Las relaciones entre Cataluña y el Estado que se quiere personificar como nación son antagónicas. El actual Estado que se representa queriendo ser nación tiene este concepto como alimento ideológico para quienes se autodenominan nacionalistas españoles. De ahí que existan como «españoles» en función del Estado y de las dinastías monárquicas que llegan hasta hoy. […]
Las relaciones entre Cataluña y el Estado que se quiere personificar como nación son antagónicas. El actual Estado que se representa queriendo ser nación tiene este concepto como alimento ideológico para quienes se autodenominan nacionalistas españoles. De ahí que existan como «españoles» en función del Estado y de las dinastías monárquicas que llegan hasta hoy. Las salidas de la Constitución del 78, elaborada con la relación de fuerzas entre sectores de la burguesía procedente del franquismo y dirigentes opositores que aceptaron la no ruptura, entre los que se encontraban los nacionalistas burgueses, las salidas, decía, fueron susurradas en aquel pacto escribiendo que debía llevar a nuevos acuerdos, y así dejaron cuestiones de gran trascendencia para una hipotética negociación futura. Esas cuestiones en suspenso contenían las interpretaciones de las soberanías de las nacionalidades: para el Estado que se pretende nación debía darse lugar a una nación española insertada en la globalización (que es del capital), y comprobamos que siendo la única realizada se ha integrado en el ámbito global del capital del imperio, y como el imperio establece, sin soberanía; para otra parte, la de las nacionalidades en construcción, debía llegarse a la autodeterminación, que cada pueblo decida su futuro, y lo que comprobamos es que la primera fuerza, crecida desde su raíz a lo largo de los años transcurridos con aquel primer acuerdo, lo impide por todos los medios, leyes, instituciones y cuerpos represivos; y por último, la 3ª de las partes, la izquierda que da un suspenso a la Constitución, plantea como salida, respetando el derecho de autodeterminación, la unión en pluralidad con membrete federal, y aquí comprobamos que las fuerzas en esa dirección aún no han alcanzado el grado suficiente como para cuestionar el régimen establecido, lo que no quita para que en el panorama de las contradicciones políticas actuales puedan aparecer como la fuerza necesaria. Así se explica en el libro «los bombardeos de Barcelona»:
«En todo caso, para abrir esa agenda de debate es imprescindible superar esos afanes neoespañolizantes que necesitan vencer política (e históricamente) a los nacionalismos a base de criminalizarlos. Y a la par, habría que asumir las paradojas de un Gobierno central sometido al doble adelgazamiento del Estado por parte de Bruselas y por las comunidades autónomas. Por eso, si en la era de la globalización se está haciendo añicos la soberanía nacional clásica que tanto desasosiego produce a catalanes, vascos y españoles en general, la propuesta de un pacto federal podría tener la ventaja de construir una sociedad democrática en la que la diversidad nunca sea desigualdad sino solidaridad».
Contra esto los franquistas de cuño constitucional agitan con la ruptura de España. Sabiendo que la monarquía borbónica es el soporte del régimen que servía de apoyo a la dictadura, el régimen medieval, no quieren ni oir ni dejar oir que se hable de derechos en igualdad de quienes forman un conjunto plural. Y es que su accionar tiene como base la idea de que las clases a las que ellos no pertenecen deben someterseles. La paridad se demuestra imposible una vez más con los tales. Pero las identidades sociales y nacionales viven en contínuo movimiento, no es el tan cacareado destino, sino la lucha permanente de las contradicciones entre las partes.
El siglo XVI, nos señala el prologuista de «Los bombardeos de Barcelona» hizo «vasallos del rey, fuesen castellanos, vascos, catalanes, aragoneses, incas o quechuas …» dicho régimen señorial estableció los elementos sociales que llegaron hasta el siglo XIX. También señala el autor que el término España empleado durante los siglos XVI y XVII se empleó de diferentes maneras y muy distintas intenciones, y no tuvo en ningún caso el significado que hoy se le quiere dar, pues dependía de cada monarca, de las negociaciones que establecía con la aristocracia, con la iglesia y con los sectores potentados del llamado «estado llano», y en ningún caso partían del concepto «nación» como hoy se quiere entender.
El autor nos señala la pluralidad de coronas bajo los Austrias y cómo sus intentos de dominación respondían a las ambiciones de propiedad, pero fue Felipe V, el primer rey Borbón el que acabó con los derechos de todos los demás reinos, leasé aquí la Corona catalano-aragonesa, y estableció el «dominio absoluto», para gobernar a todos por las leyes de Castilla, estableciendo que «mis fidelísimos vasallos los castellanos» desempeñasen oficios y empleos en Aragón, Valencia y Cataluña.
En el siglo XIX, en las Cortes de Cádiz se puso sobre la mesa la idea de nación, en su artículo 2 se dice: «La Nación Española es libre e independiente, y no es, ni puede ser, patrimonio de ninguna familia ni persona», se dejaba atrás el vasallaje, y también se daba paso a la representación por territorios. Era el tiempo de los nacientes nacionalismos a este lado del Atlántico y en América colonial. Las identidades nacionales se levantaron creando su propia Historia, y el nacionalismo español también buscó una interpretación que se ajustase a sus intereses, marcando el pasado como el destino a la unión de las diferentes partes.
No deja de llamar la atención que bajo la imposición de la que se denomina nación española se establezca que la lengua determinante sea el castellano, idioma que hablan aproximadamente 400 millones de personas en el mundo, aunque en esa España el 40% de sus habitantes hablan otras lenguas, algo querrá decir en la circunstancia por la que pasamos.
El libro recorre el periodo que va desde 1640 a 1909 con la «Semana Trágica», tiempo de enfrentamientos del Estado con Cataluña, no de España, a ello se añade la Historia de la nacionalidad catalana y la percepción social que se desprende de ello.
La actual situación ha hecho que se alcen las voces en favor del diálogo y el Estado responda como es su carácter vasallesco, la plasmación dependiera de la relación de fuerzas; veremos si hay diálogo, si no lo hay y cómo se da cada paso y se concluye. Procurémonos conocimiento.
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