Cada vez que los medios de comunicación me proponen como referencia en el mundo de la música a alguien que parece joven, que da la impresión de creer en lo que hace y que hace lo que cree, y que proyecta una imagen natural, lejos de la cosmética habitual, desconfío. Y es que yo puedo […]
Cada vez que los medios de comunicación me proponen como referencia en el mundo de la música a alguien que parece joven, que da la impresión de creer en lo que hace y que hace lo que cree, y que proyecta una imagen natural, lejos de la cosmética habitual, desconfío.
Y es que yo puedo equivocarme pero esos medios no.
Los grandes medios de comunicación, la industria de la música y sus factorías, como la de Miami, no es verdad que van a aupar un producto que ponga en tela de juicio sus intereses, a alguien cuya expresión los denuncie, los desenmascare. A veces, esa industria y esos medios, no pueden evitar que propuestas contrarias, por ejemplo Silvio Rodríguez, se impongan en el buen gusto de la gente, por más que logren reducir su impacto y popularidad; pero nunca se equivocan a la hora de promover sus propios «ídolos». Y los producen y mercadean en todas las tallas y para todos los públicos.
Juanes no es más que eso, otro producto que los dueños del negocio de la música han sacado al mercado y que exhiben en su escaparate, con etiqueta de rompedor y sabor a calle, defensor de derechos humanos y animales y, por supuesto, sensible ante el deterioro del medio ambiente, causas todas ellas asumibles por cualquiera y que en nada comprometen cuando no van más allá de la retórica.
A Juanes, como a otros «artistas» semejantes, les conmueve el pájaro enjaulado, el pobre niño hambriento, el cauce seco del río, pero que nadie les pregunte por el dueño de la jaula, por los responsables de la miseria con la que se solidarizan, porque para esa denuncia nunca van a tener respuesta.
Su común apariencia, expuesta en unos jeans y una franela, sus desenfadadas maneras, la sencillez de su propuesta musical, contrasta con otros formatos para «ídolos de multitudes». A diferencia de Bisbal, Juanes no peina espectaculares rizos rubios ni baila o se contorsiona como Chayanne. Tampoco viste llamativas camisas fosforescentes, o se cuelga lámparas de las orejas. A lo sumo, unas gafas de sol negras, un pañuelo en la muñeca y algún que otro tatuaje, nada del otro mundo, pero su propuesta es tan anodina, tan insulsa, como la de cualquiera de los citados. Sus textos siempre giran en torno a los mismos tópicos de amores descarriados, babosadas trilladas en millones de canciones idiotas que se usan y tiran.
Y, sin embargo, pocos han sido tan reconocidos, tan premiados, tan honrados con toda suerte de honores y premios, de reportajes y primeras páginas. Hasta protagonizó el hecho insólito de cantar en el parlamento europeo frente a sus señorías, ocasión manifiesta, por cierto, para restregarles por la cara cualquiera de sus muchas causas pendientes con Latinoamérica y Colombia, aunque Juanes decidiera ponerse de nuevo su camisa negra y abrazarse a la común instantánea y al común almuerzo.
Me preguntaba qué precio podía haber pagado por la fama y los Granmy un cantante como Juanes, qué había entregado a cambio, además de la posible lucidez de sus inicios, y ahora lo sé: Juanes hizo campaña por Uribe, el mismo responsable de buena parte de las minas terrestres por las que el cantante dice estar conmovido, el mismo gestor de la miseria de la que el cantante dice estar avergonzado, el mismo gobernador de colonia elegido por uno de cada cinco colombianos más la licencia de la Casa Blanca, de la que el cantante dice no saber nada.