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La Concertación se secó

Fuentes: Punto Final

El día en que la gente le perdió el miedo a la derecha, será recordado como uno de los más importantes en la historia reciente del país. Por una parte se le terminó la principal herramienta electoral a la Concertación y, por otra, al pueblo se le amplió el horizonte. ¿Cuánto? Está por verse. Sin […]

El día en que la gente le perdió el miedo a la derecha, será recordado como uno de los más importantes en la historia reciente del país. Por una parte se le terminó la principal herramienta electoral a la Concertación y, por otra, al pueblo se le amplió el horizonte. ¿Cuánto? Está por verse.

Sin nada que ofrecer, sin cuco que mostrar, la Concertación se quedó sin argumentos para que la gente común vote por alguno de sus representantes en cualquiera que sean de las elecciones que vengan. Tampoco ha dejado algún legado trascendente, una huella para seguir, algo por lo que sea recordada por las nuevas generaciones. Que el primer presidente después de Pinochet haya sido Patricio Aylwin, quien decretó en los hechos el golpe de Estado, le pone más bien un dato trágico a lo que se ha llamado la transición. Sobre todo, cuando reconoce su admiración por la derecha, en los estertores finales de una franqueza propia de la senectud.

El paréntesis abúlico que encabezó Eduardo Frei Ruiz-Tagle no hizo otra cosa que dar a conocer su carácter hosco y desangelado, su apostura desagradable de magnate tirado a político por la fuerza centrífuga de su padre y su legado nimio, si se le mira desde el punto de vista de la gente, la eterna ocupante de las salas de espera.

Tras cartón, vino el primer presidente socialista después de Salvador Allende, pero ni por lejos se le divisa a Lagos algún parecido siquiera al Presidente Héroe. Sin perder oportunidad de hacer saber su soberbia irreprimible y su falta de autocrítica, se da maña para imponer su superioridad moral, política, cultural e histórica, adjudicándose el éxito de los cuatro gobiernos de la Concertación, cuyo principal logro, en sus palabras, han sido las movilizaciones de los estudiantes del año pasado.

La guinda de la torta es la señora Michelle Bachelet, la encarnación misma del ánima concertacionista, la suma de su cuasicultura, efímera, translúcida y liviana. Ella misma posó y pasó como un ángel, levitando, ajena a los ruidos terrenales y a las peticiones de quienes la eligieron apuntados a la cabeza por la sombra tenebrosa de la derecha y sus recuerdos trágicos.

Bachelet tuvo en sus manos la posibilidad de trascender como lo diferente que era, en cuanto mujer, socialista, víctimas su padre, su madre y ella misma, de la más cruda represión. Rendida ante su escasez de recursos, por su astigmatismo político, hizo y dejó hacer todo cuando no debió.

La derrota mayor de la Concertación fue su incapacidad de crear un legado, una cultura que, incluso, tras las derrotas, hubiera seguido latiendo por siempre. Esterilizada por el egoísmo de sus líderes, que a poco andar se contagiaron de neoliberalismo, se secó sin permitirse un solo brote.

Los que vivimos con lucidez entre 1970 y 1973, sabemos qué pasa cuando evocamos ese paréntesis inigualable de la historia de Chile. Cuando el heroísmo era cosa de todos los días. Y era impensable no reír con las mismas ganas después de estudiar, trabajar, marchar, militar, cantar. Cuando cada día parecía el primero y también el último. Algo muy importante quedó flotando de ese tiempo. Aún permanece y, cosa curiosa, se agranda no bien pasan los años. El alma de ese tiempo ronda aún con una energía acumulada por siglos que se entregó toda al ejemplo que parece estar llamado a perdurar. A muchos años de distancia, aún se hincha el pecho y afloran las emociones más anidadas ante la evocación de esos días y horas. Es como un amor que quedó en un recodo del tiempo como algo más que un bello recuerdo. Un tiempo sostenido, un puerto hermoso al que llegan las nostalgias, incluso de aquello que no fue, que no alcanzó a ser, pero que quedó latiendo como posible. Fue un tiempo enamorado del que hasta hoy llega un aroma que embriaga el alma.

De esto no sabe ni sabrá nunca la Concertación. Nada de lo que hizo podrá ser entendido como una nostalgia que encante. No hay emociones que se desprendan de sus palabras, sus acciones, su conducta. Sólo un eco estéril y cansado.

Ya no quedan artilugios, ofertas y promesas. Sólo un largo silencio que se intenta cubrir con ofertas de última hora, con promesas añejas y consignas descascaradas. Y una larga sucesión de candidatos amorfos, sin militancia, eunucos, sin filiación, aparecidos sin historia en afiches tristes que se colgarán de los alambrados y que luego el sol secará sin misericordia

 

 

(Publicado en «Punto Final», edición Nº 752, 2 de marzo, 2012)

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