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En el 102º aniversario del escritor andino

José María Arguedas, vigencia tras la crítica de la «novela moderna»

Fuentes: Rebelión

El vínculo vital de la obra de José María Arguedas con su referente andino le permite una develación de la intimidad y cosmovisión indígena sin precedentes en la literatura indigenista, así como unos cuadros de una belleza que emana natural, diáfana, deslumbradora. Además porque la interpretación ideológica socialista le permite, tras la peculiaridad mágico religiosa […]

El vínculo vital de la obra de José María Arguedas con su referente andino le permite una develación de la intimidad y cosmovisión indígena sin precedentes en la literatura indigenista, así como unos cuadros de una belleza que emana natural, diáfana, deslumbradora. Además porque la interpretación ideológica socialista le permite, tras la peculiaridad mágico religiosa del proceder indígena, desplegar el conflicto de clase, el gamonalismo, el fondo socio económico.

Con esto la acusación de costumbrismo o regionalismo en la obra de JMA -en el sentido de localismo, folklorismo y consiguientemente carencia de profundidad- que le reputaron ciertos escritores del boom latinoamericano de los 60, queda desvirtuado. La mejor constatación de esto es que la narrativa de JMA, sin asumir las mismas innovaciones formales de los autores del boom -por lo menos no todas como un paquete en boga, a quienes tales innovaciones trajo tanto éxito, algunos merecidamente-, a pesar de ello, su novelística tiene tanta vigencia y es valorada hoy, y a veces más, que la de los autores del boom. Y es que, como en toda la historia literaria, el grado de cercanía con los procesos humanos le confiere el grado de autenticidad a la obra, en el que está implícita una inventiva estética creada en la tensión por develarlos, como es el caso declarado de JMA en su «lucha» con el lenguaje para transmitir en castellano la espiritualidad del mundo quechua. Y no las innovaciones formales, ya estandarizadas, a veces implantadas como artificio externo.

Pero el extremo de la crítica a nuestro autor lo trae Mario Vargas Llosa al calificar, primero, a la narrativa de José María Arguedas, de representación sesgada del mundo andino, que se explica porque naturalmente como toda obra es una «ficción» -en el sentido literal de falseamiento de la verdad que es como entiende Vargas Llosa por ficción literaria-, desmintiendo al propio Arguedas que afirma que su obra es un esfuerzo por traer la más próxima verdad del mundo andino, de alguna manera deformada por el indigenismo anterior. Pues, dice Vargas Llosa, todo en la obra de José María Arguedas, sugiere una exageración y un sesgo nacido de sus demonios personales. Es decir, de su experiencia con su hermanastro, el capataz de hacienda; de su traumática experiencia sexual en relación a ese mismo hermanastro que ultrajaba salvajemente a las mujeres que dependían de él; a su fuerte sello vivencial que lo hacía idealizar el mundo indígena. De todo ello nacería el mundo imaginado por José María Arguedas: el prototipo del gamonal de una violencia inusitada, los cuadros generalizados de violencia que pinta, «hasta en los animales y las plantas», el recurrente temático del sexo como repulsivo y que lo sufren generalmente las mujeres, las indias, los más débiles; entre otras situaciones.

Pero, ¿acaso las características violentas del gamonal tradicional de horca y cuchillo que pinta Arguedas en su obra es distante a la que fue en la realidad durante la oligarquía serrana tradicional? ¿No es el gamonal que pinta JMA -fuera por evocación de la experiencia propia o por elaboración literaria- el prototipo de gamonal realmente existente en el mundo serrano de las haciendas tradicionales? ¿Este gamonal está exagerado en la obra de José María Arguedas? No nos parece.

¿Y hay diferencia sustancial entre la violencia social, depredadora, la violencia sexual, ocurridos real e históricamente en el mundo tradicional -y desde la Colonia-, y la recurrente violencia de esa misma naturaleza realizada por los terratenientes o los grupos sociales dominantes en el mundo andino que describe Arguedas en sus novelas o relatos?

No es responsable José María Arguedas que sus «demonios» coincidan con la necesidad de revelar la profundidad trágica de la vida y coincida por eso con las tendencias sociales progresivas que se encargan de denunciar el lado decadente y negador de ésta; que a sus vivencias, haya añadido su capacidad literaria y su postura contestataria, para develar el mundo andino, y con ello el fundamento de nuestra identidad nacional. A diferencia de Vargas Llosa cuyos «demonios» -nacidos de su origen de clase privilegiada, que siguen vibrando en sus más íntimos sentimientos, de obsesiones de élite-, le obligan acomodar la realidad al servicio de intereses minoritarios, conservadores y en defensa de estructuras sociales en proceso de decadencia histórica. Mientras que en el caso de Arguedas su ficción literaria no sea más que la creación de prototipos que le sirven para representar una realidad social que, en general, con los factores humanos que defiende, evoca y revela, del mundo indígena, señala el camino hacia una necesaria reorganización social de ese mundo en consonancia con las necesidades revolucionarias del mundo contemporáneo.

Pero en segundo lugar, junto con la recusación de que Arguedas «exagera» la realidad social andina, Vargas Llosa acusa a éste, lapidariamente, de trasuntar un ideal retrógrado en su literatura, de ser andinista, de idealizar el mundo tradicional en franco proceso de extinción, y añorar, en la misma línea de la utopía arcaica inaugural de Guamán Poma de Ayala, la vuelta, en su fuero más íntimo, si acaso al Tahuantinsuyo.

Esta acusación no tiene sustento serio. Ni el mismo Guamán Poma de Ayala -a quien Vargas Llosa no es capaz de ubicar en la época histórica tan temprana de la Colonia, cuando todavía muchas de las estructuras socioculturales prehispánicas estaban en pie- proclama una vuelta absoluta a la organización jerárquica y social incaica. Acepta la imposición implacable de elementos culturales hispanos como la religión católica, y hasta conviene, para su propuesta de restauración de la jerarquía y el orden incaico, la de una administración centralista dirigida por el Rey de España, a quien dirige su carta. Pero todos estos son elementos explicables por los condicionamientos históricos en que se veía envuelto y sujeto Guamán Poma.

Y si determinadas expresiones del indigenismo efectivamente se enclaustran en una propuesta andinista -peligro que ya había advertido José Carlos Mariátegui en la polémica con Federico More que veía el problema indígena desde la oposición a todo lo no andino, visión predominantemente étnica-, que se había dado especialmente en el ensayo, pues en la literatura, significativamente con Ciro Alegría, había adquirido un carácter épico de clase, de la resistencia indígena contra el gamonalismo y la superestructura ligada a ella, y narrativa que había alcanzado sutileza y verosimilitud, sin esquematismo. No se podía incluir, con honradez, a José María Arguedas en tal pasadismo histórico, en tanto se ubicaba en la misma perspectiva de Alegría y que más bien la acendra gracias a su identidad ideológica claramente socialista, orientación que no le permite devenir en ese denunciado arcaísmo. Por más que Vargas Llosa confunda el ahondamiento históricamente necesario que de la tradición y del mundo andino hiciera Arguedas, con una aspiración subjetiva de regresión a un pasado histórico ya cancelado.

Por eso no es maniquea, en José María Arguedas, la recurrente exaltación de los valores del mundo indígena, al contraponerlo al mundo occidental, sino acentuada en reiterar lo esencial como en toda obra de arte: todos los investigadores están de acuerdo que la cosmovisión indígena tiene elementos que contestan al individualismo del mundo occidental. Es simplemente esa realidad, útil socialmente, la que exalta JMA, en la tensión del discurso narrativo. Y como toda obra artística sin caer en la simplificación grosera que le atribuye VLl, pues, de otra manera, la obra de JMA carecería de esa verisimilitud, de la revelación definitiva y deslumbrante que nos entrega de la intimidad del mundo andino y, en consecuencia, de la belleza estética que revela en su obra.

Es cierto que hay en JMA una fuerte carga emocional por lo que centra su esfuerzo creativo en la herencia cultural quechua, que también se manifiesta en sus importantes aportes antropológicos, etnológicos. Y esto es fundamentalmente una virtud pues le ha permitido alcanzar la representación más acabada del mundo indígena, y con ello reforzar aquella identidad nacional tan cara en el proceso histórico de reivindicación social de la historia peruana. Ha significado, además, por ello, la atención y el estudio, la vigencia, de la obra de JMA, legado literario importante en el impulso revitalizador de la autoestima del componente social actual de raíz andina y de aliento a las futuras generaciones para la creación literaria desde esa perspectiva. Pero este mismo acendramiento básicamente en lo andino, ha podido significar efectivamente una carencia, o una dificultad, para entroncarlo, en su literatura -y con la misma destreza con que trata el mundo tradicional-, con el proceso económico social capitalista en el que estaba, o está, inserto, y con el proceso del conflicto de clases contextual, que unimisme las aspiraciones y la cosmovisión colectivista, con las luchas y las aspiraciones socialistas de todos los pueblos. Pero aun ese reproche es relativo porque, con mayor decisión en sus últimas novelas, Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo, da inicio a la representación de ese nuevo Perú de fusión esencial y de proyección universal. No obstante, considerando que tuviera aquellas limitaciones -no de falta de prospectiva histórica, sino de culminación-, Arguedas ha cumplido fundamentalmente su parte en el legado cultural nacional y de lucha social. Recae en las generaciones que le siguen la responsabilidad de completar ese legado tanto en el terreno literario y cultural como político, la configuración -sobre la base de nuestra identidad, de nuestras raíces históricas y las bases sociales provenientes de ella, y en la nueva situación histórica- del proceso de la dignificación humana en conjunción con todas las clases progresivas y los pueblos, es decir, la lucha por el socialismo en las condiciones actuales.

Lo que se quiere nublar y descalificar en el fondo, con una crítica más de orden ideológica como la de MVLl, es el aspecto revolucionario que contiene la literatura arguediana. Calificación de utopismo arcaico que además aplica, por eso mismo, para cualquier prospección revolucionaria de aquí o del Caribe. Ya que cualquier comprensión racional de las tendencias del proceso histórico, y cualquier utopía en el más sano sentido del progreso humano, es peligrosa para el establishment que el flamante premio nobel defiende.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.