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"La democracia contra el Estado. Marx y el momento maquiaveliano", de Miguel Abensour

¿La democracia contra el estado?

Fuentes: Rebelión

El problema que plantea la relación entre la democracia y el Estado es sin duda uno de los más apasionantes de la filosofía contemporánea. Quedan excluidas las dos posiciones que no aceptan el problema. Una es la anarquista, sostenida también por el antropólogo Pierre Clastres, que afirma que la democracia es incompatible con el Estado. […]

El problema que plantea la relación entre la democracia y el Estado es sin duda uno de los más apasionantes de la filosofía contemporánea. Quedan excluidas las dos posiciones que no aceptan el problema. Una es la anarquista, sostenida también por el antropólogo Pierre Clastres, que afirma que la democracia es incompatible con el Estado. Otra es la liberal-socialdemócrata, para la que la democracia es una propiedad necesaria del Estado: el Estado democrático de derecho es su única expresión.

Fuera de estas dos posibles respuestas tenemos una serie de reflexiones que situan la tensión permanente entre democracia y Estado sin plantear la solución anarquista ni conformarse con la liberal. En la segunda mitad del siglo XX se dan en Francia unas sugerentes aportaciones al respecto. Se inician con Maurice Merlau-Ponty, seguido de su discípulo Claude Lefort y también de Cornelius Castoriadis (ambos pertencientes a la mítica revista «Socialismo y Barbarie) y más tarde con Jacques Rancière y Miguel Abensour.

El libro que nos ocupa, La democracia contra el Estado, subtítulado Marx y el momento maquiaveliano, está además completado por varios prólogos muy interesantes del autor y un sugerente artículo añadido («Democracia salvaje y el principio de la anarquía). El título ya plantea claramente la posición del autor: La democracia es un movimiento contra el Estado. Lo cual no quiere decir que aboge por la disolución del Estado. Ni siquiera utiliza para el Estado una expresión tan negativa como la de Rancière: El Estado es siempre policial. Pero Absensour afirma que la democracia, como movimiento emancipatorio, siempre supera y desborda al Estado, que tiende a cristalizar en un poder burocrático. La tradición que reivindica Abensour es la de Maquiavelo y Marx, aunque también la de Claude Lefort (que igualmente reivindica criticamente a los dos anteriores).

La democracia que defiende Abensour es la que llama democracia insurgente, en conflicto permanente con el Estado. Es una comunidad política que nunca puede absorber el Estado. No acepta el conflicto entre lo social y lo político sino que abre la lucha permanente entre lo político y lo estatal. Como dice también Rancière, lo político es lo democrático, todos contra el Uno (el Estado). No hay reconciliación posible. Aquí coincide con Rancière en la crítica del consenso y la defensa del desacuerdo como matriz de la democracia.

Maquiavelo señaló la división originaria, irresoluble, entre los que mandan y el deseo de libertad de los dominados, que para Abensour es justamente el conflicto entre el Estado y la democracia. Hay también un texto juvenil y poco conocido de Marx («Crítica de la filosofía del Estado de Hegel», escrito en 1843 y publicado por primera vez en 1927) que para Abensour es clave para entender el problema y la posición de Marx respecto a la cuestión. Aquí es muy interesante no solo de la influencia de Maquiavelo sobre Marx, sino también de Spinoza y la crítica radical de Marx a Hegel. Será el análisis de la Comuna, en 1871, el que devolverá a Marx a la crítica radical del Estado del anterior texto juvenil.

El centro de la política no puede ser el Estado. El sujeto político es el Demos como conjunto plural de ciudadanos. Reducir la política al Estado elimina la participación ciudadana, la democracia como asociación de iguales e instaura la dominación burocrática. No hay que fetichizar la ley, dice Abensour, porque debe estar siempre al servicio de los ciudadanos y no al revés. La democracia es algo creativo, autoinstituyente (aquí suena mucho Castoriadis, con el que Abensour colaboró). El Estado debe ser reducido a ser un solo elemento de lo político, no puede serlo Todo.

Abensour reivindica especialmente a Claude Lefort, autor de la expresión «democracia salvaje». La democracia no es una institución, ni puede serlo. No es un orden, es un desorden. Hay también una interrogación sobre el totalitarismo como socialización, comunitarismo, salto adelante para no afrontar la libertad, la indeterminación de no tener una tradición a la que seguir.

La idea de la democracia como movimiento que desborda y supera el estado me parece muy interesante. Es la manera de contrarrestar la tendencia a la oligarquia del Estado y de los partidos. En una lectura más moderada, considero, que esta tensión entre democracia y Estado es muy fecunda. Incluso aceptando la necesidad del Estado como Estado de derecho, con leyes para garantizar la universalidad e igualdad de derechos. Incluso aceptando la necesidad de partidos, ¿No es fundamental mantener un control democrático del Estado y de los partidos para impedir que se transformen en poderes burocráticos y oligárquicos? El libro merece leerse, es muy sugerente y está lleno de preguntas interesantes.

La introducción de José Luis Villacañas no tiene desperdicio pero me falta una introducción a la trayectoria biográfica y filosófica de Miguel Abensour, nacido en 1939 y fallecido el año 2017). Es Jordi Riba, que hace una impecable traducción, quién podía haberla hecho, ya que es el mejor conocedor de Abensour en nuestro país. Para subsanarlo se puede consultar el artículo de Jordi Riba en el libro Filosofías postmetafísicas. 20 años de filosofía francesa contemporánea. El artículo se llama «Miguel Abensour: pensar la política de otro modo» y en el mismo libro hay otro artículo, que he escrito yo mismo y que tiene mucha relación con el libro «Claude Lefort: repensar la política».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.