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Golpistas confesos

Fuentes: Rebelión

La anunciada alianza entre los viejos politiqueros del pasado -Tuto, Mesa, Doria Medina y Camacho- ha nacido muerta, como es sabido, desde que Tuto anunciara su candidatura, pisoteando el supuesto acuerdo para consensuar candidato. Eso no es más que una muestra palpable de la práctica política de los neoliberales, en la que la lealtad no cuenta para nada y la traición es la norma básica a seguir. No debe asombrar a nadie, pues la gente sin principios, ni ideales, no puede actuar de otra forma. El nefasto período neoliberal en nuestro país, y en todos lados, ha estado plagado de casos como este.

La falta de principios de los neoliberales es además nítidamente ilustrada cuando se contrasta su pretendido compromiso con la democracia, al «sacrificar sus propias aspiraciones» en pro de una «unidad democrática» que pueda vencer al «autoritarismo» del MAS, con su participación activa en el golpe fascista de 2019. Efectivamente todos ellos han sido protagonistas en el golpe lo que pone al descubierto claramente su falsedad al pretender un supuesto «compromiso» con la democracia en Bolivia. Más aún, no sólo participaron como golpistas, sino también lo han declarado públicamente, es decir, son golpistas confesos. Veamos los casos uno a uno.

Las confesiones de Camacho son las que más notoriedad han alcanzado, después de que se filtrara el video, en el que se encuentra fanfarroneando ante las hordas delincuenciales de la Unión Juvenil Cruceñista, diciendo que «una vez que su padre cerró con la policía y el ejército, entonces ya podían trasladarse hacia La Paz«. Se trata de una admisión abierta de la confabulación con las fuerzas del «orden», que nunca fue negada por él y además guarda perfecta relación con el motín policial y con la declaración de Jeaninne Añez, en su libro, en la que ella confiesa que al arribar a La Paz encontró a Camacho y Pumari, con uniformes de policía en una guarnición de esa institución. Es pues tan clara la confesión de Camacho que la derecha no ha encontrado modo alguno de desvirtuarla, como prueba del golpe, tanto que ha preferido simplemente no referirse nunca a ella. Ahí tenemos al primer golpista confeso.

Carlos Mesa, por su lado, se delató a sí mismo en uno de los mítines de los pititas previos a la consumación del golpe. «De aquí voy a la presidencia o a la cárcel«, dijo, sin percibir que su conciencia lo estaba delatando. Efectivamente, esa apuesta – la presidencia o la cárcel- es la obvia apuesta que solamente puede hacerla un golpista. Tenía en su mente que la convocatoria a que sus partidarios se concentraran en los tribunales departamentales electorales llevaría a la quema de éstos. Nadie que crea sinceramente que se ha cometido un fraude podría mandar a quemar actas electorales porque obviamente sabe que allí estaría la prueba de su acusación. Por ese motivo, la quema de actas es el golpe a la democracia más claro, y a la vez más infame, que se pueda imaginar. Ahí tenemos al segundo golpista confeso.

Tuto Quiroga, a su turno, también realizó sus confesiones sin percibir que éstas lo delataban como un agente de la CIA, comandando un golpe de Estado. Efectivamente, es conocido por toda la opinión publica latinoamericana que los gorilas golpistas de las décadas de los 70s se cuadraban ante los operadores de la CIA que dirigían los golpes, puesto que era la embajada la que ponía la plata. Quico pensó que nadie relacionaría eso cuando se ufanaba de «haber hecho de agente de viajes» de Evo Morales, al haber llamado desde el rectorado de la Universidad Católica al comandante de la Fuerza Aérea para que permitiera ingresar a Bolivia al avión mexicano que recogería al presidente depuesto. Siendo que, en ese momento, Tuto era un don nadie, no existe explicación alguna para que el comandante de la Fuerza Aérea siquiera le contestara la llamada, a no ser que se tratara del agente de la CIA, que daba instrucciones a los militares golpistas. Ahí tenemos consecuentemente al tercer golpista confeso.

Finalmente, Doria Medina, en la misma infame reunión de la Universidad Católica, coaccionó a Adriana Salvatierra y a Teresa Morales para llegar a algún acuerdo con ellos, dado que, si no lo hacían, ellos «tenían un plan B«. Siendo que no se llegó a ningún acuerdo, se llevó a cabo el plan B, que no puede ser otro que la ilegal autoproclamación de Añez, es decir, la consumación del golpe. Ahí se tiene al cuarto golpista confeso.

Por lo expuesto líneas arriba, resulta ridículo que los neoliberales del pasado pretendan que «realizan un sacrificio» por la democracia al entrar en una alianza para «derrotar al autoritarismo». Ellos no tienen ninguna convicción democrática puesto que son golpistas confesos.

De todos ellos, sólo Camacho está preso. Los tres restantes gozan de plena libertad, mientras el gobierno de Arce ha lanzado una furiosa persecución política a los evistas. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.