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La derecha posfascista quiere incendiar el país

Fuentes: Rebelión

La victoria electoral del MAS en octubre del 2020, implicaba la apertura de una coyuntura condicionada por un “marco de lo posible” definido por tres características:

1) las elecciones no resolvían el problema de fondo, la clase dominante tarde o temprano tiene el afán de recuperar el control del país (gobierno); 2) la derecha con su programa de modelo cruceño exitoso, con sustento en el narcotráfico, y el federalismo, cuyo eje dinamizador debe ser Santa Cruz, tiene que ser impuesto a cualquier costo; 3) la nueva democracia, anunciada por el poder mediático de la derecha que tipifica cualquier discurso disidente de totalitario o comunista, no incluye propuestas políticas con tinte de movimientos sociales.

Algunos líderes ilusos del MAS siguen perorando que la derecha no tiene proyecto, siguen creyendo que unos movimientos sociales frágiles en su ideología y cooptados por el prebendalismo, sigan dando sus vidas por un proceso de cambio que cada día que pasa ve cómo su instrumento político lentamente camina a su implosión y que sus dirigentes siguen empantanados en el retorno al gobierno (llámese puestos de trabajo).

La toma violenta de ADEPCOCA; la abierta conspiración de la derecha política y cívica en Santa Cruz; la existencia de grupos paramilitares que cada vez ostentan mejor artillería de combate; una prensa que define los lugares donde se puede hablar, quiénes tienen derecho a ser escuchados, con que tono y qué palabras usar; una clase media ahogada en las redes sociales sin identidad, ignorantes de la historia, y ajenas a cualquier proyecto colectivo; el racismo y los feminicidios naturalizados en medio de un mar posideológico donde ideas como injusticia, falta de equidad, desigualdad e inmoralidad ya no sabemos cómo hablar de ellos, permiten vislumbrar una contexto que lo hemos denominado como posfascista.

Este es el “único espacio de convivencia y libertad” que la derecha quiere imponernos y si no aceptamos nos dicen “o yo y mis límites o la vuelta al caos”; así, aparentemente se vuelven a cerrar los límites democráticos y vuelve otra historia, la que nos señala la violencia de la resistencia kochala y de la unión juvenil cruceñista, el etnocentrismo camba de rechazo a los kollas y el nuevo diseño de Bolivia anunciado por Camacho. Este es el proyecto de la derecha sucedáneo del proceso de cambio, el mismo que se quedó sin imágenes de futuro que ofrecer y donde impera solo la nostalgia que se alimenta de la impotencia, pensando que todo el mundo es de izquierda y que en el fondo es un simple ejercicio mental.

Este proyecto de la derecha amorfo que incluye a neoliberales autoritarios como Doria Medina, o neoliberales despóticos como Mesa, o posfascistas identitarios como Camacho, o neoreaccionarios como Tuto Quiroga, nos provocan una percepción de que todo es más confuso, y ante la ausencia de las utopías o los grandes relatos, ya no tenemos una brújula que nos marque el norte; y es en este terreno, donde toda la derecha juega a la democracia y no lo hace con fe porque argumentan y reargumentan su obsesión con lo de la cruceñidad, condenan la plurinacionalidad y rechazan a los kollas.

Así, la derecha con su proyecto sucedáneo de la utopía, que se muestra como elitista, racista, excluyente y posfascista, posee una audacia demagógica e irresponsable, porque los sectores más reaccionarios de la cruceñidad que desentierran el odio para que los sectores subalternos, como los indígenas de tierras bajas, los sectores cruceños empobrecidos y núcleos de profesionales desempleados, se sumen a esta empresa que busca incendiar el país solo para satisfacer, la angurria de la élite cruceña, en una cruzada que lo llaman democracia, pero no lo es. La derecha quiere retornar a ese sistema de explotación que beneficia solo a ellos y las transnacionales, donde una oligarquía con mínimos mecanismos de control permita el saqueo del país,  y que se consensue una verdadera fobia y pavor al conflicto, a los reclamos, a las marchas que encarnan las demandas populares y que son en última instancia el motor de la vitalidad y de justicia sociales.

Frente a este proyecto que no es una simple y pura contrarrevolución, sino un proyecto alternativo a lo que promueve el proceso de cambio, vemos que no es una batalla de liderazgos, sino una disputa por la capacidad de construir futuros posibles y deseables, una lucha por plantear proyectos colectivos compartidos, donde el mayor desafío lo tenemos nosotros, o sea los pueblos, porque el problema no es que tengamos dificultades de llevar adelante procesos de transformación, que medianamente lo ejecutamos,  sino en la incapacidad para imaginarlos o reimaginarlos.

Primero, la derecha plantea como identidad colectiva, la cruceñidad, por tanto, debemos inventar otra identidad colectiva que vaya más allá de la pertenencia a los movimientos sociales, que es lo que ataca la derecha y que no se ha construido en términos de identidad política horizontal como sujeto histórico, así, es preciso y urgente incorporar otras identidades colectivas (feminismo, los precarios, otros) que puedan aportar a un nuevo proceso de transformación. Segundo, la derecha cada vez legitima el rol de los comités cívicos como medios de participación asamblearia, estamos obligados a ensayar otras formas de participación comunitaria en los asuntos comunes, más allá del partido o del instrumento y de la simple toma del gobierno. Tercero, la derecha no desafía al neoliberalismo como experiencia humana, basado en la lógica del beneficio que se expresa en la acumulación de capital simbólico, capital monetario y capital material, desde los pueblos debemos oponer no una salida política, ni descubrir desde la teoría el vivir bien como otro forma de vivir, sino desde la imaginación.

Según el filósofo Lefort la principal aportación de Maquiavelo al pensamiento político es la idea de  la división social, es decir que en todo sitio hay conflicto, desacuerdo, confrontación, que las sociedades están divididas entre los que desean dominar y los que se resisten a ser dominados. Por tanto, el conflicto y el desacuerdo puede tener tres formas de organización social: primero el principado donde las sociedades están debajo de las instituciones y éstas se protegen de las revueltas; después está la república, donde la ley es afectada por el conflicto y hace un esfuerzo para dar respuestas; y, por último, está el caos, donde el conflicto sin respuesta se dirige a la guerra civil.

En nuestro país, la derecha no quiere la república, en el fondo quiere reinstaurar el principado, porque ignora y niega la división entre dominantes y dominados, rechaza que la sociedad este dividida y que esta división es superable; piensa que las instituciones son la solución, donde todos en armonía, votaremos cada cuatro años, con una constitución que marca las reglas del juego, donde ellos, la derecha, dispondrán y nosotros, los gobernados, acataremos. Esta forma política de construir sociedad, niega y rechaza que solo el conflicto, las marchas, que vienen de abajo, da lugar a la generación de nuevas leyes y a la libertad política, y es el mayor factor de cambio histórico, y es esto lo que no acepta ni aceptará la derecha posfascista.

Frente a este panorama ¿hay esperanza?, ninguna mientras sigamos creyendo que lo que tenemos y hacemos es suficiente para detener el avance de esta derecha posfascista; pero, si hay mucha esperanza si los de abajo, los movimientos sociales e indígenas, de una vez por todas asumimos que la democracia nunca es armónica, que si la derecha se abre paso mediante la violencia y el racismo, los de abajo retomamos lo que iniciamos  en las acciones que precedieron a la constituyente, y subordinamos lo instituido a lo instituyente, o sea que el gobierno se subordine a los movimientos sociales e indígenas.

Lo que planteamos es una nueva geografía política, que trascienda todo lo que hemos hecho como gobierno, que exprese formas renovadas de hacernos cargo de los asuntos comunes, pero que no pasen necesariamente por el instrumento, y esto para ampliar la correlación de fuerzas a favor de la construcción de un proyecto popular indígena; solo de esta manera desbordamos todo lo que hace la derecha, y lo más importante, cambiamos la política y los políticos, en suma cambiamos la relación con la política. Hoy la democracia se muestra raquítica debido a la debilidad institucional: fuerzas armadas, policía, partidos políticos, comités cívicos han optado por dinamitar el país, permitiendo que la democracia, en este caso, se sacrifique por el posfascismo.

La derecha quiere imponernos su pesadilla y nosotros tenemos el deber de regalarnos un sueño a un puñado de millones de indios, obreros, precarizados, clases medias, mujeres, jóvenes, que quieren participar activamente en la política, abrimos un extenso y profundo debate en torno a construir desde ahora un gobierno popular, que tome medidas que afecten a los grandes latifundios que no cumplen la función social y se distribuya tierras a familias que produzcan; la restructuración de COMIBOL para el control de las empresas públicas y privadas en todas sus etapas; una reforma profunda de la educación regular y universitaria; la creación de un ente supraestatal para acabar con los feminicidios; impulsar la soberanía alimentaria para frenar la migración campo-ciudad; fortalecer e incentivar a las pequeñas, medianas y microempresas para crear empleo.

Esta renovada forma de relacionarnos con la política encarna la sublevación popular que carece de instrumento, carece de organización hegemónica, de dirigente reconocido y élites que monopolizan el saber, roscas que solo están por el trabajo; ya habrá tiempo para evaluar si esto es una fortaleza o una debilidad. Pero en el fondo, es la forma más pura a lo que podríamos llamar: creación conjunta del destino colectivo.

Jhonny Peralta Espinoza exmilitante de las Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka

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