«Asombros», de David Eloy Rodríguez (poesía) y Miki Leal (pinturas). César Sastre editor, Colección «Carne y Sueño»; Sevilla, 2006. (A)quí -en este libro recién publicado- se desabriga, en palabras y en imágenes, el mundo, y se muestra así desnudo, a la luz de un asombro. Para pasar el frío de una vida a la intemperie […]
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«Asombros», de David Eloy Rodríguez (poesía) y Miki Leal (pinturas).
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César Sastre editor, Colección «Carne y Sueño»; Sevilla, 2006.
(A)quí -en este libro recién publicado- se desabriga, en palabras y en imágenes, el mundo, y se muestra así desnudo, a la luz de un asombro. Para pasar el frío de una vida a la intemperie y para entregarse sin descanso al calor de la aventura del asombro, David Eloy Rodríguez (Cáceres, 1976) y Miki Leal (Sevilla, 1974) han construido -tramado, trenzado- este trabajo conjunto que interrelaciona sus miradas, sus discursos y sus artes.
Sabedoras del fuego que prende las cosas, las prácticas -poéticas y pictóricas- que hacen asomar ambos autores en esta investigación creativa se vuelven avistadoras, a partir de la indagación en el pleno asombro, porque son semilla y raíz y espiga y pan («En lo oscuro hay peligro de luna»).
(S)imultáneamente, mientras escribo estas líneas, tropiezo con estas palabras del poeta norteamericano John Brinnin: «Sólo el hombre se asombra; sólo el hombre imagina. Cuando se permite que disminuya el sentimiento de admiración y sorpresa, la poesía -de forma inevitable- se convierte en una cuestión de afirmaciones y así pierde todo su poder de ampliar la gama de nuestra emoción. La afirmación es un impulso del yo; por el contrario, el asombro es una facultad del alma» (1).
David Eloy Rodríguez se ha separado de la mucha poesía «afirmativa», prácticamente «desalmada», que se viene escribiendo en este país desde hace 25 años (poesía de la experiencia, paisajismo sentimental, banalidad creadora y mucho yo-yo-yo). En un tiempo como el nuestro -donde abunda lo previsible, que es (casi siempre) lo que ya ha sido previsto y programado por otros-, nos faltan libros como éste, donde las posibilidades del mundo y de la vida respiran como animales fabulosos.
(O), dicho de otro modo, falta nos hace desordenarnos, desbaratar los consensos, desajustar los horarios, restablecer la sed y el hambre de las cosas: atravesar cada frontera -lo sueña aquí un poema imprescindible- por el paso de los furtivos.
Como un viajero que observa el humo -lo sueña así Miki Leal, con la noche encima- para aprender de él. Demasiado tiempo programado, demasiada mirada dirigida, nos deja entretanto la rigidez compacta de los amos y de los perros del amo. En el otro lado de la cerca, el asombro nace de una continua, insobornable, interrogación.
(M)i primer encuentro con los poetas de «La Palabra Itinerante», colectivo en el que participa David Eloy Rodríguez: el hallazgo de toparme, casi de sorpresa en aquella cantina de Moguer, con un vitalismo en carne viva -personal y colectivo-, como si estos poetas quisieran espantarle las patas a la muerte, como si todo momento les fuera precioso, propicio para no aplazar una celebración.
Vitalista, celebrante y significativamente hospitalaria, la poesía que este libro despliega (en palabras y en imágenes) lleva consigo el signo del abrazo y la honestidad de las heridas -y abrazos y heridas (no se nos olvide) sólo se muestran a la par en quienes, como en estas páginas, desean sin tregua más vida. Si queremos un vivir menos clausurado, al menos más abierto a lo que late imprevisible, no dejemos que nos roben las búsquedas apasionadas, las vocaciones de comunicación trascendente, decisiva, las apuestas -como la de este libro- que derivan por el misterio, por lo no nombrado, y tienden al descubrimiento y al encuentro.
(B)aile deshabitado y -todavía más terrible- un desfile en orden: nada más extraño al deambular imprevisible de una danza compartida. En situaciones de pacificación social como éstas que vivimos, de tremendo autoabastecimiento existencial, una función irrenunciable a cuya cita habría de acudir toda poesía sería ésta, precisamente la de este libro poblado con asombros: aventurarse, perder pie, tocar a los otros: …y perderse.
Lo cantaba Silvio Rodríguez en «Sólo el amor»: que ya es llegado el tiempo de los intentos. Que se nos hace tarde. Que los amos van alargando las vallas y construyendo más prisiones. Hace casi dos años, en los módulos de Penados de la prisión de Picassent, me espetó J. (que todavía sigue allí encerrado): «Aquí dentro, y allí afuera, poca cosa es la esperable». Lo que expresamente denuncia el primer poema que estas líneas prologan: el vano país / de lo evidente: / esta enorme prisión, / este baile deshabitado.
(R)esistir: el asombro como forma de resistencia. De la poesía de David Eloy Rodríguez ha dicho José María Gómez Valero que es «un mapa trazado desde el corazón común, un homenaje a los que se empeñan en celebrar la vida a pesar del persistente, tenaz, acoso de la muerte». Este torear así a la muerte, sin ahorrarse riesgo alguno y mediante la práctica desatada de la palabra -y en una lengua que resiste-, deja llagas en la boca. En estas palabras liberadas se pronuncia la extrañeza, la maravilla, el milagro, pero también una tormenta, una literatura del filo, del daño. Araña el cuerpo trepar a los árboles para avistar entre las ramas, para ver mejor, más claro, más lejos. Y la poesía de David Eloy Rodríguez, que parece seguir el consejo que nos diera Brecht (2), pertenece a la estirpe de la de los trepadores de árboles. Aunque no más sea por poder ver tras la maleza. En los versos del poeta y en las poderosísimas, seductoras, hermosas pinturas de Miki Leal, palpita la tensión del mundo, su vértigo relampagueante, cierto y, a la vez, casi indefinible (pero ahí el desafío, la aventura, de intentar intuir, mostrar, decir).
(O)xígeno: lo que un verso crucial en este poemario reclama desde el asombro. Respirando a pulmón abierto, este libro señala y amplía aquellas zonas liberadas que Imanol Zubero hiciera requerir para una sublevación: «(…) en la actualidad no existe posibilidad alguna de poner en marcha una práctica emancipatoria significativa si no es sobre la base de una previa transformación cultural. Tarea de transformación cultural que exige dos cosas: la primera, aprender a mirar de una forma nueva la realidad social, con claves nuevas y diferentes a las dominantes; la segunda, establecer, a partir de esas nuevas claves, un auténtico combate cultural, una confrontación de legitimaciones» (3).
Poesía de combate (contra la injusticia, contra la tristeza, contra el miedo) ésta que aquí se nos ofrece, inspiradora y de profunda raigambre libertaria: el asombro que se desata y legitima no es sorpresa ni mera reacción respecto a la Realidad, sino que es acción, un hacer. La voluntad de asombro -que da origen al ser humano- es un acto deliberado, activo y creativo a la vez, y su dinámica se mueve siempre en la intemperie de una pregunta («la respuesta, la que suprime la apertura y la riqueza de las posibilidades -dirá Blanchot (4)- es la desdicha de la pregunta«). En la sexta de sus imágenes, Miki Leal ha captado este segundo de vacilación -entre una pregunta y la proximidad de su respuesta- sugiriendo la vecindad inmediata de un encierro o de una liberación.
(S)i en literatura el llamado estilo -además de lo propiamente estético- presupone también un acto de elección moral, la poesía de David Eloy Rodríguez (digámoslo ya) es una poesía de marcado estilo político, implicada conscientemente en los conflictos, devenires y avatares del estar vivos en este lugar y en este tiempo. Su actitud básica es la de una irrenunciable resistencia.
Estos poemas ponen en juego, así, «la capacidad de estar atentos, receptivos, para la revelación (de la materia, de las cosas y los hechos, esos instantes en los que «vemos», en los que «sabemos», en los que la Realidad estalla en pedazos y asoma lo real: su provisional, frágil, certeza, su llama inextinguible), para el milagro de ser plenamente, de ser en justicia. (…) Los poemas del libro laboran, indagan, por estos caminos. Ser un niño secreto para tener una visión cruda y verdadera; encontrarnos en lo que no conocemos y [sin embargo] nos une; abandonarse a la aventura del no obedecer, abandonarse en la peripecia del deseo» (5). Toca ahora a quien se adentre en esta sucesión hilada de creatividades encendidas, en este diálogo sugerente e intenso, acoger con asombro tanta sed de poesía y desabrigo, tanto canto a lo que vive.
-Enrique Falcón (6)
Barrio del Cristo, Valencia
Notas al prólogo:
(1) Citado por Howard Nemerov en La poesía y los poetas (Editorial Hobbs-Sudamericana; Buenos Aires, 1973).
(2) «Cuando salgáis del agua ya al anochecer / -pues debéis estar desnudos y la piel ha de estaros suave- / trepad entonces a algún árbol alto / si sopla la brisa. También tiene que estar pálido el cielo. / Buscad árboles altos que al anochecer / mezan sus negras copas lentamente. / Y esperad la noche entre el follaje, / rodeada la frente de pesadillas y murciélagos. // Las ásperas hojitas de la fronda / os rasparán la espalda, pues tendréis / que apoyaros con fuerza y sujetaros a las ramas; trepad aún / un poco más arriba jadeantes entre el ramaje. / ¡Es algo muy hermoso mecerse sobre un árbol! / ¡Pero no os debéis impulsar con las rodillas! / Tenéis que ser al árbol mismo lo mismo que su copa: / lleva un siglo meciéndola en cada atardecer.» (Bertolt Brecht: «Del trepar a los árboles»).
(3) Imanol Zubero: Movimientos sociales y alternativas de sociedad (Ediciones Hoac; Madrid, 1996).
(4) Maurice Blanchot: El diálogo inconcluso (Monte Ávila Eds; Caracas, 1996).
(5) Palabras de David Eloy Rodríguez en una carta fechada el último día de diciembre de 2005.
(6) Enrique Falcón (Valencia, 1968) es miembro de la coordinadora de la Unión de Escritores del País Valenciano y autor, entre otros, de los libros de poesía La marcha de 150.000.000: el Saqueo (Ed. Rialp; Madrid, 1994), Los Otros Pobladores (Ed. Germanía; Valencia, 1998), AUTT (Ed. Crecida; Huelva, 2002) y Amonal y otros poemas (Ed. Idea; Tenerife, 2005).