En México, por un amplio margen, acaba de ganar las elecciones el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional -MORENA- Andrés Manuel López Obrador. El campo popular en su sentido más amplio y la izquierda -mexicana y mundial- lo festejan. Incluso hubo quien dijo que esto muestra que de ningún modo está terminado el ciclo de […]
En México, por un amplio margen, acaba de ganar las elecciones el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional -MORENA- Andrés Manuel López Obrador. El campo popular en su sentido más amplio y la izquierda -mexicana y mundial- lo festejan.
Incluso hubo quien dijo que esto muestra que de ningún modo está terminado el ciclo de los gobiernos progresistas en Latinoamérica, tal como los resultados electorales de varios países lo pudieran hacer pensar, con el retorno de propuestas abiertamente neoliberales y la caída/salida de administraciones de centro-izquierda (Argentina, Brasil, Ecuador, Paraguay).
Por supuesto que es para saludar la llegada de aire fresco a la casa presidencial. De hecho, México es un referente en Latinoamérica, y su peso político influye considerablemente en el sub-continente. Más allá de todo lo que pueda decirse de la propuesta de López Obrador, está claro que no es el neoliberalismo descarado, una visión ultra-derechosa de las cosas, un proyecto antipopular. Saludémoslo entonces.
Pero no se pueden dejar de hacer algunas consideraciones críticas, imprescindibles dada la coyuntura. En estas últimas décadas todo el campo popular (de México y de toda América Latina) sufrió un tremendo retroceso. Sobre las sangrientas dictaduras que barrieron el continente (México fue la excepción en ese aspecto) se asentaron los terribles planes neoliberales dictados por los organismos crediticios de Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En realidad, esas políticas fueron un rediseño del capitalismo a escala global donde los únicos beneficiados fueron las grandes potencias -Estados Unidos fundamentalmente, y más aún su banca- y la clase capitalista a nivel mundial. Esto último, en tanto estas líneas neoliberales (capitalismo salvaje, más precisamente dicho) significaron el retroceso y/o pérdida de conquistas laborales y sociales históricas de la clase trabajadora. El trabajo en situación crecientemente precarizada se hizo normal, y los sindicatos pasaron a ser instrumentos cooptados casi completamente por el capital.
México se tornó una abierta dependencia del capitalismo estadounidense, aumentando exponencialmente su pobreza, y como efecto derivado, su clima de violencia generalizada. La narco-política se enseñoreó en toda su geografía, y las migraciones irregulares hacia el «sueño americano» quedaron casi como la única vía de escape.
¿Cambiará eso con López Obrador? Ahí está la falacia que debe apuntarse: su llegada no deja de ser una buena noticia, pero con la aquilatada experiencia que existe después de todos los «progresismos» en nuestros países, debemos ser cautos.
Desde Salvador Allende en Chile, en la década del 70 del siglo pasado, hasta todos los progresismos surgidos ya entrando en el siglo XXI (Chávez/Maduro en Venezuela, el PT en Brasil, los Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay, Lugo en Paraguay, el FMLN hecho gobierno en El Salvador), la situación estructural no ha podido modificarse. Si bien es cierto que planes asistenciales han ayudado mucho en todos esos países, no se han visto cambios sustanciales a largo plazo como sí pasó en Cuba. Si se puede hablar de «fin del ciclo progresista» es porque ha habido un agotamiento en la bonanza de los precios internacionales de ciertas materias primas, lo que hizo que, escaseando las divisas, los planes de ayuda se fueran esfumando.
Obviamente los planes de reconversión ultraderechista que llegaron estos años son una pésima noticia para el campo popular. Al lado de ellos, y ante el fenomenal retroceso del ideario de izquierda de estas décadas debido a la paliza tremenda sufrida por las fuerzas anticapitalistas, la llegada de un poco de oxígeno que representan estas propuestas de ¿capitalismo con rostro humano? se pueden sobredimensionar y ver como grandes avances sociales.
Ahora bien, la realidad, siempre obstinada y pertinaz, enseña algo a sangre y fuego: los cambios reales, profundos, los cambios por los que tiembla la clase dominante, no se consiguen en las urnas. El poder real nace de la movilización popular, no de figuras carismáticas. Puede decirse que estos intentos son eso: intentos, pasos de una larga marcha. Pero sin organización popular desde abajo (léase: revolución socialista) no es posible torcerle el brazo a la serpiente viperina del capitalismo. Aunque sin dudas: ¡bienvenido López Obrador!
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