Harun Farocki, (todavía) poco conocido en nuestro país, tiene su primera muestra íntegramente dedicada a él: 5 videoinstalaciones con producciones de los últimos 15 años. El artista tiene una larga trayectoria como cineasta: desde mediados/fines de la década de 1960, cuando se consolida la televisión como medio de transmisión masiva. (De allí en más, en […]
Harun Farocki, (todavía) poco conocido en nuestro país, tiene su primera muestra íntegramente dedicada a él: 5 videoinstalaciones con producciones de los últimos 15 años.
El artista tiene una larga trayectoria como cineasta: desde mediados/fines de la década de 1960, cuando se consolida la televisión como medio de transmisión masiva. (De allí en más, en el terreno del arte -habida cuenta de la TV, con su «llegada» a millones, y de la primera cámara de video portátil, la Sony Portapack-, surgirán nuevas formas expresivas y variantes dentro del video-arte, como la videoinstalación, videoescultura, etc.). Farocki, quien mantiene una deuda con la Escuela de Frankfurt y la Dialéctica del iluminismo, Jean-Luc Godard e incluso La sociedad del espectáculo de Guy Debord, estudió en la Academia de la televisión y cine alemán de Berlín, y dirigió, con otros, la revista Filmkritik desde 1974 hasta el 84. Ha desarrollado un centenar de obras entre películas, documentales, instalaciones, ensayos y artículos y, las 5 obras que se pueden ver en Proa tienen, principalmente, dos núcleos característicos de Farocki: el trabajo fabril (y sus imágenes) y la guerra (y las imágenes y tecnologías aplicadas a ella). Un tercer núcleo, en Paralelo (2012), ilustra -y propone interrogantes- acerca de cómo avanzó, desde los primeros video-juegos, la re-presentación y re-creación de la realidad, a partir de los nuevos programas de computación. ¿Pueden estas «realidades» (virtuales-paralelas) ser «superiores», más fieles o «perfectas», a la realidad que vivimos los humanos?
Yendo a las otras obras, en Ojo/Máquina II (2002) se presencia cómo mutó la industria, donde el ojo humano era clave para el proceso productivo -con imágenes en blanco y negro de las primeras décadas del siglo XX-, a los modernos misiles, que tienen una cámara-«ojo» y programas para perseguir a sus enemigos (y destruirlos, claro), sean aviones, casas o personas. Farocki propone buscar la relación entre industria y guerra, y, con la pantalla dividida en dos, permite observar el presente de estas «realidades paralelas»: la que genera un programa de computación en pos del entrenamiento militar.
En cambio Juegos serios III: inmersión (2009) muestra lo que ocurre después de los combates (reales) de una guerra, donde, en un centro de recuperación soldados norteamericanos provenientes de Irak y Afganistán, por medio de un casco (otra vez) de realidad virtual que los regresa a Medio Oriente, rememoran, en esta «terapia de inmersión», ante «especialistas», sus experiencias traumáticas (lo que incluye tiros, explosiones, olor a humo y goma quemada). ¿Con qué fines? Una vez más, hay cierto didactismo en el montaje y guión farockiano, que permiten muchas (y variadas, diversas) conclusiones. Por ejemplo: está la posibilidad de buscar «curar» a los soldados para que regresen, en condiciones (más o menos «dignas»), al combate; también puede ser un programa destinado a mejorar el funcionamiento de las tropas, en base a la experiencia y recuerdos de tal o cual soldados sobreviviente. En cualquier caso, la habilidad de Farocki está en no hacer una farragosa ni complicada «elaboración», ni en dirigir unívocamente al espectador hacia los objetivos de su arte, a modo de «conclusiones»; sino en dejar una importante cantidad de «grietas» y «cosas-no-dichas» que surgen de su ensamblaje, relativamente sencillo, de imágenes y contrastes, y algunas pocas «líneas explicativas» de lo que estudia y postula ante lo que ve, lo que asocia y descubre…
Por otra parte, La plata y la cruz (2010) es una interesante combinación de las posibilidades (analíticas) del video, aplicadas al tradicional lienzo de pintura, ya que es un minucioso recorrido por el cuadro Descripción del Cerro Rico e Imperial Villa de Potosí (1758), de Gaspar Miguel de Berrío. Farucki señala sobre la Descripción…: «se muestran los barrios de los trabajadores, pero no se ven mujeres ni niños, tampoco el ganado»; «es imposible distinguir a los trabajadores libres de los trabajadores forzados». No sólo hay un recorrido por la pintura, con sus iglesias entre las construcciones, sino (nuevamente) una pantalla partida en dos, donde se compara aquella pintura con la realidad del cerro, con su «moderna» urbanización (y una «esencia», si se quiere, intacta, que se mantiene) hoy.
Finalmente, Trabajadores saliendo de la fábrica durante once décadas (2006) invita, desde doce televisores, a ver (y oír, cuando comienza la década del cine sonoro), desde el histórico film de los hermanos Lumiére de 1895, década tras década -Chaplin en Tiempos modernos, y Björk con Catherine Deneuve en Bailarina en la oscuridad incluidos- cómo aparecieron los trabajadores y trabajadores en diversas películas, notoriamente ante los portones, junto a una publicidad de la década de 1980 de «irrompibles»… portones para establecimientos fabriles… Para Farocki, «las fábricas -y toda la cuestión del trabajo- se encuentran en los márgenes de la historia del cine», habida cuenta de que siempre se filman las entradas y salidas, pero nunca a los trabajadores en el proceso productivo mismo; como si la explotación y alienación no pudieran -o no debieran- ser registradas; o tal vez -como parece insistir Farocki- porque la posibilidad de ver las diversas partes de la industria funcionando podría arrojar (alguna) luz sobre lo que surge finalmente: aspiradoras y ametralladoras, como ya lo planteara cuarenta años antes.
En suma, hay un interesante recorrido por las últimas obras de un artista de vanguardia (ya que se propone nada menos que cuestionar y criticar el «estatus de las imágenes», y algunos usos reaccionarios que se hacen con ellas hoy), que mantiene viva la investigación y la crítica, tanto para el presente como para el pasado; que comenzó haciendo su «agitación y propaganda» en uno de sus primeros videos, Fuego inextinguible (1969), explicando su voz en off , mientras se quema un brazo con un cigarrillo, que éste «quema a 400 grados centígrados», y que «el napalm quema a 3.000 grados», denunciando así la guerra en Vietnam y la proveeduría de la gran industria para el ejército imperialista: la Dow Chemical. También -y tal como lo planearon en su momento Sergei Einsenstein y Alexander Kluge (quien nos dejó su obra de nueve horas)- se propuso filmar El capital de Marx y logró concretar dos cortos sobre el mismo.
Además de esta muestra, Farocki estará presente en breve en nuestro país, dando clases magistrales, una entrevista pública, workshops, y se exhibirán más películas de él. También aparecerá una recopilación de sus escritos entre 1980 y 2010 llamado, de manera muy clara y explícita acerca de lo que (se y nos) propone: Desconfiar de las imágenes.
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