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Ernesto Cardenal (Del libro "la Revolución perdida" . Edit. Trota. 2004)

Gracias a Dios y a la Revolución

Fuentes: www.canariasemanal.com/

BIENVENIDO A LA NICARAGUA LIBRE GRACIAS A DIOS Y A LA REVOLUCIÓN decía una gran manta en el aeropuerto cuando llegó el papa. Si Juan Pablo II la leyó, ella le habrá dado más disgusto del que ya llevaba dentro. Analistas religiosos en España observaron que estuvo muy efusivo y cariñoso en toda su gira […]

BIENVENIDO A LA NICARAGUA LIBRE GRACIAS A DIOS Y A LA REVOLUCIÓN decía una gran manta en el aeropuerto cuando llegó el papa. Si Juan Pablo II la leyó, ella le habrá dado más disgusto del que ya llevaba dentro. Analistas religiosos en España observaron que estuvo muy efusivo y cariñoso en toda su gira por Centroamérica, acarició a los niños, saludó a un jovencito o alguna jovencita y algún lisiado, pero no estuvo así en Nicaragua, sino que desde la llegada se mantuvo muy serio y muy rígido, sin ninguna espontaneidad afectiva, ningún gesto que no fuera controlado. Aún antes del bochorno de la misa campal en la plaza.

De las primeras cosas del papa cuando pisó suelo nicaragüense fue la humillación pública que me hizo en el aeropuerto enfrente de todas las cámaras de televisión. Aunque no me cogió de sorpresa porque estaba preparado para ello.

El nuncio ya me había advertido que eso podía pasar. El papa no quería que ninguno de los sacerdotes en el gobierno estuviera recibiéndolo en el aeropuerto. Pero sólo a mí se aplicaba eso. El padre Escoto, que era el canciller, tenía que estar en una reunión de cancilleres en Nueva Delhi. Fernando mi hermano, que después fue ministro de Educación, no lo era entonces, sino que era un dirigente de la Juventud Sandinista. El padre Parrales, otro de los del gobierno, tenía un cargo diplomático en Washington. Sólo yo, como miembro del gabinete, debía estar presente en el recibimiento. Les dije a los de la Dirección Nacional que no tenía ningún interés de estar allí, y que mejor me negociaran por cualquier otra cosa. Porque para la venida del papa todo era negociación. Quién subiría a la escalerilla del avión para bajar con Su Santidad. Si se quitaba el mural de los fundadores del Frente Sandinista que iba a quedar encima de la cabeza del papa (no se quitó). Hasta lo más nimio se discutía. Porque parece que cuando viaja un Pontífice nada es nimio. Y en cuanto a mí, la Dirección Nacional no cedió. Dijeron que debía estar allí, porque además de ser un miembro del gabinete era una gloria nacional.

Se amenazó con que en ese caso el papa no vendría a Nicaragua. Pero hacía poco el presidente Reagan había visitado todos los países de Centroamérica salteándose Nicaragua, y era muy feo que el papa repitiera lo mismo. Al final el gobierno propuso una solución: el papa pasaría saludando de lejos a los ministros, y así no tendría que encontrarse conmigo. El cardenal Silvestrini, que era el segundo de la Secretaría de Estado, en la que el cardenal Casaroli era el secretario, vino una semana antes para afinar los últimos detalles, y dijo que ésa era una solución genial, y que así se haría. Pero el papa lo dispuso de otro modo.

Después de todos los saludos de protocolo, incluyendo los de la guardia de honor y la bandera, el papa le preguntó a Daniel*que lo llevaba del brazo si podía saludar también a los ministros, y naturalmente le dijo que sí; y se dirigió a nosotros. Flanqueado por Daniel y el cardenal Casaroli fue dando la mano a los ministros, y cuando se acercó donde mí yo hice lo que en ese caso había previsto hacer, prevenido ya por el nuncio: y fue quitarme reverentemente la boina, y doblar la rodilla para besarle el anillo. No permitió él que se lo besara, y blandiendo el dedo como si fuera un bastón me dijo en tono de reproche: «Usted debe regularizar su situación». Como no contesté nada, volvió a repetir la brusca admonición. Mientras enfocaban todas las cámaras del mundo.

Un periodista del Atlantic Monthly escribió que yo le conté que mi mamá, dolida por el incidente, me había dicho: «Yo creía que te trataría como un padre», y yo le contesté: «Me trató como un padre, pero no como una madre». Francamente no me acuerdo de eso.

Me parece que todo esto fue bien premeditado por el papa. Y que las cámaras de televisión estaban sobre aviso. Esta imagen fue difundida por el mundo entero, y lo sigue siendo todavía: ahorita mismo, veinte años después, me informan que la han vuelto a sacar con motivo de un reciente viaje del papa.

En aquella ocasión el norteamericano Blase Bonpane escribió una carta abierta al papa diciéndole que era un escándalo lo que había hecho conmigo, y que me debía pedir perdón públicamente. Y le reclamó el que al mismo tiempo que a mí me hubiera hecho ese rechazo en Nicaragua, en El Salvador se hubiera abrazado con el asesino de monseñor Romero.

En realidad era injusta la reprimenda del papa, porque yo tenía regularizada mi situación con la Iglesia. Los sacerdotes con cargos en el gobierno los teníamos con autorización de los obispos, y ellos habían hecho pública esa autorización. (Hasta después fue que el Vaticano nos prohibió tener esos cargos).

Y la verdad es que lo que más disgustaba al papa de la revolución de Nicaragua es que fuera una revolución que no perseguía a la Iglesia. El hubiera querido un régimen como el de Polonia, que era anticatólico en un país mayoritariamente católico, y por lo tanto impopular. Lo que menos quería era una revolución apoyada masivamente por los cristianos como la nuestra, en un país cristiano, y por lo tanto una revolución muy popular. ¡Y lo peor de todo para él es que fuera una revolución con sacerdotes!

No era ésa la posición del cardenal Casaroli, el secretario de Estado. Yo había sido recibido por él en el Vaticano, tal vez como un año antes. Su ornamentado despacho estaba exactamente debajo del despacho del papa, en el piso inferior. Comenzó diciéndome que yo sabía la posición del Vaticano con respecto a los sacerdotes en puestos de gobierno; pero que él creía que Nicaragua podía ser una excepción, porque era una cosa nueva; él solía decir en el Vaticano: «En Nicaragua todo es nuevo». Me preguntó por Solentiname, y cuando le dije que deseaba renunciar para volver allí, vi la preocupación en su rostro. Me dijo que una decisión de esa clase no debía hacerse con ligereza; debía ser pensada bien, y consultada. Vi que le impresionó, y como que era algo en lo que no había reparado mucho, cuando le dije que los cargos de los sacerdotes en la revolución no eran meramente honoríficos, sino de los más fundamentales en una revolución. El de canciller era el ministerio más importante en un gobierno, como era el suyo de secretario de Estado. A Fernando le habían encomendado la formación de la juventud, que era el futuro de la revolución. El de Cultura era el ministerio ideológico de la revolución: encargado de las publicaciones, literatura, cine, teatro, artes plásticas, música, bibliotecas, casas de cultura. Y me volvió a decir que mi ida a Solentiname debía ser bien meditada. A él también lo que más le gustaba era dar clases de filosofía, pero debía renunciar a eso por el trabajo que le había tocado en el Vaticano. Me dijo que al marxismo lo conocía bien, porque había sido nuncio en los países socialistas por ocho años, y que él no tendría objeción a un marxismo que no exigiera tener que ser ateo, y le dije que ése era el marxismo de la revolución de Nicaragua.

La noche antes de la gran misa del papa en Managua, en la misma plaza, y mientras se hacían allí los últimos arreglos, gobierno y pueblo celebraron juntos los funerales de diecisiete muchachos de colegio que habían sido asesinados por la Contra. Fue éste el primer ataque fuerte de la Contra en Nicaragua; todavía no se había conformado bien el ejército y la defensa la hacían los jóvenes, que no tenían mucha experiencia militar ni buenas armas (cuando los atacaron ni siquiera habían colocado postas). La sangre estaba aún fresca, y se esperaba del papa al menos una palabra a favor de la paz.

En los otros países de Centroamérica que visitó el papa la concurrencia fue de 75.000 a 100.000 personas i pero en Managua fueron 700.000! Habían viajado días para ver y escuchar al papa. Vinieron de cada rincón del país en camiones repletos. Toda Managua estaba llena de esos camiones transportando gente. Las masas estaban desde muy temprano en la mañana aguantando el sol abrasador de todo el día. Se había decretado feriado para la venida del papa y se dispuso transporte gratis en todo el país, aun desde los sitios más remotos.

En todas partes se hicieron comisiones con la autoridad civil, la autoridad militar y el cura del lugar, para facilitar el viaje a todo el que quisiera ir a Managua, y para dar el transporte más cómodo a las personas de más edad o con algún impedimento; lo que costó más de un millón de dólares a la empobrecida Nicaragua. El gobierno hizo todo lo posible para que la plaza de Managua, en la misa del papa, se llenara de gente; porque llenarse de gente sería llenarse de revolucionarios.

Así fue que en la plaza hubo 700.000 personas. Nicaragua tenía entonces tres millones de habitantes, y eso quería decir que una cuarta parte de la población estaba allí presente. También la derecha acarreó por su parte lo más que pudo de gente, y éstos fueron unas 50.000 personas lideradas por el padre Carballo, que entraron a la plaza desde la noche antes y ocuparon los lugares de adelante.

Nos extrañó que el papa en su discurso en el aeropuerto hablara de aquellos que habían sido impedidos de llegar a su encuentro como hubieran querido. Lo que repitió varias veces durante la misa. Y ponía un énfasis perverso en cada sílaba, para que se entendiera bien que eran muchos a los que no se les había permitido llegar. ¿Acaso podían haber llegado más de las 700.000 personas? Y como los discursos los traía escritos, y habían sido hechos en Roma, ¿cómo es que ya sabían desde antes que eran muchos a los que se les impidió llegar?

El sudor nos empapaba a todos al comenzar la tarde de aquel 4 de marzo de 1983, pues marzo es el mes más caliente de Nicaragua, y la temperatura puede haber sido de cuarenta grados: pero nadie sospechaba que los ánimos se iban a caldear mucho más que esos cuarenta grados durante la misa del papa.

Sorpresivamente la misa comenzó con una alocución del arzobispo Obando. Tanto que se esforzó la revolución en colmar esa plaza de gente, y fue para que a esa gente le hablara ahora el archienemigo de la revolución. En todas las negociaciones previas, en las que hasta lo más nimio se discutió, no se había contemplado que monseñor Obando hablara. Y Obando dio la bienvenida al papa comparando su llegada a Nicaragua a la visita que una vez Juan XXIII había hecho a una cárcel de Roma. Me chocó esa comparación de Nicaragua con una cárcel, pero más me chocó el aplauso de toda la plaza. ¿Era que el pueblo se había volteado contra nosotros?

Las lecturas de la misa no fueron inocentes. Se veía que habían sido escogidas exprofesamente contra los sandinistas.

Del Antiguo Testamento fue leído lo de la Torre de Babel: los hombres que se quisieron igualar a Dios. Del Nuevo, lo del Buen Pastor: solamente Cristo lo es; los otros son ladrones y salteadores. El tema de la homilía papal fue el de la unidad de la Iglesia, lo que quería decir un ataque a la llamada «Iglesia popular», o también «Iglesia paralela»: los cristianos revolucionarios a los que se acusaba de querer destruir esa unidad.

Fernando y yo estábamos sentados juntos en la tribuna del gobierno, y poco antes de que empezara la misa lo llamó Daniel Ortega. Era para que le dijera a un grupito de teólogos que estaban listos a asesorar en caso de una emergencia, que no había nada que temer, que habían leído la homilía del papa y que no sería conflictiva. Pero resulta que no parecía conflictiva para quien la leyera rápidamente, pero sí lo era pronunciada por el papa. La agresividad no estaba en las palabras sino en el tono acusatorio en que eran dichas y aun gritadas a veces. Una cosa era pasar los ojos por un texto al parecer inocuo, y otra oírlo vociferado por el papa.

Era evidente que el papa odiaba la revolución sandinista, y había llegado a Nicaragua a pelear. Lo desconcertante era que en cada final de frase la plaza estallaba en aplausos y en vivas al papa. Hubo un momento que pensé que la revolución se venía abajo. Me dije que de seguir eso así, a todos los de esa tribuna del gobierno nos iba a tocar hacer maletas esa tarde.

Pero entonces es que cesaron los grandes aplausos; los que aplaudían ya eran sólo los 50.000 que había acarreado el padre Carballo, y el resto de la plaza comenzó a protestarle al papa.

Después me enteré que la orientación de la revolución en todo el país había sido de no decir ninguna consigna política, tan sólo gritar vivas al papa y aplaudir lo que dijera. Se pensaba que lo que diría sería de carácter pastoral; eso había asegurado repetidas veces el Vaticano.

Si uno ve los videos de la misa puede comprobar que hubo un cambio progresivo en la gran mayoría de la plaza, dejando de aplaudir primero, y protestando más y más después, conforme se van dando cuenta que el papa al hablar de la unidad de la Iglesia está hablando contra la revolución y contra los cristianos y los sacerdotes de la revolución. Y que por lo tanto no fue como muchos dijeron después, un ataque al papa hecho premeditadamente por los sandinistas; sino que el papa atacó primero a la revolución, el pueblo se mantuvo confuso y dudoso como veinte minutos, y después reaccionó contra el papa.

Repetidas veces el papa había dicho que Nicaragua era su «segunda Polonia». Y ése fue un gran error, porque Nicaragua no era Polonia. El creía que había un régimen impopular, rechazado por la gran mayoría cristiana, y que su presencia beligerante provocaría una sublevación del pueblo contra los comandantes de la Dirección Nacional y la Junta de Gobierno que estarían presentes en la plaza. Que bastaba que él hablara contra la revolución sandinista, y tendría el respaldo masivo de esa plaza. Y el papa llegó a Nicaragua a desestabilizar la revolución. Si el papa no hubiera estado equivocado, la noticia mundial ese día habría sido que el pueblo de Nicaragua rechazaba la revolución. Y ciertamente ése hubiera sido el derrumbe de la revolución sandinista, como yo lo llegué a temer esa tarde. Pero como el pueblo defendió su revolución y rechazó al papa, la noticia mundial fue «el agravio que se hizo al papa en Nicaragua».

El pueblo le faltó el respeto al papa, es verdad, pero es que antes el papa le había faltado el respeto al pueblo.

Primero las madres de los diecisiete muchachos muertos comenzaron a pedirle al papa una oración por sus hijos, y él no les hizo caso. Y después se acercaron al altar, y empezaron a pedirlo a gritos. Otros pedían una oración por la paz, y después eran muchos coreando la consigna «i Queremos la paz!», lo que hizo que el papa respondiera a la multitud gritando: «La primera que quiere la paz es la Iglesia»; y más tarde, porque las protestas del pueblo iban creciendo, cogió el micrófono y gritó a todo pulmón: «iS i l e n c i o!».

Lo que irritó más al pueblo, que no estaba acostumbrado a que sus dirigentes le gritaran jamás «iSilencio!». A partir de entonces el irrespeto fue total. El papa quería decir las palabras de la consagración, las del momento más solemne de la misa, y no podía por las consignas que la multitud gritaba: «¡Queremos la paz!», y después: «iPoder Popular!» y «iNo pasarán!». Había también vivas al Frente Sandinista, mientras los miles de la derecha que estaban en la parte delantera de la plaza lanzaban vivas al papa. En uno de los videos se oye a una mujer que grita: «iNo es un papa de los pobres; miren cómo se viste!» Dos o

tres veces más el papa tuvo que volver a gritar silencio. Por primera vez en la historia moderna un papa era humillado por la multitud. En los videos se le ve desconcertado por lo que está pasando, y varias veces da muestras de vacilación y que está a punto de dejar el altar. Al final de la misa, la bendición papal apenas la pudo hacer, después de iniciarla tres veces, ante una multitud que ya estaba cantando el himno del Frente Sandinista.

El papa se fue directamente de la misa al aeropuerto, en un auto en el que lo acompañaba sólo el arzobispo Obando. Y en el trayecto ninguno de los dos se dijeron una palabra. Al que fue el chofer de ese vehículo, que era un oficial del ministerio del Interior, si lo oí contar: que el papa iba taciturno, y no habló ni comentó nada de lo que había pasado.

Ya en el aeropuerto el papa quiso subir al avión sin ningún protocolo de despedida, pero lo detuvieron los obispos que llegaron poco después que él.
El embajador de Nicaragua en el Vaticano, mi amigo Ricardo Peters, me contó que al acabar la misa se le acercó sombrío el cardenal Casaroli para preguntarle su opinión, y él le dijo: «El papa vino a hacer un acto político a Nicaragua, y Su Eminencia vio el resultado». Casaroli pareció estar de acuerdo, porque dijo que verían cómo enmendaban eso en Roma. Pero era algo que no tuvo enmienda.

El cardenal Casaroli había sido partidario de las buenas relaciones con Nicaragua, y a lo mejor le alegró lo que había pasado, porque eso le venía a dar la razón a él y demostraba que la política del papa estaba equivocada. Posteriormente él fue destituido de su cargo de secretario de Estado (el número dos del Vaticano y a quien se consideraba un posible papa) y enviado a una oscura parroquia de Italia; donde no sé si tendría la oportunidad de dar las clases de filosofía que él amaba. Obando fue premiado con el nombramiento de cardenal, y al regresar de Roma, antes de ser recibido en Nicaragua, se presentó ante los exilados nicaragüenses en Miami, que le hicieron un recibimiento triunfal.

Lo que dijo el Vaticano, lo que dijo la prensa capitalista del mundo entero, lo que dijeron muchos obispos, fue que el régimen marxista de Nicaragua había cometido un ultraje contra el Sumo Pontífice; se habló de sacrilegio y de profanación de la misa papal. Y en otras ciudades de Centroamérica que él visitó después se celebraron misas de desagravio. Fue un descrédito mundial para la revolución ciertamente. ¿Pero qué hubiera pasado si el pueblo hubiera seguido aplaudiendo? Me parece que fue una prueba de fuego que tuvo la revolución, y que salió triunfante. Porque era un pueblo mayoritariamente católico el que estaba allí presente, y ni todo el prestigio y poder espiritual del papa de Roma pudo hacer que se volteara contra sus dirigentes, sino que lo hizo contra el papa.

En Estados Unidos el periódico católico National Catholic Reporter escribió que en Managua el papa se había negado a hablar de la paz como lo hizo en las otras naciones centroamericanas, y que allí la multitud se le enfrentó como lo había hecho San Pablo con el primer papa.

También hubo otros que señalaron que en las diferentes misas campales de Centroamérica el mensaje del papa fue la paz, menos en Nicaragua, donde era más necesario porque estaba enfrentando una guerra. No habló de paz y no rezó por los caídos. Igualmente se señaló que en los países latinoamericanos donde había guerrillas el papa siempre se dirigía a los guerrilleros exhortándolos a que depusieran las armas. Solamente no lo hizo en Nicaragua, que sufría una guerrilla financiada por Reagan, y era el único sitio donde su exhortación podría haber influido, porque cometían muchos crímenes atroces invocando su nombre.

Unos meses después circuló por el mundo un documento secreto que parece que fue en el que se basaron para asesorar a Juan Pablo II en la visita que haría a Nicaragua. Teólogos españoles dijeron que la actitud del papa parecía haberse atenido literalmente a las propuestas de este documento, y que aquí se encontraba la clave de la actuación del papa en este país. La revista francesa Informaciones Católicas Internacionales comentó: «Parece más bien un informe hecho por el Consejo de Seguridad de Estados Unidos que un documento pastoral. Todo ahí se realiza en términos políticos y de relaciones de fuerza; no hay ningún vestigio de una preocupación pastoral o evangélica». Se descubrió también que el autor era el nicaragüense Humberto Belli, un fanático de derecha, que después del triunfo de la revolución dirigió la campaña ideológica del diario La Prensa en materia religiosa, colaboró estrechamente con monseñor Obando, y más tarde en Estados Unidos organizó una campaña de difamación de la revolución sandinista y de los sectores de la Iglesia que la apoyaban. El texto de Belli, sintetizado por un equipo especializado norteamericano, fue dado al papa, con una estructura gramatical y sintáctica tomada del inglés, y con él fueron elaborados los discursos que el papa llevó a Nicaragua.

También hay algo que el Vaticano ha mantenido en secreto, y son muy pocos los que lo han sabido, y es que con la venida del papa llegaron a Nicaragua como veinte chalecos antibalas; y le insistieron al papa que usara uno durante su misa campal, aunque él no lo quiso usar. Y para mí éste es un dato muy revelador: indica que sabían que el papa estaría incendiario en Nicaragua, que podría incluso hasta tumbar al gobierno, y por tanto podría ser víctima de un atentado.

El superior general de una orden religiosa, muy vinculado al Vaticano, reveló una vez en confidencia que el papa Juan Pablo II era muy vengativo, y jamás olvidaba lo que se le había hecho en Nicaragua. Esto fue confirmado cuando años después Juan Pablo II regresó a Nicaragua a vengarse de los sandinistas, y no perdió oportunidad de humillar a los dirigentes que lo habían humillado, y ahora habían perdido el poder político tras una derrota electoral. Ello hizo que el National Catholic Reporter también escribiera esta vez que el papa que había visitado una cárcel de Roma para perdonar al que atentó contra su vida, en Nicaragua no había sido capaz de perdonar a los sandinistas.

Esta segunda vez el papa dijo en su misa campal que ahora sí habían podido llegar a expresar su fe ante él todos los que habían querido, sin que nadie se lo impidiera: aunque el público que había en esa misa era una tercera parte del que hubo la primera vez. Se refirió a la Nicaragua de la vez anterior llamándole «la noche oscura», aunque aquella misa había sido a media tarde en pleno sol.

Y es verdad que cayeron tinieblas para muchos católicos, cuando al final de la tarde se alejaban de la plaza cubierta de papeles; y vaciló la fe de muchos, y habrá habido otros que perdieron la fe.

Y tal vez quien mejor interpretó a la mayoría de los que colmaron la plaza fue un vendedor de maní que dijo: «El papa no nos dijo nada, nos ha dejado un vaciíto».

GRACIAS A DIOS Y A LA REVOLUCIÓN: esas palabras con las que Juan Pablo II fue recibido en el aeropuerto eran unas que el pueblo de Nicaragua repetía con frecuencia. Tal vez era porque Dios y revolución eran dos palabras amadas por los cristianos revolucionarios, y los cristianos revolucionarios eran la mayoría del pueblo. Porque la mayoría de los cristianos eran revolucionarios, y la mayoría de los revolucionarios eran cristianos. Tal vez por eso mismo al pueblo le gustaba repetir aquella consigna: «Entre cristianismo y revolución no hay contradicción». Aunque lo que yo vi una vez escrito en una pared me parece que era todavía mejor: «Cristianismo y revolución son lo mismo».

En Nicaragua sucedió que al mismo tiempo que surgía el movimiento sandinista surgió un movimiento de renovación cristiana. Y así fue que el sandinismo que era una revolución marxista se fue haciendo también una revolución cristiana.

Era verdad que entre cristianismo y marxismo no tenía tampoco por qué haber contradicción, pero no entre cualquier cristianismo y cualquier marxismo, sino entre un cristianismo revolucionario y un marxismo sandinista. La contradicción era entre cristianismo burgués y pueblo revolucionario, o más exactamente entre burguesía y pueblo. Y si he dicho marxismo sandinista es porque el teólogo de la liberación Giulio Girardi ha hecho ver que así como había un marxismo soviético dogmático y metafísico, había un marxismo nicaragüense flexible y pluralista.

Al mismo Giulio Girardi le oí decir en un congreso que hubo en Europa sobre la Nueva Nicaragua, que Estados Unidos temía más a la Nueva Nicaragua que a la posibilidad de que Nicaragua fuera una nueva Cuba, porque no era una amenaza militar pero sí era una amenaza política y cultural. Y de la misma manera la jerarquía le temía más a una revolución abierta a los cristianos que a una revolución anticristiana.

La gran originalidad de la revolución de Nicaragua es que fue una revolución de marxistas y cristianos. Hubo quienes eran sólo cristianos o sólo marxistas, y hubo también cristianos-marxistas (como fue el caso mío y de muchos otros) y habría quienes no eran ni cristianos ni marxistas pero serían genuinamente revolucionarios.

El marxismo se benefició con el cristianismo. Marx creía que el comunismo libraría a la humanidad de toda mitología religiosa, pero en Nicaragua se dio el caso que el cristianismo revolucionario purificó al marxismo de mitología religiosa.

El amor al prójimo practicado en la nueva Nicaragua por la revolución hizo que muchísimos cristianos consecuentes fueran atraídos por ella. Revolución era la palabra que más se oía en Nicaragua, y no era sólo una palabra sino también un hecho: un cambio de mentalidad, una transformación del país, y comienzo de la creación de personas nuevas y de una sociedad nueva.

El enseñar gratis en las zonas de guerra, las campañas voluntarias de salud, el trabajo voluntario sin ninguna paga, el trabajo sin horario fijo, todo eso significaba la palabra REVOLUCIÓN. Era como la había descrito el padre Camilo Torres: una tarea cristiana y sacerdotal. La Iglesia católica de Cuba no lo había entendido así. Comenzó a entenderlo después, según se ve por declaraciones que han hecho como: «La sociedad socialista nos ha enseñado a dar por justicia lo que antes se daba por caridad».

Nuestro gran obispo de la liberación latinoamericana, Pedro Casaldáliga, vio en Nicaragua un letrero que decía: «Amá a tu prójimo como a vos mismo. Alfabetizá». Y dijo que era una bella versión nica del mandamiento nuevo. Es como Camilo Torres había definido también la revolución diciendo que era la «caridad eficaz»: no la caridad ejercida individualmente sino en toda la sociedad. Refiriéndose a la revolución de Nicaragua el teólogo español José María Vigil dijo que había visto una «macrocaridad» (que es lo mismo). Y también le llamó: «el amor político».

El teólogo bautista Jorge Pixley, un norteamericano residente en Nicaragua, hablaba de las Buenas Nuevas de Dios para los pobres dadas por la revolución: «La revolución pretende poner al alcance de todo el pueblo, la alimentación adecuada, educación, servicios de salud, viviendas, transporte, etc. Evidentemente la revolución se presenta como buenas nuevas para los pobres». La revolución de Nicaragua, escribió el teólogo presbiteriano Richard Shaull, también norteamericano, era una oportunidad inusitada de orientar la sociedad hacia el reino de Dios, y por eso era el júbilo que despertaba en los cristianos dentro y fuera del país. También alguien que escribió en el Atlantic Monthly sobre religión y revolución en Nicaragua, señalaba que entre los sandinistas las palabras «reino de Dios» afloraban en el lenguaje con una frecuencia que pasmaba a los visitantes, tanto seglares como religiosos. Y lo más asombroso, dice, era el tono cotidiano con que se emplean esas palabras: «La gente habla del reino de Dios como si fuera un bus que están aguardando».

El teólogo alemán Johann B. Metz creía que de Nicaragua iba a surgir una nueva Iglesia, que ya no sería la Iglesia en alianza con los poderosos, sino con los pobres, con los que no tienen el poder. Eso sería un gran cambio en la historia del cristianismo, decía. El tiempo en que la Iglesia legitimaba a los poderosos habría pasado, y habría llegado la época de la liberación y de la función subversiva de la Iglesia.

También Giulio Girardi dijo que con la Nicaragua revolucionaria pasó algo parecido a lo de Israel, que fue un pueblo tan pequeño cargado de un mensaje universal. Y el teólogo laico argentino Enrique Dussel cuenta que estaba en la India, en Calcuta, y un miembro de un partido de allí le dijo que para la India, con setecientos millones de habitantes, Nicaragua tenía mucha importancia porque era una revolución realista capaz de captar el fenómeno religioso. La India era un país inmensamente religioso, y sería impensable una revolución social sin que los creyentes participaran en ella. Y lo que había acontecido en Nicaragua, decía, era algo distinto de lo que había ocurrido en todas las revoluciones del Tercer Mundo hasta entonces: no sólo se levantaba contra el sistema capitalista, sino que lo hacía con los símbolos y el potencial religioso del pueblo, y esto era una novedad en la historia universal.

En Venezuela le oí decir a un viejo líder del partido comunista que viendo que los cristianos se estaban haciendo revolucionarios se daba cuenta que ya iba a ser posible la revolución en América Latina. Ellos antes habían creído que la revolución se podía hacer sin los cristianos, dijo; pero en eso no habían sido buenos marxistas, porque no habían tomado en cuenta que el pueblo era cristiano, y que una revolución así tendría que ser una revolución sin el pueblo, y por tanto una falsa revolución. (Estábamos en una gran reunión de gente humilde, que en su mayoría eran cristianos y revolucionarios).

Nicaragua era un país, el único en el mundo, en que la Teología de la Liberación estaba en el poder. Nacida del seno de los oprimidos, ya no era subversiva ni clandestina, y no tenía que oponerse y denunciar injusticias, pero siempre era una teología de la revolución.

Un grupo de obispos latinoamericanos influyentes se le quejaron al papa, diciéndole que la Nicaragua sandinista se había convertido en una Meca de todos los teólogos de la liberación. Y era cierto. Uno de esos teólogos, José María Vigil, dijo que Nicaragua era un símbolo, y que tras su valor simbólico estaba la causa de los pobres, la causa de Jesús. Otro, Julio de Santa Ana, dijo que lo que ocurría en Nicaragua era una mediación del reino de Dios. Y Arturo Paoli encontraba que de toda América Latina era el lugar donde el Evangelio tenía mejores oportunidades de ser anunciado y vivido.

La monja norteamericana Mary Hartman, que desde hacía muchos años trabajaba en el país, consideraba que la gran cantidad de norteamericanos que visitaban la revolución de Nicaragua estaban llegando a aprender, para después convertir a los Estados Unidos al Dios de los pobres.

Esta revolución fue ecuménica, no sólo porque reunió a las distintas Iglesias cristianas, sino porque unió también a cristianos y ateos. Para el obispo Casaldáliga el diálogo que el cristianismo tuvo con el marxismo en Nicaragua era un diálogo que no se había dado en ninguna parte del mundo. Eso hizo que Graham Greene, en una gran reunión de escritores que hubo en Moscú, dijera mirando fijamente a Mijail Gorbachov: «En Centroamérica se está borrando la contradicción entre cristianismo y marxismo».

Cuando Fidel Castro estuvo en Nicaragua para el primer aniversario de la revolución se reunió con más de ochenta sacerdotes, religiosos y monjas. Una monja de riguroso hábito y voz áspera se levantó para reclamarle a Fidel, y pensamos que sería por el comunismo del comandante, pero fue más bien porque él una vez había hablado de la alianza estratégica entre cristianos y marxistas, y para la monja de lo que se debía hablar era de una identificación total. Fidel respondió que había dicho eso en Jamaica ante una pregunta que le hicieron, de que si la alianza sería táctica o estratégica, y él dijo naturalmente que estratégica, pero prefería el planteamiento de la monja, de que debía ser una identificación total. Y pocos días después, en la celebración del aniversario de la revolución cubana, el 26 de julio, Fidel contó este incidente, y dijo que en Nicaragua ya no se creía en una alianza estratégica entre comunistas y cristianos, sino en una unidad activa y permanente. Lo que fue una novedad para los cubanos, porque no se lo habían oído nunca.

Gran impacto tuvo después en Cuba, como también en toda América Latina, y por supuesto también en Nicaragua, el libro «Fidel y la Religión», basado en más de veinte horas de entrevista que le hizo a Fidel el dominico brasileño Frei Betto. Miles de ejemplares se agotaron en pocas horas. Fue uno de los más grandes bestsellers de la historia editorial cubana. Hubo muchos que dejaron de asistir al trabajo para poder adquirir un ejemplar, porque las ediciones se agotaban antes de que fuera la hora de cierre de las librerías. Se prohibió vender más de un ejemplar por comprador para evitar el mercado negro, y la policía tuvo que llegar a algunas librerías porque el público amotinado quebraba vitrinas. El libro fue traducido a muchos idiomas y circuló en el mundo entero.

Frei Betto había estado en aquella reunión con Fidel en la que una monja le reclamó por lo de la «alianza estratégica», y esa vez Fidel lo invitó a Cuba, y se inició una amistad entre los dos que llegó a producir después la insólita entrevista. El libro fue una sensación en Cuba porque en las incontables entrevistas de Fidel nunca se había tocado ese tema. Para sorpresa de los cubanos y de todo mundo, Fidel plantea la necesidad de la unión de cristianos y comunistas; afirma que para ser marxista de ninguna manera hay que dejar de ser cristiano; critica el sectarismo de muchos marxistas que han sido anticristianos; piensa que lo que se ha hecho en Cuba con respecto a la religión no puede ser modelo, y que en América Latina tiene que ser de otra forma; elogia a los sacerdotes que han apoyado la revolución de Nicaragua; expresa su gran interés por la Teología de la Liberación; considera que una Hermana de la Caridad es el ejemplo de un buen comunista; declara que el Sermón de la Montaña lo podría haber suscrito Carlos Marx… Fue un libro en el cual no era nada ajena la revolución de Nicaragua, y que produjo un cambio en Cuba. Y el ministro de Cultura Armando Hart lo llamó con una palabra que no era propia de un ateo como él: un milagro.

Estuve en la presentación del libro en un encuentro de escritores en La Habana, en el Palacio de las Convenciones, y presidiendo la mesa junto con Fidel, Frei Betto, García Márquez, Mario Benedetti, Armando Hart, y otros. Esa noche festejamos la apertura del encuentro en la casa donde estaba hospedado Frei Betto. Allí Fidel me dio 20.000 ejemplares del libro para que lo regaláramos en Nicaragua; le dije que los íbamos a pagar, pero me dijo que ni Cuba estaba tan pobre para necesitar ese pago, ni Nicaragua tan rica para poder hacerlo.

A mi lado Fidel Castro y García Márquez se enfrascaron en una conversación muy erudita sobre whiskys, coincidiendo en que los de gran calidad no eran los de marcas famosas ni los más caros, sino unos de destilación muy restringida y casi inobtenibles. Una vez más admiré esa genialidad de Fidel de saber casi de todo (últimamente se había hecho experto en la deuda externa, y comenzaba a serlo ahora en Teología de la Liberación) y lo comenté con Frei Betto. Le dije que creía ver en Fidel dones preternaturales, y Frei Betto me confió que en Fidel había habido «una experiencia mística», sin dar más detalles.

Sin embargo, en cuanto a fe religiosa Fidel ha dicho que no la tiene. Y en esos días de la entrevista se refirió a Frei Betto diciendo: «Aún no lo ha logrado, pero si alguien puede hacer de mí un creyente es Frei Betto». Y a un periodista de la CBS le dijo: «No, yo no rezo. El rezo mío en el colegio fue muy mecánico».

El teólogo francés Francois Biot dijo que la unión de cristianismo y marxismo ocurrida en Nicaragua era un hecho histórico muy importante, independientemente de la debilidad económica del país; y que por eso Nicaragua era una esperanza para el mundo. También dice: «Es bien sabido que Cuba desempeña un papel muy importante para América Latina, pero este papel se restringió por la ruptura que allí hubo entre cristianismo y marxismo, situación que actualmente está en trance de transformación. Nicaragua ha suplido los fallos de la revolución cubana. Y la revolución actual de Cuba no es ajena al proceso nicaragüense».

Ésta es la razón por la que se dijo en la revista Areito, hecha por revolucionarios cubanos en los Estados Unidos: «Quizás se pueda afirmar que en su conjunto los cristianos de Nicaragua han realizado la más significativa aportación de todos los tiempos al cambio social en América Latina».

Y el español José María Vigil escribió que ésta no sólo era una autodefensa del pueblo pobre de Nicaragua, sino que Nicaragua, por su posición central en la encrucijada del conflicto de intereses geopolíticos, se había convertido en el símbolo de la lucha de los pobres del Tercer Mundo. «Lo que se defiende al defender Nicaragua es mucho más: es ya un caudal de esperanza de los pobres de América Latina, del Tercer Mundo y del mundo entero». Y otro teólogo, Teófilo Cabestrero, veía que en Nicaragua se había producido un hecho histórico sin precedentes, llamado a tener grandes consecuencias en América Latina y en las Iglesias cristianas del mundo entero: y era que nunca antes en ninguna época de la historia tantos cristianos participaron en una revolución popular movidos por su fe. Agregaba: «Lo sucedido en la revolución sandinista es absolutamente nuevo en la historia de las revoluciones y en la historia de las Iglesias».

En Nicaragua los cristianos revolucionarios crearon un nuevo lenguaje y nuevos símbolos religiosos, nuevas oraciones y nuevas formas litúrgicas. Se hizo una nueva lectura bíblica, y hubo una nueva reflexión teológica. Se creó una teología de abajo a arriba, dice Pablo Richard, partiendo de la experiencia de la Iglesia de los pobres. Inspirados en los talleres de poesía del ministerio de Cultura surgieron los Talleres Populares de Teología. Ellos produjeron el nuevo teólogo de la liberación en Nicaragua, que era el mismo pueblo revolucionario. Ya no es la teología de un grupo especializado en asuntos religiosos, sino el pueblo mismo que con su conciencia de clase, y de acuerdo a su realidad, analiza la Biblia. Dijo uno de esos teólogos populares: «Nunca había pensado que iba a hacer teología. Pensaba que era muy difícil, pero veo que es dar ideas sobre lo que vivimos, y eso sí puedo». Y otro: «Pensábamos que la teología era de los sacerdotes y de gente religiosa, pero vemos que la teología nace en la vida del pobre, en la vida de nosotros, pues». En el Taller Popular de Teología de Ocotal, una ciudad del norte, dijeron: «Logramos que un grupo de obreros, campesinos y amas de casa aporten a nuestra teología escribiendo sobre nuestra realidad cotidiana, y es curioso que también algunos analfabetos puedan hacerlo». Y en el Taller Popular de Teología de Condega, también del norte: «Esta innovación sólo ha sido posible en una patria en revolución, en la que el pueblo asumió la tarea de transformar la sociedad, y hace su propia teología popular».

El obispo Casaldáliga cita una frase de Tomás Borge: «Nicaragua es el único lugar del mundo donde es la Iglesia la que persigue a la revolución». En realidad desde 1981, coincidiendo con el inicio de la administración Reagan y con el famoso documento de Santa Fe que ordenó la persecución de la Teología de la Liberación, monseñor Obando junto con otros obispos más, desataron una persecución implacable contra sacerdotes y monjas que trabajaban en los barrios populares y habían hecho la «opción por los pobres». En innumerables casos fueron desterrados de Nicaragua. A sus superiores en Nicaragua se les presionó para que los hicieran abandonar el país. En otros casos fueron presionados los superiores generales de las órdenes religiosas en Roma, como sucedió con los jesuitas, con los franciscanos, con los Hermanos de La Salle, con las Hermanas de la Caridad, con los Dominicos. En cierta ocasión Obando quiso expulsar a todos los dominicos del país y no lo pudo hacer porque no lo permitió Casaroli. Nicaragua se vio privada de muchos sacerdotes extranjeros. Muchas veces cuando un sacerdote viajó al extranjero, ya no pudo regresar; había sido sustituido por otro que no estaba con la revolución. Y también sacerdotes y monjas nicaragüenses fueron sacados de sus parroquias y escuelas por defender la causa de los pobres; o se les trasladó a lugares donde no tuvieran influencia en la población. Hay que agregar que además hubo muchos casos en los que párrocos derechistas se negaban a oficiar funerales por combatientes que habían muerto en defensa de la revolución. Los Delegados de la Palabra que estaban con la revolución fueron destituidos de sus cargos. Sólo podían serlo aquellos a los que los obispos habían dado un carnet oficial, que eran los que no estaban con la revolución. Y sólo ellos eran los que podían comentar la Palabra de Dios; y el pueblo se debía limitar a escuchar.

La jerarquía católica atacaba a la revolución por ser materialista y atea, según ella, y por adorar dioses falsos. Por eso fue un ataque solapado a la revolución un gran rótulo que pusieron en las carreteras diciendo: PARA NOSOTROS NO HAY MÁS QUE UN SOLO DIOS. Por sugerencia mía se les escribió debajo otras palabras: El de los pobres. Supimos que esos rótulos eran pagados por amigos norteamericanos del cardenal Obando. Pero ante el agregado nuestro ellos nada pudieron hacer, y los rótulos, así enmendados, se mantuvieron varios meses. Periodistas extranjeros y muchos otros visitantes admiraron esa propaganda religiosa del gobierno revolucionario, según ellos, inspirada en la Teología de la Liberación y a favor del Dios de los pobres.

Otro ataque velado de la jerarquía a la revolución fue un rótulo también de carreteras que decía: BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE DIOS. Dando a entender que lo importante no era la justicia, en la que insistía la revolución atea, sino la religiosidad. Lo que era una sacrílega alteración de las palabras de Cristo, que no llamó bienaventurada al hambre y sed de religiosidad sino de justicia.

Nuestro escritor José Coronel Urtecho en sus «Anotaciones sobre la revolución» señaló: «Lo que más hace resaltar la importancia mundial de la revolución de Nicaragua es que sus dos principales adversarios sean Reagan y el papa». El derrumbe de los regímenes socialistas europeos, según reveló la revista Time fue hijo de una «santa alianza» entre Reagan y el papa. Y el National Catholic Reponer lo expresó con estas palabras: «El Vaticano se acostó con la Agencia Central de Inteligencia». El obispo Thomas Gumbleton, de Detroit, criticó el hecho de que el papa se aliara con la CIA precisamente en los momentos en que el gobierno de los Estados Unidos minaba los puertos de Nicaragua. El nuncio papal en los Estados Unidos en ese tiempo, monseñor Pío Laghi, fue uno que colaboraba con la Contra nicaragüense en agradecimiento por las sanciones de Reagan a Polonia, según lo reveló también el Time. Y no sé si es casualidad el que ese mismo monseñor Laghi hubiera sido antes nuncio en la Nicaragua de Somoza, y un nuncio somocista.

Y para que vean que era cierto lo que dijo el poeta Coronel Urtecho de Reagan y el papa: cuando Nicaragua fue elegida al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, todos los delegados se levantaron de sus asientos y fueron a felicitar a la delegación nicaragüense; sólo hubo dos que no lo hicieron, y fueron el delegado de los Estados Unidos y el del Vaticano (el Vaticano está como observador en las Naciones Unidas).

La guerra contra la revolución de Nicaragua fue también una guerra de carácter teológico. Había una teología de la muerte producida por el Instituto para la Religión y la Democracia en contra de nosotros que éramos considerados parte del Imperio del Mal. El presidente Reagan había dicho: «La estructura del gobierno sandinista es la de un estado comunista y ateo, es un reino de terror, y luchar contra él es luchar contra el mal». Esto era lo que el teólogo de la liberación Giulio Girardi había llamado «la teología del gobierno norteamericano; el cual ha manifestado en estos años una fervorosa vocación teológica y pastoral». El padre Xavier Gorostiaga s.j. cita lo que dijeron los generales del Pentágono: que la guerra de Vietnam la habían perdido por las universidades norteamericanas, y en Centroamérica la estaban perdiendo a causa de la Iglesia.

Era una nueva Iglesia que se había convertido en un problema de seguridad para Estados Unidos, y por eso se creó el Instituto para la Religión y la Democracia.

También por eso fue la gran cantidad de sectas fundamentalistas y espiritualistas que surgieron por toda América Latina. En Nicaragua hubo una proliferación de sectas después del triunfo, y un buen número de ellas con nombres extravagantes como: «Iglesia Evangélica Cuadrangular Nacional»; «Iglesia Columna de la Verdad»; «Iglesia Casa del Dios Viviente»; «Iglesia del Dios de la Profecía»; «Iglesia del Sendero de la Cruz»; «Iglesia Jardín de Dios»; «Iglesia las Florecillas del Campo»…

«Por aquí no ha pasado ningún obispo», dijeron los compas que hacían posta a la entrada de un pueblito del norte y estaban esperando al obispo brasileño monseñor Casaldáliga para escoltarlo. ¡El obispo se les pasó! Al ir él en un jeep con su camiseta y pantalón humilde, y unas botas destrozadas que en Cuba se las pidieron después para ponerlas en un museo, no distinguieron a ningún obispo. Creían que tendría que ir vestido como un obispo.

El obispo Casaldáliga no fue recibido en Nicaragua por ningún obispo; más bien escribieron una protesta porque él llegaba. Durante dos o tres meses estuvo haciendo en Nicaragua lo que ningún otro obispo hacía: consoló gran cantidad de madres, besó muchos féretros, dio abundantes charlas, oró y cantó con el pueblo, y celebró liturgias fraternas con guitarras en ermitas rurales o al aire libre. Le llamaban el «hermano Pedro», o el «compañero obispo». Hubo casos en que la Contra entró a un poblado poco después que él hubiera salido de allí. Las cruces de los caídos jalonaban las carreteras como si fueran víacrucis, dice en un bello libro que escribió: Nicaragua, combate y profecía. Preguntó en un pueblito de montaña: «¿Y ahora están más tranquilos?». Le respondieron: «Sí, en los últimos ocho días no ha habido muertos, no ha habido secuestrados». En todas partes eran las mismas preguntas sobre los obispos, la Iglesia, el papa. «¿Qué le pasa a la Iglesia?». «Qué pasa con los obispos?» Vio que la Iglesia era un problema gravísimo en Nicaragua. El primer problema era la agresión; el segundo la Iglesia. Dice que constató que globalmente hablando el pueblo estaba con la revolución, y que era un suceso histórico irreversible, «Gracias a Dios y a la revolución, como este pueblo dice, y quién sabe si gracias a Reagan también». Veía a la revolución de Nicaragua como «un paso del Dios Vivo en medio de los Pobres de la Tierra». Se comprometió a media hora más de oración diaria y a un día de ayuno semanal por la revolución de Nicaragua. Y también a volver y quedarse si la invasión llegaba.

Más o menos al año de la visita del papa los sacerdotes con cargos en el gobierno fuimos sancionados por el Vaticano, como ya nos venían amenazando que lo harían si no dejábamos esos cargos. Al padre Miguel Escoto y a mí nos prohibieron la administración de sacramentos, y a Fernando, mi hermano, lo expulsaron de la Compañía de Jesús.

Escoto cuenta que cuando le prohibieron celebrar misa estuvo llorando mucho toda la noche. Ese no fue mi caso. Mi vocación no había sido sacerdotal sino monástica. A mí no me atraía la pastoral, ni la administración de sacramentos, ni ningún tipo de actividad parroquial. Al salir del monasterio trapense, por el consejo de Merton, estudié para el sacerdocio sólo con miras a la fundación de una pequeña comunidad.

Fernando escribió una extensa «Carta a mis Amigos», que el teólogo belga José Comblin dijo que era uno de los documentos más importantes después del concilio Vaticano II y tenía una significación universal. En ella dice que se le prohibía conjugar los dos grandes amores de su vida: su amor a la Iglesia y a la causa de los pobres. Se le obligaba a dejar de ser fiel a la Iglesia o dejar de ser fiel a los pobres. El había esperado que la Iglesia vería su trabajo como un servicio apostólico en un proceso histórico nuevo que optaba por los pobres. Declara que tenía una objeción de conciencia ante las presiones de la autoridad eclesiástica que le exigían abandonar su opción sacerdotal por los pobres en las circunstancias actuales de la revolución. El proceso revolucionario de Nicaragua, a pesar de sus errores humanos, era uno que ponía por encima de todo los intereses de los pobres. Su presencia sacerdotal en este proceso era un testimonio cristiano muy importante. Él había prometido vivir al servicio de los pobres, y esa promesa se cumplía trabajando dentro de la revolución. Veía que la presencia de los sacerdotes en la revolución tenía una gran trascendencia, no sólo en este proceso, sino en todos los procesos de transformación social que se darían en América Latina. La pequeña Nicaragua era víctima de toda clase de calumnias y manipulaciones noticiosas con miras a legitimar una agresión militar. Por eso era necesario defenderla con la autoridad moral y la fuerza de la credibilidad sacerdotal. Dejar la revolución en esos momentos equivaldría a una deserción. Era abandonar al pueblo cuando corría mayor peligro, calumniado y acosado por el país más poderoso de la tierra. Algunos obispos de Nicaragua tenían intereses contrarios a la mayoría del pueblo; y la política del Vaticano hacia Nicaragua coincidía con la del presidente Reagan. La aplicación rígida de un canon de derecho canónico, dice, era un pretexto para hacer que los sacerdotes dejaran de apoyar la revolución. Por todas estas razones, él tenía una objeción de conciencia para obedecer. Cualquier cosa que fuera en contra del compromiso con el pueblo y con los pobres, para él iba claramente en contra de la voluntad de Dios. Declara que seguirá viviendo como religioso aun fuera de la Compañía de Jesús y, con la gracia de Dios, intentará seguir manteniendo el celibato. Su sacerdocio no se lo podía quitar nadie.

Nosotros considerábamos que estábamos teniendo un rol histórico con nuestros cargos de gobierno en la revolución de Nicaragua. Sacerdotes en política no era novedad en la Iglesia, ni obispos y papas en política. Pero era la primera vez en la historia que había sacerdotes en una revolución. Todas las revoluciones anteriores habían sido sin los cristianos o contra los cristianos, y ésta era la primera que se hacía con el apoyo masivo de los cristianos. Y pensábamos que ello influiría en revoluciones del futuro, y aun en revoluciones del pasado como la cubana.

Nuestra desobediencia al Vaticano fue por obediencia a nuestra conciencia; y teníamos presente lo que dice santo Tomás de Aquino: «que la autoridad suprema es la propia conciencia, y que a veces es necesario oponerse al mandato del papa siguiendo la propia conciencia, aun a riesgo de ser excomulgado».

Recién el triunfo vino Torrijos a Nicaragua, y se le llevó a Estelí. Había una concentración en la plaza, miles de personas, para la primera elección de autoridades municipales, y yo recuerdo que estaba al lado de Torrijos. Fueron diciendo los nombres de los propuestos por el Frente Sandinista para integrar la Junta, y se pedía que levantaran el brazo los que estuvieran de acuerdo, y los brazos eran levantados en votación arrolladora. Era una elección democrática a ojos vista, sin posibilidad de fraude. A no ser que el pueblo no votara libremente. Sucede que fue propuesta una mujer para esta Junta de Estelí, y sólo como la mitad levantaron el brazo. Se pidió que lo levantaran los que no estaban de acuerdo, y también lo levantaron como la mitad. Parecía que sería cosa de contar los brazos, ¿pero quién los iba a contar si eran miles de brazos? Volvieron a repetir la votación, y otra vez votaron a favor como la mitad, y en contra también como la mitad. Me acuerdo muy bien que le dije a Torrijos: «Esto demuestra que la elección es libre y no es impuesta».

Entonces el comandante Bayardo Arce, de la Dirección Nacional y también un combatiente de Estelí, cogió el micrófono y dijo que esa persona puesta a votación había sido de gran entrega a la revolución y heroísmo, pero eso muchos no lo sabían porque tuvo que mantenerse en secreto durante el somocismo. Después que enumeró muchos méritos, pidió que se repitiera la votación y entonces sí fueron levantados todos los brazos. Naturalmente no quedaron en mi memoria los elogios que Bayardo Arce hizo de esa persona, pero posteriormente he sabido que estaba siendo elegida Mary Barreda, la del matrimonio de los Barreda, los dos atrozmente asesinados por la Contra, y que fueron de lo más puro y más santo de esta revolución.

Su historia parece una película, y en realidad hay una película espeluznante sobre ellos, pero que no es de ficción sino documental.

La película contiene testimonios muy impresionantes sobre la vida de los dos esposos profundamente cristianos y revolucionarios, Felipe y Mary Barreda, que habían sido secuestrados por la Contra mientras cortaban café como trabajadores voluntarios y llevados a Honduras donde no se había vuelto a saber de ellos. También en la película aparece un contra que fue capturado en Nicaragua y presentado a los periodistas; y que con gran impasibilidad y frialdad cuenta que había ingresado al país a realizar varios actos terroristas, entre ellos el asesinar al padre Escoto, a Nora Astorga, y también a mí. Después le preguntaron por los esposos Barreda, y dijo que los había visto en un campamento en Honduras y los había interrogado ligeramente. Y siempre con mucha frialdad y una voz monótona, había relatado las torturas que por noches y días les había hecho otro contra apodado «El Muerto». Hasta que por último «El Muerto» con dos balazos los había matado.

Después ese mismo prisionero había sido presentado nuevamente a los periodistas, porque lo habían encarado unos jóvenes que fueron secuestrados junto con los Barreda y habían sido testigos de que él era el contra apodado «El Muerto», y él mismo era el que los había torturado y matado. Esos muchachos, que después habían huido de Honduras y regresado a Nicaragua, habían visto en los periódicos la foto de este preso cuando la primera declaración y lo encararon. Al principio se mantuvo diciendo que él sólo los había interrogado ligeramente, y el que había hecho todo era «El Muerto». Pero al final, acosado por los muchachos testigos, tuvo que confesar la verdad, y con voz lánguida y rostro espectral y cadavérico, como sin sangre, dijo: «Yo soy `El Muerto'».

Los periodistas le preguntaron por qué los había matado, y dijo: «Porque era imposible quebrarles la moral. No pudimos doblegarlos». Agregó que les habían estado proponiendo que colaboraran con la Contra, y que así salvarían sus vidas, pero ellos habían estado dando siempre la misma respuesta: que eran cristianos y sandinistas desde hacía muchos años, y nunca dejarían de serlo.

Sabemos mucho de la vida y el martirio de los esposos Barreda por el libro «No los separó la muerte» que escribió sobre ellos el padre Teófilo Cabestrero, el mismo que escribió un libro sobre Leonel Rugama, el joven poeta héroe y mártir, también de Estelí como los Barreda.

Diciembre y enero son los meses del corte del café en Nicaragua, y eran también los de los ataques de la Contra para impedir que se cortara. El peligro era sobre todo en la zona fronteriza con Honduras, porque desde allí es que entraban ellos a secuestrar y matar. Por eso había allí escasez de mano de obra para el corte. Pero la revolución no podía resignarse a dejar de colectar ese café. Por eso el Frente Sandinista hizo un llamado a sus militantes para que fueran a cortar café a esas partes, como una tarea partidaria. Y los esposos Barreda fueron, a sabiendas del peligro que corrían, porque sentían que debían dar el ejemplo. Y fueron hacia la muerte.

Desde el cafetal, Mary escribió una carta el 24 de diciembre a sus amigos del barrio Omar Torrijos, así llamado en recuerdo del general que visitó la ciudad en los primeros días de la revolución. Era el barrio más pobre de Estelí, y por lo mismo el barrio favorito de ella, que a diario lo llegaba a ver, tratando de darles toda la asistencia que podía. En la carta, poco antes del secuestro, Mary les dice que la cortada de café que estaba haciendo era el regalo de Navidad para ellos, porque ese café se convertiría en salud, vestido, techo, caminos, educación, comida. Y por eso lo estaba cortando con todo el amor y el entusiasmo de que era capaz.

Una señora que había estado cortando café con ellos hasta el momento del secuestro, cuenta que el 24 de diciembre por la noche se les había preguntado a todos si estaban dispuestos a seguir más adelante, porque allí se les necesitaba, y los Barreda fueron los primeros en decir que sí, que irían adonde se les necesitara. Al verlos a ellos tan decididos, a su edad, todos los demás decidieron también ir, y eran como ochenta.

El 28 de diciembre estaban cortando café en ese nuevo lugar, cuando les gritaron a todos: «iSalgan, que viene la contra!. Cuando los contras los empezaban a rodear alguien se ofreció a ayudar a salir a los Barreda, y Mary le dijo que se fuera, que mejor los dejara allí en vez de que murieran más; y que si ellos tenían que morir, los dos morirían juntos.

Lo que les pasó a los Barreda a partir del 28 de diciembre fue contado por los jóvenes que fueron secuestrados junto con ellos y más tarde se lograron escapar. Felipe iba herido, y Mary bañada en sangre con una hemorragia. Allí un jefe preguntó: «¿Aguantará a la tropa esa vieja?». Se echaron a reír y algunos contestaron que sí. Y dijo el jefe: «Ah, pues déjenla aquí». Y la dejaron en un corral.

A Felipe y los muchachos los obligaron a seguir avanzando por territorio hondureño. Felipe casi no podía caminar. A veces iba de rodillas, y lo pateaban en el pecho. Ya no lo pudieron hacer subir un cerro, y lo amarraron a un caballo. Estaba amaneciendo, y llevaba sangre en la cara, el pecho, las rodillas y los codos, porque lo iban arrastrando sobre las piedras con el caballo; la ropa se le había desgarrado y estaba casi desnudo. El les pedía que lo mataran, pero lo seguían arrastrando. Por la tarde llegaron a un campamento en Honduras donde estaba «El Muerto», y él ordenó que los amarraran desnudos a unos árboles, y los hizo pasar así la noche en un lodazal bajo la gran lluvia. Al día siguiente los llevaron a una cárcel, donde siempre «El Muerto» los estuvo interrogando. A Felipe lo golpeaba brutalmente; él le decía que era un cristiano comprometido con su pueblo y por eso había ido a cortar café; y eso provocaba que «El Muerto» lo golpeara más en la cara con la cacha de su pistola y lo hiciera sangrar más.

A los tres días llevaron desnuda a Mary con una fuerte hemorragia, y evidentemente había sufrido una violación colectiva. Allí la interrogó también «El Muerto» dándole patadas en el pecho y golpeándola en la frente con su pistola.

Varios días estuvieron desnudos bajo la lluvia padeciendo el gran frío de esas montañas. Uno de los muchachos dijo que siempre había quedado recordando el rostro lívido de «El Muerto», su mirada gélida, y su voz lastimera pero que también se volvía furiosa.

A esos muchachos los llevaron aparte para integrarlos a la Contra, y entonces es que se escaparon. Lo último que vieron de los esposos Barreda fue cuando ellos le pedían a uno de los contras que le ayudaran a ponerse de rodillas para rezar un padrenuestro antes de morir. El guardia se tiró una carcajada y le dio a Felipe una patada en la espalda. El cayó boca abajo, y decía: «Dios mío, dame fuerza».

A los jóvenes se los llevaron vendados mientras los esposos quedaban allí, y oyeron que «El Muerto» daba orden que cavaran dos sepulturas.

Por mucho tiempo los familiares estuvieron haciendo toda clase de gestiones, incluyendo cartas al papa, al nuncio, al embajador de Honduras. Sucedió entonces la llegada del papa a Nicaragua, y un hijo y una hija de los esposos Barreda lograron acercársele en León, pidiéndole que se interesara por el caso, y él dijo: «Oraré por ellos». Le dijo la hija: «Eso ya lo hemos hecho nosotros». No sabían que hacía como dos meses habían muerto.

Ellos habían tenido primero una conversión religiosa en los Cursillos de Cristiandad, y ese cristianismo renovado los llevó a una conversión a la revolución. Después de mucho orar pidiéndole iluminación a Dios comenzaron a colaborar con el Frente Sandinista, según contó la misma Mary: servían de correo, guardaban y distribuían material de propaganda; escondían armas; un tiempo tuvieron hasta trescientas armas; y su casa era una importante casa de seguridad. Muchos guerrilleros estuvieron allí escondidos, entre ellos Ornar Cabezas, Bayardo Arce, José Benito Escobar, Mónica Baltodano. Al principio ni los hijos sabían que tenían sandinistas en su casa. Y después los dos ya pasaron a ser militantes. Primero como cristianos tuvieron dudas acerca de la lucha armada. Después se convencieron de la necesidad de un cambio social aunque fuera por ese medio. Se dieron cuenta que la revolución no debía hacerse sin los cristianos; y que ellos tenían el deber de integrarse a ella.

Ellos entraron a trabajar con el Frente en los momentos más difíciles de la guerrilla, cuando se había desatado mayor represión en toda esa zona y se corría más peligro, y se necesitaba más valor para ser sandinista. Mary decía que no hubiera sido capaz de hacer nada por la revolución si no hubiera sido por su fe. Su cristianismo fue lo que a ellos los hizo revolucionarios.

Los Barreda vivían con comodidad económica, pero con el triunfo de la revolución no quedaron económicamente mejor sino bastante mal. La misma revolución en el tercer levantamiento de Estelí acabó con sus bienes porque fueron saqueados, y ellos jamás permitieron que les dieran ninguna compensación.

Entonces es cuando Mary fue electa en la primera Junta Municipal de Estelí después del triunfo; cuando Bayardo Arce tuvo que hacer en la plaza aquella aclaración. La Junta trabajaba desde las seis de la mañana hasta la media noche; sólo se separaban cuando se iban a dormir. Y así fue que a los seis meses ya Estelí no tenía el aspecto ruinoso en que había quedado. Felipe no quiso aceptar ningún trabajo político, sino que se dedicó sólo a trabajos de Iglesia; pero sus trabajos consistían en hacer que los cristianos fueran revolucionarios. En realidad para los dos ellos no sólo no había contradicción entre cristianismo y revolución, como lo decía la consigna popular, sino que tampoco había ninguna división. Para ellos dedicarse a las tareas de Iglesia podía ser lo mismo que dedicarse a las tareas que demandaba la revolución. Y como le dijo al padre Cabestrero la comandante Mónica Baltodano, que tanto tiempo se escondió allí durante la guerrilla: «Fueron cristianos en todos los aspectos de su vida, y revolucionarios en todos los aspectos». También puede decirse que ir a misa o al comité de barrio para ellos era el mismo compromiso. Y también puede decirse que tenían mucha capacidad de crítica tanto para con la Iglesia como para con la revolución.

Practicaban mucho la oración, y a veces la oración la hacían juntos, cuando estaban los dos solos o antes de acostarse, pero era una oración que los llevaba a practicar el amor. Un amigo de ellos, de condición humilde, le dijo a Cabestrero: «No podían ver hambre en ninguna parte, porque ellos trataban de calmarla. No podían ver un paralítico, porque ellos se las ingeniaban para regalarle una silla de ruedas, y para ir a conversar con él y tratar de divertirlo».

Una de las hijas cuenta que cuando iban a pasear al campo, ellos sufrían viendo a los campesinos que pasaban hambre, o al niño enfermo, o la familia que al llegar la noche tendría frío, y decían que eso no era justo. Y pensaban que con la revolución todo cambiaría poco a poco. Por eso estaban tan ilusionados con la revolución.

También siempre que había una masacre en otro país la sentían como propia. Incluso hasta lloraban. Decían que quisieran poder hacer algo para que no sufrieran. Vivían pendientes de los problemas de otras partes del mundo; y Felipe con su radio de onda corta se estaba siempre informando de la situación internacional.

Naturalmente ese matrimonio que tanto amaba a los otros fue un matrimonio en que se amaron mucho los dos. Como lo repiten los hijos en los testimonios que dieron a Cabestrero, y los que dieron en aquella película: sus padres toda su vida fueron dos enamorados.

Y como dijo con lágrimas en los ojos la comandante Mónica Baltodano, que se escondía donde ellos y los quiso tanto: «Todo lo que pudieron dar lo dieron».

La iglesia del padre Uriel Molina en el combativo barrio Riguero (de donde salieron varios comandantes sandinistas y donde hubo doscientos muertos) fue toda cubierta de grandes murales, de la que podríamos llamar pintura de la Teología de la Liberación. Fueron realizados por el muralista italiano Sergio Michilini junto con muchos otros pintores italianos y nicaragüenses, y antes de hacerlos se reunieron con el padre Molina y los jóvenes del barrio, con las madres de Héroes y Mártires (nombre dado en Nicaragua a los que murieron por la revolución) y los representantes de las organizaciones de masas, para oír sus opiniones acerca de lo que debía ser pintado.

Son murales pintados desde el punto de vista del pueblo, y están llenos de santos de la revolución, creyentes y no creyentes, como Sandino y Carlos Fonseca, los sacerdotes guerrilleros Camilo Torres y Gaspar García Laviana, los defensores de los indios fray Bartolomé de Las Casas y el obispo mártir de Nicaragua fray Antonio de Valdivieso, los caciques indígenas que se enfrentaron a la conquista, el arzobispo mártir San Romero, el poeta y sacerdote santo Azarías H. Pallais, el niñito mártir Luis Alfonso Velásquez que era del mismo barrio Riguero, y los esposos Barreda. En el centro, detrás del altar: el campesino oprimido por una inmensa cruz. Pero sobre la cruz irrumpe en el aire Jesús resucitado y su cara sonriente es la de un muchacho del pueblo con una gorra.

Los esposos Barreda aparecen en medio de un cafetal, cargando cada uno una canasta llena de granos de café rojos (el «rojito» que llaman en Nicaragua) como si hubieran cosechado su propia sangre, y sobre ellos hay un letrero que dice la razón por la que murieron, y que fue lo que estuvieron repitiendo todo el tiempo cuando los torturaban: «Somos cristianos y somos revolucionarios».

Porque entre cristianismo y revolución no hay contradicción. Y porque cristianismo y revolución son lo mismo. Y en Nicaragua coincidieron revelación y revolución. De la misma manera que en las misas dominicales del Riguero, con cámaras extranjeras y cantos de los hermanos Mejía Godoy, tantos creyentes y no creyentes, ante esos mismos murales, se daban el abrazo de la paz en una eucaristía internacionalista que era una acción de gracias a Dios y a la revolución.