Tenía que ser. El anuncio hecho por el presidente el domingo 24 por la tarde, informando a través de un tuit que había contraído el Covid-19, generó una diversidad de reacciones en la sociedad mexicana, las elites políticas e incluso en gobernantes extranjeros.
En las redes sociales, conforme a la alta aceptación y popularidad que conserva Andrés Manuel López Obrador, la mayor parte de las expresiones fue de solidaridad y apoyo, y desde luego, de votos por un pronto restablecimiento del gobernante. Lo mismo ocurrió con el grueso de los integrantes de los círculos políticos, incluidos los ex presidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y desde luego con los gobernantes de las naciones amigas.
Sin embargo, otro sector de nuestra sociedad aprovechó las propias redes sociales para expresar su escepticismo ante el anuncio del contagio y considerarlo como una mera jugada política del astuto mandatario, o, de plano, para plantear que es una buena oportunidad para que se retire del cargo e incluso que sea alcanzado por la muerte. No faltaron, desde luego, los señalamientos de diversos actos de irresponsabilidad del presidente frente a la pandemia, como el continuar con sus giras y reuniones, a las que convoca a una diversidad de personas, incluidas las de su círculo de colaboradores, y el no usar el muy generalizado cubrebocas durante sus actividades. Muchos vieron el anuncio de la enfermedad como una simulación meramente para corroborar y demostrar lo que López Obrador ya había anunciado: que no se aplicaría la vacuna sino cuando le llegara el turno conforme al plan nacional de inmunización y su grupo de edad.
Por supuesto, resulta muy difícil, incluso imposible, determinar en qué momento y cómo el hiperactivo gobernante se contagió. Pero también suena escabroso imaginar que se trata de una mera jugada política, porque al descubrirse la mentira, ésta tendría un alto costo en la credibilidad presidencial, que es, a pesar de todo, uno de los activos más valiosos del actual mandatario. Por lo pronto, se ha anunciado el confinamiento y estudios de laboratorio a varios colaboradores que tuvieron en los días previos al domingo 24 cercanía con el ahora infectado.
Ya veremos más adelante qué nueva información emerge en relación con el caso, mientras se reporta el buen estado de ánimo y la virtualmente plena capacidad de trabajo, desde el confinamiento, del ocupante del Palacio Nacional. El hecho es que, hasta ahora, dentro de los círculos políticos, incluyendo a algunos gobernadores que también en algún momento reportaron haber contraído la enfermedad, no ha habido casos de decesos que lamentar, lo cual no deja de ser también un motivo de análisis. Todos los políticos relevantes, dentro y fuera del círculo presidencial, que anunciaron tener Covid-19, lo han librado sin aparentes consecuencias mayores.
Lo cierto es que el anuncio de la enfermedad presidencial llega en un momento clave de la presente pandemia, cuando una segunda cresta de contagios y muertes se ha extendido entre la población ante la incapacidad gubernamental para frenarla o contenerla. México ocupa el segundo lugar mundial en mortalidad por el coronavirus; se ha llegado ya oficialmente a 150 mil fallecimientos por el mal y probablemente a muchos más, cuando, recordemos, al inicio de la pandemia el subsecretario Hugo López-Gatell había dicho que de llegarse a 60 mil sería una situación catastrófica. La “curva” no se aplanó y los hospitales especializados y los reconvertidos han alcanzado su nivel de saturación, con 80 por ciento o más de sus camas ocupadas, mientras el personal médico y paramédico carece de condiciones suficientes para enfrentar la mortal epidemia y ha tenido que inmolar a una gran cantidad de sus miembros en el intento.
Es un hecho: la estrategia del gobierno ha fracasado frente a la magnitud de la pandemia, algo que ya se anticipaba desde mediados del año anterior. La insistencia del subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud en que no se usara el cubrebocas —cuando la Organización Mundial de la Salud ya lo consideraba un elemento esencial para frenar los niveles de contagio, igual que lo hacían los chinos—, su negativa a extender la aplicación de pruebas para detectar, aislar y atender a las personas contagiadas, su objetivo de impedir que se diera la saturación en los centros hospitalarios (lo que, finalmente sí se ha dado) y la gente se aislara y atendiera por sí misma en su casa, y sobre todo la urgencia gubernamental por reactivar la economía, cuando aún no había condiciones para ello, ha conducido a un escenario verdaderamente catastrófico al que sólo con la esperanza de las vacunas se quiere apostar a revertir.
Este miércoles 27 de enero el INEGI dio a conocer sus cifras de mortalidad entre enero y agosto de 2020. De ellas se desprende que en ese periodo hubo 184 mil 39 fallecimientos más que los registrados en el mismo periodo de 2019. También durante ese lapso se estableció al Covid-19 como la segunda causa de muerte en el país, sólo después de los males cardiacos, con 108 mil 658 decesos. Esta nueva estimación, basada en los certificados de defunción, las estadísticas del Ministerio Público y los informes rendidos por los Servicios Médicos Forenses, deja muy rebasada la cifra que, al 31 de agosto, reconocía la Secretaría de Salud, de 64 mil 424 muertes por Covid-19. Esta nueva estadística nos aproxima, entonces, mucho más a la demoníaca realidad y al drama vivido por cientos de miles de familias mexicanas.
Y frente a esa realidad social, resulta además insultante que se busque obtener ventajas electorales —Morena ya lo hace, con un spot donde se adjudica como partido la iniciativa de la vacunación— a través de brigadas integradas por doce elementos, sólo dos de los cuales son quienes aplican realmente la vacuna. Cierto que, en muchos casos, estos brigadistas ofrecen acudir a domicilio a inocular a las personas mayores de 60 años; pero sigue sonando como un excesivo desperdicio de recursos humanos y materiales y despertando la sospecha de que esa docena de personas ya fue vacunada, aun sin ser todos sus miembros parte de los médicos, paramédicos y laboratoristas que realmente se baten contra los efectos de la pandemia.
Es inevitable, entonces, que, ante el anuncio de enfermedad del mandatario del país, surjan las suspicacias, y más cuando el propio subsecretario López-Gatell ha expresado que la información acerca del estado de salud de López Obrador se mantendrá en reserva por tratarse de datos personales. Eso significa no exhibir públicamente los estudios que le fueron realizados al presidente para diagnosticar su mal. Y aunque esta postura fue desmentida por el vocero de la presidencia Jesús Ramírez Cuevas, el hecho real es que no se someten al escrutinio público, con criterios de transparencia, los resultados de las pruebas practicadas. Cuesta creer que un mandatario en torno al cual gira, en una medida que no ocurría desde mucho tiempo atrás, el funcionamiento todo del aparato estatal, haya renunciado realmente a ser de los primeros en inmunizarse para ir a formarse en la fila y esperar pacientemente su turno.
Que la real o simulada enfermedad de López Obrador tendrá, o está teniendo ya, efectos políticos, parece indiscutible. Por una parte, fortalece aún más las convicciones y el apoyo de sus partidarios; por la otra, genera en sus adversarios no sólo suspicacias sino la ocasión para modificar la correlación de fuerzas y eventualmente debilitar, con la denuncia de la impostura, la enorme presencia del presidente en el inminente proceso electoral. La politización del actual problema de salud pública la intentan, por ejemplo, varios de los gobernadores autodenominados federalistas, que dicen estar buscando por su cuenta vacunas; mas está claro que, en ese terreno, es el gobierno federal el que tiene más posibilidades de posicionar a su partido en la contienda usando el tema de las vacunas.
El coronavirus ha entrado al Palacio Nacional sin afectar, al parecer, más que a quien se encuentra en el mando dentro de él; no a su familia ni a sus cercanos colaboradores, todos los cuales se reportan sin signos o síntomas de contagio. Pero que la combinación de política y pandemia se dará con fuerza en las próximas semanas y meses parece ya indudable. Lastimosamente, así se aprecia desde los inicios de este doblemente turbulento y decisivo año. En ambos aspectos, el de la enfermedad y la disputa del poder, cabe desear, empero, que al final resulte lo menos trágico posible para los habitantes del país.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH