Recomiendo:
3

Reseña de "Bíos precario", de Martín De Mauro Rucovsky

Hacer de la precariedad virtud

Fuentes: Rebelión

El investigador argentino Martín De Mauro Rucovsky explora en el ensayo Bíos precario uno de los fenómenos más determinantes de nuestro tiempo desde una triple dimensión: la afectividad, la deriva genocida de la precariedad y la dimensión animal de lo precario.

Un viviente que se afirma allí donde su existencia misma está bajo amenaza”. Gabriel Giorgi

Que vivimos tiempos precarios es una obviedad que parecen confirmar todas las áreas que sostienen -en equilibrio precario- nuestro mundo. Aunque en distinto grado, la sensación de que el suelo de la ecología, la vivienda y el trabajo se hunden bajo nuestros pies es constante para el 99% de la población. Allá donde miremos, la precariedad aparece si no como realidad sí como amenazante espada de Damocles. Claro que, cuando el capitalismo tardío se despertó, la precariedad ya estaba allí. Como se encarga de recordarnos De Mauro Rucovsky, ésta comienza en la misma condición precaria de nuestra existencia, condición que el sistema neoliberal trata de negar mientras conspira por llenar de precariedades nuestra precariedad primera.

En un excelente prólogo, Gabriel Giorgi señala una de las premisas fundamentales de Bíos precario: cultura y precariedad en Latinoamérica (Oveja Roja y Kamchatka, 2022), el que la reflexión sobre la precariedad implique una reflexión de lo que entendemos por vida. De Mauro define la precarización como un doble proceso que produce por una lado “sujetos y cuerpos políticamente dóciles y económicamente rentables” y que produce asimismo lo que el autor llama “bíos precario”, identificado con una nueva normalidad que afecta a la totalidad de la vida cotidiana pero que no obedece a una matriz uniforme ni desde un sujeto homogéneo, sino que más bien se manifiesta, dentro de la exclusión y desigualdad estructural, a través de “posiciones diferenciales e interseccionales de clase, raciales, étnicas y de género”.

Algunos de los trabajos españoles más significativos que se han producido alrededor del fenómeno de la precariedad, como La trabajadora, de Elvira Navarro, o El entusiasmo, de Remedios Zafra, aparecen citados al lado de los materiales culturales que ocupan un lugar preeminente y que se centran en América Latina, especialmente en Argentina, en una mirada atenta y transversal que trata de ofrecer las claves de un fenómeno global que excede el ámbito geográfico delimitado en el subtítulo del ensayo.

Terminado durante el confinamiento, Bíos precario, se ocupa de este fenómeno tan complejo como volátil que se ha convertido en uno de los signos más distintivos de nuestra época. La novedad que ofrece el trabajo de De Mauro respecto de otros estudios reside en su intento de hacer de la precariedad virtud a través de la revisión de una serie de películas y novelas que, en su estrecho contacto con lo precario, se resisten a dar la batalla por perdida en el aparentemente cerrado horizonte de la precariedad y hacer de lo precario “una potencia creativa y un modo de interrogar el tiempo presente”, como escribe el autor en relación con La noche (2016). En esta película de Edgardo Castro, el autor que ve desplegarse un nuevo tipo de afectividad ajena a la normatividad neoliberal, un espacio compartido donde los protagonistas, Martín (hombre cisgénero) y Guada (mujer trans trabajadora sexual) comparten un espacio afectivo de “sociabilidad despersonalizada en donde estar juntos, una zona inmanente de lo precario donde necesidad y deseo se juntan”.

La precariedad va más allá de la inestabilidad de los puestos de trabajo y al estado de crisis para significar “un desplazamiento en el orden de lo afectivo y la modulación anímica” ligada a formas de exclusión y desigualdad. Así lo demuestran otra serie de obras estudiadas por el autor, como el libro de crónicas de Laura Meradi Alta rotación, en la que la periodista se propuso realizar trabajos basura “con el objetivo de vivir desde dentro y en cuerpo propio la búsqueda de empleo y las condiciones de precarización laboral en curso”, o Salario mínimo; vivir con nada, del escritor y periodista colombiano Andrés Felipe Solano, producto de su experiencia como operario de fábrica en Medellín. Observa De Mauro en relación con estos trabajos una nueva cadencia afectiva, una “sensibilidad neoliberal ligada al entusiasmo emprendedor, el salario emocional, el optimismo y la vitalidad corporal”, la misma falsedad aspiracional y la ansiedad que en España han sabido retratar con acierto Navarro y Zafra.

“Conseguir un trabajo temporario aumenta tus posibilidades de tener un trabajo fijo”, escribe la consultora de Alta rotación, promesas mentirosas en las resuena la fábula del burro que persigue una zanahoria que jamás alcanzará.

Equilibristas de la precariedad

De Mauro pone a dialogar los hallazgos teóricos de Roberto Espósito y de Judith Butler en una operación conceptual que une el bíos de Esposito y la teorización de lo precario en la obra de Butler. De Mauro señala la posibilidad de una biopolítica afirmativa que responda a la pregunta por la relación entre régimen biopolítico y poder soberano (¿Por qué, al menos hasta hoy, una política de la vida amenaza siempre con volverse acción de muerte?”) desde una experiencia de relacional recíproca que implica el contacto y contagio con el otro y con lo otro, un desborde o apertura desde el individuo autoinmunizado hacia otras posibilidades de vida. En su lectura de Butler, De Mauro señala la dimensión temporal de la precariedad según la cual la teórica estadounidense señala la precariedad existencial a que se ven abocados todos los cuerpos al tiempo que precisa cómo el sistema discrimina a la hora de proteger y exponer unos cuerpos por encima de otros. De Mauro ejemplifica este proceder a través de dos novelas relacionadas con la deriva feminicida del neoliberalismo: 2666, de Roberto Bolaño, y Chicas muertas, de Selva Almada. Tanto en “La parte de los crímenes” de 2666 como la novela de Almada presentan una “política del cadáver” que sería expresión de la precariedad entendida como gubernamentalidad, como denomina Isabell Lorey a un tipo de gobierno que excede al estado y que incluye al narco, el crimen organizado, el paramilitarismo, la violencia institucional y las élites empresariales y económicas, y cuya herramienta esencial se basa en el par seguridad-inseguridad.

Con su investigación sobre tres femicidios ocurridos en el interior de Argentina en los ochenta y que quedaron impunes, los de Andrea Danne, María Luisa Quevedo y Sara Mundín, Almada memorializa en Chicas muertas unas vidas que el orden neoliberal relegó al olvido, acabando con el anonimato impuesto por el feminicidio, que De Mauro define como “un modo de violencia excesiva e irreparable sobre los modos tradicionales de reconocimiento, inteligibilidad, nominación y simbolización de las muertes”.

En Las cosas que perdimos en el fuego, la novela de Mariana Enríquez donde una mujeres deciden quemarse a sí mismas en señal de protesta después de que varias de ellas murieran quemadas por sus parejas, el autor subraya una estrategia que lleva al extremo la observación de Butler según la cual es la vulnerabilidad compartida a que nos somete el neoliberalismo donde se vislumbra “la posibilidad de construir redes o lazos comunes, espacios de disputa o resistencia”. En un tenor parecido, pero referido al mundo animal, las vacas de De ganados y de hombres, de la brasileña Ana Paula Maia, deciden suicidarse antes que perecer en el matadero. Se trata para De Mauro, que compara en el objetivo de la novela de Maia con Cuaderno de campo, de Carlos Ríos, de responder a la pregunta que Derrida se hacía respecto del mundo animal: “¿Puede leerse el “no matarás” en los ojos del animal? Lo que descubren Wilson y Maseca, los matarifes que protagonizan ambas novelas, es el reconocimiento de un “espacio común posantropocéntrico, zona de transversalidad, entre cuerpos vulnerables o entre vivientes”.

Por una literatura precaria

De Mauro desarrolla el concepto de escritura precaria a partir de la Clarice Lispector de El vía crucis del cuerpo y de la película La mujer de los perros (Laura Citarella y Verónica Llinás), donde somos testigos de las rutinas de la protagonista, una mujer que no llega a pronunciar una palabra en todo en film y que se dedica a deambular en medio de un ambiente degradado en compañía de sus perros. No hay, sin embargo, una mirada victimizadora por parte de Citarella y Llinás, sino una apertura a un personaje que vive en armonía con lo animal y lo vegetal. Tanto Lispector como Citarella-Llinás coinciden, según el autor, “en la búsqueda de una perspectiva animal, vegetal, orgánica e inorgánica”, en contraste con la arrogancia tan común del especismo, poniendo así el acento en el modo en que todo organismo construye su entorno circundante “con aquellos elementos -y solo con una parte muy pequeña del mundo exterior- que significan para la supervivencia”. Perros y mujeres se identifican como “sujeto de alianzas” en donde los límites entre animal y humano se desdibujan dentro de un entorno interdependiente donde nadie es sin el otro, donde las relaciones singulares que se van entretejiendo son lo más determinante: “Y entendí: el mundo es siempre de los otros: Nunca mío” (Lispector).

Al cierre de la obra, el autor confiesa haber terminado su ensayo en tiempos de pandemia, en condiciones de precariedad económica y de dificultad personal, llevando así a la práctica su sugerente tesis: hacer de la necesidad virtud, sacar fuerzas de flaqueza, luchar en una estratagema homeopática que se vale de unas armas precarias -las únicas de las que disponemos-, para combatir en desigual batalla al Goliat del neoliberalismo precarizante.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.