Siete de cada diez películas provenientes de la industria son deficitarias. ¿Cómo se explica su permanencia y su éxito económico? Muy simple: los famosos «paquetes».Si usted es exhibidor en cualquier rincón del planeta y quiere comprar los derechos de exhibición de la película de moda, la que le asegura una taquilla exitosa, debe comprar y […]
Siete de cada diez películas provenientes de la industria son deficitarias. ¿Cómo se explica su permanencia y su éxito económico? Muy simple: los famosos «paquetes».
Si usted es exhibidor en cualquier rincón del planeta y quiere comprar los derechos de exhibición de la película de moda, la que le asegura una taquilla exitosa, debe comprar y exhibir, además, una serie de películas que en su país de origen ni siquiera son estrenadas en los cines, sino que van directamente al mercado del video debido a su pésima calidad. Esto no solo hace que quien tiene creado el hábito de «ir al cine» se vea casi obligado a ver un montón de basura, sino también que otras cinematografías queden sin espacio en las pantallas.
El monopolio que ejerce la industria del cine norteamericano en el mundo es obsceno. Ocupa, dicha industria, el noventa y tanto por ciento de la cuota de pantalla mundial, protegida por los «acuerdos» de la Organización Mundial del Comercio, la cual, ha convertido también al cine en un mero objeto de comercio, como si de un tornillo o un vaso se tratara. El cine es otra cosa, es en sí mismo una herramienta de comunicación, de identidad, de cultura en definitiva.
Cuentan, además, con todo el aparato publicitario disponible para promocionar sus películas. Las pocas producciones independientes que tienen la suerte de ser estrenadas no solo no tienen ese apoyo publicitario sino que, además, se le corta la posibilidad del «boca a boca» ya que cuando éste comienza a funcionar las bajan de cartel por no haber recaudado lo suficiente en la primera o segunda semana de exhibición.
Desde hace unos pocos años asistimos a un momento en que algunas semanas antes del estreno de una película vinculada a la industria, se emiten por televisión varios programas donde el productor, el director, los actores y hasta los eléctricos nos «explican» la película, los personajes, sus relaciones y sus reacciones. Resultando que cuando vas a verla al cine, en realidad, ya la viste por lo menos cuatro veces.
Con respecto a los «acuerdos» de la OMC, hay un capítulo que es completamente ilustrativo de lo que hablamos. Se refiere a la «excepción cultural» que consiguieron los franceses. En la misma, éstos se reservan una cuota de pantalla del 40 % para su cine, así como un impuesto a las producciones extranjeras que se destina al apoyo a realizadores noveles franceses. Pero analicemos un poco el propio título de la cuestión. «Excepción cultural». Dice mucho, ¿verdad? Yo me pregunto: ¿desde cuándo la cultura es una excepción? ¿Desde la caza de brujas maquiavélicamente diseñada por el subnormal de McCarthy?
Pero si hay algo que no se les puede reprochar a los amos de los medios de comunicación es la transparencia. Gritan a los cuatro vientos que son la industria del entretenimiento.
Entretener, según el diccionario de la Real Academia Española, significa:»Distraer a alguien, evitando que haga algo o impidiendo que siga su camino». Eso es precisamente lo que hacen. Evitan que las personas transiten el camino del crecimiento intelectual, ideológico y espiritual.
No se trata de renegar del cine como entretenimiento. El cine puede ser entretenimiento, pero también puede ser muchas más cosas. De hecho, en muchos casos, es otras cosas que no son específicamente entretenimiento.
Existe, además, un numeroso ejército mercenario compuesto por críticos, historiadores y hasta técnicos que mantienen un discurso elaborado para sostener las bondades del cine imperio-industrial.
Algunos reconocidos señores, que editan lujosas guías históricas del cine escriben con lujosa, también, prepotencia sentenciantes declaraciones como estas que reproduzco a continuación: «…y a nosotros nos gusta todo el cine, pero miramos con mucho cariño el estadounidense que, a veces menospreciativamente, se llama comercial -(¿acaso tiene sentido hacer cine para que vaya poca gente y no se gane dinero?-» ó esta otra maravilla: «Bergman, Angelopoulos, Von Trier son grandes autores, pero no se puede discutir que se sale de sus proyecciones con el alma en un puño y el espíritu acongojado.» Yo me pregunto: ¿Acaso es posible que una película que no sigue las pautas de Hollywwood, es decir del Pentágono, produzca dinero si se le hace tan mala propaganda incluso antes de existir?
El estrechísimo abanico de posibles sensaciones que estos señores son capaces de experimentar al ver una película se limita a «divertirse» o «acongojársele el espíritu». Por cierto que es muy significativo y relacionable con otras cosas que se dicen y se escriben acerca de otros temas. Esto es lo que se propone en todos los ámbitos de la vida, la dualidad simple, «el Bien y el Mal», «o están conmigo o contra mí», «divertirse o apenarse». Los que experimentamos otras sensaciones más complejas, ¿estaremos condenados a ser tildados de extraterrestres o de terroristas?
Los «mercenarios» son muy bien elegidos. Desde la importancia que les adjudica el puesto que ocupan y la calidad de sus ediciones, emiten juicios tan terminantes que al ciudadano de a pie lo dejan sin la más mínima gana de enfrentarse a una obra cinematográfica que se salga un ápice de lo industrialmente impuesto.
Otros, por televisión, se atreven a cuestionar por ejemplo a Ingmar Bergman. En un coloquio, al finalizar la proyección de la impresionante «Fresas Salvajes» del citado maestro, hablaron de que sobraba una escena y hasta sugirieron un aberrante «si la hubiera hecho Ford…».
Cuentan, también, con una serie de frases que emiten los propios afectados por el sistema, y que ofician como defensa del aparato industrial. La más significativa e ilustrativa tal vez sea la siguiente: «ya demasiados problemas tengo en el día a día para meterme en una sala de cine a ver problemas». Lo terrible es que ver ese tipo de cine industrial no hace otra cosa que aumentar el problema de nuestra servidumbre mental, y peor, alimentarla hasta límites inconcebibles.
Leía, la semana pasada en Rebelión, el excelente análisis de la realidad literaria que el señor García Viño hace en su prólogo y epílogo del libro «El País: la Cultura como negocio», y no puedo dejar de relacionarlo directamente con lo referente al cine. Al grupo mayoritario de personas al que se dirigen los fabricantes de libros y que está «…compuesto por aquellas personas que no habían leído nunca o casi nunca y satisfacían las ansias de fabulación, que al parecer sienten todos los seres humanos, mediante el cine y, sobre todo, la televisión», habría que, si el señor García me permite, hacerle una escisión y separar (al igual que en la literatura y las artes en general) a los que ven cine proveniente de la industria de los que ven Cine.
El cine para los EE.UU. es una cuestión de Estado. La «caza de brujas» no es un hecho aislado, ni un hecho que solo sirva para el argumento de una película de alguien que va de «independiente», o un hecho lejano en el tiempo que se acabó allí. Es el comienzo, en los hechos, de la utilización masiva de la herramienta cinematográfica como arma para esparcir ideología y, principalmente, generar estructuras mentales en los espectadores que propicien la fácil penetración de la ideología imperialista. Es el arma más poderosa que tienen para invadir sin ejército, justificar una invasión ya perpetrada o una en vías de ejecución.
Así como imponen sus películas, también «esconden» las que puedan intentar transmitir o reflejar valores de carácter humano.
¿Alguien vio la trilogía de Apu del maestro Sayatjit Ray en España en la segunda mitad de la década de los ´50? Y reformulo la pregunta, ¿alguien la vio al día de hoy?
O podemos recurrir a algunos ejemplos más contemporáneos. ¿Alguien vio una película de Angelopoulos, Godard, Kiarostami, o cualquier otro que no siga las pautas establecidas por la industria, estrenarse en los cines? No claro, si leyó el libro de alguno de estos señores que mencionaba antes, seguro que no.
Pero si pregunto por las películas de John Ford seguro que varios me van a dar unos cuantos títulos y hasta se van a animar a repetir una de las maravillosas frases que el maravilloso actor John Wayne decía.
John Ford fue algo más que un maestro. Fue un mago que logró convertir un genocidio en una epopeya. Los indios y los mexicanos eran feos, tontos, salvajes, gritones, sucios, oscuros. Había que matarlos.
Después vinieron los alemanes. ¿Se fijaron en que los soldados alemanes que estaban de guardia en algún feudo militar siempre estaban mirando para el lado opuesto al que venían los «aliados»? También había que matarlos.
Más tarde llegaron los coreanos, los rusos, los vietnamitas, los salvadoreños, los nicaragüenses, los granadinos, los afganos, ahora los iraquíes y mañana ya aparecerán otros que, por supuesto, habrá que matarlos.
Me contó un amigo que el maravilloso actor Steven Segal rodó, el año pasado, una película en la que un sobreimpreso en los primeros fotogramas rezaba: «Uruguay, 2004» (ó 2003). Resulta que en la imagen aparece un paisaje totalmente desértico, donde una mujer con turbante comanda un rebaño de cabras, la cual al final de esa primera escena se inmola. Confieso que no solo nací en aquella hermosa tierra, sino que viví en ella durante 35 años, y jamás vi a una mujer con turbante, ni una sola cabra, y mucho menos a alguien inmolándose. Ni siquiera en los diarios. Por cierto, no quiero faltar a la verdad y sí que vi, no una, sino dos cabras en uno de mis paseos escolares al zoológico municipal de Montevideo.
Esa imagen, totalmente distorsionada, de las gentes que habitan sitios donde pueda haber algo que les interese, es la que transmiten todo el tiempo a los diversos rincones del planeta. Me pregunto si este será el comienzo de una invasión por el dulce de leche o el asado. ¿O tal vez por el agua?
¿No es para preguntarse que coño tienen que filmar «Memorias de una Geisha»? ¿No nos han dejado ya maravillosas historias de geishas los grandes maestros japoneses? ¿Qué sabe ésta gente de geishas? Tanto como Ud. y yo.