Cuando se edita un libro, los ejemplares terminan vendiéndose en las librerías, el autor cobra unos derechos -no mucho por cierto-, los traductores reciben sus honorarios, al igual que los correctores, maquetadores, etc… Asimismo, la editorial destina unos fondos para su promoción, bien en publicaciones escritas, radio, televisión o internet. Hoy, 1 de mayo del […]
Cuando se edita un libro, los ejemplares terminan vendiéndose en las librerías, el autor cobra unos derechos -no mucho por cierto-, los traductores reciben sus honorarios, al igual que los correctores, maquetadores, etc… Asimismo, la editorial destina unos fondos para su promoción, bien en publicaciones escritas, radio, televisión o internet.
Hoy, 1 de mayo del año 2004, sale a la luz un libro que, no solamente es subversivo en cuanto a su contenido -se subtitula Un viaje global en dieciséis cuentos de combate-, sino que también lo es en cuanto a su formar de crearse. Un libro que ya nace socializado, colectivizado, donde el dinero no han tenido ninguna interferencia en su proceso de creación.
«La lengua del pueblo» es una recopilación de cuentos de James Petras que sale a la luz como patrimonio común. Desde el autor, que podría haberlos publicado en una editorial convencional, hasta todo el colectivo de traductores, correctores, maquetadores o revisadores de estilo, han participado desinteresadamente en un este proyecto, ya en su génesis, insumiso con el mercado, como bien detalla el maestro de ceremonias Manuel Talens en el prólogo.
Todos habíamos leído los ensayos del sociólogo James Petras, resultado de su excepcional capacidad de observación, su sabio genio deductivo y, no olvidemos, su corazón volcado en la causa del humilde e indignado por el crimen del poderoso. Pero algunas veces la realidad necesita de la ficción para hacerse más elocuente. Es lo que sucede a lo largo de estos dieciséis cuentos que Talens ha estructurado como un viaje, un recorrido geográfico en el que, aunque no lo parezca, existen más constantes de las aparentes. Y es que las miserias de los pueblos, el saqueo del neoliberalismo y los levantamientos contra la humillación se repiten en todos los lugares del mundo.
La deshumanización y alineación de un precario conductor de autobuses de Nueva York en «A tiempo»: «Tenía que terminar el trayecto a tiempo. Son los reglamentos de la empresa. Es la única posibilidad que tenemos los temporales de entrar en nómina».
Insultante el negocio organizado en torno a un genocidio en «la industria del Holocausto»: «Mientras quede un solo superviviente, la industria del Holocausto será un buen negocio». Las víctimas sólo son material de cotización en Bolsa: «Se puede esperar un beneficio de entre el veinte y el treinta por 100 lo cual no está nada mal en un mercado a la baja como el actual». Eso sí, «sus fotografías aparecerán en el New York Times en la sección de interés humano y se los mencionará en las páginas de negocio. Es probable que les organicen una agradable cena en algún hotel elegante cuando se anuncie el acuerdo y, eventualmente, podrán conseguir alguna pasta, si no se mueren antes.
La ironía surge en «Tiene que irse ya, Mr. Cadmouse», los altos cargos del Banco Mundial despedidos y subcontratados, los neoliberales, neoliberalizados: «Sí, vamos a privatizar el Banco (…). Tiene cinco minutos para empaquetar sus documentos».
No falta la surrealista tesis de los dirigentes de las instituciones económicas internacionales para sacar a Indonesia de la pobreza: «Piensa en las posibilidades de empleo: miles de vendedores de saltamontes fritos». Lo absurdo convertido en coherente con las políticas precedentes.
Los miserables criterios de los ciudadanos del mundo rico a la hora de definir sus afectividades con el otro. De «una más de la familia» con el acomodado del país pobre a «No vuelvas a escribirnos. No queremos saber nada más de ti», cuando éste se incorpora a la rebeldía.
El contundente panorama de los países procedentes del ex comunistas y sus dirigentes, convertidos en capos que con su tráfico blancas, ejemplifican en lo que han convertido a sus naciones y sus ciudadanos, como relata en «Reunión en la cumbre».
Estremecedora, en «El campanero», la dignidad e inocencia que sólo puede tener el hombre bueno, Ibrahim, el campanero palestino que no logra despertar la humanidad en el criminal.
Pero, a veces el hombre bueno e inocente se convierte en resistente como en «El Rey de Babilonia y el nacimiento del Salvador de Belén: «Ocuparéis nuestro país y mataréis inocentes, pero nunca conquistaréis a nuestro pueblo. Seréis expulsados de nuestros campos y nuestras plagas os perseguirán hasta los confines de la tierra» afirma.
También tiene un lugar Petras para recordar al traidor y al cipayo con nombre propio en «Adiós al rey Hussein»: «ha sido el mejor administrador no israelí que hemos tenido nunca en los territorios ocupados. Y nos salió barato. Le encantaban sobre todo las putas rubias rusas emigrantes, que le conseguíamos sin ningún problema».
Y para el amigo honorable, «Méndez Arceo, el obispo de Cuernavaca» que le decía la verdad al poderoso que se adueñaba del nombre de Dios y de la democracia: «Ustedes ni son ni cristianos ni demócratas, sino cómplices de un asesinato de masas».
Tampoco faltan las anécdotas con nombre propio. Como la del poeta chileno con la guerrilla en «Neruda en Colombia».
La emoción y la rabia se nos despierta al leer «El Perú en los tiempos del cáncer».
Petras nos señala en «De las minas de estaño en Bolivia a las cafeterías de Cambridge», dónde se puede encontrar la verdad del mundo: «Allí, enterrado en la oscura y húmeda cavidad de una mina, un indio casi desnudo me explicó el comercio internacional con una claridad que eludía el parlanchín profesor de Harvard» y no donde sólo hay «boutiques de lujo, cafeterías chic, estudiantes vestido a la última moda y profesores presumidos que paseaban bajo los viejos robles, con sus carteras en la mano».
Conmovedora es la ternura de Horacio Biderman en «Un doctor meticuloso», ese médico humano incompatible con la modernidad que no se deja atropellar por los imperativos de la productividad y los planes gubernamentales porque los «pacientes tienen enfermedades complejas, que requieren su tiempo para el diagnóstico, para explicarles el tratamiento o el régimen de convalecencia…».
Y llegamos a la última narración, «Justicia popular», donde se muestra con sencillez cómo los pueblos pueden tomar conciencia y aplicar la justicia cuando disponen de las herramientas y el momento adecuado.
Dieciséis ficciones que desvelan mucho más de la realidad que miles de ensayos de los que el mercado siembra en librerías y páginas de ciencia y cultura de los periódicos. Y es que, en muchas ocasiones, los ensayos sólo son ficción y, en otros, como en este caso, es la ficción la que nos descubre lo real.
«La lengua del pueblo». James Petras. Editado para uso público por Rebelión, desde donde se puede descargar íntegro: http://www.rebelion.org/petras/lengua_pueblo.pdf