A cuatro años del triunfo de López Obrador el panorama electoral es básicamente el mismo de entonces. La oposición conservadora mantiene un tercio del electorado, en tanto que el obradorismo cuenta con los dos tercios restantes.
Visto en números absolutos, la oposición conservadora ha de contar con 20 o 25 millones de votos, mientras que el obradorismo alcanza entre 40 y 50 millones de sufragios.
Veinte o 25 millones de votos conservadores son una gran fuerza electoral, pero que resulta insuficiente para ganar la Presidencia de la República en los comicios de 2024.
De modo que si no se atisban señales de un cambio de gobierno en Palacio Nacional, tampoco hay señales de una cambio de política económica y social. O, dicho de otro modo, no se vislumbra un retorno a los tiempos de las privatizaciones de la riqueza pública.
Y tampoco se avizora un cambio en la política de redistribución del ingreso nacional, es decir, en las asignaciones monetarias directas a los sectores sociales más necesitados. Asimismo, tampoco se miran en el horizonte posibilidades de mengua en las tareas de fortalecimiento y ampliación del sector público de la economía nacional.
Pero, además, como no se observan visos de cambio de gobierno en Palacio Nacional, tampoco se atisba el regreso de las políticas de complicidad, protección y patrocinio gubernamental con las diversas expresiones de la delincuencia organizada, como el narcotráfico, el contrabando y la trata de personas.
En estas razones descansa la imposibilidad de un triunfo electoral de la oposición conservadora. Sufragar por ella sería votar por un retorno al pasado neoliberal. Y 25 millones de sufragios no alcanzan para darle la vuelta a la tortilla. La oposición conservadora, en consecuencia, no tiene más camino que andar y volver a andar la ruta seguida desde hace años: mentir, calumniar y descalificar la inmensa obra de gobierno del obradorismo.
Pero estas actitudes tampoco abonan electores. Son una especie de circunloquio. Un discurso de los mismos para los mismos sin mayores efectos electorales, pero que con el inestimable concurso de la propaganda negra en los medios de comunicación tradicionales y en las redes sociales fomentan un clima social virtual de inquietud y desazón.
Y más aún si ese clima social virtual de refuerza con los clásicos y muy conocidos y practicados en México y en todo el mundo actos desestabilizadores, como son los bloqueos carreteros, los secuestros, los asesinatos selectivos, los sabotajes y las matanzas.
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