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Reseña de "Irak. La tetera prestada" de Slavoj Zizek

«Idealismos» que matan

Fuentes: Babelia

En su ensayo sobre la guerra de Irak, el brillante y controvertido pensador esloveno Slavoj Zizek señala que Estados Unidos dice actuar como un Imperio global cuando en realidad lo hace en función de sus rancios intereses de Estado-nación. Washington aplica aquello de «primero se castiga y después se buscan las pruebas», señala Zizek.

Hay «idealismos» que matan. Por ejemplo, el de Alden Pyle, el joven funcionario estadounidense coprotagonista de El americano impasible, la novela de Graham Greene. Recuerden, Pyle está lleno de buenos sentimientos: quiere llevar la democracia estadounidense al Vietnam de los años cincuenta, desea promover una tercera vía entre el comunismo en ascenso de Ho Chi Minh y la vieja y decadente Europa representada por la Francia colonial. Pyle es un muchacho excelente que sólo piensa en el bienestar de los vietnamitas, así que es verdaderamente una lástima que su «idealismo» dé como resultado un atentado terrorista con explosivos en el centro de Saigón.

En su brillante -y sin duda polémico- ensayo Irak. La tetera prestada, el pensador esloveno Slavoj Zizek cita oportunamente la novela de Greene para explicar el comportamiento de los neoconservadores que hoy gobiernan Estados Unidos. Como Pyle, ironiza Zizek, los neocons son «buenos chicos», unos «idealistas» incomprendidos por esos europeos tan atrozmente realistas. Ellos no invadieron Irak en beneficio de Estados Unidos, no; lo hicieron para liberar al mundo de las armas de destrucción masiva de Sadam. Bueno, no exactamente; tales armas no existían, y en realidad lo que querían era acabar con la connivencia entre Sadam y Bin Laden. En fin, tampoco había tal connivencia, así que lo que pretendían, digámoslo ya, era llevar la democracia a Irak y la paz a Oriente Próximo. Es decir, el cuento de la tetera prestada: jamás me prestaste una tetera; te la devolví intacta; la tetera ya estaba rota cuando me la prestaste.

Lo importante es que comprendamos que Estados Unidos nunca hace nada en el exterior de sus fronteras en beneficio propio. Todo lo hace porque, en su incombustible ingenuidad e infinita benevolencia, desea llevar la libertad a los vietnamitas, los iraquíes y todos los demás. A veces, eso sí, se producen lamentables «daños colaterales», como la matanza de transeúntes en el centro de Saigón de El americano impasible -una carnicería de ficción a la que siguió la real de millones de personas en la guerra de Vietnam-, o los más de cien civiles que cada día mueren acuchillados, tiroteados o reventados por explosivos en el Irak actual. ¿Compran ustedes? Algunos sí lo hacen. Unos porque están a sueldo; otros por auténtica fe de novicia. Pero Zizek -ya se sabe que es un tipo raro que reivindica a Marx y a Lacan, un trasnochado izquierdista- no compra. La guerra de Irak, afirma, se desencadenó para que Estados Unidos controlara aún más el petróleo de Oriente Próximo y reafirmara su hegemonía militar.

A partir del principio «primero se castiga y después se buscan las pruebas», Washington, señala Zizek, se reserva ahora el derecho a atacar «preventivamente» a países que puedan constituir una amenaza presente o futura para Estados Unidos. En cuanto a los amigos y aliados, se reserva el derecho a definir cuáles son sus verdaderos intereses. «El mensaje», escribe Zizek, «es: lo haremos con o sin vosotros. En resumen: sois libres de estar de acuerdo con nosotros, pero no sois libres de estar en desacuerdo».

Pero la gente no es tan estúpida. La mayoría de los millones de personas que se manifestaron contra la guerra de Irak, afirma el pensador esloveno, no lo hicieron por simpatía con Sadam ni tampoco por un pacifismo abstracto, sino para expresar su oposición a las nuevas reglas de la vida internacional redactadas por los neoconservadores norteamericanos y sus palmeros en el viejo continente. También porque intuyeron que se está intentando cambiar nuestras sociedades democráticas, para reducir las libertades, permitir el espionaje masivo y legitimar la práctica de la tortura.

El ensayo sobre Irak de Zizek es, como el personaje, pedante y farragoso en ocasiones, directo y deslumbrante en otras, divertido con frecuencia. Algunas de sus reflexiones son auténticos regalos de lucidez. Una de ellos, que debería hacer que muchos diplomáticos, politólogos y analistas actualizaran sus tópicos y eufemismos, es ésta: «El problema con el Estados Unidos actual no es que sea un nuevo Imperio global, sino que no lo es. En otras palabras que, mientras finge serlo, continúa actuando como un Estado-nación, persiguiendo sus propios intereses de forma despiadada». Estados Unidos, según Zizek, piensa a nivel local y actúa a nivel global, y de ahí, entre otras cosas, su negativa a suscribir el Tribunal Penal Internacional y el Protocolo de Kioto. Otra de esas reflexiones de gran calado es la siguiente: «Hablando sin rodeos: ¿queremos vivir en un mundo en que la única elección posible sea entre la civilización norteamericana y la emergente civilización autoritario-capitalista china? Si la respuesta es no, entonces la verdadera alternativa es Europa».

Que del este de Europa, desde donde se nos intenta vender tanta simplona y barata hamburguesa mental sobre el atlantismo, la civilización occidental y el liderazgo de Estados Unidos, llegue este soplo de aire fresco, este pensamiento vigoroso, independiente y controvertido, es muy de agradecer.


IRAK. LA TETERA PRESTADA

Slavoj Zizek

Traducción de L. Álvarez Mayo

Losada. Madrid, 2006

245 páginas. 18 euros