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Prólogo al libro "Perlas. Patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación", de Pascual Serrano

Grietas que permiten atisbar el subsconciente de quienes gobiernan nuestras haciendas, nuestras conciencias y nuestras vidas

Fuentes: Rebelión

Por meras razones de edad, la manía de recopilar perlas me vino bastantes años antes que a Pascual Serrano. Excuso decir que tampoco fui el inventor de semejante afición coleccionista, ni mucho menos. Yo la tomé del semanario satírico francés Le Canard Enchâiné, que frecuenté durante mi exilio parisino, en los 70 del siglo pasado. […]

Por meras razones de edad, la manía de recopilar perlas me vino bastantes años antes que a Pascual Serrano. Excuso decir que tampoco fui el inventor de semejante afición coleccionista, ni mucho menos. Yo la tomé del semanario satírico francés Le Canard Enchâiné, que frecuenté durante mi exilio parisino, en los 70 del siglo pasado. La sección del Canard (*) se titulaba La calle de las pequeñas perlas y era un prodigio de finura irónica y de mala uva. También podía haberme inspirado en una sección de otro semanario, éste español -me refiero a La Comisaría de papel de La Codorniz, que escribía Evaristo Acevedo, pero no fue así, porque, tanto por razones de época como de orientación política, lo de La Codorniz me pillaba más de lejos.

Me dediqué a recopilar y difundir perlas en los años inmediatamente posteriores a la llamada Transición, y recuerdo aquella tarea con mucho agrado, porque me lo pasé en grande. Nunca olvidaré algunas verdaderas joyas de las que me tocó dar cuenta, como la de un diputado socialista que dijo que él no estaba en contra de los homosexuales porque la Constitución «prohíbe la discriminación en razón del sexo» (¡como si la gente gay constituyera un sexo específico!), o la de los guardias civiles que llamaron la atención sobre la posibilidad de que un accidente de avión fuera un atentado terrorista, porque habían encontrado entre los restos del aparato los planes en inglés de una presunta «Operación Manuel» (era un manual de instrucciones), o la de un presunto izquierdista andaluz que declaró que él de vez en cuando él se tomaba una copa de coñac, «porque no soy maricón» (sic!)

De todos modos, lo más problemático no es escribir una sección destinada a hacer chanza de las pifias y patas de banco emitidas en público por políticos de alto copete, militares, grandes empresarios y demás especimenes de la fauna del famoseo con mando en plaza, sino hacerlo abarcando también las estupideces y barbaridades que fabrican a diario los propios medios de comunicación. Porque entre los periodistas sigue funcionando el tópico corporativista según el cual el perro no come carne de perro (salvo que el dueño lo ordene, se supone), lo cual hace que mucha gente del gremio considere de muy mal gusto señalar con el dedo al colega que ha dicho o escrito algo que demuestra que no tiene ni idea, o que es un perfecto impresentable.

Llegados a este punto, conviene que distingamos dos subgéneros dentro de la categoría genérica de perlas. Están, de un lado, las perlas producidas por gente tirando a bruta e ignorante que va por la vida dándoselas de culta y sabia, tipo de personal que abunda en la profesión periodística. Y están, de muy otro lado, las perlas que lo que hacen es sacar a relucir, casi siempre de manera involuntaria, el lado más repugnante de la ideología de quien se expresa.

Pongo dos ejemplos arquetípicos.

Para ilustrar el primer género de perlas selecciono al difunto Jesús Gil y Gil, cuando denunció las declaraciones «ostentóreas» de un jugador de su club. El autor del desastre de Los Ángeles de San Rafael hizo una síntesis de dos adjetivos («ostentoso» y «estentóreo») que se entremezclaron en sus problemáticas meninges.

Como muestra del segundo género bien puede valernos el rey de España, cuando le preguntó hace años a Jordi Pujol si en su casa, en familia, también hablan en catalán.

Son dos ejemplos vetustos, pero demostrativos. El primero, del nivel cultural del que fuera alcalde de Marbella. El segundo, del convencimiento que tenía el futuro suegro de doña Letizia de que los catalanes se expresan en catalán sólo para dar la nota.

Pascual Serrano es un acabado especialista en localizar perlas de este segundo género. No es que no le diviertan las bobadas, los patinazos y las patadas al diccionario o a la lógica del uno o del otro, pero prefiere concentrarse en las declaraciones y los gestos que funcionan al modo de los lapsus freudianos: como grietas que abren abismos en los discursos conscientes y permiten atisbar los monstruos que habitan en el subconsciente de los que gobiernan nuestras haciendas, nuestras conciencias y nuestras vidas. Serrano utiliza esos lapsus para volverlos contra sus autores, limpiándoles de afeites y mostrando su verdadero rostro. En ese sentido, trasciende en mucho la inmediatez de las noticias que trae a colación para dejar exacta constancia de la lógica repulsiva que las concatena. No renuncia a hacernos reír, pero el suyo es ese «reír por no llorar» que tantas de nuestras risas cotidianas ocultan.

Supongo que es en razón de sus proverbiales prudencia y mesura -los verdaderos radicales son siempre muy comedidos- que Pascual Serrano no ha querido titular este libro «Perlas. Tomo I». Porque es obvio que esto va para largo.

No le faltará a Pascual Serrano material para hacer un tomo II, y un III.

Es de temer que esa desagradable mezcla de perversidad y estupidez que está en el origen de las perlas no va a desaparecer fácilmente de la faz de la tierra. Pues, bueno: habrá que seguir dejando constancia de ello.

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(*) En francés, se utiliza familiarmente el sustantivo «canard» (pato) también para referirse a un rumor insidioso o, de manera derivada y más general, a cualquier periódico.

«Perlas. Petrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación». Pascual Serrano. Barcelona. Enero 2006. El Viejo Topo

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