LA CEREMONIA de los Oscar en Los Ángeles el pasado domingo ha venido a confirmar lo que ya algunos intuíamos: el reencuentro de Hollywood con la politica. Pocas veces se había visto con ocasión de estos premios tal competencia entre peliculas «de compromiso» como las de este año: Brokeback Mountain, de Ang Lee; Syriana, de […]
LA CEREMONIA de los Oscar en Los Ángeles el pasado domingo ha venido a confirmar lo que ya algunos intuíamos: el reencuentro de Hollywood con la politica. Pocas veces se había visto con ocasión de estos premios tal competencia entre peliculas «de compromiso» como las de este año: Brokeback Mountain, de Ang Lee; Syriana, de Stephen Gaghan; Munich, de Steven Spielberg; Buenas noches y buena suerte, de George Clooney; Crash , de Paul Haggis; En tiera de hombres, de Niki Caro; Capote, de Benneth Miller, y otras como el estupendo documental Enron, de Alex Gibney.
El cine estadounidense había tenido ya ricos períodos de militancia. No hay que olvidar que muchas de las personalidades que impulsaron allá el séptimo arte en los años veinte provenían de Europa, y pertenecían con frecuencia a minorías perseguidas (numerosos judíos de Europa central, armenios, italianos antimussolinianos) o a comunidades marginadas (mujeres, homosexuales).
Por eso, aún dentro del marco de un cine-espectáculo para grandes masas, siempre había espacio para películas de denuncia de abusos y en favor de la justicia social. Ocurrió, por ejemplo, cuando la gran crisis de 1929, y luego con el antifascismo en los años treinta y cuarenta. Hollywood era entonces considerado como «un nido de izquierdistas», y fue atacado, en los años cincuenta, por el senador neofascista Joseph McCarthy. Pero el sentimiento crítico no desapareció, y en los años setenta muchas películas denunciaron la guerra de Vietnam y los embustes y patrañas de Richard Nixon.
Pero parecía que después de la era Reagan los protestones de Hollywood, por simpatía sin duda hacia Bill Clinton, habían puesto un potente silenciador a sus críticas. Que habían mantenido con George W. Bush por temor, después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, a ser tildados de antipatriotas.
Muy pocos realizadores, en esta atmósfera en la que parecía que sólo podían triunfar películas de gran espectáculo como El Señor de los anillos o Harry Potter , se atrevieron a hacer de nuevo cine político. Oliver Stone lo hizo con su osado documental Comandante, sobre Fidel Castro, y también Robert Redford, produciendo el espléndido Diarios de motocicleta, realizado por Walter Salles, sobre Ernesto Che Guevara.
Pero vino Michael Moore con sus impactantes documentales de agitación, como Bowling for Columbine, que ganó el Oscar al mejor documental en el 2003, y Farenheit 9/11, que consiguio la Palma de Oro en Cannes en el 2004. Pareció despertar Hollywood de un largo sopor. Y nos llega ahora esta excitante avalancha de cintas políticas.
Según George Clooney, el actor más de izquierdas junto con Sean Penn y Susan Sarandon, la politización de los cineastas empezó primero contra la globalización, y se ha acelerado ahora con la guerra de Irak. Otra de las causas, según él, reside en el silencio de la prensa, la cual después del 11-S se ha autocensurado. El cine ha venido a sustituir a unos medios de información que dimitieron, olvidaron su misión y se dejaron intimidar por la presión de los políticos más conservadores.
Por eso, en especial, Buenas noches y buena suerte ha tenido tanto impacto. El ejemplo de Edward R. Murrow contra el macartismo nos recuerda que no hay prensa libre sin audacia crítica. Y sin una altisíma concepción de la ética periodística.
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