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Ficción y comedia de lo electoral

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Fuentes: Rebelión

Sin duda, el que se vive es un panorama que tiene grandes complicaciones económicas en lo internacional, además, debido a las circunstancias que genera la pandemia del Covid, esta situación da para largo. Es por eso que los peligros no sólo se ciernen en relación a la debacle financiera, que será acuciante y agravada en los próximos años, sino que la mayor amenaza es que los países poderosos se lanzarán sobre todo lo que vean.

Y como la estupidez es patrimonio humano (menos mal que no es de las otras especies), la consigna es apoderarse de todos los recursos y destruir el planeta para recuperar lo perdido. La desesperación es evidente y la manipulación política es factible. Los escenarios han sido preparados con antelación, como si la pandemia fuese intencional o como si hubiesen imaginado que llegaría. La persecución se ejerce bajo pena de condenar el pensamiento, la reflexión está presa entre los bandos y los referentes históricos están proscritos.

En este accionar es obvio que los países dependientes y de gobiernos complacientes tendrán el peor de los futuros, además (¡qué coincidencia!) son los que tienen ingentes cantidades de recursos, nuevos y antiguos, para solventar la desesperación de las potencias económicas. Esto tiene que ver con la región de influencia de cada potencia. Las más significativas son Japón y China, en Asia, y Estados Unidos, en América Latina, donde este último ha perdido hegemonía y está impaciente de recuperarla mediante sus “distinguidos servidores”. 

Pero el patrocinio de la situación justo ha dado en el blanco en un periodo en que los errores indiscutibles de líderes “alternativos” cobran factura y promueven discursos de negación. Esto ha servido para esgrimir argumentos, por ejemplo, en el caso de Bolivia, donde un gobierno ilegal, sin perspectivas de nada, ha podido sostenerse más de lo esperado debido a la emergencia de salud, pues ella le permitió generar un discurso político. Sin la urgencia de la pandemia los hechos hubieran sido diferentes y hasta el escamoteo no hubiera gozado de tiempo.

En el ínterin, las fracciones políticas presionadas desde el exterior para hacer representación de la metrópoli debieron rearmarse, pero sin la suficiente capacidad para esconder el deshonroso papel. De ahí que las candidaturas presidenciales ejercitan una suerte de medición de fuerzas para mostrarse y tratar de ganar indulgencias o abandonar con la cola entre las piernas su carrera luego de perder apoyo. Entre ellos se destacan los partidos que permanecen como “cadáveres insepultos”, los fanáticos religiosos que aprovechan el retroceso a comportamientos medievales y los encaprichados que, pese a haber sido rechazados en su visita al imperio, no se convencen de que solamente fueron utilizados para un único objetivo.

De hecho, el teatro de comedia se mueve entre el partido apoyado por su carácter popular y rechazado por su desatinada gestión ligada a la corrupción. Es decir que el candidato de esta tienda política, en su labor presidencial, deberá enmendar los desatinos en relación a la atención de la salud, la falta de desarrollo social, la desorientación sobre el tema medioambiental y rectificar la vil acometida a través del robo al Estado.

Pero también deberá lidiar con las incongruencias que podría originar la intervención del jefe de su partido en ese gobierno, quien debería mantenerse al margen de una administración en la que no tiene cargo.

Por otra parte, se encuentra la candidatura presionada para que exista como tal. La misma que fue utilizada para un fin concreto –un derrocamiento–, debido a que era la única que podía acercarse en el resultado de las elecciones a un punto en el que se justifique el fantasma del fraude.

Esta, que tiene las probabilidades de victoria en una segunda vuelta electoral, es una candidatura que en la gestión estatal no podrá sostener las presiones externas y de las minorías internas, lo cual podría converger en contradicciones con la población mayoritaria. Sin embargo, esto puede ser una “astuta equivocación” que es útil para ostentar un presunto cumplimiento con la historia, experimentar una traición de los allegados, abandonar del poder y obtener una estadía permanente, tal vez, en España.

Pero antes de ello, la aventura derivará en nuevas intenciones separatistas del territorio, además de que no se hallará soluciones a la demanda de capitalidad plena, que cobrará una de las regiones del país a cambio de su apoyo.

Pero, uno de estos posibles escenarios será viable sólo con la “aquiescencia” del Tribunal Supremo Electoral (TSE), cuyo presidente se juega el honor de su nombre, aspecto que debería ser congruente con el panorama medieval que se vive. En el transcurso de su similar en Europa –entre los siglos V y XV–, la honra fue una de las cualidades perseguidas, aunque poco cumplidas por ambiciosos caballeros e hipócritas sociedades apañadas por la religión (pero esa es otra historia de la comicidad). Aunque Salvador Romero se juega su honor, la presión puede ser más fuerte.

Lo divertido en esta actualidad es que “la lucha por la democracia” es una constante. Es un argumento falaz. Es una falacia propagandística. Es un pretexto de intereses. Pero en medio, lo popular no desaparece, las masas alejadas de su conciencia de clase por manipulación han encontrado otra manera de expresión y parecen no salir del esquema de los gobiernos populares en ciertas partes de Latinoamérica, no otra cosa demuestra el contingente de votantes que lleva a la desesperación de las elites.

Oscar Rojas Thiele es comunicador social y periodista boliviano