El realizador Stéphane Sinde y el pianista Anthony Coleman han colaborado en el documental Damaged by sunlight, una oportunidad para volver a pensar la filmación de la música.
La edición a cargo del sello francés La Huit en su colección Freedom Now! del DVD del concierto del pianista Anthony Coleman, titulado Damaged by sunlight y filmado por el realizador Stéphane Sinde (un apellido que al lector ibérico le proporciona evocaciones de dudoso carácter cultural) es una magnífica oportunidad para pensar la literatura visual de la música, y sus marcas cinematográficas, cicatrizadas en territorios donde la impronta experimental parece que encuentra uno de los principales nichos de generalización de formas técnicas innovadoras y hallazgos narrativos.
Ya en 2006, Sinde realizó otro acercamiento al mundo del jazz, el film The rest of your life, un documental dedicado a seguir los pasos del jazzman francés Barney Wilen. En Damage by Sunlight (2011), Sinde entiende a la perfección la dimensión alucinatoria del free-jazz. La música de Anthony Coleman -intérprete de origen judío que ha forjado su carrera en el Downtown neoyorquino y en el sello Tzadik, del compositor y saxofonista, también de origen hebreo, John Zorn-, es espiritual y, por tanto, para quien se mueve en unas coordenadas culturales de índole religiosa, necesariamente atormentada. En sintonía, Sinde filma primeros planos de los jazzman y de sus dispositivos sonoros, planos casi convencionales de no ser por esa cercanía descortés con los músicos, que en el formato general de las grabaciones de conciertos suelen ser intercaladas con planos generales del grupo y que aquí sólo excepcionalmente mostrarán a varios de los intérpretes en el mismo cuadro. Uno, a lo sumo dos o tres, compartiendo el aislamiento casi forzado de la melodía, en un montaje que va del ejecutante al instrumento, de sus manos a su expresión, desapareciendo, casi por completo, la visión de conjunto, el público y la superficie del escenario.
Sinde es consciente de que tiene entre manos un material auditivo y plástico con el que, como realizador, puede incorporarse como si se tratara de un quinto miembro del grupo de Coleman, mezclando imágenes y ayuda, de ese modo, a que el sonido sea contemplado, presenciado más profundamente. Para ello, y con una economía de medios que sirve para acompañar, y en ningún caso protagonizar, intercala puntualmente fotogramas en negro y, más adelante, imágenes en Súper 8 rodadas por él mismo en el desierto de Mojave, subrayando la esencia lisérgica del free-jazz y su génesis, de raíces psicotrópicas, de evasiones por medio de la percusión de la condición silenciosa del esclavo. Así, mientras la composición sugiere destierro, ascetismo, exilio íntimo, las imágenes del desierto aparecen como ráfagas de un real aturdido por la trascendencia de la vida interna, como sucesos apartados en el dorso de la noche, heridos por la luz del sol. Donde el alma del grupo es clausurada, atormentada, la conciencia del oyente es despojada, obligada a recorrer por el camino inverso el trayecto que va de los sentidos a las acciones.
Detrás de conceptos musicales como la improvisación está el libre albedrío. Detrás del virtuosismo, la aplicación. Detrás del ordenado relevo de ‘solos’ entre todos los integrantes del grupo, sin límites de tiempo y con la extensión que cada miembro juzga necesaria, está un reparto equitativo, el socialista «a cada uno según sus necesidades y de cada uno según sus posibilidades». El jazz es la música del anarquismo por excelencia. Independientemente de la ideología de los músicos, la de Coleman, Paul, Jones, Takeshi y Sinde, en este caso, preexiste la ideología de los actos, la configuración de su sistema creativo. Cuando otros géneros, a priori más contestatarios, como el rock, el rap o el punk sustancian en general sus inquietudes sociales en letras fáciles y estéticas codificadas, el jazz lo que propone es una premisa anterior a toda declaración de intenciones: la estructura. Sin organización, parece decirnos el jazz, no hay cambio de conciencia posible, no hay regulación justa, no hay orden horizontal. Las ideas tienen que formar parte de algo, como el oxígeno forma parte de la atmósfera. Y el auditorio, más allá de ver, tiene que contemplar, observar individualmente, y más allá de oír, ser convocado en asamblea a leer la música en el preciso instante en el que se escribe en su presencia.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/culturas/heridos-por-la-luz-del-sol.html