La apatía popular que predominó en la campaña electoral incubaba un enojo que se expresó en las urnas castigando duramente al gobierno. El Frente de Todos fue derrotado en 18 provincias y perdió, en relación con el 2019, casi 6 millones de votos.
La derecha de Cambiemos festeja. Su triunfo se debe más a la pérdida de votos del Frente de Todos que por haber aumentado los propios, que se mantuvieron en cifras similares a las últimas elecciones.
El pueblo vivió los resultados con la misma apatía previa a los comicios, contrastando con la euforia o depresión que se vivía en los bunkers según se tratara de “Todos” o de “Juntos”.
No resultó gratuito eliminar un IFE que, aunque exiguo, ayudaba un poco; ni pagarle al FMI 4.500 millones de dólares que podrían haber paliado necesidades populares; o mandar las topadoras y los perros de Berni a desalojar miles de familias sin techo en Guernica (y no solo en Guernica); o la arraigada costumbre de amagar y acto seguido retroceder frente al empresariado concentrado -como sucedió con la intervención a Vicentín-; ni decretar cuarentenas sin proveer los medios para la sobrevivencia de millones de personas que necesitan ganarse el mango diariamente. La vacuna resultó eficaz para bajar los índices de mortalidad, pero no sirvió para convencer que votar al gobierno evitaría males mayores, cuando los salarios y jubilaciones alcanzaron su punto más bajo y la pobreza e indigencia trepan sin freno.
El pueblo no sólo “votó con el bolsillo”, sino con la cabeza y el corazón. Un corazón lleno de enojo, tristeza por muchas pérdidas y una cabeza que no se dejó entusiasmar con anuncios retóricos y respondió con total desinterés a la promesa que con el voto lograríamos “la vida que queremos”. Tal vez sabiendo que quienes se ofrecían en las vitrinas de la campaña poco saben respecto de cual es la vida que queremos.
Quienes interpretan el voto castigo como un voto del pueblo “contra sí mismo”, se escabullen de la imperiosa necesidad de una autocrítica que ponga en cuestión los límites del progresismo que, sintomáticamente, no supo encontrar otra razón para pedir el voto que un ya inservible “ah, pero Macri”.
El voto al Frente de todos en el 2019 albergó la esperanza de revertir la era Macri, pero poco tardaron en predominar los elementos de continuidad que la pandemia visibilizó y profundizó.
Los pueblos suelen cobrarle muy caro a quienes lo defraudan. De la Rúa lo entendió en carne propia, cuando defraudó las esperanzas de revertir la década menemista. Sin ánimo de comparación y en una situación diferente, Alberto Fernández comienza a entrever las consecuencias de creer que los anuncios, las promesas, las palabras y frases populares alcanzarían para contener tanto dolor, carencias y desesperanza que vive el pueblo.
La continuidad se vuelve visible cuando, a la mayor parte de los funcionarios y/o candidatos que aparecen como rostro y cabeza del Frente de Todos, se hace difícil pensarlos revirtiendo las graves consecuencias del período macrista. ¿Quiénes, con una mano en el corazón, podrían afirmar que Victoria Tolosa Paz es menos cheta, frívola y desconectada de las necesidades del pueblo que Eugenia Vidal, Sergio Berni menos facho, energúmeno, violento, xenófobico, misógino y homofóbico que Patricia Bullrich, o Sergio Massa menos proimperialista que Horacio Rodríguez Larreta? En cambio, en el caso de algunxs valiosxs compañerxs, los cargos que les quedaron en las listas oficialistas apenas sirvieron para llenar simbólicamente los últimos casilleros. Esta elección de candidatxs que no molesten a los grupos de poder, en una campaña vacía de otra cosa que slogans publicitarios berreta, también se pagó caro.
El voto castigo no significa ni derechización ni giro a la izquierda… sólo abre posibilidades inciertas
Uno de los temores que despertó el resultado electoral es el de la derechización del electorado. Pero, en este caso, el voto castigo no significa de por sí una derechización, por lo menos en un porcentaje importante, sino que una parte del pueblo utilizó el palo que encontró más a mano, o al que supuso más eficaz, para pegarle al gobierno.
La conciencia se configura como una totalidad heterogénea, con elementos contradictorios a derecha e izquierda. Los votos perdidos por el oficialismo se fueron hacia la abstención (un 4% mayor que en las PASO del 2019), el voto blanco y nulo (que en provincias como Mendoza fue tercera fuerza y en muchas fue de alrededor del 10%), el voto a expresiones como la de Randazzo, Espert y otras formaciones de derecha, o el voto a la izquierda (que sacó buenos porcentajes con picos como el 23% en Jujuy, quedando como tercera fuerza nacional con un 7,5% de los votos), fueron la expresión de una parte del pueblo que quiso castigar a quienes lo subestimaron.
El pueblo argentino es como el curso del agua: si no puede seguir su cauce encuentra siempre cómo y por dónde filtrarse. Las demandas populares se filtraron a través del voto castigo. Ni las grandes dificultades para la movilización debido a la pandemia entre otros motivos, ni la debilidad de las organizaciones de base no subordinadas al poder, ni la decisión de las dos fuerzas mayoritarias de evitar a toda costa la movilización popular tras la masivas y contundentes movilizaciones del 2017 (que asustaron e hicieron pender de un hilo al gobierno de Macri), lograron evitar que nuestras demandas se filtren en todos los rincones del país a través del voto castigo.
Párrafo aparte merece el 13% de votos recibido por la ultraderecha neoliberal de Milei en la ciudad de Buenos Aires. Por el momento no constituye un fenómeno nacional ni tiene asegurada su permanencia, pero es alentado por medios de comunicación que comparten su ideario y por otros que, sin compartirlo, prefieren exagerar el crecimiento de tales monstruos, para hacer aparecer como progresista y único freno contra la ultraderecha a la política conservadora del oficialismo.
El fenómeno Milei, aun considerando que parte de quienes optaron por votarlo lo hicieron confundidos por su pose antipolíticos y su locura exacerbada que contrastó con la cordura y los “buenos” modales del centrismo oficial, los rasgos neofascistas de su mensaje lo hacen muy peligroso para las clases populares. Por ahora, constituye apenas el huevo de la serpiente, pero habrá que aplastarlo antes que crezca, disputándole ideológica y prácticamente su espacio social, sin agrandar, pero tampoco subestimar su importancia.
Desde el campo popular resulta imprescindible para enfrentarlos dar una batalla cultural que combata este ideario internalizado por parte de algunos sectores de clase media y populares, de “vagos choriplaneros”, “se embarazan por un plan”, “no laburan porque no quieren”, “el que crea trabajo y riqueza es el empresario”, o “yo me salvo solo”.
El voto castigo siempre constituyó un fenómeno fluido que a futuro puede optar por otro “palo” que crea más a mano. Tanto para las derechas como para las izquierdas los altos porcentajes de votos no significa adhesión a las propuestas.
En el caso de los proyectos de las izquierdas que son los que nos interesan en función de la transformación del mundo y la realidad que habitamos, los resultados alentadores reafirman la necesidad de una apertura de un diálogo para que sea apropiada y enriquecida por los sectores populares que les han abierto una ventana de oportunidad. La política auto-referencial, abierta solo a partidos similares, así como la imposibilidad de integrarse al Frente de Izquierda como tal sin optar por alguno de sus partidos, si era peligrosa antes, en la actual situación puede ser directamente suicida.
El voto castigo como síntoma de una democracia que no es tal
Que el pueblo no tenga otra manera de intervenir en los rumbos del país que no sea mediante el muy limitado “voto castigo”, dice mucho de la calidad o realidad de nuestra “democracia”. Sin instituciones populares ni mecanismos a través de las cuales el pueblo sea el que debata y decida sobre las principales medidas y rumbos a adoptar, no lograremos romper el círculo vicioso por el cual hoy votamos a uno para castigar al otro y mañana al otro para castigar al uno, alentando un conformismo de elegir el “menos malo” de entre una casta política enriquecida, íntimamente articulada con el poder económico y alejada de las necesidades populares. Claro, nuestra Constitución y régimen político no admiten que “el pueblo gobierne y delibere”. Pues entonces, no queda otra que no admitir más esta Constitución y este régimen. El hermano pueblo chileno ya está en esa, luchando para cambiarlos de raíz, como antes lo hicieron lxs hermanxs bolivianxs o venezolanxs. Nos toca a nosotrxs prepararnos para esta transformación.
La actual derrota del peronismo, más profunda considerando que esta vez se presentó unido(salvo en Córdoba), lejos de implicar su desaparición tantas veces anunciada, puede dar cuenta, frente al pueblo, de un rumbo sin retorno a convertirse en un partido más del sistema político liberal.
Hacia noviembre y más allá
Sin dudas, de acá a noviembre, recrudecerá hasta el hartazgo la insistencia en demostrarnos cuanto nos conviene votar a una u otra de las dos alianzas mayoritarias, a falta de argumentos, se insistirá en evitar el triunfo de la otra.
Abundarán los mensajes sobre futuros “derrames” de bienestar que alienten la conformidad con las exigencias empresariales.
El empresariado concentrado presionará para que el gobierno evite toda tentación de aflojar la mano para recuperar votos y empujará hacia un mayor ajuste a través de la reducción del gasto social, la baja del “costo” laboral, los cambios estructurales que siempre incluyen la quita de derechos laborales y jubilatorios. Las negociaciones con el FMI traccionan en este sentido.
En este escenario no es posible descartar que alienten, de creerlo necesario, alguna corrida cambiaria que, al tiempo que les produce mayores ganancias, presiona sobre el gobierno para expandir aún más las actividades extractivistas en busca de dólares, aún al costo de fomentar la miseria, la dependencia nacional y la destrucción de los bienes comunes de la naturaleza.
En pocos días vencen otros 1.900 millones de intereses con el FMI. ¿Qué va a priorizar el gobierno? ¿Va a intentar contentar al FMI y al empresariado local o dirigirá su mirada a la sociedad en el afán de revertir los resultados para noviembre? Su compromiso cada vez más firme con el poder económico y el estilo gubernamental de intentar quiméricos consensos y puntos medios, no alienta pronósticos alentadores.
Nos toca como pueblo pasar del voto castigo a la lucha y organización por arrebatarles todo aquello de lo que hoy nos privan y por lo que decidimos castigarlos: techo, trabajo, salario, salud, educación, soberanía alimentaria, recursos a los sectores populares para frenar los femicidios y la violencia patriarcal, por romper el yugo de la fraudulenta deuda, por la defensa de los territorios contra la depredación extractivista, contra la sumisión nacional al destino que nos reservan los imperialismos, por la felicidad del pueblo por sobre las ganancias del capital.
Fortalecer esta lucha y organización no dependerá de los votos, pero no puede desentenderse de los mismos. Sostener y aumentar los votos de la izquierda para noviembre, con todas sus debilidades y carencias, puede ser un punto de apoyo para esta tarea, en un Congreso lleno de podredumbre. Aunque el voto no puede ni debe constituir una frontera que nos separe.
Imaginar la posibilidad de una alternativa social y política por el cambio social, por la liberación nacional en el marco de la integración latinoamericana, por la soberanía popular, por la democracia protagónica -sintetizando creativamente diferentes tradiciones populares y de izquierda- no resulta sólo una expresión de deseos ni tampoco sólo una imperiosa necesidad frente a la crisis civilizatoria del capital y la amenaza de una catástrofe ecológica. Expresa también una realidad que hace posible poner manos a la obra.
Mientras en América Latina se ensayan -con avances y retrocesos- nuevos protagonismos populares y renovadas alternativas sociopolíticas, en Argentina van surgiendo posibilidades de retomar la movilización para sumarnos al torrente.