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Introducción del libro «¿Quién escribió la Biblia?»

Fuentes:

Traducido por Mikel Arizaleta del libro de Richard Elliott Friedmann «Wer schrieb die Bibel? So stand das Alte Testament».

 

Ya en 1987 apareció en inglés el libro del profesor Richard Elliott Friedman «Who Wrote the Bible«, ¿quién escribió la Biblia?, que con el tiempo y debido a su excelencia ha sido traducido a diversas lenguas. El lector interesado en estos temas encontrará en su introducción del libro citado, ahora traducida, un resumen del eetado de la cuestión.

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La Biblia se lee desde hace casi 2000 años y se la interpreta en sentido literal, figurado o simbólico. Los unos consideran palabra de Dios, revelada o inspirada por Dios, los otros piensan que es obra de hombres. La Biblia es el libro más extendido del mundo. A menudo se cita como otro libro cualquiera (y se cita erróneamente). Y también se traduce como otro libro cualquiera (y se traduce mal). A la Biblia se califica como una gran obra literaria y también como la primera obra de historia. Conforma el núcleo del judaísmo y del cristianismo. Párrocos, sacerdotes y rabinos predican desde la Biblia. Eruditos han dedicado su vida entera a su estudio y la han convertido en objeto de sus cursos y conferencias en universidades y seminarios. La gente la lee, escribe, discute sobre ella y la ama. Muchos viven de acuerdo con ella y mueren por ella. Y seguimos sin saber quién la ha escrito.

Resulta curioso que nadie sepa con seguridad quién es el autor o autora de un libro que juega un papel tan central en nuestra cultura. Respecto a la pregunta sobre quién ha escrito los distintos libros de la Biblia existen algunas tradiciones: los cinco libros de Moisés se atribuyen a Moisés, el libro de las Lamentaciones al profeta Jeremías, la mitad de los Salmos al rey David. ¿Pero cómo saber si estas atribuciones y supuestos tradicionales son realmente así, si realmente fueron escritos por estos personajes a los que se les atribuyen?

Desde hace casi mil años trabajan investigadores en la solución de este galimatías, pero sobre todo en los doscientos últimos años se han conseguido resultados importantes a este respecto. Algunos de estos conocimientos cuestionan ciertas opiniones transmitidas. De todas formas este libro no quiere ser una controversia entre religión y ciencia ni tampoco entre profanidad y religiosidad. Al contrario. La mayoría de los investigadores y estudiosos se han formado en el marco de tradiciones religiosas y están tan familiarizados con la Biblia como aquellos que sólo quieren hacer valer las respuestas tradicionales. Ocurre realmente que una parte importante de los eruditos críticos de la Biblia -quizá la mayoría- han pertenecido y siguen perteneciendo hasta nuestros días a la profesión religiosa. ¿Y por qué se quiere una y otra vez encontrar una respuesta a la cuestión de quién ha escrito la Biblia? Porque esta respuesta tiene consecuencias importantes para el estudio tanto tradicional o transmitido de la Biblia como para el crítico.

De todos modos se trata de la Biblia. Su influjo en la cultura de occidente -y más tarde también en la del oriente- es tan intenso que resulta difícil reconocer su efecto o aceptar su autoridad sin preguntarse de dónde procede, cuándo surgió, quién es el autor…. Si consideramos que la Biblia es una gran obra literaria surge la pregunta, ¿y quién la escribió? Si la tenemos por una fuente histórica, uno se pregunta ¿de quién procede estos informes y relatos? ¿Quién ha reunido y redactado esta colección de narraciones, escritos y leyes diversas en una obra homogénea y uniforme? En la lectura de un libro, da igual si es de literatura o de documentación, aflora siempre hasta un determinado grado la personalidad del autor, ¿ante quién, con quién nos encontramos cuando leemos la Biblia?

Para la mayoría de los lectores de la Biblia el leerla puede significar muchas cosas, dependiendo de si leen el libro de los libros por interés religioso, moral o histórico. Si en la escuela o en la universidad se presenta, se propone o interpreta un libro en general se conoce también algo sobre la vida del autor y ello ayuda a una mejor comprensión del mismo. Prescindiendo de pretenciosas consideraciones teórico-literarias por regla general los lectores se esfuerzan en restablecer conexiones entre la vida del autor y el mundo desarrollado por él. Así por ejemplo en literatura para la mayoría de lectores resulta importante saber que Dostojewski fue un ruso que vivió en el S. XIX y que era un cristiano ortodoxo de ideas revolucionarias originales; que era epiléptico y que la epilepsia juega un papel importante en sus novelas El idiota y Los hermanos Karamasow; o que Dashiell Hammett Detektiv y George Eliot fue una mujer. Con los libros científicos ocurre parecido. La fascinación, que esparcía Sigmund Freud como hombre, parece ser tan ilimitada como el interés por la cuestión de hasta qué punto sus escritos reflejan experiencias personales. O Nietzsche -en la lectura de sus libros resulta importante todo lo biográfico, desde su enajenación mental, pasando por su relación con Lou Andreas Salome hasta su compenetración a veces misteriosa con Dostojewski.

Cuanto más claras y públicas son estas conexiones más llama la atención el hecho de que en la Biblia se carece en parte o totalmente de esta información comparativa. A menudo resulta incomprensible el texto sin estas informaciones. ¿El autor de un determinado texto vivió en el S. VIII o en el V antes de Cristo? Y si el autor utiliza una determinada expresión ¿cómo entenderla, en el sentido que tenía en el S. VIII o el que poseía en el V? ¿El autor fue testigo de los acontecimientos descritos? Y si no lo fue, cómo llega a la exposición de los sucesos? ¿Qué está basado en fuentes escritas, qué en trasmisiones familiares que vienen de lejos o en otro tipo de fuentes, qué en revelaciones divinas y qué en composiciones propias, en poesía o ficción? ¿En qué medida influyen los hechos acaecidos en la época, en la que vivió el autor, en el modo y manera de transmitir la historia? ¿Escribió el autor la obra con la intención clara de estar creando y produciendo un texto sagrado, obligatorio y de rigurosa observancia?

Los cinco libros de Moisés

Aquí se trata de uno de los enigmas más viejos del mundo. Prácticamente desde el toque último, desde la última redacción de la Biblia los investigadores se han puesto manos a la obra. Al principio no se trató de buscar al autor. La cosa comenzó cuando algunos lectores se preguntaron por cuestiones que surgían desde el mismo texto bíblico. Y surgió y se prolongó a lo largo del tiempo y de los siglos una especie de historia detectivesca, donde los investigadores y analistas fueron desescombrando y descubriendo puntos de apoyo.

Se comenzó con preguntas sobre los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. A estos cinco libros se les denomina Pentateuco (en griego: «cinco rollos escritos») o (en hebreo: «precepto») Thorá; conocidos también como los cinco libros de Moisés, porque en la mayor parte de estos libros Moisés es el personaje capital y según las tradiciones antiguas judías y cristianas fue el mismo Moisés quien los escribió aun cuando en el texto de los cinco libros de Moisés en ningún sitio aparece o se infiere que él fuera el autor. Diríamos más, la aceptación de la autoría única de Moisés conlleva problemas. Los lectores encontraron contradicciones en el texto. Unas veces los textos se describen y relatan en una determinada sucesión temporal y en otro pasaje los mismos hechos se describen y presentan en una sucesión diferente. Unas veces se dice que de una determinada cosa había dos y otras que había catorce. En un pasaje se habla de una acción de los moabitas y más tarde uno se da cuenta de que esa acción la llevaron a cabo los medianitas. En un capítulo Moisés se dirige al tabernáculo antes de que tal tabernáculo se hubiera fabricado.

Los lectores también se dieron cuenta que en los cincos libros de Moisés aparecían cosas que Moisés o no pudo saberlas o no pudo decirlas. ¡Para colmo, el texto habla de la muerte de Moisés! Se dice que Moisés fue el hombre más modesto y humilde de la faz de la tierra; normalmente uno no espera que el hombre más modesto de la tierra se califique a sí mismo como tal.

Al principio fueron rechazados los argumentos de quienes dudaban de la autoría de Moisés. En el S. III d. de Cr. el dogmático cristiano Orígenes defendió con vehemencia la unidad del Pentateuco. De igual manera los rabinos en los siglos posteriores a la redacción de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento) interpretaban las fracturas, rupturas y contradicciones en los textos dentro del encuadre y marco de la transmisión: las contradicciones serían sólo aparentes; serían explicables y entendibles mediante interpretaciones (a menudo poco razonables) o mediante introducción o admisión de detalles narrativos complementarios, que no aparecerían en los textos bíblicos originarios. Los pasajes en los que Moisés se refiere a cosas de las que no podía saber absolutamente nada se aclaraban aludiendo a que Moisés era un profeta y por tanto…. Y este tipo de respuestas (poco razonables) respecto a la transmisión y tradición predominaron y prevalecieron hasta entrada la Edad Media. Los exegetas judíos de la Biblia de la Edad Media, como Rashi en Francia y Nachmánides en España, se dedicaron en gran manera a encontrar aclaraciones y soluciones a las contradicciones.

Pero también en la Edad Media los científicos comenzaron a buscar nuevas respuestas a las viejas preguntas.

Una investigación de 600 años

Al inicio los investigadores aceptaban todavía la tradición según la cual Moisés habría escrito los cinco libros, aunque, pensaban ellos, aquí y allí se habrían añadido algunas líneas al texto original. En el S. XI Isaac ibn Yashush, médico judío en la corte de un monarca en la España mora, indicaba que en Ge. 36 una lista de monarcas edomitas contenía los nombres de reyes, que habrían vivido bastante después de la muerte de Moisés. Ibn Yashush llegaba a la conclusión que esta lista debía provenir de alguien que tuvo que vivir después de Moisés, comentario que le valió el apodo de «Isaac el torpe».

El hombre que le adjetivó así fue Rabbi Abraham ibn Esra, que en el S. XII vivió en España. Ibn Esra añadió también «que se debía quemar su libro (el de Isaac)». Irónicamente ciertos comentarios ambiguos en los escritos de Esra muestran que él mismo no estaba exento de dudas en este campo, aludía a varios pasajes bíblicos que no podían proceder de Moisés mismo: pasajes que hablan de Moisés en tercera persona; pasajes que emplean expresiones que Moisés no podía conocer; pasajes que describen lugares en los que Moisés nunca estuvo y cuyo lenguaje corresponde a una región distinta y a otra época en la que vivió Moisés. Pues bien, a pesar de todo Eabbi ibn Esra no estaba dispuesto a duda abiertamente de la autoría de Moisés de los cinco libros. Él escribió únicamente: «Y si tú eres inteligente conocerás la verdad». Y en otro lugar escribe en relación a párrafos discutidos y controvertidos: «Y quien es inteligente guardará silencio».

En el S. XIV el erudito Bonfils siguió en Damasco la argumentación de ibn Esra, pero no su consejo de cerrar la boca. Sobre los pasajes controvertidos sostiene Bonfils claramente: «Y ésta es la prueba de que este versículo de la Torá fue escrito posteriormente y que no fue escrito por Moisés sino por uno de los profetas posteriores». Bonfils no negaba el carácter sobrenatural del texto; pero era de la opinión que los párrafos controvertidos habían sido redactados por «un profeta posterior». Él sólo llegó a la conclusión que estos párrafos no podían provenir de Moisés. Hay que decir que en una reimpresión de su obra 350 años más tarde fueron eliminadas todas las alusiones a este respecto.

En el S. XV Tostatus, obispo de Ávila constató asimismo que determinados pasajes, en especial el relato sobre la muerte de Moisés, no pudo haberlo escrito Moisés mismo. Según una tradición antigua el autor de esta narración debió ser Josué, el sucesor de Moisés. Pero en el S. XVI Carlstadt, un contemporáneo de Lutero, demostró que la narración de la muerte de Moisés fue redactado en el mismo «tipo de lenguaje» que el texto anterior. De ahí que quedara en entredicho y muy debilitada la afirmación de que por lo demás Josué u otro a lo sumo habría añadido un par de líneas a un manuscrito procedente de Moisés. Y él se preguntaba también cuál era en realidad la obra de Moisés y cuál la parte añadida por otro.

En una segunda fase de estas averiguaciones los analistas e investigadores pensaron que Moisés habría escrito los cinco libros pero que estos habrían sido posteriormente retocados añadiéndoseles aquí y allá una palabra o un modismo.

En el S. XVI el católico flamenco Andreas van Maes y los dos jesuitas, Benedicto Pereira y Jacques Bonfrère, determinan y establecen un texto, que procede también de Moisés pero que más tarde otros autores lo amplían. Van Maes creía que un redactor posterior habría añadido determinados giros literarios y algunos nombres de lugares en su modo de escribir actual. La Iglesia católica colocó el libro de Andreas van Maes en el índice de los libros prohibidos.

En un tercer estadio o fase de investigación los analistas llegan a la conclusión que Moisés no habría escrito la mayor parte del Pentateuco. El primero que se manifestó de esta manera fue el filósofo inglés Thomas Hobbes en el S. XVII. Hobbes reunió numerosos hechos y afirmaciones de los cinco libros incompatibles con una autoría de Moisés. Por ejemplo se dice en algunos pasajes que una determinada disposición ejerce su efecto «hasta el día de hoy». Con este modismo «hasta el día de hoy» no se describe una situación del aquí y ahora. Es más bien una muletilla que habría utilizado un autor posterior para describir algo que proviniendo del pasado dura en el presente.

Cuatro años después acentuaba también el calvinista francés Isaac de la Peyrère que Moisés no pudo ser el autor de los cinco primeros libros de la Biblia. También a él le habían llamado la atención discrepancias a lo largo del texto, por ejemplo la formulación «al otro lado del Jordán» en el primer verso del Deuteronomio. Este verso comienza: «Éstas son las palabras que dirigió Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán…». El problema en el uso de este giro «al otro lado del Jordán» está en que el giro hace referencia a alguien que se halla en la otra parte del río Jordán y no en la parte del que escribe. De ahí que el versículo parece transmitir las palabras de alguien en Israel que se encuentra en la parte occidental del Jordán y que hace referencia a lo que Moisés ha hecho en la parte oriental del Jordán. El mismo Moisés jamás en la vida debió estar nunca en Israel. El libro de la Peyrère fue quemado y excomulgado. El autor del mismo encarcelado y se le puso en la tesitura de pasarse al catolicismo y abjurar de sus opiniones, sólo así podría conseguir la liberación. Cosa que también lo hizo.

Por la misma época el filósofo Baruch Spinoza publicó en Holanda un análisis crítico y armonioso del texto demostrando que en los pasajes controvertidos no se trataba de unos pocos casos aislados, que cada uno pudiera resolver a su antojo, sino que más bien era algo presente a lo largo de los cinco libros de Moisés. Allí había narraciones y relatos sobre Moisés en tercera persona, afirmaciones que probablemente Moisés jamás las haría (por ejemplo, «el hombre más modesto de la tierra»), el relato de la muerte de Moisés, el giro «hasta el día de hoy», la calificación de datos geográficos con nombres que sólo surgen tras la muerte de Moisés, la mención de hechos que sólo ocurren tras la vida de Moisés (por ejemplo la lista de los reyes edomitas), así como diversas contradicciones y pasajes problemáticos en el texto, que ya llamaron la atención de anteriores investigadores. Remarcó también que en Deuteronomio 34, 10 se dice: «No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés…» Estas palabras, comenta Spinoza, suenan como si vinieran de alguien que hubiera vivido bastante después de Moisés y tuviera la oportunidad de haber conocido también a otros profetas. Sólo así cabe una comparación semejante. Spinoza escribió: «Es clarísimo que el Pentateuco no fue escrito por Moisés sino por alguien que vivió mucho después de él». Spinoza fue excluido del judaísmo y su obra fue condenada también por católicos y protestantes. Su libro fue colocado en el índice de libros prohibidos y en el plazo de seis años se promulgaron 36 edictos en contra y contra él mismo se interpuso una denuncia.

Poco tiempo después el sacerdote católico Richard Simon, un protestante controvertido, presentó en Francia una obra, pensada en realidad como una crítica a Spinoza. Según Simón el núcleo del Pentateuco (es decir las leyes) eran mosaicas, pero se dan algunos añadidos colocados por quienes habrían reunido, elaborado y compilado los textos antiguos. Y estos recopiladores, según Simon, serían profetas, dirigidos por el espíritu santo. Con ello y en su opinión quedaría a salvo la sacralizad del texto bíblico. Pero por lo visto sus contemporáneos no estaban maduros para una escritura según la cual una parte de los cinco libros no debían proceder de Moisés. Clérigos católicos atacaron a Simon y fue desposeído de su cargo. Sus libros acabaron en el índice de libros prohibidos. Del lado protestante hubo 40 réplicas a su obra. De los 1300 ejemplares de su libro impresos todos menos seis fueron quemados. Uno de ellos apareció traducido al inglés por John Hampden, si bien posteriormente Hampden se retractó. De ahí que escriba Edward Gray en su informe moderado: Hampden «reprobó las ideas que había compartido con Simón en 1688, probablemente poco antes de su liberación de la Tower».

Las fuentes

La hipótesis de Simón de que los autores de la Biblia habrían recopilado su texto de fuentes antiguas existentes fue un paso importante en la contestación a la pregunta de quién escribió la Biblia. Todo historiador serio sabe lo importante que son las fuentes para la descripción de los hechos. La hipótesis de que los cinco libros de Moisés se basan en una composición de distintas fuentes antiguas de procedencia diversa era de gran importancia porque preparaba el camino para el manejo de una nueva prueba, que en el siglo siguiente fue completada por tres investigadores: lo que se ha llamado el doblete (duplicado).

Se habla de un doblete cuando la misma historia se cuenta dos veces. En la traducción misma llama la atención que determinados episodios de la Biblia aparezcan en dos pasajes distintos con particularidades discrepantes: La creación del mundo; la alianza entre Dios y Abraham; la imposición del nombre de Isaac, el hijo de Abraham; el episodio en el que Abraham califica a su mujer Sara frente a un rey extranjero como su hermana; el viaje del hijo de Isaac, Jacob, a Mesopotamia; la historia de la escalera del cielo; la historia de cómo Dios impuso a Jacob el nombre de Israel y cómo Moisés golpeó agua de la roca…, de todo esto y otros pasajes más hay dos versiones.

Los defensores de la fe transmitida sobre la autoría de Moisés argumentan que los dobletes siempre se complementan y no repiten, y que no se contradicen sino que con las contradicciones «aparentes» debían ser para nosotros una lección. Además se descubrió otro punto de apoyo que socavaba esta refutación tradicional. Los investigadores descubrieron que en la mayoría de los casos en una de las dos versiones se designaba a la divinidad de un doblete de la narración con el santo nombre de Jahvé (antes erróneamente traducido por Jehová) mientras que en la segunda versión a la divinidad se la denomina sencillamente Dios. Por tanto los dobletes se pueden dividir en dos grupos de versiones paralelas. Cada grupo mostraba una consecuencia casi general en la utilización y empleo del nombre de Dios. Además los investigadores constataron que la distinción no solo abarcaba el empleo de la designación divina, sino que además hallaron otras expresiones y características que en un grupo y en el otro se daban de manera constante. Todo ello parecía apoyar la hipótesis de que alguien había tomado dos fuentes documentales antiguas y diferentes, las había descompuesto y luego entretejido e hilvanado entre sí en los cinco libros de Moisés de una forma narrativa ininterrumpida.

Y con ello entrábamos en una nueva fase de investigación, en desenredar la madeja, en desenmarañar las cuerdas e hilos de las dos fuentes documentales. En el S. XVIII tres investigadores llegaron a parecidas conclusiones persiguiendo estas reflexiones y de manera independiente: un eclesiástico alemán (H. B. Witter), un médico francés (Jean Astruc) y un profesor universitario alemán (J.G. Eichhorn).

Al inició se admitió que una de las dos versiones de las historias del Génesis sería un texto antiguo, que Moisés habría utilizado como fuente y que la otra versión de las historias la habría redactado Moisés mismo, que transmitía las cosas con palabras propias. Más tarde se pensó que las dos versiones de las historias serían antiguas fuentes documentales que Moisés habría utilizado en su trabajo. Finalmente se llegó a la conclusión que ambas fuentes tenían que proceder de autores que vivieron después de Moisés. Con cada paso de este proceso la autoria de Moisés se fue comprimiendo, limitando, convirtiéndose en más improbable.

A inicios del S. XIX se expandió la hipótesis de las dos fuentes. Los eruditos descubrieron argumentos y pruebas que nos hablaban no sólo de dos grandes fuentes documentales en el Pentateuco sino de cuatro. Dos científicos demostraron que en los primeros cuatro libros de la Biblia no sólo había dobletes sino incluso varios tripletes. Ello casaba con otras pruebas sobre las características de lenguaje y contenido y se afianzó la convicción de que se había descubierto otra fuente en el Pentateuco. Un joven erudito alemán, W.M.L. de Wette, en su tesis doctoral apuntó que el último de los cinco libros de Moisés, el Deuteronomio, se diferenciaba de los otros cuatro libros desde el punto de vista del lenguaje de una manera asombrosa. En este libro no aparecía existente ninguna de las otras tres fuentes documentales antiguas. De Wette manifestaba la suposición que el Deuteronomio constituiría una cuarta fuente independiente.

Por tanto es de agradecer a la labor de tantos que en parte con gran sacrificio personal nos hayan clarificado el misterio del origen de la Biblia y pudiera crearse una hipótesis de trabajo. Éste fue un grandioso paso en la historia de la Biblia. Ahora los científicos podían abrir el primer libro de Moisés, el Génesis, y en una y la misma página reconocer la letra de incluso tres autores. Y asimismo la mano del redactor, de aquel que descompuso y desarmó las fuentes documentales para unirlas en una única narración. Por tanto intervinieron hasta cuatro personas distintas, cuatro que habrían escrito en una misma página de la Biblia. Los eruditos ahora podían reconocer que estaban ante un puzle y podían profundizar e indagar en la peculiaridad de este puzle. Pero seguían sin saber todavía quiénes fueron los autores de los cuatro textos base antiguos, cuándo vivieron y por qué los escribieron. Y tampoco tenían idea alguna sobre quién fue el redactor que reunió los textos individuales y por qué lo hizo de ese modo tan complicado.

La hipótesis

En resumen, el puzle se mostraba de la manera siguiente:

Había pruebas de que los cinco libros de Moisés habían sido juntados de cuatro fuentes documentales diferentes en una historia continua, ininterrumpida.

Por razones de trabajo técnico a estos cuatro documentos se les designó con letras. El documento que iba unido al santo nombre de Jahvé/Jehová se le denomino J. Al documento que calificaba a la divinidad como Dios (en hebreo Elohim), recibió la denominación E. El tercer documento, que con diferencia es el más largo y que sobre todo contiene leyes y que trata asuntos que afectan a sacerdotes se le denominó con la letra P. Y a la fuente que sólo se halló en el libro Deuteronomio se la denominó D.

La pregunta ahora fue cómo se podía aclarar la historia de estos cuatro documentos: quién había escrito los textos; por qué se habían redactado estas cuatro versiones diferentes de la historia; qué relación existía entre ellas; sobre si cada uno de los autores conocía la existencia de los demás textos; cómo se consiguieron y se unieron y otras muchas preguntas más.

Como primer paso se intentó determinar la sucesión relativa en la que surgieron los textos. Se quería determinar si cada versión reflejaba una fase determinada del desarrollo religioso del Israel bíblico. Este punto de partida muestra lo muy influida que se encontraba la Alemania del S. XIX por el pensamiento hegeliano de un desarrollo progresivo de la cultura en la historia. Dos figuras destacaron en el siglo XIX. Abordaron el problema de manera muy diferente, pero llegaron a resultados complementarios entre sí. El uno, Karl Heinrich Graf, partiendo de relaciones y dependencias determinó la sucesión cronológica de los diversos textos bíblicos. El otro investigador, Wilhelm Vatke, profundizó en la historia de la evolución de la antigua religión judía; buscó e indagó referencias y datos sobre si un pasaje determinado correspondía a una fase anterior o posterior de la evolución religiosa.

La conclusión de Graf fue que los documentos J y E presentaban las versiones más antiguas de las narraciones bíblicas, puesto que desatendían y no prestaban atención (al igual que otros escritos bíblicos antiguos)a cosas que sí consideraban y tenían en cuenta los demás documentos. D era posterior a J y a E porque contiene anotaciones de hechos de una época histórica posterior. Y P, la versión sacerdotal era la más tardía de todas, ya que hacía referencia a diversas cosas que en las partes más antiguas de la Biblia, como por ejemplo en los libros de los profetas, eran desconocidas.

Vatke por su parte concluyó que J y E hacían referencia a una fase de desarrollo muy antiguo de la religión judía, a una época en la que la religión era fundamentalmente una religión de la naturaleza y de la fertilidad. D, según Vatke, representaba un estadio medio del desarrollo religioso, la inclinación hacia una fe espiritual-ética, en otras palabras, la época de los grandes profetas de Israel. Y a P la catalogó como el documento del estadio más temprano de la religión judía, posterior a los demás, de la religión de los sacerdotes, que es dirigido por una clase sacerdotal, que se basaba en el sacrificio, en el ritual y en la ley.

El punto de partida de Vatke: reconstruir el desarrollo de la religión judía, y el de Graf: reconstruir el desarrollo de las fuentes del Pentateuco apuntan en la misma y condujeron a la misma conclusión: la mayoría de las leyes y una gran parte de los relatos del Pentateuco no procedían ni de la época de Moisés -y mucho menos manuscritos del mismo Moisés- ni tampoco provenían de la época de los reyes y profetas de Israel, sino que más bien habían sido escritos por alguien que vivió a finales de la era bíblica.

Esta opinión topo con múltiples reacciones, que provenían tanto de eruditos conservadores como de liberales. Al mismo de Wette, que había descubierto la fuente D, no acababa de gustarle la idea de que una parte tan grande de las leyes hubiera que datarlas tan tarde. Bajo estas condiciones y presupuestos el inicio de la historia hebraica, pensaba él, no se fundamentaría en las grandes creaciones de Moisés sino en una nada incomprensible. Y los eruditos conservadores explicaban que según esta interpretación daba la impresión de que el Israel bíblico no habría estado gobernado y regido en los primeros 600 años de su existencia por la ley. A pesar de todo las teorías de Graf y Vatke se impusieron a lo largo de todo un siglo, sobre todo merced al trabajo de un hombre, de Wellhausen.

En la historia de la averiguación de los autores de la Biblia así como también de la ciencia bíblica en general Julius Wellhausen (1844-1918) ocupa un lugar destacado. Resulta difícil calificar a una única persona como «fundador», «padre» o «el primero» en este ramo porque son muchos los que han aportado y contribuido en el camino hacia el desenmarañamiento de la madeja. En el campo de la ciencia bíblica este título honorífico se les concede alternativamente a Hobbes, Spinoza, Simon, Astruc, Eichhorn, Graf o Wellhausen. El mismo Wellhausen nombra a de Wette. Pero lo cierto es que Wellhausen en el marco de nuestra temática ocupa un puesto destacado. Su aportación a la historia bíblica no es tanto inicio cuanto broche de oro y momento culminante de muchos pasos, parte de lo que tuvo que decir Wellhausen provenía de investigaciones de sus antecesores; el mérito de Wellhausen es reunir en una síntesis clara y ordenada todas estas investigaciones, a las que contribuyó en una parte considerable con su propia investigación y demostración.

Wellhausen asumió la visión de Vatke del desarrollo trigradual, trifásico, de la religión judía y el punto de vista de Graf, es decir que los textos habrían sido escritos en tres épocas distintas. Y aunó estas dos tesis entre sí. Analizó las narraciones y las leyes bíblicas que aparecían en J y E y argumentó que ellas transmitían la vida en el peldaño, en el grado, en la fase religiosa de la naturaleza y la fertilidad. Defendía la idea de que las narraciones y leyes del Deuteronomio (D) describían la vida de la fase o escala ético-espiritual y que P correspondía a la fase de los sacerdotes y las leyes. Rastreo con minuciosidad las características de cada fase y época en los respectivos pasajes. Examinó cómo estos pasajes reflejaban aspectos de la religión fundamentales y diferentes: el carácter del clero, las formas del sacrificio, los lugares de la adoración, las fiestas religiosas…. Se apoyó en sus investigaciones sobre los textos leguleyos al igual que sobre las partes narrativas de los cinco libros del Pentateuco y también sobre otros libros históricos y proféticos. Su exposición resultaba sensata, comprensible y tuvo un grandísimo influjo. Su trabajo resultaba tan convincente sobre todo porque superaba la división y clasificación simple de las fuentes según los criterios al uso (de dobletes, contradicciones etc); insertaba y encajaba las fuentes documentales en la historia. La historia ofrecía un marco creíble dentro del cual podía llevarse a cabo el desarrollo, con lo que el modelo Wellhausen daba una primera respuesta a la pregunta de por qué había distintas fuentes. Y porque los análisis literarios e históricos habían sido unidos, encajados, insertados entre sí por primera vez con éxito, ahora fue también cuando por primera vez se reconoció realmente este campo de investigación. A este modelo de la combinación de las fuentes documentales se le conoce como «hipótesis documental o documentaria» (Urkundenhypothese), que desde entonces domina la especialidad. Hoy todavía ocurre así: Si se es de otra opinión se contradice a Wellhausen. Y si se quiere presentar un modelo nuevo necesariamente hay que confrontarlo con el de Wellhausen.

La situación actual

La oposición y resistencia religiosa a las nuevas investigaciones perduró a lo largo del S. XIX. El que la hipótesis documental se conociera en los países de habla inglesa se debe en gran parte al trabajo llevado a cabo por William Robertson Smith, un profesor del Antiguo Testamento en la universidad de la Iglesia Libre de Escocia en Aberdeen y editor de la Enciclopedia Británica. Él escribió un artículo en la Enciclopedia y también en ella publicó artículos de Wellhausen. Tuvo que responder ante un tribunal eclesiástico y aunque salió absuelto de la acusación de herejía perdió su cátedra. Asimismo el obispo anglicano John Colenso publicó en el S. XIX en Sudáfrica tesis parecidas contra las que en un periodo de 20 años aparecieron 300 réplicas. A Colenso se le denominó «el obispo ateo».

En el S. XX comenzó a cambiar la situación. Durante muchos siglos se dio en la Iglesia católica una oposición considerable contra esta investigación, la encíclica Divino Afflante Spiritu del papa Pío XII en 1943 constituyó un punto de inflexión importante, se la ha denominado la «carta magna del progreso bíblico». El papa en ella animaba a los analistas y exegetas a que investigasen sobre los autores de la Biblia, ya que estos autores habrían sido el «instrumento vivo e inteligente del Espíritu Santo…». Y concluía:

«Por tanto el exegeta bíblico debe con cuidado y sin desatender la luz que proyecta la investigación moderna aspirar a transmitir el carácter y las circunstancias vitales del autor sagrado, la época en la que vivió, las fuentes escritas u orales que dispuso y las formas de expresión que utilizó».

A la estela de esta exhortación papal en 1968 comenzaba el católico Jerome Biblical Commentary con la explicación siguiente del editor:

«No es ningún misterio que en los últimos 20 años en la ciencia bíblica católica se ha operado algo así como una revolución, una revolución que ha sido sancionada expresamente por la Iglesia puesto que su Carta Magna fue la encíclica Divino Afflante Spiritu del papa Pío XII. Los principios de la ciencia literaria e histórica, que durante tanto tiempo se han visto con desconfianza y recelo, por fin son reconocidos y utilizados por exegetas católicos. Los resultados son múltiples: un interés nuevo y básico por la Biblia en toda la Iglesia; una mayor aportación de la investigación de la Biblia a la teología moderna; un esfuerzo y comprensión común entre eruditos católicos y no católicos».

También entre los protestantes ha aminorado la resistencia contra la investigación crítica de la Biblia. La Biblia hoy se estudia e imparte por especialistas críticos en instituciones protestantes dirigentes de Europa, incluidas las de Gran Bretaña. También en Estados Unidos enseñan eruditos críticos en grandes centros protestantes como en la Harvard Theological Seminary, en la Union Theological Seminary y en muchos otros. El análisis crítico de los textos bíblicos y de sus autores está también reconocido por centros docentes judíos importantes, sobre todo por el Hebrew Ynión College, la escuela reformada rabínica, y por el Jewish Theological Seminary, la escuela conservadora rabínica. También se enseña la Biblia en las grandes universidades del mundo.

Todavía hace una generación había en círculos eruditos cristianos ortodoxos y judíos que rechazaban la hipótesis documental, hoy apenas existe un científico bíblico activo en el mundo que sostenga que los cinco libros de Moisés fueron escritos por Moisés o por alguna otra persona individual. Los eruditos siguen sin estar de acuerdo cuántos autores distintos habrían participado en este o aquel libro, siguen discutiendo cuándo fueron redactados los diferentes documentos o si un determinado versículo hay que adjuntar a éste o a aquel documento. Manifiestan más o menos contento o descontento sobre la utilidad de la hipótesis para la investigación literaria o histórica, pero la hipótesis sigue siendo siempre el punto de partida de su trabajo; ningún investigador serio se puede permitir el lujo de no estudiarla y por ahora ninguna otra interpretación del material probatorio la ha cuestionado.

El análisis crítico de la autoría se ha extendido también más allá de los cinco libros de Moisés y hoy abarca y escudriña cada uno de los libros de la Biblia, por ejemplo el libro de Isaías, que según la tradición se ha atribuido a Isaías y que vivió en el S. VIII a. de Cr. La primera mitad de este libro corresponde en su mayor parte a esta tradición, pero los capítulos 40 al 66 de este libro de Isaías parecen provenir de otro que vivió unos 200 años más tarde. El mismo libro de Abdías, que tan sólo tiene una página, se considera una compilación de textos de dos autores.

En nuestros días se ha conseguido cosas importantes mediante nuevas ayudas y nuevos procedimientos, mediante métodos de análisis lingüísticos que han sido desarrollados sobre todo en los últimos 15 años (se recuerda que este libro fue escrito en 1987) y que han posibilitado establecer una cronología relativa de las partes bíblicas y valorar y describir lingüísticamente las características del hebreo bíblico.

Con otras palabras, desde el punto de vista del lenguaje, tal y como se emplea en la mayor parte de los cinco libros, Moisés estaba tan lejos de él como Shakespeare del inglés usual moderno. También desde los tiempos de Wellhausen se ha llevado a cabo una revolución arqueológica cuyos conocimientos más importantes hoy en día hay que tenerlos muy en cuenta en la búsqueda de los autores de la Biblia. Luego, en otra parte de este libro, incidiré con más precisión en los descubrimientos arqueológicos más importantes.

A pesar de todos estos grandes avances tenemos que decir que en suma todavía el puzle sigue sin ser resuelto, al menos sin ser resuelto del todo, y al no aparecer la solución accesible impide que en nuestro trabajo se haga toda una serie de preguntas sobre la Biblia. Mi experiencia constituye un ejemplo de lo que digo. Cuando yo en la época universitaria entré en contacto con la ciencia bíblica en este campo personalmente no le di gran importancia porque mi interés se centraba en lo que decía el texto y la importancia de él en nuestros días, pero en modo alguno sobre la cuestión de quién lo había escrito. Cuando posteriormente me fui enfrascando más y más en el estudio de los textos tuve que constatar que siempre, una vez y otra, topaba con este problema, daba igual la cuestión que abordara.

Si me ocupaba de una cuestión literaria quería saber por qué el texto transmitía la historia así y no de otra manera; tomemos como ejemplo el relato del becerro de oro. En el libro segundo de Moisés Dios anuncia a los israelitas los diez mandamientos desde el cielo sobre el monte Sinaí. Luego Moisés asciende sólo el monte y recibe los mandamientos cincelados en piedra. Al retrasarse el regreso de Moisés el pueblo fabrica un becerro de oro y le hace ofrendas. Su líder, el hombre que ha fabricado el becerro de oro, es Aarón, el representante de Moisés. Cuando regresa Moisés y ve el becerro arroja de rabia las tablas y se rompen. Destruye el becerro y pregunta a Aarón: «Qué te ha hecho este pueblo para que lo cargues con tan grande culpa?» Aarón responde que el pueblo le ha exigido construir dioses de modo que él arroja su oro al fuego «y con ese material construye el becerro».

Y surge la pregunta sobre qué le mueve a alguien a escribir esta historia. ¿Qué ocurrió en el mundo del autor que le movió a contar una historia en la que su propio pueblo adora a ídolos tan sólo 40 días después de que hayan oído hablar a Dios desde el cielo? ¿Por qué construyen y labran un becerro de oro y no por ejemplo una oveja de bronce, una culebra de plata u otra cosa? ¿Por qué según la tradición Aaron, el primer sumo sacerdote de Israel, se va a convertir en el incitador de los adoradores de ídolos? ¿Realmente sucedió así y el autor contó la historia tal como la conocía o hubo en el mundo del autor otros acontecimientos y crisis, que le influyeron al escribir la historia?

Me debatí con un cuestionamiento ético, quería saber por qué en un texto se dice: compórtate así y no de otra manera; aparece, por ejemplo, en las leyes de guerra del Deuteronomio de las que se derivan importantes consecuencias morales. Una ley excluye a uno, que tiene miedo, de la obligación del servicio militar, otra prohíbe la violación de una mujer presa; a las mujeres de los vencidos se dice hay que darles tiempo para que lloren a sus familiares caídos, luego se puede tomárselas como esposas de lo contrario hay que dejarlas libres. Aquí me parece importante entender la razón del origen de semejantes leyes. ¿Cómo se llegó a que en el código de comportamiento bíblico se recogieran tales tipos de actuación y prohibiciones de ese tipo? ¿Qué pasó en el mundo bíblico para que se inventaran tales leyes y fueran admitidas por el pueblo?

Si se tratara de un cuestionamiento teológico quisiera saber por qué el texto describía así a la divinidad y no de otra manera; por ejemplo la Biblia muestra a menudo a Dios zarandeado y arrastrado por la justicia y la misericordia divina. A través de la Biblia se percibe una tensión entre las fuerzas que dicen ¡castiga! y otras que dicen ¡perdona! ¿Qué hechos y qué concepciones diferentes del ser divino pudieron influir en las diferentes épocas y en los diferentes lugares del mundo bíblico para que se diera este concepto vigoroso y sorprendente en la relación entre Dios y el hombre?

Todavía resultaban más difíciles los cuestionamientos históricos. Quien se interesa por la historicidad de los relatos bíblicos tiene que averiguar cuándo ha vivido el autor, si el autor fue testigo ocular de lo narrado por él, caso de no serlo debe indagar sobre las fuentes que dispuso, de si el autor era sacerdote o laico, hombre o mujer, si pertenecía a la corte o era una persona normal, quiénes eran sus amigos y quiénes sus enemigos etc.

En la universidad de Harvard mi maestro fue el profesor Frank Moore Cross. Yo me encontraba en mi segundo curso académico cuando el profesor Cross en un seminario sobre lenguas y cultura del Próximo Oriente se remitió lingüísticamente a otro seminario en el que él mismo bastantes años antes había participado. En este seminario primero los participantes decidieron trabajar el texto del Pentateuco desde el inició, sin partir de la validez de la hipótesis documental ni de hipótesis de nadie para mediante un estudio razonable y sin prejuicios del texto ver a qué resultados nos llevaban las pruebas y argumentos. El mismo día, algo después, estaba yo apalabrado con el profesor Cross para una conversación sobre estudios en la que le pedí poder realizar bajo su dirección un trabajo. Y exactamente me propuso llevar a cabo lo que hacía años había hecho su seminario, y así comencé yo a analizar y a confrontarme con el problema omnipresente del origen del texto bíblico. Comenzamos desde el inicio, trabajamos el texto del Pentateuco sin aferrarnos a la autenticidad de la hipótesis documental pero, eso sí, valoramos y sopesamos el material de prueba paso a paso. Desde ese momento no pude ya dejar de lado esa cuestión. Me atrapó totalmente.

Espero que con mis aportaciones en este libro yo pueda impulsar y adelantar la solución. Grosso modo defiendo el modelo que en los doscientos últimos años se ha ido conformando como consenso entre los entendidos. Yo presentaré nuevas pruebas, que, como creo, fortificarán y consolidarán este modelo. Donde me distancio y difiero de anteriores eruditos, a veces también de mis maestros, lo diré claramente y presentaré el material de prueba. En este libro nuevo es sobre todo lo siguiente:

a.- Yo creo poder decir algo más preciso sobre los autores de la Biblia: cuándo vivieron, dónde vivieron, a qué grupo social pertenecían, qué relaciones tenían con las personalidades importantes y con los hechos de su tiempo, quiénes fueron sus amigos y quiénes sus enemigos y qué objetivos políticos y religiosos perseguían con su obra, con sus escritos.

b.- Yo creo poder iluminar con mayor nitidez las relaciones de los diversos autores entre sí. ¿Conocía el uno o el otro los escritos de los demás? Aparentemente éste fue el caso. Y esto influyó de manera inesperada en la configuración definitiva de la Biblia.

c.- Yo creo poder alumbrar mejor la sucesión de hechos, que condujeron a que todos los documentos se unieran en una única obra. Esto también debía ayudarnos a entender de qué manera esta obra pudo ser reconocida finalmente como la Biblia.

d.- Creo yo poder contradecir, por lo menos en un caso, la opinión reinante sobre uno de los autores de la Biblia, y también datar cuándo vivió y por qué escribió lo que escribió.

e.- Por lo que respecta a las historias bíblicas creo yo poder mostrar por qué cada historia fue escrita en la forma en la que ha llegado hasta nosotros y su relación respecto a la historia de la época en la que fue escrita. Naturalmente resulta imposible analizar con detalle en este libro todos los libros de la Biblia. Yo me adentraré en aquellos 11 libros en los que se narra el núcleo de la historia y del que se deriva la Biblia restante, de los demás tan sólo haré alguna referencia. Y discutiré los efectos de estos conocimientos sobre la Biblia en general.

Al inicio quisiera intentar presentar y establecer, en base al material probatorio arqueológico y al detallado estudio de la Biblia como fuente histórica, una reconstrucción lo más exacta posible del mundo bíblico, qué partes del relato bíblico son creíbles históricamente para la época respectiva. El paso siguiente consistiría en ubicar a los autores bíblicos en su respectiva época y examinar en qué medida las personas y sucesos influyeron la configuración definitiva de la Biblia en aquel momento histórico. Al final volveremos de nuevo al punto que a mí desde el inicio tanto me preocupa: los efectos que estos conocimientos tienen sobre el modo y la manera cómo los hombres de hoy entienden, valoran y utilizan la Biblia.