La ética y la literatura tienen en Juan Eduardo Zúñiga un pilar fundamental. Ciudadano de la inmensa mayoría, resulta de su trabajo literario la transparencia más pura de la condición humana y una ayuda inestimable al sostenimiento de nuestra memoria histórica. Autor de un número reducido de obras (Inútiles totales, El coral y las aguas, […]
La ética y la literatura tienen en Juan Eduardo Zúñiga un pilar fundamental. Ciudadano de la inmensa mayoría, resulta de su trabajo literario la transparencia más pura de la condición humana y una ayuda inestimable al sostenimiento de nuestra memoria histórica.
Autor de un número reducido de obras (Inútiles totales, El coral y las aguas, Flores de plomo, Largo noviembre en Madrid, La tierra será un paraíso, Capital de la gloria, estas tres obras forman una trilogía sobre el Madrid de la guerra y la resistencia al fascismo invasor, Los imposibles afectos de Iván Turguéniev, El anillo de Puskin, Sofía-Las ciudades, Misterios de las noches y los días) cuidadas hasta resultar imperecederas, es uno de esos artistas que cualquier gobierno preocupado por la cultura y la ética social estaría orgulloso de tener entre los miembros de su sociedad y elevarlo y mostrarlo como referente.
En su alejamiento del ruido mediático construye voces humanas que son expresión de intereses y de conciencias que viven un terremoto y lo transmiten al lector, y hacen de sus ojos dos pozos de pensamiento en el estadio primero, en alerta permanente y comprobación de cambios críticos; voces humanas en las que se sumerge el lector adentrándose por las páginas en una marcha lenta, en una lectura condensada, y además resulta un avance tenso. Ética y estética pocas veces han estado más alejadas de la propaganda.
Juan Eduardo Zúñiga, considerado autor de la generación del 36, o de los 50, generación que sale de la guerra, creció en la cercanía de la corriente que se ha venido a titular «realismo social», pero sus efectos de características propias, su capacidad de simbolización, y sus silencios, hicieron su persona y su literatura tan particular que resultó de todo ello una forma de ser y de mirar nada previsible. Tiempos difíciles para la calidad, para quienes no rinden su escritura, para quienes trabajan en silencio y muestran con el arte más verdadero los temas que constantemente llaman para ser tratados, y bajo el arte más verdadero muestran las contradicciones, las paradojas, los contrastes del vivir. Quienes no se rinden filtran las enseñanzas de la experiencia mejor que nadie. El tratamiento que Juan Eduardo Zúñiga da a todos y cada uno de sus personajes, lo hace con el filtro de las sutilezas y pequeños detalles que sugieren y a su vez desarrollan atmósferas, dibuja estados de ánimo que se consumen, y los que se guardan constreñidos bajo la barbarie, en ellos las vivencias se hacen bajo un intenso fuego, bajo la esperanza que les impulsa a seguir mirando al futuro. Ese tratamiento literario que hace que los temas bajo las historias y los personajes conmuevan y estremezcan, indica que Juan Eduardo Zúñiga es un escritor del que se aprende permanentemente. Demás está señalar la consideración por la clase trabajadora, en esa consideración se manifiesta una conciencia social llena de respeto, aunque nada contemplativa, se manifiesta un ser que forma parte intrínseca de las manos y los pensamientos de quienes se ganan el pan, y que en sus letras rompe el costumbrismo, lo anecdótico y localista, para subrayar los orígenes de la condición, los motivos principales, y limpia el paisaje general que sustenta con una potencia de lenguaje nada común en nuestra literatura. Esa potencia de lenguaje está levantada sobre estructuras que recogen el clasicismo y la vanguardia, infiltrándosenos hasta sorprendernos con los hilos conductores de nuestras formas expresivas más arraigadas y más novedosas. Su obra, puede concluirse, es más que técnica, es el descubrimiento del ser ético-artístico-literario, por eso invita a ser leída una y otra vez. En su libro «El anillo de Puskin» escribe: «Es ésta la gran virtud de la obra literaria: un mensaje aclarador de conciencias que pone íntima luz en senderos subterráneos o en el gran camino real por donde avanza la cabalgata colectiva». La actividad literaria y la actividad social de Juan Eduardo Zúñiga han convivido sin salir a la luz pública más que puntualmente, así sus tres libros sobre los habitantes del Madrid cercado, bombardeado y resistente al fascismo, «La tierra será un paraíso», «Largo Noviembre en Madrid», y, «Capital de la gloria», como otros escritos, no vieron la luz hasta después del franquismo. Cuando se le ha preguntado el por qué de esa tardanza, ha respondido sin ir más allá: «no era el momento». De ahí que sus palabras escritas, escogidas, palpiten bajo la superficie de mentiras históricas extendidas como un manto sobre el territorio que pisamos y sobre la vida de las gentes, mentiras creadas desde arriba a lo largo de años y años. Su intención, la intención de Juan Eduardo Zúñiga «no es solamente mirar con ojos comprensivos al que está delante, sino calar en lo más secreto, aquello que nos quiere ocultar», declara a Javier Goñi en una entrevista; también nos sirve aquí lo que dice la voz narrativa en su cuento «Noviembre, la madre, 1936»: «Nadie se interesa por el sufrir ajeno y aún menos por la dolorosa maduración interior que exige tiempo para ser comprendida, así que ningún familiar se percata de ese tránsito hacia el conocimiento de lo que nos rodea, hacia la verdad del mundo en que vivimos, conocimiento que pone luz en la conciencia e ilumina y descubre una triste cadena de rutinas, de acatamiento a razones estúpidas o malvadas que motivaron llantos y, muy cerca, en la vecindad de la estabilidad burguesa, hizo levantarse manos descarnadas de protesta; y aún más difícil de concebir es que esta certidumbre de haber comprendido se presenta un día de repente y su resplandor trastorna y ya quedamos consagrados a ahondar más y más en los recuerdos o en los refrenados sentimientos para recuperar otro ser que vivió en nosotros, pero fuera de nuestra conciencia, y que se yergue tan sólido como la urbanidad, los prejuicios, los miramientos…» Antonio Ferres en su libro «Memorias de un hombre perdido» recuerda a nuestro autor: «No me cabía duda de que Zúñiga venía de un mundo antiguo y secreto».
Ahora, en estos días, se ha reeditado en un solo volumen su trilogía sobre la guerra, los tres títulos que he mencionado pocas líneas antes, tres libros de cuentos de lectura necesaria para los amigos de composiciones intemporales, y para los amigos conscientes de la importancia que tiene para la historia del pueblo trabajador la memoria histórica. Su lectura despierta en lo más extraño de nosotros el asombro y la emoción más honda, más verdadera, menos contaminada, la emoción que creo imaginar que se nos despertaría si oyésemos la primera voz humana. He pensado en qué concepto podría contener en si mismo los términos: ética social y honestidad literaria, y no lo he encontrado, si esa palabra existe, esa palabra será la definición exacta, el dibujo de Juan Eduardo Zúñiga y su obra.
Título de la trilogía: Largo Noviembre en Madrid.
La tierra será un paraíso.
Capital de la gloria.
Autor: Juan Eduardo Zúñiga.
Editorial: Cátedra.