El PRD violentando actos de MORENA y apoyando al panista Ricardo Anaya, es el triste final de un proyecto que despertó la esperanza de millones y de un partido que dio importantes batallas por la democracia y contra el neoliberalismo. El PRD aglutinó, en su momento, a las múltiples luchas de izquierda de buena parte […]
El PRD violentando actos de MORENA y apoyando al panista Ricardo Anaya, es el triste final de un proyecto que despertó la esperanza de millones y de un partido que dio importantes batallas por la democracia y contra el neoliberalismo. El PRD aglutinó, en su momento, a las múltiples luchas de izquierda de buena parte del siglo XX. Hoy, sin proyecto ni liderazgo, es comparsa de la dominación actual, una «oposición» domesticada y corroída por las peores prácticas de la política. ¿Cómo llegó a suceder esto? ¿Cómo se arruinó el partido más grande de izquierda de la historia mexicana?
Hoy parece lejano un partido que disputó el poder a los neoliberales, que enfrentó a Salinas y que perdió a más de 500 militantes en la represión neoliberal. Sus episodios de valentía y dignidad, que los tuvo a lo largo del tiempo, hoy parecen difíciles de creer ante su actuar actual. El análisis de su destrucción, de su decadencia, es necesario a fin de sacar lecciones sobre las dificultades y riesgos de hacer política de izquierda frente al neoliberalismo. MORENA, cuyo núcleo central proviene del PRD y que su nacimiento se relaciona con su vaciamiento y traición, debe verse en el espejo del PRD, tiene que aprender de su decadencia.
Hay diversas hipótesis sobre las causas de la debacle, que si bien tiene grados de verdad, muchas veces son respuestas fáciles que ocultan la complejidad de las causas. Una socorrida es señalar la destrucción como causa de un grupo interno que se apoderó del partido, «los Chuchos» que poco a poco se adueñaron del partido y lo entregaron al poder. Otra explicación refiere a un ente externo como la causa primara de la decadencia perredista, el régimen y su poder de cooptación al final lograron destruir al partido. Una tercera tendría que ver con una lógica inherente a la participación política por canales estatales que llevaría invariablemente a la perversión.
Ninguna de estas hipótesis por sí misma explica la debacle perredista. No fue problema de un grupo externo o interno, que desvió el proyecto, sino fue una crisis estructural, latente en todo momento. Sin embargo, quisiera abordar una que tiene que ver con la incapacidad de romper con la cultura política predominante, que es corrupta, patrimonialista y «centavera». El PRD aceptó que la política es así, todo sea por ganar, los demás los hacen, el puesto se volvió un fin en sí mismo, se sintieron dueños de la gente a la que trataban como clientela, se creyeron dueños de la franquicia de «izquierda» y buscaron sacarle dividendos. También fueron parte de su derrumbe los compañeros que se rindieron, dirigentes que el dinero cambió, bases que asumieron el papel de aplaudidores, militantes que no hacían militancia, Se dejó hacer, se negocio y se calló, por el bien del proyecto, al final cuando no se logró la conquista del poder, quedaron las malas prácticas y se perdió el proyecto.
Está el régimen que coopta, los traidores y las mieles del presupuesto, pero todo ello se volvió una combinación explosiva con la pólvora que era la cultura política predominante. Esta cultura sigue siendo predominante en amplios sectores de la sociedad y no es ajena a la izquierda, y a MORENA. El liderazgo de AMLO, como antes el de Cuauhtémoc Cárdenas en el PRD, le da dirección al movimiento, es un referente ideológico y ético, pero sin un cambio en la cultura política, el riesgo de decadencia y corrupción política está latente. Este es uno de los riesgos de la apertura de MORENA a figuras de diversos partidos, que si bien pueden sumar votos, también refuerzan la vieja política y su cultura.
Destruir la cultura política predominante, no es sólo por medio de talleres, charlas o cambios graduales, pasa por la irrupción de una nueva cultura, de una nueva política. Es cambiar las formas, por una democracia partidista férrea, el militante de base no es aplaudidor de la dirigencia, las asambleas tienen que serlo y no devenir en simples mítines, debe instaurarse una igualdad radical entre compañeros, la militancia se tiene que asumir como un compromiso de la mayor importancia. Luchar por el cambio verdadero, es cambiar las formas, los lugares, las jerarquías que nos hereda la cultura de dominación presente.
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