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La impertinente equidistancia entre clases e ideas contrapuestas

Fuentes: Rebelión

Un avezado periodista de ideas liberales produjo valiosos testimonios y relatos a propósito de aquello que llamamos “guerra civil española”. Su obra ha sido puesta “por las nubes” en los últimos años, quizás por razones menos estéticas que políticas.

Manuel Chaves Nogales.

A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España.

Barcelona. Libros del Asteroide.

344 páginas.

El libro reúne una serie de cuentos extensos situados en el conflicto español. Fueron escritos y publicados inicialmente entre 1936 y 1937, al calor de los acontecimientos.

Quizás convenga señalar antes que nada que Chaves Nogales se autodefinía como un «pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria», justamente en el prólogo de este libro.

La “distancia crítica” a veces se vuelve tenebrosa.

A partir de ese posicionamiento resulta lógico que no albergara mayores simpatías por quienes procuraban dejar atrás la tal «república democrática» en aras de una revolución social. Más objetable es que pinte el conflicto como si se tratara del enfrentamiento entre dos facciones extremas que no sólo se masacraron mutuamente sino que causaron grandes daños a la mayoría social que no se identificaba ni con unos ni con otros.

Cuando se recorren algunos de los relatos da la impresión de que falangistas, moros y legionarios son actores bélicos equivalentes a algunas columnas anarquistas (Como la “Columna de Hierro”, que protagoniza una de las narraciones) o a agrupaciones militares regidas por los comunistas. Y que las intervenciones desde fuera de España eran igual de repudiables más allá de a quienes apoyaran. Las Brigadas Internacionales puestas bajo signo equivalente a la Legión Cóndor de los nazis o a los “voluntarios” enviados por Benito Mussolini.

En cuanto a las responsabilidades iniciales de los franquistas, quedan diluidas. No se señala, al menos no lo suficiente, que el conflicto parte de un golpe cívico militar que portaba desde el comienzo una vocación de exterminio de todo el que se le pusiera enfrente o aún sin hacerlo, les resultara un potencial «desafecto» a sus objetivos. Y en contra tenía a quienes, con ideas y prácticas diversas se defendían de esa brutal agresión, a menudo con armas muy precarias y escasa o ausente preparación militar.

María Isabel Cintas, editora y prologuista del libro le atribuye “una equidistancia y una lucidez asombrosas”. En parecido sentido se expide el comentarista Rafael Narbona: “El periodista Manuel Chaves Nogales, liberal, republicano y partidario de Manuel Azaña, no quiso ser solidario con ninguna forma de violencia, por mucho que se disfrazara de justicia revolucionaria o cruzada religiosa.”

Cabe dudar de si mantenerse equidistante es un rasgo virtuoso en medio del ataque a un pueblo esperanzado por parte de quienes querían regresarlo a la situación de servidumbre. Y asimismo poner en entredicho la justeza del rechazo a la violencia de cualquier signo, cuando en un caso ésta partía de la resistencia a la opresión. Y tenía al otro lado a quienes aspiraban al sanguinario disciplinamiento de un pueblo rebelde.

En todo caso el autor se situaba como el fiel de la balanza, que se distinguía por el rechazo de la estupidez que, a su juicio, campaba por igual entre izquierdas y derechas:

“… la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente.”

Corresponde el reparo hacia ese dejo elitista que presenta a los “celtíberos” de a pie dejándose engañar por ideólogos venidos de fuera. Los que tendrían sus fuentes en ese “pudridero asiático” que sitúa fuera de Europa el origen del mal, al costo de rezumar cierta carga de racismo.

La “Tercera España”, para algunos un objeto de culto.

Es probable que para el narrador las prácticas que caratula como “bestiales” alcancen para invalidar la justicia de la causa republicana. Cabe la objeción de que sólo los golpistas se lanzaban con unánime empeño a sembrar la muerte y la destrucción.

Entre quienes los enfrentaron son múltiples los ejemplos del empeño con que muchxs combatieron las ejecuciones irregulares, el maltrato a los prisioneros y otras conductas que consideraban reñidas con la nobleza de sus empeños.

A la luz de esas consideraciones se comprende que el autor, tal como él mismo señala en su prólogo, puso tierra de por medio en cuanto se convenció de que sus ideales liberales no prevalecían. En noviembre de 1936 dejó sus tareas de hábil periodista enrolado con la república. Se había desempeñado como director de un diario expropiado, Ahora, del que había sido redactor jefe antes del 18 de julio.

Y resolvió dejar aquel cargo justo cuando los que se defendían de los “facciosos” se jugaban la existencia frente a las fuerzas franquistas que pugnaban por ocupar la capital del país. El gobierno se trasladó a Valencia y al mismo tiempo el periodista tomó el camino del exilio. Cambió por Francia los horrores de Madrid asediada por los golpistas

Ya no volvió, si bien siguió por un tiempo escribiendo acerca de lo vivido o sabido por él en las tierras de España. Esos y otros temas lo ocuparon hasta su temprana muerte, en 1944 y en Londres, hacia donde había huido cuando la ocupación nazi asoló a Francia.

Pasó a pertenecer a la llamada «Tercera España», la de los que en principio se identificaban con la república más sin aceptar para nada que ésta sobrepasara el marco de una democracia parlamentaria. Y terminaron rechazando el enfrentamiento en sí como una «locura trágica». Y a menudo, como en el caso del autor que nos ocupa, lo hicieron desde fuera del país.

Otro comentarista, Alfons Cervera, se permite afirmar que el clamoroso entusiasmo de muchos críticos hacia la obra del periodista y novelista, no corresponde sólo a valoraciones literarias, sino a una identificación retrospectiva con las posiciones políticas del escritor: “…para justificar su decidida apuesta por lo que ellos llaman la Tercera España: esa España ‘inocente’ que sirve para anular el carácter político, ideológico y de clase que tuvieron el golpe de Estado fascista y la propia guerra.” 

Y de eso se trata. Debería estar claro que los atropellos hechos al servicio de terratenientes, industriales, obispos y banqueros no son equiparables a los que pudieron cometer obreros, campesinos y pequeños burgueses de ideas progresivas. Unos estaban lanzados a la ofensiva para recuperar patrimonios y privilegios y los otros sostenían el noble impulso de superar siglos de explotación y humillaciones.

Ahora sí, los méritos literarios.

Hecha esta caracterización mucho más política que literaria cabe reconocer que la narrativa de Chaves Nogales trasmite las escenas de guerra con la claridad y concisión de un periodista experimentado. Y nos cuenta con cierta elegancia hasta las escenas más terribles.

No se basa en la pura imaginación sino en incidencias y personajes reales, aunque no se les identifique con precisión. Dice el escritor en su prólogo: “Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de sus héroes tiene una existencia real y una personalidad auténtica.” Cuando relata las tropelías de los «señoritos» en Andalucía, o los horribles bombardeos de Bilbao, nos proporciona una mirada aguda y empática.

Claro que alterna con otros cuentos en los que retrata actos de barbarie en el campo republicano, a los que pone por encima del idealismo y las convicciones firmes que albergaban buena parte de las revolucionarias revolucionarios. Rescata a veces a los combatientes y militantes de base, pero no a los jefes. A éstos los sitúa bajo el influjo de las órdenes emanadas de Moscú o imbuidos de ideales anarquistas que no resisten la confrontación con la realidad.

Hay que leer A sangre y fuego. No sé si constituye una obra maestra, tal como sostienen algunos comentaristas, pero en todo caso tiene méritos no desdeñables, aún con las reservas políticas del caso.

Su lectura no debería afectar la convicción de que no hay “tercerismo” que se sostenga si de una vereda se tiene a los cuarenta años de dictadura, con sus muertes, desapariciones, torturas e interminables años de cárcel y del otro a un movimiento popular que, con cielo o con tinieblas, quería construir un mundo nuevo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.