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La cumbre de los dioses (2021), de Patrick Imbert

El triunfo del espíritu vital en modo taoísta

Fuentes: Rebelión

El destino sólo se puede superar por la comprensión. HERMANN HESSE

Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible. HH

La soledad es el camino por el que el destino quiere conducir al hombre hacia sí mismo. HH

El comienzo de todo arte es el amor. El valor y la amplitud de todo arte están determinados ante todo por la capacidad de amor del artista. HH

Una meta alcanzada no es una meta. HH

El Ciclo de Cine de Animación, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, por vía del Cine-Club Al Filo del Tiempo, termina con La cumbre de los dioses (2021), de Patrick Imbert, filme basado en el manga homónimo Le Sommet des Dieux (por su título original en francés), de Jiro Taniguchi y Baku Yumemakura. Un filme que emociona, sería la frase más justa para iniciar su abordaje crítico, y luego, poco a poco, sin premura, se desliza entre la coherencia de los aforismos de Hesse y del taoísmo, en concreto entre las sentencias de Lecturas para minutos (1) y del Tao Te Ching, de Lao Tsé, (2) en lo relativo a temas como libertad, imposible, soledad, destino, sueños, impulso vital, comprensión, metas, cooperación, solidaridad, heroísmo. Pero, no el heroísmo del burgués o pequeño-burgués formal y obediente, a menudo milico, sino el sujeto que ha hecho de su terquedad u obstinación su destino manifiesto o su propio destino: el reconocerse a sí mismo.

Para representar, a la postre, el triunfo del espíritu vital en modo taoísta, e incluso hesseiano, sin recurrir a subterfugios o ardides sino a la lucidez, básica, de dos hombres que buscan el conocimiento desde orillas no siempre convergentes, pero tampoco del todo divergentes: son ellos el montañista, más que alpinista, Habu Jogi, y el fotorreportero y periodista Fukamachi Makoto. Entre ellos, aparece el editor de la revista japonesa Yu, para la que labora Makoto, a quien intenta orientar respecto a su obsesión por hallar a Habu y, de paso, la cámara de G. Leigh Mallory, pionero, junto a Andrew Irvine, en expediciones al Everest en 1921 (no 23, como dice el filme); y otro montañista, Tsuneo Hase, quien encarna la competencia en el oficio de escalar (frente al citado Habu Jogi) y al final cae en un ascenso al Everest, monte que los sherpas llaman Chomolungma o Diosa Madre del Mundo y los tibetanos Sagarmatha o Diosa del Cielo: de ahí el título del filme en plural del galo Imbert, La cumbre de los dioses.

El que arranca con una reflexión sobre caminar y escalar, cada vez más arriba: ¿y para qué? Quizás no sea nada consciente, pero debe ser porque quien camina/escala no puede hacer otra cosa. Como quien escribe o hace música o cualquier otro arte. Por eso, cuando se presenta Fukamachi Makoto, fotorreportero que sigue a un equipo japonés por la cara suroeste del Everest y suben tres montañistas, ante la orden de Tanaka para detenerse porque se acerca una tormenta, ellos digan que ya casi llegan, que no pueden regresar. Aunque estén atrasados, correrán el riesgo: como lo corre esa mujer que ve a su hermano libre para escoger su destino, así no augure justo una victoria. O una pérdida de tiempo como la que comenta Makoto en el bar por no pasar de los 8.000 m., ni con oxígeno, por estar mal preparados pues así no se escala la cara suroeste del Everest. Por lo que sólo llegaron al campamento cinco. A Tanaka y a Goto les fue bien, pero se atrasaron. Así que el reportaje no alcanza para una página doble.

Mientras sus amigos lo llaman por la cerveza, Makoto está al teléfono, alguien se le acerca y lo saluda. El extraño le pregunta si es periodista y si le interesa una exclusiva: como toda exclusiva entraña peligro, aquí va sobre la cámara de George Mallory, el inglés que en 1922 y 24, además del 21, subió al Everest junto a Andrew Irvine, en lo que constituye el ascenso inaugural del monte que, en 1865, concretamente el pico XV, recibió su nombre en honor de G. Everest, geo/topógrafo galés que hizo la topografía de India entre 1830 y 43. El extraño y ladrón le ofrece buen precio, USD $200, una ganga que Makoto despacha con un ¡olvídalo!, y aquél le responde: ‘Pobre desgraciado. No sabes lo que te pierdes’. Luego de llamar a Nepal Airlines, con las líneas ocupadas, Makoto sale a la esquina del bar y allí observa al ladrón de la cámara forcejear con quien resulta ser su único dueño, Habu Jogi. Aparece un niño en lo alto del Everest. Makoto llega a su apartamento y observa la Revista Geográfica Mensual…

En 1953 se alcanzó la cima del Everest; pero no fue el primer intento. El 8.jun.1924, el inglés Mallory y su compañero Irving fueron vistos por última vez en la cresta norte, cerca de la cima. Nunca regresaron. Nadie sabe si lo lograron. Pero, se sabe que tenían una cámara para demostrar su triunfo, una Vest Pocket Autographic. Si alguien la hallara y revelara la película tendría la respuesta a la pregunta hecha durante años. ¿Fue Mallory la primera persona en conquistar el Everest? Sólo había un problema: que la gente llevaba buscándolo 70 años y ahora Habu Jogi aparece con la cámara, lo que no le consta al editor de Makoto. Cuando éste le señala los dedos de Habu Jogi, el editor le dice que no es el único que los ha perdido. Y que eso no prueba nada sobre la cámara, por tratarse de un objeto muy común. Intentó, incluso, buscarlo por todas partes y preguntarle, pero ya se sabe cómo es Katmandú. Mientras tanto, el editor se conforma con una buena foto para la portada, aunque deba reencuadrarla.

Si Mallory lo logró, podría cambiar la historia del montañismo: no del ‘alpinismo’ pues no se asciende sólo a los Alpes. Cuando en 1865 se decidió que era la montaña más alta del mundo y la llamaron Sir George Everest fue porque la región era dominio inglés. Nadie intentó subirla antes, ni siquiera los sherpas, montañeses habituados a altas latitudes que veían en ella una especie de diosa madre lejana, anterior al budismo imperante. Hoy, el valor del ascenso al Everest varía entre USD $45.000 y 200 mil; el solo permiso oficial vale USD $11.000. Como para los ingleses (y ahora para los gringos) no hay lugar que no sea conquistable, en 1921 enviaron una expedición militar al mando del Tte. Cl. Ch. Kennett Howard-Bury, quien se limitó a ascender hasta el Collado Norte a 7.000 m. desde donde se capta una vista divisoria del costado norte del monte. En ella iba G. Mallory, quien hizo parte de las tres primeras expediciones en intentar ascender; volvió a intentarlo en dos ocasiones…

Entonces, desapareció con su compañero de cordada Andrew Irvine, a más de 8.000 m. de altura en la cara noreste de la montaña. Aún hoy, se dijo, no se sabe si lograron la cima. Todas las expediciones inglesas posteriores fueron un fracaso. El monte permaneció virgen hasta después de la II GM. En esa época, y a causa de la forzada ocupación del Tíbet, los chinos cierran, por un lado, el acceso a la montaña. Pero, como Nepal es una fuente de recursos, se empieza a organizar expediciones de montañeros curtidos en otras cordilleras, especialmente en los Alpes. Los suizos lo intentan en 1952 y pese a que no alcanzan la cima, escalan el Collado Sur y abren el camino a próximas expediciones. 1922: segunda expedición y primera en la que se producen muertes a causa del ascenso: siete sherpas por una avalancha. 1953: primer ascenso realizado por el inglés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgary, el 29.mayo a las 11:30 horas. 1975: la japonesa Junko Tabei, primera mujer que sube al Everest.

Tabei lo hace el 26.may.75. 1978: Reinhold Messner es el primer humano que sube sin ayuda de oxígeno. 1988: la australiana Lydia Bradie es la primera mujer en ascender sin oxígeno. 2004: el 21.mayo el sherpa Pembe Dorjie corona el Everest en sólo ocho horas y diez minutos. Récord que se ha puesto en duda. Si Mallory fue el primer hombre en el Everest, es algo que no puede ignorarse, dice Makoto. ‘Debo encontrar a Habu Jogi. La gente de aquí lo conocía y podría ayudar’; pero para el editor la cámara está enterrada en la nieve con Mallory. ‘A nadie le importa, Habu. Olvídalo’. Makoto pregunta que si consigue las fotos de Mallory, ¿tendrá la exclusiva? Y una parte de los derechos de autor, añade el editor. Es difícil hallar a Habu pues ya no tenía dirección, familia ni amigos en Japón. Averigua por teléfono sobre él. Tuvo fama en los 60; se le consideraba un prodigio por su rapidez y estilo único. Tuvo logros sin precedentes: ascensos invernales, récords de velocidad; su carrera lucía muy prometedora.

Sobre todo, en los círculos de montañismo. Se decía que era uno de los mejores de su generación. Luego, un día, se evaporó. Así como así. Desapareció. Luego de que los amigos debatan sobre si juegan bolos el sábado, se discute sobre si despidieron a Toshiro y cuadran ir a Nepal. Habu halla un patrocinador para la expedición a Annapurna, pero sólo cubren la mitad del costo, así que los demás deben pagar el resto. Toshiro es encargado de las cuentas. Habu: ‘No tienen suficiente habilidad para ir. No entrenan lo suficiente. Siempre están de fiesta’. Deberíamos ir nosotros, ¡somos mejores! Sólo porque pueden pagarlo, ¿te parece correcto? Tira ese cigarro. Por eso te cuesta respirar en las alturas. Si fuéramos famosos, tendríamos patrocinadores; lo seremos: haremos algo que nadie haya hecho. Así, deciden subir a la Placa del Diablo. ¿En invierno? Imposible. ‘Exacto’, Habu dixit… Todo ello lo recrea Makoto al leer la Revista Geográfica. El editor le pregunta si sigue en la hemeroteca…

Makoto llama a la embajada. Habu llegó a Nepal hace ocho años, pero su visa caducó. Anda escondido. Por eso huyó cuando Makoto lo reconoció, al recuperar su cámara del ladrón. Y eso averiguará ahora ante la tozudez del editor. Los otros miembros del Club que fueron a Annapurna fracasaron. Todos regresaron a salvo, pero nadie llegó a la cima. En cierto momento, Habu dice que él cortaría la cuerda en caso de que un compañero de ascenso se viera en aprietos: ¡No tiene caso que ambos mueran! ‘Si estuvieras en el extremo de la cuerda, ¿no querrías que tu pareja lo pensara bien?’ ‘No, porque no hay otra solución. Si me caigo, no lo duden. No se lo reprocharía a nadie’. Habu sale a la calle y alguien lo sigue. Lo felicita por lo de la Placa del Diablo y se presenta: Tsuneo Hase. Habu responde que si es el corredor de Takizawa, del verano anterior. Habu llama a Buntaro y le pregunta si ha ido a un muro de escalada: ‘Tengo un buen maestro. Podría escalar en cualquier lugar con usted’, dice Buntaro.

Aquí se nota la similitud con el auténtico maestro, que no pregona nada sino sólo hace, a la luz del Tao, de Lao Tsé. Y es que un maestro profundo no puede ser conocido porque no se exhibe, y por eso se destaca: “No se afirma a sí mismo, / y por eso brilla. / No se vanagloria, / y por eso obtiene reconocimiento. / No da importancia a su persona, / y por eso otros lo realzan. / Y porque no compite, / nadie en el mundo puede competir con él. / El antiguo proverbio: ‘Sé humilde y permanecerás íntegro’, / [acaso] ¿es una frase vacía? / Esa es la vía que conduce a la plenitud”. (3) Buntaro expresa que podría escalar el Everest con Habu juntos. Poco después, cae en la escalada, se daña una pierna y Habu le pregunta si puede volver a subir con un nudo Prusik. Este, en suma, es un nudo autobloqueante usado en disciplinas como rápel, escalada o montañismo. Buntaro se disculpa y se asume responsable, en modo adulto, en caso de que los adultos sean responsables, claro. Habu intentará subirlo de nuevo.

Aquí éste empieza a recular de sus propias convicciones en aras de salvar una vida. No como ha dicho sobre cortar la cuerda para evitar que ambos mueran. Con lo que, de paso, da una lección de humanidad, sin buscarlo, así sea por renunciar a principios (o prejuicios) que se creen inalterables. No obstante, mientras trata de subir a Buntaro, como quien no cede un ápice a sus flaquezas, se crea una tensión máxima, un clímax supremo, a partir de tres factores: 1. El chico herido y exhausto. 2. La cuerda desgastada. 3. Los quejidos de Habu. ‘Si continúo, se romperá’, dice. Entonces, Buntaro se descuelga hacia atrás, cual si renunciara de plano a la vida. PG, paneo a la izquierda y se ve el cuerpo del adolescente suspendido. El brazo izquierdo exánime, Buntaro tose, oscurece el día, cual si se anunciara el ocaso de una vida: considera que no fue lo bastante bueno: una declaración lastimosa y desafortunada pero cierta, en tanto por lo contrario no habría tenido que alardear antes de sus virtudes ante Habu.

Su maestro Habu Jogi, para consolarlo, así sea de paso, le expresa que no diga tonterías, que lo hace muy bien, pero con ello se engaña a sí mismo y luego al chico. De repeso, cree tener la solución, así que le promete que irán a los Alpes. Los dos. ‘Iremos, sí’, reitera, sabiendo al decirlo que no irán. De ahí su pena, su dolor, su angustia existencial. Y mientras saca el cuchillo para trozar la cuerda y renunciar al viaje, Habu le dice: ‘Perdóname, Buntaro’. Y éste rompe la cuerda. Y Viene el drama de su hermana: dice que el chico insistió en ir con Habu, que no se puede evitar ni impedir que alguien haga lo que quiere, así no tenga sentido, así sea peligroso, así otros salgan afectados. Como ella misma que, sin embargo, siente en su fuero interno el placer por la dignidad que proyecta el niño con sus actos, actos que ahora su hermana transforma en alegría o esa forma acendrada de inteligencia que ayuda a soportar lo peor. Con lo cual al paso muestra que la libertad tiene dos caminos: llevar al acierto o al error.

Y que sólo por comprensión se supera al destino. A Buntaro lo fascinaba Habu: quería hacer todo lo que él hacía y era su alter ego. Siempre debía escalar, subir más alto y ¿para qué?, como se dice al inicio y, luego, al final del filme. Las cartas con dinero siguieron llegando durante años: así, Habu terminó por ayudar a la hermana de aquél a quien apoyó sin recurrir al dinero. Primero desde Japón, luego desde Nepal, hasta que de pronto ni una carta en tres años. Makoto aprovecha para que le dé alguna dirección de Habu en Nepal, si la tiene. Pero, ninguna carta tiene dirección, nota ni firma… hasta ahora. Se excusa, pero no puede ayudarlo. En ese entonces, uno de los mayores retos del alpinismo, aquí sí, era escalar las tres grandes caras norte de los Alpes, en invierno, una sola: el Eiger, el Cervino y las Grandes Jorasses, la famosa trilogía invernal. Habu se había ido a Europa para aceptar el reto. Pero, no fue el único. Tsuneo Hase también estaba allí. Sólo que esta vez Habu le llevaba ventaja a su rival.

Tras escalar dos cimas, estaba en el espolón de Walker, cerca de la victoria. De pronto, se desplomó y mucho más abajo quedó suspendido con laceraciones en manos y rostro. Sube hasta hallar un nicho junto a su morral. Una fuerte tormenta se desata. Escucha un silbido. Queda alerta. Pregunta si hay alguien por ahí. Grita que vaya por él. Alguien lo saluda: el espectro de Buntaro que le pide llevarlo con él. Sólo que su espíritu ya anidó en cuerpo y mente de Habu en un hecho fantástico que aturde por lo real que deviene. Pero, éste se resiste ante la evidencia: ‘No, no estás aquí de verdad’. Pero, sí está, así se trate de figuras abstractas en un filme de animación. Sus ojos, hundidos en la angustia metafísica son prueba de ello. ‘Lléveme, por favor’. ‘Lo siento’, responde alguien en la cabeza de Habu: él mismo, alienado. Ahora, menos irán a los Alpes, pese al ruego de Buntaro. Amanece y Habu está choqueado. Makoto: ‘Al llegar los rescatistas, Habu llevaba tres días y cinco horas en el nicho de la roca’.

Y señala que el frío habría matado a cualquiera mucho antes, pero no a él. El equipo de Hase lo vio mientras exploraba. Le debía la vida a su rival. Qué ironía, ¿no? Habu había perdido esta etapa. De milagro seguía vivo. Portada de revista LIVE: TSUNEO HASE LO GANA TODO. Al poner Makoto un casete Super VHS se lee, por contraste: ‘Hubo una tragedia ayer en el Everest’. La estrella nipona de montañismo Tsuneo Hase, murió en una avalancha mientras intentaba escalar él solo la cara suroeste. Tras horas de búsqueda, los rescatistas hallaron el cuerpo inerte del escalador, a más de 6.000 m. en el oeste, cuyo apodo, ‘Valle del Silencio’, se comprende trágicamente hoy. Makoto apaga el aparato. Para él, Hase, nada cambió: fue como si la competencia siguiera. Por eso se fue, también a la cara suroeste. Lo que, de rebote, lleva a Habu y a reiterar lo que dice el Tao: ‘Y porque no compite, / nadie en el mundo puede competir con él’. Ser humilde e íntegro es el camino que lleva a la plenitud.

El editor le reclama a Makoto que no ha hallado la cámara de Mallory. El periodista le cuenta a su vez que llamó a la oficina de Katmandú, que Habu solicitó un permiso para escalar tres años atrás y que le rechazaron la solicitud: ‘Quería hacer algo peligroso y se lo prohibieron’. También, porque nadie lo ha visto en un mes. Se encierra en sus papeles y registros y llama a diestra y siniestra. Sabe todo sobre Habu, pero nunca lo encontrará, le recrimina el editor. Makoto cree que debe estar en alguna parte, ¿no? Ante la falta de pistas, el editor le pide olvidarse de Habu y de su cámara y que se limite a lo que sabe hacer: tomar buenas fotos pues ‘eso quiere la gente’. Makoto recibe una llamada y va al Brother’s. Le pregunta a la hermana de Buntaro si la intrigó su historia del Everest. Para ella, la contó muy bien. Ahora, por fin, ha encontrado la última carta de Habu, la de la nota que guardó y en la que notó algo. Las otras venían de Katmandú, pero esta de Namche Bazaar: la última aldea antes del Everest.

Puede que siga ahí tres años después. Makoto alista viaje al Everest. Para llegar allá sólo hay una ruta y una semana de caminata por el valle de Khumbu: el pueblo sherpa. Habu desapareció, sin que nadie supiera qué fue de él. Pero, si aún estaba en el área, lo hallaría. Makoto busca hasta que un monje tibetano le señala una casa en la colina. Lo que trae consigo una idea: la obstinación de Makoto para lograr lo que busca. He ahí un punto de contacto con Habu, ante quien se presenta: ‘Soy periodista. Trabajo para una revista japonesa. Me llamo Fukamachi’. Le recuerda que lo vio en Katmandú, con ese tipo: cuando recuperó la cámara de Mallory. Si la halló en el Everest, eso significa que… Habu le exige dejarlo en paz. Como ese invierno planea escalar la cara suroeste del monte, le cuenta que sólo quiere cubrir la subida: ‘Déjeme seguirlo, me quedaré atrás, ni siquiera me verá; sólo tomaré fotos’. Le advierte que si va solo y lo logra nadie lo sabrá. ¿Eso quiere? Necesita pruebas y a él también.

Habu le asegura que no necesita a nadie y lo echa. Lo hace en su condición de solitario, pero también de maestro, un poco menguado por la soberbia. Le pide dejarlo subir con él y hacer lo que diga. Habu hace un gesto como recordando a Buntaro y le dice que llega tarde, lo dejó hace mucho, eso ya acabó. Y le tira la puerta. Makoto baja la colina, pero regresa en breve para decirle que no puede impedirle ir. Lo esperará en el campamento base ese invierno. Recuerda que el montañismo solía ser una lid para llegar más alto. Al estar arriba, podría creerse que la competencia acababa, pero así no funcionan las cosas. Un escalador siempre halla nuevos retos. Si no puede subir más, busca la ruta más difícil, escala más rápido, a solas, sin oxígeno: nunca termina. La cima se logró en 1953, por el lado nepalés, en 1978, sin oxígeno y en 1980, a solas, por el corredor de Norton. En el invierno del 85, Hase escaló la riesgosa cara noroeste, nunca volvería, nadie ha logrado subir por la cara suroeste en invierno.

Habu iba a intentarlo a solas, sin oxígeno, una hazaña que Makoto no se perdería por nada del mundo. ¿Cuánto durará el ascenso? ‘Tres días, cuatro noches’, responde Habu. Sólo así es posible y el sherpa asiente. Y pregunta a Makoto si sabe las reglas de escalar a solas: no hay comunicación ni intervención. Puede tomar fotos, nada más. ‘Si tengo un problema, no intervengas, y si tú tienes un problema, no cuentes conmigo, ¿entendido?’ Habu se despide, va a dormir. El sherpa pide a Makoto no juzgarlo tan rápido. Pronto habrá estado ocho años allí. Ocho años preparándose, sólo vive para eso, ese ascenso es todo para él. No dejará que nadie se cruce en su camino, así esa no sea la intención de Makoto. De quien el sherpa se alegra que ande por ahí. ‘Nunca lo admitirá, pero necesita tus fotos, si lo logra. Pero tú no eres como él. Tus límites no son los suyos. No intentes seguirlo. Si sientes que no puedes continuar, no lo hagas. Baja. A partir de los 7.500 m. te dolerá la cabeza por falta de oxígeno’.

El sherpa le advierte a Makoto que le será difícil seguir adelante, algo normal, como sea que después de los 8.000 m. viene la zona de la muerte. Y le explica que el cuerpo no fue diseñado para sobrevivir a esa altitud. Debe moverse rápido o no volverá, eso tendrá que entender. Habu y Makoto lo han entendido y están listos, hasta donde la Naturaleza lo permita, claro. Por eso, Makoto le subraya que lo que hace es arriesgado. ‘No tendría sentido si no lo fuera’, dice Habu. Como quien recuerda que para hacer algo posible hay que luchar por lo imposible. En medio del acuerdo viene el conflicto, cuando Makoto le plantea por qué lo hace, si Hase está muerto y la competencia ya terminó. Entonces, Habu riposta con lo que hace temblar el presupuesto teórico de Makoto y le pregunta por qué insiste en seguirlo: ¿por unas fotos para una revista? ¿Por el precio de un artículo? Y podría añadirse: ¿Por el afán de reconocimiento? ¿Por qué? Habu enfatiza…: ‘Hay algo más. Una vez que te gusta, nada más importa. Así es.’

En cuanto a la terquedad de Makoto sobre si la cámara estaba en el Everest, si allí la encontró y si en verdad es dicha cámara, Habu señala que sus palabras lo irritan pues, en pocas palabras, no es la cámara de nadie. Así que prepare su mochila pues al día siguiente viajan. Fotos de la partida, el seguimiento, signos de dificultad. De la alegría a las penurias: la separación de las montañas de nieve, donde hace un momento pasó Habu y ahora pretende saltar Makoto. Una avalancha lo persigue. Tras extenuante carrera se lanza bajo una roca que le permita salvarse. Cita a Habu y se tira sobre la nieve. Habu observa las constelaciones, con miras a la jornada siguiente. Para éste fue una noche tranquila, mientras Makoto sufrió un vendaval. Habu parte a las 6:00 a. m., según lo planeado. Si todo sigue bien, llegará a la torre gris al anochecer. Por falta de oxígeno, la cabeza de Makoto casi explota. Se forma una tormenta en el paso Sur, con ráfagas de 200 km, y se dirige hacia él. Sus manos no responden.

Uno de los momentos de mayor angustia ocurre cuando Habu intenta despertar a Makoto, le pregunta cómo se siente (un síntoma de compasión del ser humano), si cree poder subir. Ante su negativa, le quita la mochila, el hacha y los crampones de hielo y lo sube a sus espaldas. De nuevo, se contradice con sus principios al estar la vida de por medio. Tras la tempestad, la calma: Makoto descansa en su colchón. Al pedirle que beba para rehidratarse, Makoto le pregunta por qué fue a salvarlo, si previamente habían acordado que no habría intervenciones y la respuesta de Habu es sencilla: porque aún no está a salvo, debe bajar. Perdieron demasiado tiempo, la ventana es muy corta, lo único que resta es tomar la banda amarilla, sin importar que está demasiado expuesta en esa época del año o que la roca sea frágil. Y como no hay suficiente cuerda es… ¡Imposible!, exclama Habu y le pide que meta las piernas ante la arremetida de las rocas. La encontré allá arriba, cerca de la cresta, ‘la cámara’, se reafirma.

Aunque intentó, nunca pudo subir por el suroeste, dadas las malas condiciones; después de la torre gris perdió el rumbo, la cumbre estaba a tiro pero no hallaba la ruta; exhausto, buscaba un lugar para refugiarse: ahí estaba Mallory. Fue visto por última vez a 8.700 m., sin saber si subía o bajaba. Ya no importa ni verlo en la película. Makoto agradece por levantarlo del suelo, como diría Saramago. (4) La tormenta puede volver, así que se despiden: Habu sube y Makoto baja y se topa con el sherpa, que ignora si aquél llegó a la cima, de manera que nada que hacer, todo acabó. Y le entrega la cámara de Mallory, con un mensaje: si está leyendo eso es porque no volvió. La idea que subyace aquí es cooperación: para ejecutar una tarea se requiere de alguien más. No siempre se sabe por qué hace alguien algo. Habu le dice a Makoto que lo que lo trajo es lo mismo que lo impulsa a escalar, sin saber qué es y dejó de preguntarse cuando entendió que no podía vivir sin ello; algunos buscan sentido en sus vidas.

Habu, no. Éste, podría agregarse, sólo vive. Escalar es lo único que lo hace sentir vivo, así que lo hizo hasta el final, sin arrepentimiento alguno. Mientras, Makoto regresa a la ciudad. Revela las fotos. Cree que Habu tenía razón y aunque atesoraba la respuesta al misterio de Mallory, creía que no era suficiente. De nuevo, ¿por qué subir cada vez más alto? ¿Para ser el primero, es decir, por una razón de competencia? ¿Para qué arriesgarse a morir? ¿Por qué hacer algo tan vano y a la vez tan necesario en tanto, como creía James Bond, sólo se vive dos veces? (5) Ahora Makoto sabe por qué: no tiene que haber razón alguna. Para algunos, los montes no son una meta, sino un camino. Para otros, artistas y escritores, lo importante es el trayecto antes que el viaje en sí; y la cima, un escalón. Una vez allí, sólo queda seguir adelante, porque la vida apenas termina con la muerte y esta no es más que su complemento. Vida y muerte no son antítesis, sino la sucesión de un ciclo que se abre y cierra sin tregua…

En conclusión, desde la forma, La cumbre de los dioses es un filme estéticamente irreprochable tanto en lo relativo al tratamiento de personajes como a la producción de atmósferas, así como a la creación de tensión y muestra de clímax mediante imágenes y descripciones. Así, los personajes principales representan lo esencial, nada es superfluo, nada sobra; las diversas atmósferas del filme apuntan a la economía de medios, ya se trate de crisis, de alegrías o de conflictos; el modo como Imbert crea tensiones y clímax, de gran calado, va muy asociado al drama de los personajes, sea en cuestiones de fantasía o de realidad. Desde el contenido, Imbert parece haber entendido muy bien los argumentos del manga original: lo único que se lamenta es no haber respetado el idioma fuente, es decir, que el texto se diga en francés. El desarrollo de personajes tiene un claro espíritu oriental, en el que la visión espacio/temporal se corresponde más con el tiempo natural que con el tiempo cronológico…

Igual, con los estados de ánimo de sus protagonistas más que con aspectos externos o exógenos o ajenos a sus propias circunstancias: nada sobra, nada falta. El tratamiento del guion, la musicalización, lo fantástico al servicio de la realidad, la armonía entre los tres o cuatro personajes básicos, aun con los breves espacios de conflicto, todo ello hace del filme una obra redonda, cíclica, casi perfecta. Si no es perfecta es porque, sencillamente, el arte es imperfecto de por sí como cualquiera de los seres humanos, es decir, de sus creadores. La expresión de los dibujos que cobran vida a través de Makoto, Habu, Tsuneo, el guía sherpa, la hermana de Buntaro, le confiere un plusvalor al filme, máxime cuando es evidente la gracia reflejada por la emoción, para luego reforzarse con la coherencia, la lucidez y la argumentación; es casi inefable su categoría de clásico, en tanto obra perpetuamente coetánea y a la que cada vez que se vuelve se halla nuevos significados, como en las mejores novelas.

Una meta alcanzada no es una meta es verdad cuando se sabe que sólo es la posibilidad de seguir adelante mientras se tenga vida, haya alicientes para continuar, seamos conscientes de su valor integral. Todo ello aplicado por dosis iguales tanto a la vida como al arte. Porque, sí, el amor está en el origen de todo arte, su valor y su amplitud sólo reflejan la capacidad de amor de quien le dio vida. Es el caso de P. Imbert (excepto por no conservarlo en japonés), con el manga de Taniguchi y Yumemakura, La cumbre de los dioses, filme de animación que simboliza el triunfo del vitalismo en modo taoísta/hesseiano con todo y las fisuras que pudiera tener, pero que no tiene pues es mayor el cuidado, el tratamiento de los personajes y de la historia narrada, su capacidad de conmover por vía de la emoción, sin olvidar jamás el sentido, la lucidez, la coherencia y al mismo tiempo sacar a flote los demonios y los abismos del artista para esculpir en el tiempo una obra humana, demasiado humana, para la posteridad.

A Santiago, hijo adorado, por quien sigo esculpiendo en el tiempo.

En recuerdo de Valentina, faro que jamás dejará de iluminar mis noches.

A Marthica y a María del Rosario, motores humanos de todas mis mañanas.

Notas, enlaces y bibliografía:

(1) HESSE, Hermann. Lecturas para minutos, Tomos 1 y 2. Alianza Editorial, Madrid, 1978 y 1980. 142 y 132 pp.

(2) TSÉ, Lao. Tao Te Ching, PDF, 100 pp.

(3) Íbidem, Caps. 15 y 22.

(4) Levantado del suelo es el título de una novela del Nobel portugués.

https://www.casadellibro.com.co/libro-levantado-del-suelo/9788466369442/1131563

(5) https://www.youtube.com/watch?v=A2H8Tknxk6Q

FICHA TÉCNICA: Título original: Le Sommet des Dieux. En español: La cumbre de los dioses. País: Francia. Año: 2021. Gén.: Drama / Historia / Manga. For.: 3D; color; 95 min. Dir.: Patrick Imbert. Guion: Patrick Imbert / Magali Pouzol / Jean-Charles Ostorero. Mús.: Amine Bouhafa. Prod.: Folivari / Mélusine Productions. Dist.: Diaphana Distribution / Wild Bunch. Estreno: Cannes, 15.jul.2021. La cumbre de los dioses está disponible en Netflix.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES, el 20.feb.21. Invitado por Carlos O. Pardo (Pijao Editores) al Encuentro Nacional de Literatura Colombiana vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (ago-nov.23). Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE y Las2Orillas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.