos al mes. En los Estados Unidos el salario mínimo, hoy estático, es de en promedio 7.25 dólares por hora, 137 pesos mexicanos. De manera que un trabajador sin formación académica obtiene por lo menos 32 mil 880 pesos al mes, lo cual es muy superior a lo obtenido en México por empleados con licenciatura. En México, como se sabe, el salario mínimo es de 88.36 pesos por jornada de ocho horas, que hacen 2 mil 650 pesos al mes, apenas poco más del 8 por ciento que las retribuciones en los Estados Unidos y el 6.9 por ciento que en Canadá.
A Donald Trump le preocupan, en la relación con México, los temas de la migración y el narcotráfico. La paradoja es que, si fuera inteligente, apoyaría las posiciones de los canadienses en favor de mayores salarios en México que, junto con el crecimiento del empleo, son los únicos factores que pueden frenar tanto los flujos laborales hacia su país como el reclutamiento de jóvenes por los cárteles de las drogas. El muro fronterizo difícilmente impedirá esos flujos mientras subsistan tales diferencias en la retribución salarial de ambos países. El trasiego de narcóticos, como una rama organizada del capital transnacional y del sistema financiero, y la salida de fuerza de trabajo que la economía nacional no puede retener, son subproductos característicos de la actual fase ultraliberal del capitalismo.
Pero hay otra paradoja. Los capitalistas y el gobierno mexicanos deberían estar ya construyendo escenarios para el caso de que la negociación del TLCAN fracase o sea muy desfavorable para México, particularmente por la agresiva política de Donald Trump contra nuestro país. Las exportaciones mexicanas al mercado más grande del mundo podrían reducirse sustancialmente o pagar aranceles que les hagan perder competitividad. Frente a ello, la alternativa para los productores nacionales y empresas extranjeras asentadas en México sería el mercado interno, al que han liquidado o condenado al estancamiento los gobiernos, desde De la Madrid en adelante, que optaron por insertarse en el marco de la globalización. Pero ese mercado interior no puede crecer mientras los salarios conserven su nivel actual, el subsector dominante en la población trabajadora sea el informal y no haya estímulos suficientes para los productores locales que atienden las necesidades de la demanda interna. Tampoco otros tratados internacionales tendrán la posibilidad de cubrir la demanda exterior que hoy representa para la economía mexicana el mercado estadounidense. Los salarios son, nuevamente, junto con políticas crediticias que no sólo atiendan la capitalización del sector financiero sino la del sector productivo, la clave para mantener a flote la economía mexicana. Pero eso, con la mentalidad neoliberal de quienes diseñan hoy la política en nuestro país, parece estar muy distante de la realidad.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Fuente: http://www.cambiodemichoacan.com.mx/columna.php?tipo=nc&id=37427
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.