‘Para eso se falsifica la historia, no para que no sepamos lo de ayer, sino para que lo de ayer no nos enseñe lo de hoy y lo de mañana’ Arturo Jauretche
Cada vez que se celebra un aniversario de la recuperación de las islas, el tema Malvinas cobra una singular centralidad. Esta vez el impacto de los 40 años le dio especial resonancia. Abundan los discursos y actos de gran carga emotiva en los cuales se destacan enfáticamente nuestros derechos soberanos sobre el espacio geográfico en disputa. En los meses subsiguientes el planteo pierde intensidad, tiende a diluirse y apenas reaparece ocasionalmente si lo justifica algún evento específico. Daría la sensación de que el objetivo estratégico que se propuso el bloque de poder luego de la guerra se logró en buena medida: desconectar el espíritu patriótico de Malvinas de las batallas que en el campo político, económico y cultural libra el país en la búsqueda de su plena soberanía nacional. Hace algunos meses asistimos a una de esas batallas en la negociación de la cuantiosa deuda con el FMI heredada del macrismo.
Apelando a la expresión de un filósofo político fallecido hace algunos años, Malvinas parece haberse convertido en una especie de ‘significante vacío’. Todos, hasta los representantes directos de los intereses anglo-norteamericanos, reivindican la soberanía en las islas y esgrimen una retórica grandilocuente en las efemérides. Si alguno de ellos comete un desliz y se le escapa una verdad, como a Macri cuando dijo que ‘las islas Malvinas son un fuerte déficit para el país’, o más recientemente la diputada de su espacio político Sabrina Ajmechet, que se auto-proclamó firme defensora de la soberanía inglesa sobre las islas, rápidamente sus pares minimizan los dichos y cambian de tema. La oligarquía es plenamente consciente de la popularidad de la causa, que ni las mejores artes de la manipulación intelectual de sus plumas más agudas (Sarlo, Palermo, Fernández Díaz, etc) lograron doblegar en 40 años.
Pero mientras que el campo antinacional y antipopular tiene muy en claro que Malvinas encierra una carga explosiva para los intereses imperialistas y, por ende, su recuerdo no debe superar una verborragia formal, de circunstancia, convenientemente embellecida con nobles llamados a la paz; el campo nacional y popular no logró aun articular una caracterización unificada sobre el significado de la guerra de 1982 y sus consecuencias en el período histórico que le siguió. Mucho menos, claro está, sobre las tareas emergentes de dicha caracterización. No deja de resultar paradójica esa ambigüedad teniendo en cuenta que, como afirman muchos pensadores nacionales, la recuperación de las islas fue uno de los acontecimientos más relevantes de la historia argentina del SXX, a la altura del 17 de octubre y por encima del Cordobazo. ‘Lo propio del Acontecimiento (con mayúsculas) – decía uno de ellos – es que no existe regla externa que pueda medir su verdadero alcance. Se lo acompaña por la verdad de su interpelación.’
Cuando los escribas del poder tuvieron que teorizar seriamente sobre la cuestión Malvinas fijaron una posición contundente: la guerra del 82 fue una locura insensata, una desgracia histórica que debe ser tratada como un trauma a superar. Los más atrevidos propusieron efectuar una especie de acto de arrepentimiento colectivo frente a la embajada británica. Es que ellos saben, porque son cipayos, pero no tontos, que Malvinas nos aleja de lo que tramposamente denominan ‘el mundo’ (las grandes potencias) y nos acerca a Latinoamérica (nuestro mundo). Nunca hay que olvidar que el elenco de intelectuales, académicos, periodistas y charlatanes que proliferan en el universo mediático, está formado mayormente por egresados de selectas universidades privadas del Primer Mundo, cuya principal enseñanza consiste en practicar un ciego besamanos de los poderes mundiales.
El campo popular, en tanto, transitó durante el período en la confusión y el equívoco. Por momentos replicó la mirada liberal y fue incapaz de separar la causa Malvinas de la dictadura oligárquica liberal y occidentalista que encabezó la recuperación de las islas. En el altar de la democracia colonial pregonada por EEUU con posterioridad a la guerra, sacrificó lo mejor del espíritu patriótico, democrático y latinoamericanista que campeó durante la contienda. La reivindicación de Malvinas cedió a la fábula del ‘fin de las antinomias’ que echaron a rodar interesadamente los imperialistas, con el concurso insustituible de la camarilla intelectual que desembarcó en los círculos universitarios tras la dictadura. En los ’90, a remolque de las ‘relaciones carnales’ y el ‘alineamiento automático’, el primermundismo se afianzó en todas las instancias del gobierno, condenando a Malvinas a un lugar políticamente irrelevante, cuando no humillante (ositos Winnie Pooh). La teoría del ‘realismo periférico’, esbozada por el extravagante diplomático Carlos Escudé, se impuso en toda la línea: la Argentina es un país de la periferia del mundo occidental – reza la teoría – y como tal debe hacer buena letra para obtener la misericordiosa migaja del hegemón. El más crudo entreguismo convertido en religión de Estado, que renacería con nuevos bríos en 2015. Los Acuerdos coloniales de Madrid I y II de los ’90 y la hoja de ruta Foradori-Duncan de la diplomacia macrista en 2016 fueron el nuevo Estatuto Legal del Coloniaje, parafraseando a Jauretche.
La experiencia nacional-popular que gobernó el país entre el 2003 y el 2015 le otorgó una renovada centralidad al tema Malvinas, aunque no quiso o no pudo desarmar el andamiaje jurídico noventista como sí lo hizo en materia de derechos humanos (derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida). Tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández se refirieron a Malvinas como una ‘gesta’ y destacaron el papel de las FFAA en la defensa de la soberanía y la lucha contra el usurpador colonial. Fueron caracterizaciones importantes pues situaron la recuperación de las islas en el lugar que corresponde y establecieron una distinción de fondo entre el Ejército animado por su tradición sanmartiniana que combatió en Malvinas y el Ejército que operó como brazo armado del poder oligárquico durante el Proceso. Hay dos Ejércitos en la historia del país, no uno.
Lo dicho hasta aquí nos permite arribar a una conclusión. Desde el ’82 existieron dos miradas antagónicas sobre Malvinas, concomitantes con 2 concepciones igualmente opuestas sobre el país y su lugar en el sistema mundial. Dichas concepciones recorrieron los 200 años de existencia como Nación y se expresaron con nitidez cada vez que el país enfrentó una circunstancia excepcional. De un lado los que hemos denominado ‘desmalvinizadores’ para designar su rechazo a las causas nacionales; del otro quienes reivindicamos la gesta por considerarla una expresión de una poderosa voluntad emancipatoria. No existe, ni podría existir, ‘neutralidad valorativa’ o ‘exterioridad analítica’ para juzgar un acontecimiento de semejante alcance histórico. Los primeros, los ‘desmalvinizadores’, captaron rápidamente el potencial disruptivo que encierra la causa Malvinas para la continuidad del régimen semi-colonial. Su tarea consistió en dinamitarla para convertirla en un mal sueño. Distorsionaron su significado y sus enseñanzas tras una retórica falaz sobre los males de la guerra, especialmente si se trata de guerras contra los poderes mundiales. Los cantos de sirena a favor de la paz se convierten en un sainete confusionista legitimador del statu quo. Han urdido una hábil narrativa que combina en proporciones parecidas derrotismo, falsificación histórica, manipulación del odio popular a la dictadura (que ellos apoyaron hasta el 2 de abril de 1982), degradación de la identidad del soldado transfigurándolo en un inglorioso ‘chico de la guerra’, satanización de los cuadros malvineros del ejército y deshistorización de la guerra para reducirla a una mezquina maniobra dictatorial. Todo un menjunje con un único propósito político: desarmar espiritualmente al país para desplegar sin resistencia el programa neoliberal de vasallaje.
Lamentablemente, esa mitología claudicante penetró en una parte considerable del campo nacional y popular confundiendo a muchos honestos militantes. Adoptaron ‘el punto de vista del opresor’ para juzgar la guerra y la posguerra, quizás desmoralizados por las derrotas de los ’80 y ’90. Es hora de ‘desaprender lo mal aprendido’ para recuperar el sentido profundo de la gesta. La tarea central de esta etapa consiste, pues, en impedir que Malvinas se convierta en un significante vacío, en un ritual emotivo pero carente de la fuerza activa que nos impulse a afrontar los desafíos presentes que son, en definitiva, los de siempre: liberar al país de las trabas internas y externas que le impiden desarrollar su potencialidad en unidad con nuestros hermanos de la Patria Grande.
Dice el historiador italiano Enzo Traverso ‘Recordar significa rescatar, pero el rescate del pasado no implica tratar de reapropiarse o repetir lo que ha ocurrido y se ha desvanecido; implica, antes bien, cambiar el presente. La transformación del presente acarrea una posible ‘redención’ de lo que ha sucedido. En otras palabras, para rescatar el pasado tenemos que hacer renacer la esperanza de los vencidos, dar nueva vida a las esperanzas incumplidas de la generación que nos ha precedido’. Un mensaje conmovedor que debe crujir en la mente y el corazón de las nuevas generaciones.
Fernando Cangiano es exsoldado combatiente de Malvinas e integrante del Espacio de Reflexión La Malvinidad de Argentina
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