‘La Calle’ fue el periódico-cuna del núcleo intelectual del partido nacionalista del 52.
Han pasado 87 años del surgimiento de uno de los periódicos que inauguró una de las etapas más brillantes del diarismo boliviano: La Calle. Nació tras la Guerra del Chaco (1932-1935) y fue hija de la Revolución de Mayo de 1936. La pluma de sus periodistas era ácida, crítica, irónica, incisiva y punzante. Bajo el gobierno de Enrique Peñaranda, en 1941, el matutino nacionalista fue clausurado y estuvo a punto de desaparecer: en plena Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el imberbe diario fue acusado de “nazi-fascista”.
En la posguerra del Chaco, el liberalismo quedó herido de muerte. En ese marco, ingresaron al gobierno dos regímenes militares nacionalistas encabezados por David Toro (1936-1937) y Germán Busch (1937- 1939). No obstante, la oligarquía liberal no se resignó a dejar sus privilegios y siguió complotando. Tras la muerte de Busch, héroe del Chaco, la denominada “rosca” minero-feudal recobró el poder.
Mientras Bolivia aún no había dejado el luto por la muerte del también conocido como “Camba Macho”, Carlos Quintanilla asaltó la silla presidencial (1939-1940). Luego, el 10 de marzo de 1940, Enrique Peñaranda fue elegido presidente. De acuerdo con Gonzalo Viscarra, en su obra Prensa y País, ese general “ostentaba el indiscutible mérito de una trayectoria ligada íntimamente a los intereses de los barones del estaño: Simón Patiño, Mauricio Hochschild y Carlos Aramayo”. La situación fue aprovechada por la oligarquía explotadora del estaño que, pese a los “precios de guerra” de los minerales, obtuvo importantes ganancias.
PUTSCH
En el mandato de Peñaranda se escribió uno de los capítulos más oprobiosos de los anales del periodismo boliviano. Todos los rotativos nacionalistas se convirtieron en blancos de ataque. La Calle, por ejemplo, fue inscrita en la “lista negra” del Departamento de Comercio de los Estados Unidos.
En julio de 1941, se develó un supuesto “putsch nazi” (golpe de Estado fascista) en Bolivia, timoneado por Elías Belmonte, uno de los fundadores de la logia militar Razón de Patria (Radepa). Ese hecho fue aprovechado por la prensa liberal, que, sin mayores circunloquios, fraguó una campaña contra los periódicos “nazi-fascistas” La Calle, Inti y Busch.
Víctor Hugo Sandoval, en Objetividad y compromiso: La vida privada del periodismo boliviano, detalló que La Razón, “medio del empresario minero Carlos Aramayo (…), con total carencia de ética y sin prueba alguna” alertó sobre la presencia de la “Quinta Columna alemana” (bloque leal a Hitler) en el país, que presuntamente ejercía control en universidades, colegios, estaciones de radio, agencias informativas, periódicos, industrias, comercios, clubs, la Policía y el Ejército.
NAZIS
El 19 de julio de 1941, el canciller boliviano Alberto Ostria Gutiérrez denunció en conferencia de prensa que conocidos dirigentes políticos estaban involucrados en el “plan golpista respaldado por la embajada alemana en La Paz”.
Esa “revelación sensacional”, preparada milimétricamente, generó alarma nacional e internacional. Las agencias de noticias del mundo, al unísono, informaron que las fuerzas de inteligencia y secciones de élite de Adolf Hitler habían comenzado una “incursión secreta” para el establecimiento de gobiernos “nacionalsocialistas” en Bolivia y América Latina.
Empero, la mentira con el tiempo fue insostenible. Semanas más tarde, luego de un pedido de informe en el Parlamento, se descubrió que no existían pruebas y que, por tanto, todo había sido “fraguado” por las agencias de inteligencia de Inglaterra y Estados Unidos.
CARTA
Sucede que los servicios secretos de Gran Bretaña falsificaron una misiva del entonces agregado militar boliviano en Berlín, Elías Belmonte, dirigida al embajador alemán en La Paz. En ese documento se daba “detalles” de la organización de un supuesto “putsch nazi” contra Peñaranda.
La “fotocopia del documento” fue entregada por el Departamento de Estado norteamericano al canciller Ostria Gutiérrez. La tramoya montada por los aliados tuvo el respaldo militante en Bolivia de todos los partidos liberales reunidos en lo que se denominó “La Concordancia”, alineada con Estados Unidos, el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), manejado por la Unión Soviética, El Diario, de Patiño; La Razón, de Aramayo; y Última Hora, de Hochschild, explicó Gerardo Irusta, en Periodismo y Revolución Nacional.
Con la narrativa “falsa” del peligro nazi, Peñaranda decretó estado de sitio y clausuró La Calle, Inti, Busch, La Prensa (de Cochabamba) y Radio América. Dispuso, además, la persecución y confinamiento de los periodistas Carlos Montenegro, Augusto Céspedes, Armando Arce y, tiempo después, de Walter Guevara, Hernán Siles, Rafael Otazo, José Cuadros y otros, recordó Augusto Céspedes, en El Presidente Colgado. Y fue ahí, en el confinamiento, donde comenzó a operar el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).
DESAGRAVIO
Sandóval demostró que “la gran prensa se solazó con el hecho y dio por confirmada la conspiración”. En esa perspectiva, esos contenidos, con diversa intensidad y “sin prueba fáctica”, fueron difundidos de forma masiva.
En 1968, el economista de la Universidad de Oxford Lawrense Whitehead, en la revista Clarín de La Paz (nº 54) reveló que fue el servicio secreto británico el que “fraguó” la carta atribuida a Belmonte.
11 años después, el militar difamado fue “desagraviado” públicamente y se le devolvieron sus grados militares “con honores plenos”. Resulta que el 20 de agosto de 1979, Harford Montgomery Hyde, en la cadena estadounidense CBS, reveló los pormenores de la operación británica Dirth Tricks (Tretas Sucias) destinada a influir sobre la opinión pública en contra de la Alemania nazi: “Hyde se refirió a la falsificación de una carta que proporcionaba detalles de un supuesto golpe pronazi en Bolivia, país que abastecía a los Estados Unidos con wólfram, estaño y caucho, utilizados en la industria bélica”.
NÚCLEO
Lo anterior demostró que detrás de la acusación a Belmonte se encontraban los resortes imperiales de Estados Unidos e Inglaterra. El móvil de todo ello fueron las reservas minerales necesarias para sostener la guerra.
En su texto Sobre un barril de pólvora: Biografía de Hernán Siles Zuazo, Rafael Archondo afirmó que “el mismo ejercicio discursivo” fue aplicado en Argentina: “Tras el surgimiento de (Juan Domingo) Perón, izquierda y derecha en Buenos Aires señalaron al general y líder del Grupo de Oficiales Unidos como marioneta de Mussolini, buscando apropiarse así de los valores de la democracia. Sin embargo, como sucedió en Bolivia y en Argentina, la receta funcionó en contra de sus inventores”.
La Calle, por tanto, nunca fue nazi-fascista. Todo fue un ardid contra el naciente MNR. Los periodistas de ese matutino se constituyeron, luego, en el núcleo intelectual del partido nacionalista, que desde el 9 de abril de 1952 desarrolló importantes políticas progresistas. Sin embargo, ese frente perdió el norte y muchas de esas medidas iban a ser borradas con el codo, en el oscuro periodo neoliberal (1985-2003).
Miguel Pinto Parabá es periodista
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