Traducido del francés para Rebelión y Tlaxcala por Rocío Anguiano
Nizar Sassi es lo que los estadounidenses llaman un «home-boy», un «chico de barrio»: un muchacho de Minguettes, la barriada de Lyon más famosa del mundo, en donde ha pasado la práctica totalidad de sus 27 años. Lo normal es que este hijo de un obrero inmigrante tunecino analfabeto hubiera acabado vistiendo el uniforme militar o el de la policía, ya que su gran pasión eran las armas de fuego. Pero la perspectiva de firmar por tres años en el ejército le desanimó y en la policía, no consiguió entrar. Este chico normal y corriente sin ninguna inclinación política o religiosa especial se encontró inmerso en una extraña aventura debido a un cúmulo de circunstancias. En la mezquita coincide con un muchacho que es hermano de un amigo suyo. El chaval le recluta y ya tenemos a Nizar embarcado en lo que se convertirá en una odisea junto a su amigo Mourad Benchellali. Esta odisea le llevará de Londres a Pakistán y de allí a Afganistán, para acabar en Guantánamo, en donde estuvo detenido durante treinta meses, antes de ser repatriado a Francia, pasar allí un año y medio de prisión preventiva y ser puesto en libertad en enero de 2006. Sassi ha contado su extraña aventura en un libro escrito con Guy Benhamou, Prisionero 325, Campamento Delta, De Vénissieux a Guantánamo, publicado por Ediciones Denoël.
El relato de Sassi y de Benhamou es simple y lineal. No contiene ninguna revelación explosiva y presenta pequeños errores fácticos, sin duda a causa de las condiciones de la producción de libros de nuestra época. Así, Youssef Yee, el capellán musulmán de Guantánamo no es, como ellos dicen, de origen indonesio sino chino.
Nizar no es un yihadista, apenas un musulmán practicante. No habla árabe -ni inglés. No se entera de que forma parte de Al Qaeda hasta después del 11 de septiembre, día en que sigue los acontecimientos por Radio Francia Internacional, en la pequeña radio que se compró justo antes de los «sucesos». Está desde hace varias semanas en el campo de entrenamiento militar Al Farouq, cerca de Kandahar, donde se inicia a duras penas en el manejo de las armas y en la lucha armada, bajo las ordenes de un instructor iraquí, cuyas explicaciones en árabe ni siquiera entiende. Por el campo de Al Farouq pasaron todos los jóvenes reclutados por la red, cuya base era la mezquita londinense de Finsbury Park, dirigida por el famoso «imán del garfio» Abú Hamza El Masri.
A principios de diciembre de 2001, Nizar y sus compañeros son evacuados hacia Pakistán. Pasan algunas semanas escondidos en las montañas de Tora Bora, intensamente bombardeadas por la aviación estadounidense, y cuando llegan a Pakistán son puestos a disposición del ejército, que los entrega a los Estados Unidos. Sassi, encarcelado en Kandahar, forma parte del primer lote que fue enviado a Guantánamo en enero de 2002.
La historia sobre la estancia en Guantánamo -que Nizar llama irónicamente su «veraneo cubano»- es, podemos decir, minimalista y viene a confirmar todos los demás testimonios que se han hecho públicos. Una particularidad en el relato de Nizar son unas cuantas relaciones humanas que mantuvo durante su encierro. Con Hamza, el capellán musulmán al que sustituirá Youssef Tee; con Eke, un joven de origen turco encargado de la «biblioteca» del campo; y con un soldado negro que acude a verle después del trabajo para charlar con él un rato. El resto es conocido: las palizas, las humillaciones, los interrogatorios agotadores y estériles, la solidaridad entre los detenidos y su lucha de autodefensa. Veamos un fragmento:
«No pasa un solo día sin que se produzca algún incidente entre los detenidos y los guardias. Cuando un detenido, por un motivo u otro, se niega a salir de la celda, los guardias estadounidenses meten los perros. Otras veces, para doblegar a alguien más recalcitrante, aparecen cinco gigantes en uniforme de combate. Cubiertos con casco, chaleco antibalas, rodilleras negras y escudos, empiezan por rociar al detenido con gas lacrimógeno a través de la reja. Después abren la puerta, se lanzan sobre el tipo y lo arrinconan con un escudo contra la pared. Entonces es la brutalidad sin freno. Se le golpea, se le tira al suelo, se le ata y se le arrastra fuera. Y todo ello envuelto con los gritos y alaridos de los demás presos
.
Evidentemente este tipo de excesos provoca represalias, venganzas a la altura de nuestras posibilidades, como pueden ser escupir, lanzar el cubo de agua, tirar la orina y los excrementos al paso de los guardias. Terribles, pero sin riesgo para los compañeros de celda que están frente al tirador. Los errores en la trayectoria tienen consecuencias bastante desagradables.
Un método más pacífico pero muy exasperante son los confetis. Se guardan los platos y vasos de plástico de las comidas, se cortan en mil trocitos y unos minutos antes del cambio de guardia, se esparcen por el pasillo central. Cuando realmente se quiere ser más perverso, se untan los trozos con pasta de dientes, de forma que se peguen al suelo. Para los guardias es una faena garantizada. Su turno ha acabado pero no pueden dejar la zona en ese estado. Es el reglamento. Así que se ven obligados a hacer horas extras y limpiarlo todo ante nuestras burlas.»
Finalmente en julio de 2004, Nizar y otros tres detenidos franceses son repatriados a Francia, seguidos en marzo de 2005 por los otros tres que quedaban. Todos, menos uno, son encarcelados de nuevo, pero, como señala Nizar, la prisión en Francia, tras Kandahar y Guantánamo, es «la libertad».
El libro se cierra con la convicción de que Nizar ha pagado más que de sobra este «error de juventud», debido a una mezcla de inconsciencia y deseo de aventura. Esperamos que los jueces franceses que deberán juzgarlo próximamente compartan esta opinión.
Nizar Sassi, con la colaboración de Guy Benhamou, Prisonnier 325, Camp Delta, De Vénissieux à Guantanamo, éditions Denoël, marzo 2006, 215 páginas
http://quibla.net/guantanamo2006/guantanamo8.htm
Rocío Anguiano es miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (www.tlaxcala.es). Esta traducción es Copyleft.