Con la llegada aplastante del lopezobradorismo al aparato del Estado mexicano, se ha impuesto en los medios y redes sociales la idea de que no hay más izquierda que la de su partido, Morena. Influenciado por la tradición freudiana, para un teórico de la ideología como Althusser, puede decirse que los discursos no valen sólo […]
Con la llegada aplastante del lopezobradorismo al aparato del Estado mexicano, se ha impuesto en los medios y redes sociales la idea de que no hay más izquierda que la de su partido, Morena.
Influenciado por la tradición freudiana, para un teórico de la ideología como Althusser, puede decirse que los discursos no valen sólo por lo que dicen, sino sobre todo por lo que omiten. Así, siguiendo esta sensata indicación, una conveniente amnesia se convierte en parte del discurso oficial de la 4T para legitimarse.
Resulta que en el discurso lopezobradorista, con la llegada de la Cuarta Transformación solo quedó una oposición: los adversarios conservadores de la derecha, el PRI, el PAN y compañía. Bajo esta narrativa de la 4T, las organizaciones que se reclaman anticapitalistas y la necesidad de una perspectiva socialista y revolucionaria, pretenden ser borradas cual si se tratara de un pasado lejano, ya inexistente; más cuando se trata de aquellos movimientos de la clase obrera, populares o de la juventud que no se alinearon con la izquierda institucional del PRD y de los que ahora no lo han hecho con Morena.
El ataque en redes, desde los memes hasta las descalificaciones personales, no deja lugar a dudas: quien esté contra López Obrador no puede ser más que esa «derecha conservadora» y corrupta que ahora arde al estar distanciada del aparato burocrático gubernamental.
Por ejemplo, algunos sectores y simpatizantes de Morena han venido haciendo una crítica reduccionista e irracional contra el EZLN, al considerarlo parte de una conspiración de Salinas de Gortari contra el lopezobradorismo. En cambio, personajes con un pasado priista abiertamente corrupto como Manuel Bartlett, conservadores de tradición panista como Tatiana Clouthier o empresarios neoliberales y reaccionarios como Alfonso Romo, son redimidos bajo la santa confesión de todas las mañanas. La apología y el dogmatismo de los coristas de esta «izquierda moderna» no tienen límites.
La actualidad de las grandes y pequeñas luchas en las que ha participado la izquierda que se reclama anticapitalista en todo el periodo neoliberal no existe más, reza el discurso oficial. Hoy se omiten porque se quiere forzar la construcción de un imaginario: la llegada de AMLO a la presidencia de la República condensa y realiza todas esas luchas sociales. Quien no lo crea así, está fuera de toda verdad histórica, sentencian.
Pero ¿por qué esta obsesión de ningunear (y negar) al amplio arco de las organizaciones de izquierda, que van desde el autonomismo hasta el socialismo revolucionario? No se trata aquí solamente del proceso usual del Estado capitalista por apagar las luchas que estas izquierdas han defendido. Fundamentalmente, se trata de la propia postración de la 4T ante el sistema del capital. El proyecto que enarbola, de grandes escándalos mediáticos, con noticias sensacionalistas y una fuerte mayoría electoral (que es lo que miden las encuestas), no ha tocado al gran capital ni a la oligarquía nacional. Es por ello que incluso el término «mafia en el poder» es otro más de los ausentes, al que se le suplanta por el de «necesitamos las inversiones».
Los supuestos temores que ahora tendrían los corruptos del ayer ante su posible encarcelamiento, no tienen parangón con la continuidad del pago de la deuda gigantesca al capital financiero, con la actualización del TLC (salinista) ahoraT-MEC,con la continuidad de los megaproyectos que comanda la iniciativa privada, con la subordinación hacia EEUU que impone sus políticas migratorias mediante la Guardia Nacional, ni con la creciente precarización laboral.
La renuncia a una reforma fiscal que recaiga en el 1% que más tiene, es otra prueba fehaciente de la debilidad de la 4T, temerosa de los chantajes, extorsiones y presiones del gran capital nacional y extranjero.
La 4T representa una «izquierda» cuyo proyecto impulsa el «bienestar» solo a condición de no afectar al gran capital, por ello el sello de su gobierno es la «Austeridad Republicana» y -su contraparte- la profundización de la precarización laboral, pues son formas de recaudación que recaen sobre los trabajadores estatales y el deterioro de los servicios públicos. Es así que este gobierno achica al máximo el gasto público y lo optimiza con el combate a la corrupción para obtener un «ahorro» e impulsar sus programas asistencialistas, siguiendo al pie de la letra -como ningún otro- una fórmula central del neoliberalismo: adelgazamiento del Estado. ¡Qué ironías!
Los procesos de resistencia y luchas de clases que han atravesado al país en las últimas décadas, nos permiten apreciar el gran abanico desde donde han participado diversas agrupaciones de izquierda que se han asumido anticapitalistas y que ahora pretenden ser negadas bajo el mote de «conservadores».
Debido a las profundas contradicciones de Morena y a los límites del actual gobierno para conseguir minúsculas mejoras sociales al estar postrado ante el gran capital, es que la Cuarta Transformación tiene que desfigurar y negar a las distintas agrupaciones anticapitalistas y a las diversas luchas identificadas con la izquierda que no se apegan al guion oficial basado, en esencia, en un neoliberalismo de bienestar, es decir, una grotesca conciliación entre multimillonarios y desposeídos, «un gobierno para ricos y pobres».
Y qué mejor negación que la omisión: si no te nombro no existes.
* Publicado por primera vez en Izquierda Diario México, disponible en: http://www.laizquierdadiario.
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