La práctica de las últimas cuatro décadas y media no ofrece dudas n i hace excepciones. Siempre que Cuba muestra avances en alguna esfera de la economía y los servicios, los mecanismos norteamericanos se activan para bloquearlos. Así está ocurriendo con el despegue que tiene lugar en la Isla en el terreno de la informática, […]
La práctica de las últimas cuatro décadas y media no ofrece dudas n i hace excepciones. Siempre que Cuba muestra avances en alguna esfera de la economía y los servicios, los mecanismos norteamericanos se activan para bloquearlos. Así está ocurriendo con el despegue que tiene lugar en la Isla en el terreno de la informática, como resultado de los ambiciosos programas dirigidos a alcanzar en pocos años la informatización de la sociedad. La maniobra de Washington en este caso va encaminada a obstaculizar por la vía de Internet, el acceso de la mayor de las Antillas a las fuentes de información sobre las tecnologías más avanzadas. Primero le prohibieron conectarse al cable de fibra óptica que rodea la ínsula y es administrado por ellos, obligando a los cubanos a depender de un satélite, con lo cual limitan la cantidad de conexiones, el flujo de datos resulta más lento, las imágenes poseen menos calidad y, sobre todo, el proceso deviene mucho más costoso.
A esta modalidad de agresión se añaden otras restricciones establecidas a partir del monopolio operacional de la Red de redes ejercido desde centros localizados en el territorio de Estados Unidos. En este particular, las medidas anticubanas no aparecen descritas en parte alguna de la abundante legislación estadounidense encaminada a instrumentar el bloqueo, como tampoco en declaraciones de funcionarios, pues admitirlo sería poner en dudas el tan publicitado carácter democrático otorgado a Internet. Todo es discreto y sutil, pero no menos efectivo que otras restricciones. Para lograr sus propósitos se valen de la propia tecnología digital, que permite identificar, mediante un código asignado a cada máquina conectada a la red, la ubicación geográfica d e esta. Con ese sencillo procedimiento niegan a las computadoras cubanas el acceso a decenas de sitios web con abundante información técnica, softwares y programas cuyo empleo consideran útil para el desarrollo económico y social del país.
El cibernauta cubano que intente acceder a estos sitios observará invariablemente un cartel que dice: » El software de esta página está sujeto a los controles de exportación de los Estados Unidos. Ningún software de esta página se podrá descargar, exportar o reexportar de otra forma a un ciudadano residente en Cuba. » El cartel puede leerse en español, francés e inglés, en dependenci a de la nación emisora, pues no solo aparece en sitios ubicados en EE.UU. En este aspecto la extraterritorialidad opera por la vía tecnológica y no precisa acudir a ella a través de la conocida Ley Helms-Burton. Este bloqueo digital contra Cuba constituye un peligroso precedente que es preciso denunciar, pues mañana puede ser igualmente aplicado contra cualquier nación decidida a escoger un camino independiente, sin la tutela del Washington imperial.