Hace cosa de un par de horas me llamaban para comunicarme que Manuel Fernández Cuesta había muerto. No me lo podía creer. Ni ahora todavía me lo creo cuando escribo estas líneas. Siendo muy sintético y directo: Manuel, no sólo era un gran camarada, era uno de los mejores editores de España, y un articulista […]
Hace cosa de un par de horas me llamaban para comunicarme que Manuel Fernández Cuesta había muerto. No me lo podía creer. Ni ahora todavía me lo creo cuando escribo estas líneas. Siendo muy sintético y directo: Manuel, no sólo era un gran camarada, era uno de los mejores editores de España, y un articulista con muy mala hostia pero sobre todo un gran sentido del humor, todo sea dicho, un pelín enrevesado y no apto para todos los públicos.
Él, o su disfraz «literario» de abuelita adorable bajo el nombre de María Toledano, nos ayudó a muchos a conocer y destripar obras que de otra forma no habrían llegado a nuestras manos. En nuestro caso, la primera obra que recuerdo (y con una enorme trascendencia intelectual para mi formación) fue el libro de Michael Parenti, «La historia como misterio», publicado en Hiru. Y otro tanto podía decirse de sus artículos en Rebelión, en Mundo Obrero y últimamente en Eldiario.es.
Son muchos los recuerdos que ahora se me vienen atropelladamente a la cabeza de mi relación de «camarada» y creo también que de amistad con él. Por citar dos de especial relevancia. Primero, siempre confió y me apoyó en mi tesis. De hecho, fue una de las pocas personas que creyeron en su necesidad desde un primer instante. Y en segundo término, me acuerdo como si fuera ayer cuando Manuel me llamó para ponerse en contacto con Julio Aróstegui y proponerle un libro. Manuel y Julio congeniarían a la primera. Aquello se transformaría en un gran libro que tardaría muchísimos años en materializarse y cuya primera edición se agotaría a las pocas semanas de publicarse: «Largo Caballero. El tesón y la quimera» en la editorial Debate cuando Fernández Cuesta era su editor.
Vaya año 2013. Cuantos amigos, profesores, camaradas… han desaparecido. Eso sí, dejando un rastro y un legado intelectual clave para la izquierda política y social en mayúsculas. Todo un patrimonio a cuidar y difundir.
Sergio Gálvez Biesca, «Nuestro joven historiador» (como siempre le llamaba Manuel).
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