Cualquier contienda electoral presidencial que tenga claro ganador a la vista siempre es concebida como una cita menos emocionante que aquella en la que todo se define en un reñido conteo, voto a voto, donde el suspense persiste hasta el último minuto de juego. Si las elecciones fuesen tratadas como cualquier reality show, entonces, la […]
Cualquier contienda electoral presidencial que tenga claro ganador a la vista siempre es concebida como una cita menos emocionante que aquella en la que todo se define en un reñido conteo, voto a voto, donde el suspense persiste hasta el último minuto de juego. Si las elecciones fuesen tratadas como cualquier reality show, entonces, la cita electoral del próximo 12 de octubre en Bolivia pasaría desapercibida porque ya todos saben quien va a ser el ganador por auténtica goleada. Tal vez, desde esta frívola mirada, lo único que realmente podría llamar la atención en las casas de apuestas es saber por cuánto va a ganar Evo Morales; por 40 o 50 puntos; o si supera su propio record en 2009 (64,2%).
Pero menos mal que la política supera esta visión tan habitual en la prensa hegemónica siempre que su candidato predilecto pierde. Ninguno de los candidatos opositores tendrán los votos suficientes para disfrutar de la cuota de pantalla que muchos estarían encantados en concederles. Ni el aspirante neoliberal que aún presume de ello (Tuto Quiroga), ni el neoliberal escondido como candidato centrista (el multimillonario Doria Medina), ni el centrista camuflado de progresista del siglo XXI (el ex alcalde y ex aliado del MAS, Juan del Granado), ninguno de ellos son capaces de encarnar una oposición creíble frente a un proyecto que ha transformado al país de punta a punta.
En contraposición al desinterés internacional en esta cita electoral, el pueblo boliviano sí que está muy atento e ilusionado con lo que pueda pasar en las urnas. Para la mayoría social, está en juego un proceso de cambio, un cambio de época posneoliberal. Ni siquiera se han alcanzado nueve años de gobierno de la Revolución Democrática y Cultural, y ya se puede afirmar simbólicamente que Bolivia disfruta de su década ganada después de varias décadas perdidas. Es una década ganada que realmente constituye una época ganada gracias a la consolidación de un nuevo sentido común, ni importado ni impuesto desde el exterior, sino un sentido común de época abolivianado, forjado desde adentro, desde su propia epísteme, en el que se proclama el Vivir Bien para todos, sin excepciones. Es una época ganada no exenta de todas las contradicciones y tensiones propias de un proceso de cambio; como índica siempre su Vicepresidente Álvaro García Linera, lo ideal es que estas tensiones sean siempre tensiones creativas, permitiendo seguir hacia delante con nuevas respuestas frente a las nuevas demandas venideras.
Son infinitos los hitos alcanzados en este periodo desde aquella victoria de Evo Morales a fines del 2005 cuando sorprendió a propios y extraños irrumpiendo con su instrumento político (el MAS) representando a una mayoría plebeya y subalterna durante décadas neoliberales y siglos de neocolonialismo. El proceso se inició con una refundación constituyente que acabó, después de muchos obstáculos, con una nueva carta constitucional marcando las normas de convivencia para un pacto social diferente a aquel que siempre se venía haciendo por arriba ignorando a los de abajo. Evo Morales comenzó un proceso acelerado de reapropiación de los sectores estratégicos que habían sido expropiados durante la larga noche neoliberal descapitalizando y desangrando a la riqueza del país. La redistribución del excedente económico se fue constituyendo como condición necesaria para redefinir el nuevo régimen de acumulación. Poco a poco, el Estado dejaba de ser aquel heredado Estado Aparente. Gracias a la innegociable defensa de que los recursos naturales bolivianos son de y para los bolivianos, se ha venido aplicando un conjunto de políticas sociales que van saldando la deuda social del pasado. Para este proceso liderado por Evo Morales, los cambios del largo plazo son sólo viables cuando se solventan lo más rápido posible todas las urgencias que sufre la población; el padecimiento social no puede ni debe tener paciencia.
Hacia fuera, Evo Morales siempre entendió que cualquier proceso de cambio adentro requiere de otra forma de inserción en el mundo; no hay transformación adentro que se sostenga si ésta no es combinada virtuosamente con una nueva forma de relacionarse con el mundo, rescatando plenamente la condición de soberanía. En este sentido, Evo Morales tuvo siempre una actitud valiente y decidida, como por ejemplo en el rechazo de los tratados de libre comercio y tratados bilaterales de inversión y la objeción al CIADI (dependiente del Banco Mundial). Estas medidas vinieron además acompañadas de otra premisa clave: sólo con una alianza supranacional regional vigorosa se podría resistir al capital transnacional. Y así fue como Bolivia se fue anclando en el Sur latinoamericano, siendo parte del ALBA, acercándose a Mercosur, participando activamente en UNASUR y CELAC, acabando por ser el país que preside el grupo del G77+China, logrando conquistar progresivamente su emancipación económica y política.
Todo este combinado de avances, cambios y mejoras, de humanización y democratización de la economía, de reapropiación de lo propio, de enaltecimiento de la soberanía, de resituar a Bolivia en el mundo, todo este nuevo paradigma en construcción es lo que justifica que no haya incertidumbre a la hora de votar. Evo Morales seguirá gobernando con amplio respaldo popular porque la mayoría está decidida a que este proceso sea irreversible para que esta época ganada sea duradera.
Alfredo Serrano Mancilla (Doctor en Economía) es Director Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG)
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