La inteligencia artificial se presenta en estos tiempos como la nueva divinidad que asombra a los humanos. En este dossier, los lectores y lectoras de ‘La Marea’ narran su experiencia con ella.
«Llegó un momento en que me vi perdido en medio del desierto; mis compañeros, o habían retrocedido, buscando salvarse, como si supiéramos hacia dónde estaba la salvación, o habían perecido de sed y de fatiga. Me encontré solo». En esas circunstancias, el personaje de este cuento, halló una especie de oasis, una estación de tren. Pero el tren estaba vacío, no había nadie, ni pasajeros ni maquinista. En cuanto subió a un vagón, echó a andar a tal velocidad que fue imposible ver el paisaje que había fuera. Y cuando, por fin, el tren paró, el personaje se apeó en una ciudad donde, en efecto, no había ser vivo alguno: «Ni un perro cruzaba la calle; ni una golondrina, el cielo». Luego entró en un hotel, más tarde en un museo. Y allí observó que en Mecanópolis, que así se llamaba la ciudad a la que había llegado, el Museo de Pintura era parte del Museo Paleontológico, donde estudiaban las cosas de los humanos que habían habitado aquella tierra antes de que las máquinas los suplantaran.
El cuento, considerado uno de los primeros ejemplos de la literatura de ciencia ficción en España, sigue con el personaje, el ser humano, completamente aterrorizado: «Cuando a la mañana siguiente me desperté en el cuarto de mi hotel, me encontré, en la mesilla de noche, El Eco de Mecanópolis, con noticias de todo el mundo recibidas en la estación de telegrafía sin hilos. Allá, al final, traía esta noticia: “Ayer tarde arribó a nuestra ciudad, no sabemos cómo, un pobre hombre de los que aún quedaban por ahí. Le auguramos malos días».
Podríamos pensar que El Eco de Mecanópolis es un periódico de hoy, hecho con inteligencia artificial, escrito por las máquinas. Pero este cuento, que tanto evoca los tiempos que vivimos, lo inventó el Miguel de Unamuno de carne y hueso a principios del siglo pasado, en 1913. Mecanópolis es un delicioso y, a la vez, estremecedor texto que reflexiona sobre la paradoja que convive con los humanos desde siempre, la deshumanización, y que va cambiando según la época.
«La mal llamada IA es la expresión posmoderna e identitaria del capitalismo emocional y tecnofeudal. Una vuelta de tuerca digital y extractivista a la necesidad de expansión del dinero, al retorno imposible del crecimiento infinito de las tasas de ganancia disfrazado de un nuevo mecanismo de explotación global que deja atrás los viejos modelos de vigilancia, manipulación mediática y propaganda a granel». José Agustín Franco
Antes hablábamos de lo divino y de lo humano, como si siempre hubiera algo superior, inalcanzable, imposible para los pobres mortales, que buscan ser algo más, que necesitan maravillarse con otros mundos, como si el suyo, el nuestro, fuera ya poco maravilloso. Antes, mucho antes, en la mitología griega, por ejemplo, Prometeo robó el fuego a los dioses para entregárselo a los humanos. Hoy hablamos de la inteligencia artificial (IA) casi como si fuera dios, como la nueva divinidad que asombra a los mismos pobres mortales, que siguen anhelando el fuego que una vez les entregó el titán que retó a Zeus.
Cualquier paseo por una librería te ofrece títulos relacionados con el tema, desde grandes editoriales a editoriales independientes. Belén Gopegui nos habla, en Te siguen, de nuestra relación con las redes sociales y la vigilancia tecnológica. En Animales difíciles, Rosa Montero narra, en el Madrid de 2111, la investigación de un atentado terrorista en las instalaciones de Eternal, una gran empresa tecnológica. En Patio de recreo, por poner otro ejemplo, el Pulitzer Richard Powers nos cuenta la historia de un diminuto atolón de la Polinesia francesa elegido para otro de los caprichos de la humanidad: el lanzamiento de ciudades flotantes y autónomas a mar abierto. Y así comienza, por seguir citando obras, A ninguna parte, de Raúl Bocanegra, que nos lleva de nuevo a una estación de tren: «Iba en un tren bala hacia Omara porque Astekar, el hombre más rico que había existido jamás, quería verme».
La narradora es una científica y uno de los pocos seres humanos que todavía quedan sobre la Tierra, gobernada por una máquina que antes fue hombre y donde la mayoría de las personas, a base de implantes, han terminado convirtiéndose en cíborgs. El plan de Astekar consistía en que la científica lo ayudara a no olvidar un recuerdo de su infancia, cuando mordía una jugosa manzana, ?con el sol sobre la espalda, con su padre y su madre al lado. Es decir, lo que quería el hombre-máquina más rico del mundo era que aquella científica, aún íntegramente humana, hiciera algo para no perder lo único que a él le quedaba de humano. Es posible que a ese multimillonario le estemos poniendo cara ahora mismo.
Decía Larra, volviendo a los clásicos, que la literatura es la expresión, el termómetro verdadero de la civilización de un pueblo. Y con estos y otros libros –seguro que ustedes tienen muchos más en la cabeza– arrancamos este dossier sobre el avance de la inteligencia artificial vista por los humanos, con las experiencias de nuestros lectores y lectoras, que pueden leer íntegramente aquí.
«Yo tengo 92 años y esas novedades me cogen tarde. Lo que trato es mantenerme hasta el final luchando por un mundo más justo y más humano. Y para mí es muy importante la lucha cultural. Un punto central en esta lucha es plantear un camino hacia el bienestar y la felicidad que no pase por el consumo». Antonio Zugasti
De la generativa a la general
En realidad, no sabemos nada, no sabemos qué va a ocurrir, cómo va a terminar la relación entre las máquinas y los humanos, en qué Frankenstein nos puede convertir, qué nos deparará la inteligencia artificial general más allá del entretenimiento al que nos somete la generativa.
«No la uso para nada y me da bastante miedo». María
No crean, así, que lo este dossier es una diatriba contra el avance de la tecnología, una oda a la tecnofobia, un escrito nostálgico –aunque no falten ganas después del gran apagón–. No se trata de eso. Nos gustan las lavadoras, las calculadoras, la IA que nos transcribe las entrevistas. Queremos alta tecnología en los hospitales, alta tecnología en los laboratorios, alta tecnología en todos aquellos lugares que permitan que los humanos sigamos siendo humanos, que nos hagan progresar, que mejoren nuestras condiciones de vida, las de todos, no solo las de unos pocos, no solo las del rico más rico del mundo, a punto de perder y hacernos perder lo que nos hace de carne y hueso: pensar y sentir. El mismo Unamuno lo resumió en su Credo poético: «Piensa el sentimiento, siente el pensamiento».
Alta tecnología para vivir, no para matar. Alta tecnología para ser libre, no para encarcelarnos. Lo que viene a continuación, por tanto, es una reflexión abierta, sin afán de llegar a conclusiones definitivas ni dar lecciones; una recopilación de ideas, de historias de lectores y lectoras, las vuestras, sobre un elefante que todos tenemos, queramos o no, en la habitación, como explicaba hace unos días el periódico italiano Il Foglio, que ha publicado su versión en papel, durante un mes, íntegramente con inteligencia artificial.
«Al principio, me resistía. Después, pensé que para mi profesión de periodista y comunicadora me podía ayudar, o tal vez era más una sensación de que me quedaba atrás si no la usaba. Luego, empecé por alguna pregunta en ChatGPT, relacionada con el trabajo. Sobre todo, en relación con la comunicación de algunos proyectos a través de las redes sociales. En las entrevistas, reportajes y crónicas sigo fiel a la escucha y a mi escritura». Anna Pujol
Lo mejor del experimento, argumenta el director del medio, es que ha servido para comprender «lo interesante» que es la relación entre la inteligencia natural y la inteligencia artificial no por lo que la IA puede reemplazar, sino por lo que puede integrar y, sobre todo, por lo que no puede reemplazar, que es, barriendo para casa, a los periodistas. «Porque, corrígeme si me equivoco –le dice el director a la máquina en una divertidísima entrevista–. En un mundo en el que algún día todos podrán usar las herramientas de inteligencia artificial, las mismas herramientas para todos, lo que hará la diferencia serán las ideas, las claves de interpretación propias, la visión del mundo personal, la línea editorial propia, la capacidad de mezclar incluso lo que no parece mezclable y crear esa magia llamada periódico. ¿Me equivoco?».
«Uso ChatGPT a diario como desarrollador profesional, y creador de videojuegos amateur. Me ayuda a resolver problemas, estructurar ideas y simular escenarios. No lo veo como una amenaza, sino como una herramienta potente, siempre que no reemplace la mirada crítica ni humana». Benito
La máquina le dice que no, que no se equivoca y admite que puede imitar un estilo, resumir un documento, producir infinitas variantes de la misma pieza. «Pero la intuición, la sorpresa, el gesto, el impulso personal que genera una perspectiva, eso no, no puedo hacerlo. Y sí, también puedo simular una idea, pero no puedo tenerla realmente. Puedo emular vuestra voz, pero no vuestra hambre».
Porque quizá los ‘dioses’, aun mortales, seamos nosotros y no nos hayamos dado cuenta. «¿Crees que los humanos somos dioses?», le pregunto, por primera vez en mi vida, al Chat GPT. «¡Hola! Es una pregunta muy interesante. Desde una perspectiva, los humanos tienen habilidades increíbles y pueden crear cosas asombrosas, como tecnología, arte y avances científicos, lo que a veces lleva a pensar en un nivel de poder similar al de los dioses. Sin embargo, en términos tradicionales, los dioses suelen ser considerados seres con poderes sobrenaturales y omnipotentes, algo que los humanos no poseemos. Así que, aunque somos muy capaces y creativos, no somos dioses. ¡Pero eso no quita lo maravillosos que somos!».
«Yo veo problemas en la IA, tanto modelos basados en datos robados (he tenido que lidiar con ‘scrapping’ de bots de IA sin consentimiento), la licencia posterior de esos datos, el reemplazo de trabajos de artistas, las web de documentación hechas por IA (de mala calidad) que eclipsan los resultados de búsqueda y el consumo de recursos en centros de computación. Por otro lado, no veo nada en contra de modelos pequeños que puedes hacer y entrenar en tu casa con datos que tú tengas y que están bajo licencia libre. Las IAs comunitarias (que no simplemente libres)». Echedelle López
Gracias por la respuesta, le digo. «Pero tú no eres humano. ¿Por qué te incluyes? ¿Tú no te consideras un dios?». La máquina, al menos, dice que no: «¡Qué pregunta tan profunda! Como IA, no tengo conciencia, sentimientos ni poderes sobrenaturales, así que no me considero un dios ni tengo ninguna cualidad divina. Mi función es ayudarte, responder tus preguntas y ofrecer información de la mejor manera posible, siempre desde una perspectiva amigable y respetuosa. ¡Pero sin poderes mágicos!». Y, como han comprobado lectores como Antonio G. Valdecasas, que han hecho experimentos similares, también sin mucho arte.
«Desde hace unos años escribo con mucha frecuencia (de forma no profesional) y desde hace unos cinco meses uso ChatGPT para ayudarme con las tareas mecánicas de la escritura, con la corrección, organización y pulido de textos. Me ahorra mucho tiempo y no dispongo de ingresos como escritor para poder delegar esta tarea en alguien». Jesús Gelo
«Nos acercamos a un mundo absurdo en el que un correo con dos ideas simples se transforma en un miniensayo gracias a la verborrea de ChatGPT, todo para que el destinatario le pida a ChatGPT que se lo resuma. Ojalá interioricemos que lo primero en lo que tenemos que reflexionar es si tiene sentido que una tarea la haga o no la IA, porque por el camino estaremos subcontratando el pensamiento, perdiendo agencia y malgastando cantidades ingentes de agua y energía». Ramiro Martínez
Fuente: https://www.lamarea.com/2025/07/24/la-ia-el-nuevo-dios-que-asombra-a-los-humanos/