Los pueblos y sus organizaciones están hablando fuerte y claro desde hace ya bastante tiempo.
Hace tiempo, una conocida, militante de Morena, a quien aprecio porque me ha parecido honesta y por su amistad con mi hermano recién fallecido, me invitó a Puebla a raíz de algunas publicaciones mías en el Feudo Zuckerberg y el ahora Feudo Musk sobre el Tren (insultantemente llamado) Maya. Le agradecí el gesto, pero le sugerí que mejor conversara con personas de los pueblos en resistencia a ése y otros megaproyectos; en particular le recomendé que se acercara a la Asamblea de Defensores del territorio Maya «Múuch’ Xíinbal».
Yo podría haber ido y aprovechar para estar con mi familia; pero, mi voz hubiera sido un pobre diapasón de la poderosa y entrañable palabra de los pueblos que llevan años en lucha y resistencia. Desde luego, hubiera intentado hablar no sólo del desastre ambiental, también lo hubiera hecho de la farsa de consultas que el gobierno hizo, de Manifestaciones de Impacto Ambiental que cuando no existen están incompletas, de la reorganización territorial a beneficio del capital nacional y extranjero, de la experiencia que los pueblos tienen de xcaretizaxión de sus culturas a través del turismo, del falso progreso y desarrollo comunitario de los pueblos porque a las personas se les reduce a sus funciones de artesanos y empleados de servicios (empleos dignos que bajo la lógica capitalista se traducen en esclavitud y precarización con una pátina de folclorización).
También podría haber hablado de la larga experiencia que tienen los pueblos de ver cómo de la mano del turismo que siempre les ha despojado y de proyectos de desarrollo propios del capitalismo verde, sus redes comunitarias se han roto para ver colarse al crimen organizado y atestiguar cómo el consumo de sustancias tóxicas se suman al ya de por sí flagelante alcoholismo, o ver cómo sus hijos se van desvinculando del trabajo por la tierra, o ver cómo sus hijas van siendo atrapadas por redes de prostitución.
Y, sí, quizás hubiera intentado hablar del desastre ambiental, de las reservas naturales de agua dulce que destruirá el tren, de la alta demanda de energía eléctrica y su consecuente destrucción vía parques eólicas y planchas fotovoltáicas que de suyo ya están destruyendo el aire y la tierra, o del desabasto de agua potable para consumo humano porque la prioridad serían las industrias ganadera intensiva, hotelera, refresquera o cervecera y no las personas que habiten estos pueblos, o de la hipocresía de decir que el actual gobierno ha acabado con el neoliberalismo mientras reedita uno a uno los planes del salinato (incluyendo las administraciones que fueron de Zedillo a Peña Nieto, pasando por Fox y Calderón) para explotar criminalmente (porque el capital no sabe otra forma) los recursos y las personas en el sur y sureste mexicanos (porque eso y no otra cosa son el Corredor Transístmico, el Plan Integral Morelos o el Tren Malla -Pedro Uc, dixit-).
Pero, ¿qué caso tendría?; el señor presidente, con todo su aparato mediático de jefe de Estado recién ratificado en las urnas, se burlaría de mí, me tildaría de “conservador” o, en el mejor de los casos, “radical de izquierda”, y, en el peor, sus dichos pondrían sobre mí una diana para que alguien que desee complacerlo me arrebate la vida como pasó con Samir. Además, yo, como Derbez o Lafourcade o Giménez Cacho o Albarrán soy lo que otros llaman un artista (aunque prefiero la categoría de trabajador de la escena); sólo que yo no tengo los reflectores que mis colegas y no soy ni un espeleólogo, ni un historiador, ni un defensor de derechos humanos y ambientales a quienes sabiendo mucho más que yo sobre estos temas el señor presidente también desprecia.
Pero, finalmente, y lo más importante, yo no soy parte de los pueblos que están en resistencia contra estos megaproyectos. Lo mejor sería escuchar a esos pueblos y organizaciones, respetar su condición de sujetos históricos y de derecho que el Estado mexicano les ha regateado al no cumplir los Acuerdos de San Andrés, consultarlos como la OIT demanda en un convenio ratificado por el Estado mexicano varias veces durante varios años (aunque la consulta sea una trampa, porque sirve sólo para obtener un sí de los pueblos, no para detener el saqueo); ¿para qué escucharme a mí?… o, mejor dicho, para qué hablar yo (no creo que haya quién me escuche), si allí están los pueblos y sus organizaciones hablando fuerte y claro desde hace ya bastante tiempo.
¿Quiere demostrar el señor presidente que él sí tiene la conciencia social que, según él, mis colegas con goce de reflectores, becas y negocios en la economía naranja no tienen?, que lo demuestre; que deje sus fanfarronerías mañaneras, sus verdades a medias (que son mentiras completas), su propaganda proselitista desde el púlpito de Palacio Nacional y se arramangue camisa y pantalón para ensuciarse de nuevo sus zapatitos mientras escucha lo que los pueblos en lucha y resistencia (no esos cuyos comisarios ejidales compró en su caricatura de asambleas consultivas, que fueron más bien reuniones recolectoras de peticiones que no cumplirá porque sus instituciones no tienen la facultad ni la capacidad de hacerlo) tienen que decirle; que es, como menos, un chingo.
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