Traducción de David Casacuberta El otro día Cory Doctorow y yo, en una charla de café, le dimos forma a una idea a la que le he estado dando vueltas en mi cabeza desde entonces. Hablábamos del colapso en cámara lenta que tenemos aquí en Estados Unidos, la ominosa crisis climática, la futilidad del «survivalismo» […]
Traducción de David Casacuberta
El otro día Cory Doctorow y yo, en una charla de café, le dimos forma a una idea a la que le he estado dando vueltas en mi cabeza desde entonces.
Hablábamos del colapso en cámara lenta que tenemos aquí en Estados Unidos, la ominosa crisis climática, la futilidad del «survivalismo» y empezamos a jugar con esta idea: ¿Qué tipo de héroes harían realmente algún bien a las comunidades más castigadas?
Si las ruinas de lo no sostenible son la nueva frontera y si, tal y como está sucediendo ahora, las diversas trasiciones económicas y ambientales con las que nos enfrentamos acaban -en el mejor de los casos- cuestionando todas las suposiciones familiares de las personas y -en el peor- dejándolos sin trabajo o sin casa, entonces hay una gran cantidad de personas que van a necesitar nuevas formas de plantearse la vida.
Aunque hagamos un trabajo decente reduciendo algunos problemas y las brillantes innovaciones verdes traigan seguridad y prosperidad a muchas personas en diferentes regiones, otras seguirán sufriendo por los cambios ecológicos, el abandono político, el colapso económico o una combinación de los tres. A menos que las cosas cambien radicalmente, aún no hemos visto nuestra última Nueva Orleans o nuestro último Detroit. ¿Qué harán aquellas personas que queden atrapadas en lugares degradados, que no consigan esos nuevos empleos asociados a la innovación ecológica?
Y así empezó nuesra cantinela sobre héroes que se enfrentan a la paradoja del momento: Que las personas y lugares abandonados son precisamente los que másnecesitan las innovaciones más radicales. Que, en estos días, los nuevos modelos y las nuevas herramientas están desperdigadas por todo el terreno, esperando que la gente las recoja, pero los que más las necesitan son precisamente aquellos que menos saben donde o cómo encontrarlas.
¿Qué pasaría, nos preguntábamos, si los tíos que saben de innovación y herramientas dejaran sus brillantes ciudades verdes y viajaran a los centros comerciales decadentes, los suburbios pobres, las comunidades agrícolas destrozadas por el cambio climático y empezaran a ayudar a los locales a obtener las herramientas que necesiten? Los imaginábamos con un fervor casi misionero, algo como la Inquisición (que destruyó muchos conocimientos de forma sistemática) pero invertida; una cruzada para compartir conocimiento o, como Cory rápidamente bautizó, la exquisición (Outquision en inglés).
Imaginaos a estos tíos distribuyendo libros de texto gratuitos, ejecutando programas holítiscos para niños, creando sistemas de gestión local del conocimiento, lanzando proyectos de microfinanciación, de bancos vía móviles o de sistemas monetarios alternativos, ayudando la gente que tiene tierras a aplicar proyectos de predicción del clima y de biodiversidad en las granjas. Construyendo hogares baratos, inteligentes y de calidad para los que han sido desplazados (por no hablar de los campos de refugiados). O una red de arquitectura abierta para mejorar los suburbios. Hackeando entre todos molinos de viento Hazlo Tu Mismo, sistemas de comunicación, sistemas de tratamiento del agua y ser realmente buenos en reutilización adaptativa de infraestructura abandonada. En otras palabras; estos tíos estarían redistribuyendo el futuro.
No hablamos de llaneros solitarios cruzando un paisaje post-apocalíptico (al estilo de Cántico por Leibowitz). Como hemos dicho una y otra vez, jugar al fin del mundo es un juego de imbéciles y lo que viene después no será ni mucho menos una aventura. Tampoco será la fantasía de un retiro localista a las comunidades agrarias del siglo XIX que tipos como Jim Kunstler parecen apreciar tanto (quiero decir, por amor de Dios, nadie quiere realmente ese tipo de vida: nuestros antecesores tuvieron esa vida y se escaparon en masa enseguida que pudieron).
En lugar de eso, hablamos más bien de redes de lugares en los que las personas se dediquen a desarrollar de forma ingenua soluciones elegantes a los problemas de la vida ya que vivir allí es duro y hay poco dinero, de manera que se trata de necesidades vitales para una parte de la población. No me resulta difícil imaginarme a determinadas personas deseando adoptar ese rol de facilitadores de la red, algo así como ingenieros solares descalzos para las zonas olvidadas del mundo desarrollado.
Suena implausiblemente estrambótico, pero lo cierto es que el nuevo mundo al que nos estamos aproximando seguramente nos sonará igual de raro al principio. Nuestras ideas de lo que es normal, o hasta de lo que es posible, seguramente no sobrevivirán la próxima década, y serán las personas que piensan en formas anormales o imposibles -según nuestros stándares actuales- las que harán el mayor bien.
Texto original en http://www.worldchanging.com/