La lucha clandestina en las ciudades, que llegó a ser especialmente intensa en La Habana y Santiago, sigue, para muchos, envuelta en la niebla del olvido o la ignorancia. Ante todo porque era la forma más riesgosa y difícil del combate revolucionario que se libraba en un terreno en que el desbalance de fuerzas era […]
La lucha clandestina en las ciudades, que llegó a ser especialmente intensa en La Habana y Santiago, sigue, para muchos, envuelta en la niebla del olvido o la ignorancia. Ante todo porque era la forma más riesgosa y difícil del combate revolucionario que se libraba en un terreno en que el desbalance de fuerzas era más agudo y completamente desfavorable para las fuerzas revolucionarias. En las ciudades Batista concentraba su poderío militar. Ahí tenían una ominosa presencia todos los aparatos represivos, verdaderas pandillas de asesinos y torturadores, que contaban además con una amplia red de delatores y colaboradores. En las grandes ciudades estaban también la burocracia gubernamental y las maquinarias politiqueras a su servicio y las principales empresas que controlaban la vida económica del país. En la Capital, además, pesaban gravosamente el juego, la prostitución y otras lacras que eran usufructuadas como grandes negocios por los jerarcas del régimen y sus cuerpos policiales. En sus calles deambulaban hombres sin empleo y abundaba la mendicidad y la niñez abandonada.
Era, como dijera Carlos Lamarca, «como si se tuviera que combatir dentro de una gran ratonera». Se comprenderá que, en aquellas circunstancias, fuese sumamente difícil preservar documentos, elaborar análisis y guardar datos necesarios para después contar la historia. Hubo excepciones notables como la de la carta de Fidel a Carmen Castro Porto que pudo salvarse gracias al ingenio de Maruja Iglesias y a la ayuda de otros.
Quienes participaron en el combate revolucionario tuvieron que dedicarse en cuerpo y alma, después del triunfo, a defender el poder tan duramente conquistado y a edificar una Cuba nueva, justa y libre y todos sabemos que ha sido medio siglo de incesante brega en el que nunca sobró el tiempo para la reflexión y la escritura. Ese es un mérito adicional de la obra que hoy presentamos.
En las amables palabras que me dedicó la querida compañera Rosita Mier López ella dice que «este libro recoge huellas de una hermosa historia».
El libro en efecto contiene textos y fotos de la época, así como muy valiosos testimonios y entrevistas de varias combatientes del Frente Cívico de Mujeres Martianas que individualmente y a veces a coro ofrecen una aproximación veraz a la situación de la República después del Golpe de Estado del 10 de marzo, y del empeño de las martianas por deslindar los campos, evadir a farsantes y oportunistas y apoyar a quienes se oponían frontalmente a la tiranía y propiciar la unidad entre ellos. De especial valor son las descripciones de los encuentros de Aida Pelayo y otras dirigentes con diversos personajes de la época. El resultado es un volumen realmente útil, su lectura permitirá comprender a quienes no vivieron entonces un período crucial de la historia nacional, en las voces de un grupo de heroínas que se expresan siempre con honestidad, voluntad revolucionaria y espíritu unitario.
Las mujeres, organizadas sobre todo por el Frente Cívico, constituyeron una fuerza real de importancia destacada en la resistencia y en las numerosas batallas que conducirían al derrocamiento de la dictadura. Es poco lo que se ha dicho sobre el papel decisivo que tuvieron, los riesgos que afrontaron, los sacrificios que debieron asumir. El Frente, como sabemos, unió a combatientes de los años treinta, como Aida y Carmen, que se habían mantenido fieles a sus ideales de ayer, con mujeres de la generación del Centenario, entre las que había muchas muy jóvenes, incluso menores de edad, niñas.
El heroísmo de todas ellas cobra mayor significación si tenemos en cuenta la subordinación a la que estaba sometida la mujer en una sociedad patriarcal y machista. En aquellos años de discriminación, prejuicios y «chaperonas» muchas adolescentes se empinaron y salieron a las calles a protestar, fueron conspiradoras valientes y tenaces, empuñaron las armas y soportaron los maltratos, las torturas y la muerte. Ninguna flaqueó jamás, ninguna traicionó, ninguna se doblegó ni se quebró ante los peores suplicios.
Las palabras serán siempre incapaces de describir la hazaña, callada pero múltiple y repetida, que es la historia de estas mujeres. Lo que aquí se recogen son apenas huellas, pero huellas indelebles.
Fuera de Cuba no son pocos quienes al estudiar la Revolución cubana se preguntan, asombrados, cómo explicar la obstinada resistencia de esta isla, su capacidad para prevalecer frente al odio y la agresión que contra ella ha lanzado la más arrogante potencia del planeta, la guerra más prolongada de la historia.
La respuesta podrían encontrarla aquí. En nuestra historia dolorosa, difícil, pero hermosa. La historia que todas y todos volveríamos a vivir.
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