Tras haber entregado a la imprenta no hace muchos meses su último libro de relatos, ‘Los viajes de Eros’, Pedro Antonio Curto, colaborador de EL COMERCIO nacido en Zumaia (Guipúzcoa), en 1966, pero avencidado en Gijón desde los cuatro años, llevará en próximas fechas a los escaparates de las librerías su nueva obra, ‘Los amantes […]
Tras haber entregado a la imprenta no hace muchos meses su último libro de relatos, ‘Los viajes de Eros’, Pedro Antonio Curto, colaborador de EL COMERCIO nacido en Zumaia (Guipúzcoa), en 1966, pero avencidado en Gijón desde los cuatro años, llevará en próximas fechas a los escaparates de las librerías su nueva obra, ‘Los amantes del hotel Tirana’, perteneciente al género novelístico, en el que ya indagó en ‘Un grito en la agonía’, si bien advierte que no hay semejanzas entre una y otra composición narrativa. En este caso, estamos ya en un terreno más cultivado, donde se entrecruzan la literatura y la historia, sin perder de vista el músculo carnal que caracteriza algunas de las obsesiones literarias del escritor. Ha sido Premio Ciudad Ducal de Loeches.
-¿Por qué nos lleva tan lejos, hasta Tirana, capital de Albania?
-Coincidió que estuve en Tirana durante el derrumbamiento de los países comunistas, precisamente en el hotel al que hago referencia.Y había quedado pendida la necesidad de escribir algo con ese punto de partida.
-La Albania comunista presentaba singularidades respecto del resto de países con igual ideología. ¿Fue eso lo que le atrajo?
-Sí, el régimen de Enver Hoxha tenía peculiaridades. Junto al marxismo-leninismo ortodoxo, convivía un nacionalismo cerrado y un atraso secular, lo que de algún modo lo convertía en un país muy literario.
-¿Y cuál es la historia de los amantes en ese escenario?
-Es el encuentro de un guía turístico albanés y una turista asturiana. Una historia de amor y de frustración de las utopías políticas. Parte de la familia del guía albanés es irreductible al fracaso comunista, lo que a él le coloca en una contradicción, pues son personas a las que admira, entre las cuales está un abuelo que fue brigadista en la guerra civil española, pero que chocan contra la realidad que observa. La turista asturiana, Aida, vive un mismo desencanto.
-¿Queda el amor como alternativa?
-La última noche, en Albania, recorren el país, y se embriagan con la mitología de la tradición. Pero no es una novela con final feliz, aunque ambos vuelven a reencontrarse en Asturias nueve años después.
-¿Renuevan la experiencia amorosa vivida?
-Aida ya está casada, si bien quedan los flecos de lo vivido. Las utopías vuelven a desmoronarse, porque ni son los que eran, ni tampoco la democracia que se desarrolla en Albania o en España era la que esperaban.
-Ha pasado de los relatos a la novela. ¿Cuál es la diferencia en el pulso narrativo?
-Aquí la estructura es más compleja, y la elaboración de la trama permite abordar aspectos históricos o filosóficos. No obstante, la novela comenzó siendo un relato que se fue ampliando paulatinamente.
-Dando por supuesto que no se la podrá calificar como adscrita al ‘realismo socialista’, ¿qué denominación le adjudicaría?
-Es posible que la de realismo poético.
-El deseo y el sexo son algunos de sus temas en obras anteriores. ¿Se mantienen?
-En la primera parte, son fundamentales. Es esa habitación cerrada del hotel Tirana, desde la que se veía la estatua de Enver Hoxha, en la que celebran su noche iniciática.
-Aute decía aquello de que «el sexo es Dios». ¿Su religión comparte esa máxima?
-Soy muy ‘autista’. Siempre que, a la gimnasia sueca, se le agregue algo de sentimiento.
-Acaban de entregarle el Premio Cervantes a Juan Marsé. ¿Cuál es su opinión sobre su obra y el ‘escritor comprometido’?
-‘La oscura historia de la prima Montse’, con Barcelona en construcción, me pareció admirable. Me gustan menos sus últimas novelas. El compromiso se ha perdido en parte, pero aún hay muchos escritores de ‘memoria histórica’.