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La guerra cultural y la 4T

Fuentes: Rebelión

El desmantelamiento de la infraestructura cultural parece ser una de las estratagemas de la 4T. Ello, para reconfigurar un imaginario colectivo que se ponga al servicio del fortalecimiento del gobierno. Para tal propósito utiliza una serie de estrategias similares a los manuales de inteligencia para la guerra de baja intensidad, la contrainsurgencia y las operaciones sicológicas.

Vale la pena destacar las operaciones de guerra sicológica que son, entre otras cosas y en términos generales, el uso de la propaganda y comunicación para influir en la percepción, actitud y comportamiento para el logro de objetivos políticos, sociales y militares de una nación sobre otra esencialmente. También es cierto que eso aplica de manera interna en la consecución de objetivos que fortalezcan el ejercicio del poder. Desde la reconfiguración del imaginario colectivo a través de la manipulación hasta la construcción de símbolos, memorias, comunicaciones y afectos para autolegitimarse y donde el arte y la cultura cumplen un papel fundamental.

Esto conlleva a la cuestión dialéctica del bueno y el malo en el que este último es el enemigo interno a vencer y nos lleva a todo un entramado de rutas que se utilizan con manual en mano, ahora en el terreno del arte y la cultura, cuyos actores se han vuelto el enemigo a vencer y no precisamente a convencer: satanización del oponente con discursos y acciones clasistas y racistas (artistas fifís, conservadores, reaccionarios, grupúsculos, enemigos de la transformación, de la democracia, etcétera); desacreditación de organizaciones legítimas como los colectivos culturales ante grupos neutrales para crear divisionismo, desorganización, desactivar, bajar la moral.

También podemos mencionar la captación con programas clientelares y estímulos que ponen a competir por migajas presupuestales pero que otorgan un supuesto prestigio a través de un reconocimiento del Estado al individuo (programas como Pilares, estímulos a la creación, Contigo en la Distancia, etcétera); desarticulación de fuerzas reales organizadas como sindicatos, asociaciones civiles, fundaciones. Desmantelamiento de la infraestructura cultural creada por la sociedad civil y artistas independientes; dislocamiento de los patrimonios culturales y artísticos en manos de la población, entre otras muchas cosas y todo en el marco de un patriotismo exacerbado fundamentado en la reconfiguración de la historia patria y los héroes nacionales de un gobierno que con bandera falsa navega con el discurso de una supuesta izquierda.

No es la primera vez que se usa el disfraz de un gobierno de izquierda y México no está exento, sólo recordemos las operaciones encubiertas de la CIA en nuestro país en materia cultural, desde el financiamiento de medios, editoriales, intelectuales, artistas, galerías, museos, traductores indígenas, científicos y ahora también antropólogos (como ha señalado el Dr. Gilberto López y Rivas en su libro Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos, 2020); hasta el trazado de rutas estéticas o líneas editoriales en políticas supuestamente de izquierda, dentro de todo un entramado parte de las operaciones de guerra sicológica contra México.

Por ejemplo, el financiamiento y difusión que muchos artistas recibieron entre los años 40 y 70 del departamento de Artes Plásticas de la Panamerican Union y posteriormente con su nuevo nombre de Organización de Estados Americanos OEA (en donde la CIA opera a placer), y que los posicionaron posteriormente en funciones estratégicas dentro del aparato cultural mexicano como algún jurado del FONCA. Artistas y “agentes” culturales que marcaron incluso rutas estéticas y negaron otras en el caso de las artes visuales, y que curiosamente, ante la actual crisis sectorial sin precedentes que se está viviendo actualmente, han guardado silencio.

Las concepciones y consignas de “libertad de expresión”, “libertad de creación”, “derechos culturales”, “derechos humanos” “ahora sí los pueblos originarios”, etcétera, son manipuladas de tal manera que hacen parecer que la censura no existe. La manipulación de la información ante organizamos internacionales es tal que pareciera que el desarrollo y apoyo al arte mexicano está en gloria, además las actividades y apoyo en el marco de la pandemia por parte de la comunidad, por encima y pese al gobierno, se han vuelto facturas que cobra la 4T a través de la Secretaría de Cultura como quedó documentado en la reciente reunión de embajadores y cónsules donde la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, volvió a mentir descaradamente sobre la situación de la cultura en México.

Incluso pese al discurso de “primero los pueblos originarios” estos siguen convertidos en garambainas folclóricas para el turismo nacional e internacional. Sin embargo, el hambre, la miseria, el cierre de espacios, el desmantelamiento de la infraestructura, la pantalla de “negociaciones” con la comunidad y el discrecional apoyo para un diminuto sector, son las peores formas de censura y la mejor herramienta para respaldar una política cultural de dientes para afuera que va mucho más allá de una simple política donde la cultura sólo es el parte de todo el engranaje.

No es de extrañarnos que la actual política cultural mexicana, responda a intereses creados que ven en el aparato cultural efectivamente un pilar de transformación; pero desde las rutas de la alineación y el sometimiento de la creación de los dominados al poder, como parte de todo el complejo de “transformación” basado en las viejas prácticas priístas y de la ultraderecha, clientelares y demagogas, con la pantalla de discursos seudoizquierdistas y populares. Hay que generar la suspicacia, la desinformación y la confusión, para que la única verdad la tenga el gobierno.

Así, el nuevo enemigo: los colectivos culturales que se han concentrado pese a todo, en frentes de lucha por los derechos culturales y humanos tanto de la comunidad como de la población, ahora tienen un largo camino por recorrer comenzando por aprender a no negociar por las zanahorias que les avienta el gobierno para entretenerlos, como son supuestas mesas de trabajo, seudo parlamentos abiertos interminables, jarras de atole espeso y hasta congresos. También tienen que aprender a ver más allá de lo que tienen enfrente como distractores políticos y afrontar más un papel de militancia que de activismo coyuntural.