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La asunción del priismo por el Morena

Fuentes: Rebelión

Desde las elecciones locales en seis Estados el pasado 5 de junio se ha vuelto a discutir con particular intensidad en los medios y las redes sociales la relación del partido de gobierno, Morena, con el PRI, y de la incidencia del priismo en él. Hay razones para ello.

Como se sabe, el partido guinda ganó cuatro de los seis gobiernos en disputa y una buena cantidad de municipios, aunque también sufrió derrotas importantes. Lo que más se ha señalado es que ese partido ha ganado las posiciones más importantes postulando candidatos provenientes de otros partidos, especialmente del PRI o con apoyo de corrientes de este último.

Julio Menchaca Salazar, en Hidalgo, quien militó por 35 años en el tricolor y es muy cercano al ex gobernador Miguel Ángel Núñez Soto, renunció a ese partido en octubre de 2015 tras frustrarse en diferentes momentos sus intenciones de ser presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y candidato a la presidencia municipal de Pachuca.

Américo Villarreal Anaya, hijo del ex gobernador priista Américo Villarreal Guerra (1987-1993), militó en el PRI de 1983 a 2017; entre 2006 y 2010 ocupó el cargo de subsecretario de Calidad de Atención Médica Hospitalaria y de 2011 a 2016 fue alto funcionario hospitalario en Ciudad Victoria. El referente de su padre parece haber sido decisivo para que ganara con el partido al que se adhirió en 2017, durante la más reciente campaña de López Obrador a la presidencia, y que lo llevó al Senado de la República en 2018.

Aunque no ganó el gobierno de Durango, Marina Vitela fue postulada después de ser, por el PRI, diputada local dos veces entre 2001 y 2010, regidora en el ayuntamiento de Gómez Palacio de 2010 a 2012, diputada federal de 2012 a 2015 y nuevamente diputada local de 2016 a 2018. En este último año se integró al Morena, que la llevó nuevamente a una diputación federal, de la que se retiró un año después para ser presidenta municipal de Gómez Palacio.

Salomón Jara Cruz, candidato ganador en Oaxaca, fue integrante y presidente del Comité Ejecutivo Estatal del PRD entre 1991 y 1992, desempeñándose al mismo tiempo como diputado federal. También fue diputado local en el Congreso de Oaxaca de 2004 a 2006, y senador de la República por Oaxaca de 2006 a 2010. Desde diciembre de 2010 fue secretario de funcionario en el área agropecuaria del Gobierno de Oaxaca, hasta abril de 2013. Se desempeñó como coordinador de las campañas de López Obrador en 2006 y 2012 (por el PRD); se incorporó a Morena en 2013 y volvió a ser coordinador de la campaña presidencial en 2018; en ese año Jara llegó a senador de la República y en 2022 se postuló por segunda vez al gobierno estatal, ya que lo había hecho en 2016. Sin embargo, hubo diversos señalamientos de que en esta ocasión fue apoyado por los equipos de los ex gobernadores priistas José Murat y Ulises Ruiz.

Sin antecedentes conocidos en otros partidos, ganó la morenista María Elena (Mara) Lizama Espinosa en Quintana Roo, quien se unió al partido lopezobradorista en 2015 y obtuvo por esa vía dos veces la presidencia municipal de Benito Juárez, en 2018 y 2021. En su triunfo, empero, es público que fue decisiva la participación de los operadores del aliado incómodo de Morena, el Partido Verde Ecologista, el mismo que ahí mismo, en Cancún, cobraba a través de su dirigente Jorge Emilio González sobornos de dos millones de dólares por facilitar licencias de construcción de grandes hoteles, y que fue aliado anteriormente del PAN (en las elecciones del 2000) y del PRI en casi todos los procesos electivos desde 2000 hasta 2018.

Anteriormente, el Morena ha ganado elecciones a los gobiernos estatales y muchas otras posiciones con candidatos cuya historia está marcada por el PRI o por otros partidos. Los gobernadores Miguel Ángel Navarro Quintero, de Nayarit, Lorena Cuéllar Cisneros, gobernadora de Tlaxcala, el zacatecano David Monreal, Alfonso Durazo Montaño, gobernante hoy en Sonora, entre otros muchos militantes y legisladores como Ignacio Mier, Manuel Barttlett Díaz, Ricardo Monreal y tantos más, fueron integrantes del PRI, o de otros partidos, por largo tiempo, antes de pasar al partido del presidente López Obrador.

Como es de todos sabido, la matriz del Morena, fundado como partido en 2012, se encuentra en el PRD, del que Andrés Manuel López Obrador fue también militante y presidente. Desde la fundación del Morena, el partido del sol se ha ido vaciando de cuadros, militantes y bases que se han trasvasado en todo el país al hoy partido oficial. Pero, agotada ya la carne en el magro hueso en que se ha convertido aquél, Morena ha pasado a nutrirse de elementos y huestes del también muy alicaído PRI, otrora poderosísimo, durante casi 70 años, partido del régimen. Lo notable no es el ya muy extendido y normalizado hecho del chapulineo, sino que los priistas pasan a ocupar las candidaturas más relevantes en el partido en el poder.

También destaca el hecho de que Morena no logra aún generar desde sus filas militantes competitivos en el plano electoral. Aun aquellos con experiencia en las izquierdas y en los movimientos sociales no despuntan mayormente en las candidaturas más importantes.

Pero ¿es Morena, una reedición del conocido priismo de antaño? Sin dudas, hay elementos que lo vinculan a éste: la exacerbación del presidencialismo y la subordinación de otros poderes al Ejecutivo; su afán de predominio casi absoluto sobre el sistema político en su conjunto (manifiesto, entre otros puntos, en su acusación contra todos los diputados de oposición como “traidores a la patria”); sus ataques a los organismos constitucionalmente autónomos en aras de colocarlos también bajo el control presidencial; la intolerancia a la prensa crítica, diariamente asediada desde el púlpito del Palacio Nacional, las dirigencias partidarias y las redes sociales; en fin, la conformación del Morena como un partido sin otra vida interna, debate político ni funciones que no sean las de operar como correa de transmisión de la línea lopezobradorista.

Pero hay otros indicadores de que el partido guinda está aún distante de configurarse a imagen y semejanza del PRI de los tiempos dorados. Su estructura no cuenta con la solidez que le daban a éste sus grandes corporaciones obreras, campesinas y “populares”, con las cuales encuadraba y controlaba a las masas; no tiene fuerza electoral por sí mismo para obtener la mayor parte de sus triunfos, y depende de sus alianzas con el PT, Verde y algunos partidos locales para lograrlos, cosa que no le ocurría al tricolor de antaño.

Más que una transformación del Morena en el nuevo PRI, lo que se percibe es una asunción del priismo, en términos de cultura política, prácticas, usos y costumbres, etcétera, El término “asunción”, del latín ad (hacia) y sommere (atraer) es la acción de incorporar algo o sumarlo a la corporeidad del actor. Tiene incluso connotaciones religiosas. La Madre de Jesús, que no tiene capacidad de ascender por sí misma al reino de los cielos, es asumida, atraída a éste para reinar desde ahí al lado de su divino vástago.

De la misma manera, la savia vital del priismo se ha ido integrando al cuerpo morenista, como en un injerto, sin modificar su estructura, formalmente democrática, pero impregnándola de componentes esenciales. Así la subordinación axiomática al presidente, la disciplina indiscutida, siempre enunciada como unidad, el dedazo mal disfrazado de “encuestas” siempre recónditas e indocumentadas; la aspiración a conciliar y representar los intereses, incluso contrapuestos, de las diferentes clases y grupos sociales; los juegos políticos palaciegos y de culto a la personalidad y lisonja al supremo, para alcanzar los más altos cargos, incluyendo la candidatura presidencial para 2024.

¿Pero es esa asunción por Morena la del viejo o del llamado nuevo PRI? Si bien hay en el partido y el gobierno elementos que viene incluso del priismo de los años sesenta o setenta del siglo pasado, como Bartlett o el resucitado Ignacio Ovalle (que en dos años de gestión en Seguridad Alimentaria Mexicana, Segalmex, desapareció 10 mil millones de pesos y se encuentra bajo investigación de la FGR, pero ha sido rescatado por el presidente colocándolo al frente del Inafed, Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal, ya que hace muchos años, entonces director del Instituto Nacional del Consumidor, dio empleo a López Obrador cuando éste le renunció al gobernador de Tabasco Enrique González Pedrero), no aparenta ser la línea predominante en el actual partido de régimen.

Casi todo el priismo que se ha integrado al Morena corresponde, en cambio, a ingredientes, humanos e ideológicos, formados en la etapa del llamado neoliberalismo; es decir, durante el salinato y el zedillismo. Por razones generacionales, es normal que así sea. No es el llamado “nacionalismo revolucionario” de Echeverría, ni el estatismo de otrora, sino el apego a los principios de la doctrina neoliberal, como la prevalencia del mercado, la política “responsable”, el no incrementar impuestos a los grandes capitales y la confianza en que la acumulación de la riqueza en éstos llegará, con la intermediación del Estado, a derramar bienestar sobre los grandes sectores empobrecidos. En resumen, un neoliberalismo impregnado del componente populista —o populismo neoliberal—, que son la marca ideológica y política del actual gobierno y, por tanto, de su reflejo partidario, Morena.

El PRI de los tiempos históricos no renacerá, ni en sí mismo ni en una réplica morenista; pero en las siete décadas de su dominio gestó una verdadera hegemonía y una cultura política que impregna al sistema político en su conjunto, y en particular las usanzas y estilos del ejercicio del poder, muy difíciles de desarraigar. Acaso lo primero para ello sea liberar a los sectores sociales y el imaginario colectivo de la mentalidad de dependencia del providencialismo personal-presidencial y la recuperación por ellos de su capacidad, hoy latente, de iniciativa.

Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH

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