Pilar Pedraza. Imagen del archivo de la autora En su último ensayo, El salvaje interior y la mujer barbuda (Antipersona), la escritora y exconsejera de Cultura de la Generalitat Valenciana Pilar Pedraza (Toledo, 1951) reflexiona sobre la construcción de la monstruosidad y lo salvaje, y sobre cómo la mujer ha sido demonizada […]
Pilar Pedraza. Imagen del archivo de la autora
En su último ensayo, El salvaje interior y la mujer barbuda (Antipersona), la escritora y exconsejera de Cultura de la Generalitat Valenciana Pilar Pedraza (Toledo, 1951) reflexiona sobre la construcción de la monstruosidad y lo salvaje, y sobre cómo la mujer ha sido demonizada a lo largo de la historia e incluso a día de hoy. Construir al diferente permite justificar después el maltrato y la explotación de todo aquel que desafíe el orden social.
En la postmodernidad, ¿el salvaje interior está más anestesiado o embrutecido que antes?
El salvaje interior permanece y se percibe o se manifiesta según su contexto, pero forma parte del ser humano en tanto que animal. Otra cosa es construir con palabras, o estructuras sociales y culturales, nuevos salvajes, como está haciendo Europa en estos momentos con los inmigrantes, con las minorías o con las feministas.
La monstruosidad, ¿está en quien mira o en lo mirado?
La monstruosidad no existe, la construye el que mira. El monstruo lo es en tanto que percibe en la mirada del otro extrañeza o desprecio, estableciéndose entre ellos un intercambio de odio. Es distinto de la anomalía, que es objetiva y provoca en el que mira extrañeza, miedo, curiosidad o ternura, según las épocas y los contextos sociales.
Si el salvaje «se caracteriza por la ausencia de sociedad, de cultura y de ley», ¿es imposible encontrar lo salvaje hoy en día?
Esas características se las adjudica al «salvaje» alguien o alguna cultura ajena a él, que por medio de la demonización pretende subyugarlo. La supremacía blanca ha «creado» a los extranjeros o a los esclavos como salvajes desde la antigüedad, imaginándolos humanos pero cercanos a los animales, y por lo tanto no sujetos de igualdad.
De todos los otros que deambulan en estas páginas (desde Kaspar Hauser a Jennifer Miller), ¿por cuál siente debilidad Pilar Pedraza?
Mis «salvajes» favoritas han sido siempre las pilosas Antonieta Gonsalvus, Julia Pastrana y la pequeña Krao Farini, que fueron personas reales, sujetos de interesantes historias personales, matizadas por la leyenda. Inspiraron uno de los personajes más entrañables de mi novela Lucifer Circus (Valdemar) y una película que me apasiona: Se acabó el negocio , de Marco Ferreri (1964). Pero también admiro a la activista Jennifer Miller por su valentía al exhibirse como mujer barbuda, que nos convierte a las demás en «monstruos» lampiños.
SIEMPRE SE HA TEMIDO A LA MUJER EN NUESTRA CIVILIZACIÓN, DE MANERA MÁS O MENOS CONSCIENTE
¿Qué es lo que tiene la mujer para haber asustado tanto a lo largo de la historia?
Los griegos tenían a la mujer por humana, pero inferior física y mentalmente al hombre, por haber recibido menos calor en el vientre de su madre durante la gestación. Esto las incapacitaba para la guerra y la política. Se las recluía en un lugar de la casa, el gineceo, con las demás mujeres y los niños. Pero ellos mismos debían saber que tal construcción era una falacia, porque veían en otros pueblos, a los que llamaban «bárbaros» -no «salvajes»-, que la mujer combatía hombro con hombro con los varones y era respetada públicamente. Para ellos esto era monstruoso y temible, y lo representaban mediante el recurso a las amazonas. Posteriormente, en la Modernidad, siempre se ha temido a la mujer en nuestra civilización, de manera más o menos consciente, en momentos en que las circunstancias (guerras, cambios sociales, etc.) han demostrado la igualdad real de las mujeres y la legitimidad de su derecho a exigir el voto y a competir en el trabajo, más allá de la maternidad y sin renunciar a ella. Entonces florece la construcción de la «femme fatale», que desgraciadamente perdura en el inconsciente patriarcal como temor a lo femenino, junto con elementos simbólicos e inconscientes como la vagina dentada, de los que se hace cargo sobre todo el psicoanálisis.
¿Por qué el otro, el monstruo, el salvaje, se presta casi en exclusiva a interpretaciones maniqueas?
Porque quien los ha construido o los controla los demoniza para tenerlos dominados. Es el caso de los blancos de las colonias, de los dueños de personas anómalas, de los heterosexuales frente a los homosexuales. Quienes detentan el poder y la hegemonía siempre se arrogan la naturaleza, la bondad y la verdad frente a «los otros».
¿El último salvaje fue Hannibal Lecter?
Hannibal Lecter es un personaje psicopático, no salvaje. Nos produce incluso cierta simpatía la libertad con la que masacra a sus víctimas. El último gran salvaje de la historia, el que ha roto las reglas y ha destrozado el concepto mismo de humanidad, ha sido Adolf Hitler, que reúne en sí realmente todo lo siniestro que se suele predicar de lo sociopático.
Las feminista más combativas, ¿son vistas como monstruos?
Sí, por los elementos más machistas, reaccionarios y cobardes de la sociedad patriarcal, que no admiten la igualdad y demonizan a las mujeres activistas. La Iglesia católica, incluido el papa Francisco, y los partidos enemigos del progreso, como Vox en España, temen la fuerza y la capacidad física e intelectual de las mujeres y demonizan a las activistas, que reivindican sus derechos de una manera ostensible y, según ellos, ofensiva.
EN ESTE MUNDO NO SE SALVA NADIE DE SUFRIR, PORQUE HEMOS COMETIDO UN GRAN PECADO: CONSTRUIR LOS CIMIENTOS SOBRE LA PROPIEDAD Y LA DESIGUALDAD
¿El gabinete de maravillas ha devenido en cualquier plató de Telecinco?
Eso es un tópico que conviene ir olvidando. Los gabinetes de maravillas privados eran un modo aristocrático y burgués de pasar el tiempo coleccionando y de presumir entre las amistades. Los gabinetes públicos de las ferias son los precursores de los museos de ciencias naturales del siglo XIX. La televisión, por el contrario, es un medio de comunicación al servicio de empresas o partidos, y del sistema, para entretener y mantener las grandes falacias: el capitalismo ciego y devorador, el consumismo, la pasividad o la ignorancia, aunque, por supuesto, posee aspectos positivos. Los llamados casi cariñosamente «monstruos» televisivos pertenecen a lo peor del mundo del circo: el payaso grotesco que engaña y desvía la atención de los verdaderos problemas.
Pienso en el caso de Julia Pastrana , que la última vez que se expuso (o al menos se intentó) fue hace poco más de cuarenta años. ¿Cómo es posible en ‘los normales’ tal grado de inmisericordia, de incapacidad absoluta para respetar al otro?
¿Y por qué no? Somos una especie brutal y cruel, nuestro salvaje interior puede adquirir una capa de moralidad y buenas maneras, pero sigue al acecho. Nosotros, civilizados y bondadosos, seríamos quizá incapaces de exhibir la momia de Julia Pastrana, ofendería nuestros sentimientos… pero ponemos barreras para que los desdichados que huyen de bombas y del hambre, no puedan pasar a nuestro paraíso del bienestar. La exclusión y la hipocresía van de la mano en nuestro mundo.
¿Legitimar la diferencia supone también legitimar el sufrimiento?
Legitimar la diferencia significa sobre todo legitimar el maltrato, la humillación, la mofa, el chiste o la muerte. El sufrimiento es diferente. Sufren los verdugos y las víctimas, aunque por distintas razones. Quiero decir que en este mundo no se salva nadie de sufrir, porque hemos cometido un gran pecado: construir los cimientos sobre la propiedad y la desigualdad. El fracaso de las utopías revolucionarias nos indica que tal cosa no tiene remedio.