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La educación como campo de batalla

Fuentes: Rebelión

Septiembre es en Argentina un mes plagado de conmemoraciones y efemérides que atañen al campo educativo.

Según el calendario oficial son objeto de celebración las y los secretarios escolares el 4 de septiembre, el 11 es el turno de maestros y maestras, el 13 las y los bibliotecarios, el 17 les toca a profesores/as, el 19 a preceptores/as y el 28 a directores/as de escuela. Y, desde luego, sin olvidar la conmemoración del día de las y los estudiantes el 21 de septiembre. Tanta coincidencia guarda, entre otras razones, un eje explicativo: la presencia preponderante en el imaginario y las practicas escolares actuales de la figura de Faustino Domingo Sarmiento. Pues fue un 11 de septiembre de 1888 que falleciera quien ocupó la presidencia de la nación entre 1868 y 1874, pasando desde entonces a ocupar un lugar en ese extraño panteón de los hombres considerados “padres de la patria”. Su hegemónica presencia en la ritualidad performática de los actos escolares se renueva para el día del estudiante, que se establece para recordar la fecha de repatriación de sus restos del prócer para ser sepultados en el país. Por todo ello, en estos días se renuevan las estrofas del himno que lleva su nombre, y se desempolvan sus retratos en algunas paredes escolares. Y en los discursos repetidos año a año en esos actos-rituales de escuela que poco sirven para que las y los estudiantes tomen conciencia sobre la importancia de defender la educación pública, y más parecen teatralizaciones monótonas y vacías de contenido que invite a pensar, se escuchan adjetivaciones para un personaje que, como bien sabemos, no era tal como lo pintan.

Como tantos otros, Sarmiento, el padre de la patria, expresó con estilizada pluma las mismas ideas racistas y elitistas que acompañan desde entonces a los sectores dominantes (lugar social de procedencia de todos los padres de la patria). La expansión de la educación que promulgó no estuvo desligada del contexto de construcción nacional, ideada como parte relevante de un proyecto de homogeneización y disciplinamiento del variopinto espectro de poblaciones que debían ser amoldadas a los requerimientos de su incorporación al sistema de trabajo y comercio capitalista. La educación pública, gratuita y común que defendió, respondía a esa necesidad de amoldar al “populacho”, con el fin ulterior de su más eficaz integración al modelo económico en vías de desarrollo. Y con esto, no estoy revelando nada que no se sepa sobre el sistema educativo. Pensar que Sarmiento debe ser excusado de su elitismo racista por ser una pieza del pensamiento de su época es tergiversar la historia. Pero, para no entrar en ese debate, digamos simplemente que no se trata de juzgar las ideas supuestamente imperantes en un momento de la historia, se trata de no valerse de tal argumento para seguir sosteniendo idolatrías frente a personajes tan funestos y dañinos para la habilitación del pensamiento crítico.

Recordemos, como un solo ejemplo, una de esas frases escritas por Sarmiento que no suele pronunciarse en los discursos de escuela:   «¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.»  

Hace ruido entonces esto de conmemorar el día del estudiante un 21 de septiembre. Vemos con espanto lo mucho que tiende a asimilarse con otro más de esos días de celebración que nos venden para que compremos, sin atrevernos a cuestionar. Hace más ruido cuando recordamos que en nuestro país, a diferencia de otros como Venezuela, Cuba, Perú, Colombia, México o Nicaragua, el día del estudiante no conmemora la lucha, la organización o la gesta combativa. Sin embargo, las y los estudiantes argentinos tienen (tenemos) muchas fechas para recordar la importancia de organizarnos, de luchar por nuestros derechos, de hacer valer nuestra voz y de aspirar por un sistema educativo que, además de público y gratuito, sea realmente incluyente y apunte a la formación de saberes críticos. Y esta aspiración se respalda en los hechos, pues a través de la historia las y los estudiantes han forjado su lugar como protagonistas ineludibles de todas y cada una de las conquistas de nuestro pueblo. Fueron artífices de la reforma de 1918, sumaron su fuerza al Cordobazo, se organizaron y combatieron a las dictaduras. Tal herencia debe impregnar nuestras acciones del presente. Porque una o un estudiante no puede ser solo una esperanza del mañana, sino que debe ser referente del hoy.

La noche de los lápices

El 16 de septiembre de 1976 diez estudiantes secundarios de la Escuela Normal N° 3 de La Plata fueron secuestrados tras participar en una campaña por la obtención del boleto estudiantil gratuito. Tenían entre 14 y 17 años y sus sueños e ideales iban más allá de aquel reclamo por el transporte gratuito. Esa determinación de organización y lucha no les fue perdonada. El operativo de secuestro fue realizado por el Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejército y por la Policía de la Provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camps, que calificó al suceso como una lucha contra “el accionar subversivo en las escuelas”. Ese hecho represivo es recordado como “La noche de los lápices”.

Por aquella época, el movimiento estudiantil se volcaba masivamente a la participación política y aumentaba el número de militantes y la influencia de las organizaciones políticas dentro de las escuelas. El alto grado de conciencia y acción alcanzadas ponía en cuestionamiento los cimientos del sistema capitalista, cuestión por demás peligrosa para la burguesía y los sectores reaccionarios del país. Por ello, uno de los objetivos que primó en la dictadura que gobernó de 1976 a 1983 fue neutralizar a la juventud, la cual constituía en su imaginario “la semilla de la subversión”. Para quienes no encajaban en sus esquemas se aplicaban distintos métodos mal llamados “preventivos”, que iban desde la tortura, desaparición y asesinato, hasta las más refinadas formas de marginación social y psicológica.

La política hacia los jóvenes partía de considerar que quienes habían pasado por la experiencia del Cordobazo (en mayo de 1969) y demás luchas populares de aquellos años, o quienes habían vivido con algún grado de participación el proceso de los años setenta, estudiantes y juventud obrera y popular, eran en su mayoría irrecuperables y en consecuencia había que combatirles. Para ello utilizaron un pretexto tan obvio como falaz: se trataba de subversivos reales o potenciales que ponían en riesgo al conjunto del cuerpo social. El ser joven pasaba a ser un peligro y ello suponía legitimar la represión estatal.

Y sabemos que hoy, tras 47 años de aquella noche, no estamos tan alejados de aquellos valores reaccionarios contra la juventud. Muy por el contrario, los discursos de estigmatización y las practicas represivas del Estado, disfrazadas de políticas de seguridad, siguen acechando y victimizando a las y los jóvenes que reconocen el carácter aberrante del sistema que nos imponen, e intentan reaccionar para buscar un futuro mejor. Por eso hoy, como ayer, los lápices siguen escribiendo su presente, organizándose en la lucha por una educación pública, de calidad y que llegue a todo el pueblo. Al hacerlo, recuperan la historia de lucha del pueblo trabajador, parándose sobre los hombros de aquellos/as jóvenes gigantes a quienes les arrebataron su vida y sus sueños por atreverse a buscar un mundo mejor.

Como parte de ese pueblo que nunca ha bajado sus brazos en la lucha contra la impunidad de ayer y de hoy, en nombre de tantas y tantos que han caído en la lucha, decretemos por la fuerza de las ideas y las convicciones el 16 de septiembre como el día de las y los estudiantes en lucha. Las y los estudiantes del presente necesitan de nuestro apoyo y acompañamiento para no abandonarles a su surte en las luchas que vienen (con el fascismo que asoma en las urnas). En estos tiempos de consignas vacías, despolitización, individualismo y consumismos virtualizados, estudiante es quien se atreve a pensar distinto y a cuestionar lo que se supone normal. La educación no puede ser otra cosa que una apuesta por la transformación de este sistema injusto. Que el día de las y los estudiantes se celebre reavivando la batalla de ideas que marca nuestros tiempos, y que el mes de la educación se conmemore luchando. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.