Según todos los indicios públicos disponibles Andrés Manuel López Obrador ganará las elecciones del próximo 1 de julio. Pero eso no quiere decir que se convierta en Presidente de la República. Vencer en los comicios es condición necesaria pero no suficiente. El establishment tiene infinitos recursos para torcer la voluntad ciudadana. Sobre esta posibilidad existe […]
Según todos los indicios públicos disponibles Andrés Manuel López Obrador ganará las elecciones del próximo 1 de julio. Pero eso no quiere decir que se convierta en Presidente de la República. Vencer en los comicios es condición necesaria pero no suficiente. El establishment tiene infinitos recursos para torcer la voluntad ciudadana.
Sobre esta posibilidad existe mucha y muy dolorosa experiencia. A Cuauhtémoc Cárdenas le fue robada la elección presidencial de 1988. Y lo mismo le pasó al propio López Obrador en los comicios presidenciales de 2006 y 2012.
En ambos casos se trató de fraudes electorales descarados, de evidentes imposiciones. Pero los recursos del llamado sistema político mexicano no se agotan en el fraude electoral simple y llano. También acude a la millonaria compra de votos, al sufragio de los muertos, a la propaganda negra, a las campañas de miedo y odio, a la calumnia, a las llamadas telefónicas anónimas y, como ahora mismo, a un mes de las elecciones lo estamos viendo y sufriendo, al asesinato de los candidatos incómodos.
Para torcer la voluntad popular el establishment tiene todos los instrumentos: la autoridad electoral, el presupuesto público, el sistema de tribunales, tanto los electorales como todos los demás, cual lo estamos observando en el caso de Nestora Salgado. Y tiene igualmente a su disposición a las fuerzas represivas: policías, ejército y bandas paramilitares.
También tiene a su disposición las inmensas fortunas de la oligarquía, la cual no ha disimulado su toma de posición contra López Obrador y en favor de la dupla pripanista, como lo estamos viendo ahora mismo en las descaradas actuaciones de los capitalistas Larrea y Bailleres y de poderosas empresas.
Y ahí están los grandes medios de comunicación, los que en general, no han ocultado su preferencia por los dos candidatos, Meade y Anaya, de la oligarquía, y en contra de López Obrador. En esta toma de postura han mostrado enorme y rabiosa beligerancia la radio y la televisión.
Habrá quienes digan que en las últimas semanas radio y televisión han moderado su fobia anti-López Obrador. Pero eso no quita el efecto que su parcial participación en política electoral, signada por la desinformación, el ocultamiento, la tergiversación y las calumnias, ya ha conseguido en algunos sectores sociales y en muchos ciudadanos.
No debe olvidarse, además, que la campaña anti-López Obrador de radio, televisión y algunos importantes medios impresos se ha dado ya en dos tiempos. El primero, en los largos años en los que el tabasqueño ha sido aspirante presidencial y, el segundo, durante la precampaña y la campaña electorales.
Hay, sin embargo, un tercer tiempo. Esos medios del establishment, como lo demuestra la historia reciente, juegan un papel fundamental en el ocultamiento, disfraz, racionalización y justificación del fraude. Su tarea es convencer a la sociedad de que no hubo fraude. Esto ya lo vimos en los procesos electorales de 1988, 2006 y 2012.
En la historia del último siglo nunca en México un candidato se ha convertido en presidente sin la voluntad del primer mandatario en turno. ¿Tendrá ya López Obrador esa voluntad omnímoda en su favor? Recuérdese que la experiencia de más de un siglo enseña que las puertas de Los Pinos se abren desde adentro.
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