Caray con los caprichos necrológicos, que lo llevan a uno del contraelogio bilioso a la loa sincera y creo firmemente que merecida a Emiliano Zapata. El riesgo, y pido a las musas y al oficio que no me arrastren por ahí, es caer en el panegírico dulzón y acrítico que a él le habría horrorizado. […]
Caray con los caprichos necrológicos, que lo llevan a uno del contraelogio bilioso a la loa sincera y creo firmemente que merecida a Emiliano Zapata. El riesgo, y pido a las musas y al oficio que no me arrastren por ahí, es caer en el panegírico dulzón y acrítico que a él le habría horrorizado. El título de este artículo hace honor al de la obra homónima de Ignacio Ramonet, en la que éste entrevista al jefe del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el Subcomandante Marcos, quién debe parte de la esencia teórica de su lucha a Emilio Zapata Salazar.
Zapata no iba de boquilla; sus obras eran amores y no poses para la ovación y vuelta al ruedo de una parroquia a la que le da lo mismo arre que so, esencia que sucedáneo.
Era este un bandido roba-vacas, que con sus salvajes huestes amenazaba la propiedad e incluso a la misma civilización. Admirado por el campesinado mexicano, lideró incondicionalmente la Revolución Mexicana desde 1910. En México fue conocido como el «Atila del Sur», pues encabezó la lucha agraria en el estado de Morelos, al sur del país.
Los defectos de aquel que algunos tildaron de «caudillo» fueron arrojados al basurero de la Historia con ayuda de la pluma del poeta, la mano del muralista o la elocuencia discursiva del político.
Su figura se presenta como el arquetipo antagónico a la actitud arribista y codiciosa de Pancho Villa, quien desde la zona Norte, siempre luchó con el apoyo de algún hacendado buscando poder y riquezas personales. De ello se deduce que el estado zapatista llegara a configurarse plenamente en el área sur mexicana, donde la conciencia proletaria era más pronunciada, antes y después de la revolución de Madero.
Madero en su intento desesperado de frenar los anhelos de Morelos, acabó siendo acogotado y descabalgado en 1913 por Huerta. En 1914, la alianza Zapata, Villa y Carranza lo derribaría. Carranza intentó nuevamente poner fin a los designios revolucionarios, respondiendo así los primeros con la ocupación de la capital mexicana en 1914.
La consigna «Tierra y Libertad» simbolizaría la redistribución de la tierra que enunciaba el Plan de Ayala en 1911. Este plan que se pretendía de alcance nacional, acabó por darse únicamente en Morelos.
Entretanto, Carranza confía a uno de sus generales más fieles -Pablo González-, el asesinato de Zapata, el cual se ve inmerso en una traición en la que el gonzalista Jesús Guajardo le hizo creer a Zapata que estaba descontento con Carranza y que estaría dispuesto a unirse a él. Zapata le pidió pruebas y Guajardo se las dio al fusilar a aproximadamente 50 soldados federales, con consentimiento de Carranza y Pablo González, y ofrecerle a Zapata armamento y municiones para continuar la lucha. Así, acordaron reunirse en la Hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919. Zapata acampó con sus fuerzas a las afueras de la hacienda, y se acercó a la misma acompañado únicamente por su escolta de 100 hombres. Al cruzar el dintel, un ordenanza apostado a la entrada, tocó con su clarín la llamada a honores. Ésta fue la señal para que los tiradores escondidos en las azoteas, abrieran fuego contra Zapata, que alcanzó a sacar su pistola, pero un balazo se la tumbó. Imaginaba este que al acabar con Zapata habría puesto fin al proceso revolucionario. Se equivocó, el zapatismo sobrevivió a Zapata. Carranza fue asesinado un año después en Veracruz, generándose una débil unión entre pequeña burguesía, campesinado y grupos obreros.
Firmo ahora mismo, no ya por alcanzar los 40 lúcidos años con los que dejó este mundo, sino por que cuando me toque plegar a mí, haya acumulado una millonésima parte de su coherencia y, si puede ser, de su determinación de no transitar los caminos trillados.
La moraleja de una vida al servicio de una idea a la que le llegó su hora, como dijo Victor Hugo, es que Zapata no forma parte del pasado, sino del futuro. Porque se mira hacia atrás, pero se sueña hacia adelante. Los pies de los desposeídos por los que líder zapatista luchó siguen estando en el barro de la historia pero su mente intuye un luminoso futuro.
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