El nuevo libro de Vargas Llosa La llamada de la tribu [1] está dirigido a promover el «liberalismo» y a atacar al marxismo. Afirma que fue marxista, comunista e izquierdoso, pero no hay evidencia alguna de que haya leído El Capital, ni de que haya elaborado algún análisis crítico de la obra principal de Marx. […]
El nuevo libro de Vargas Llosa La llamada de la tribu [1] está dirigido a promover el «liberalismo» y a atacar al marxismo. Afirma que fue marxista, comunista e izquierdoso, pero no hay evidencia alguna de que haya leído El Capital, ni de que haya elaborado algún análisis crítico de la obra principal de Marx. Confunde la crítica al socialismo realmente existente con la crítica de la teoría de Marx y adopta con entusiasmo las ideas de un grupo de autores «liberales» que defienden la libertad capitalista.
El libro de Vargas Llosa, como el mismo lo afirma, es una autobiografía intelectual. En él describe su propia «historia intelectual y política, el recorrido que me fue llevando, desde mi juventud impregnada de marxismo y existencialismo sartreano, al liberalismo de mi madurez, pasando por la revalorización de la democracia…» (p. 11).
Está compuesto por ocho capítulos, el primero de los cuales contiene la exposición de su evolución intelectual y en los restantes siete examina en cada uno a un autor específico: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich August von Hayek, Sir Karl Popper, Raymond Aron, Sir Isaiah Berlin y Jean-Francois Revel. Me concentro en esta nota en el primer capítulo en el cual despliega Vargas Llosa una exposición que me parece engañosa en varios aspectos.
La estrategia expositiva se caracteriza por: 1) Inducir al lector, engañosamente, a pensar que fue un estudioso profundo del marxismo; 2) Confundir la crítica al socialismo realmente existente con la crítica a Marx; y 3) Sustituir, maliciosamente, el capitalismo por la democracia en su análisis. Paso a sustentar estas afirmaciones
El estudioso profundo de Marx y el marxismo
Afirma «fui izquierdista y comunista en mis años mozos» (p. 23). Vargas Llosa a los 16 años, a partir de la lectura del libro «La noche quedó atrás» de Jean Valtin, fue «consciente del problema social, es decir, de que el Perú era un país cargado de injusticias donde una minoría de privilegiados explotaba abusivamente a la inmensa mayoría…» Esto lo impulsó a acercarse a la izquierda y a buscar al partido comunista a su ingreso a la universidad.
Fue militante durante un año, en el Grupo Cahuide del Partido Comunista, donde tuvo su primera aproximación a Marx y a autores marxistas: «Fue allí donde recibí mis primeras lecciones de marxismo, en unos grupos de estudio clandestinos, en los que leíamos a José Carlos Mariátegui, Georges Politzer, Marx, Engels, Lenin, y teníamos intensas discusiones sobre el realismo socialista y el izquierdismo, ‘la enfermedad infantil del comunismo'» (p. 12). Salvo el pequeño trabajo de Lenin, sobre la enfermedad infantil del izquierdismo, no menciona un solo texto, simplemente enuncia algunos autores, dentro de los cuales se encuentra Marx. Conociendo la extensión de la obra de estos escritores -solamente El Capital tiene 2.200 páginas- es muy posible que el aprendizaje de marxismo del joven comunista Vargas Llosa haya sido muy precario y seguramente se haya concentrado en algún manual que no permite conocer a fondo la teoría de Marx y Engels. La aproximación a la teoría la despacha con frases efectistas pero superficiales como que sostenía en su célula «la tesis sartreana de que creía en el materialismo histórico y la lucha de clases, pero no en el materialismo dialéctico.»
Después de su paso de un año por una célula del partido comunista -se retiró a los 18 años- afirma que cree que siguió siendo socialista, por lo menos en sus lecturas, pero, desafortunadamente, no menciona ninguna. Nos cuenta luego que se identificó un tiempo con la revolución cubana, durante buena parte de los años sesenta, período en el que renovó sus «lecturas marxistas, no solo en los libros de sus clásicos, sino, también en los de escritores identificados con el partido comunista o cercanos a él, como Georg Lukács, Antonio Gramsci, Lucien Goldman, Frantz Fanon, Regis Debray, el Che Guevara y hasta el ultraortodoxo Louis Althusser…» (pp. 14-15). Pero no cuenta si leyó El Capital ni cuáles otras obras de los clásicos ni tampoco menciona una, solamente una, obra de alguno de los otros autores mencionados. A la gente hay que creerle, pero la ausencia de estas referencias no permite saber qué tan profunda fue la formación marxista del ya no tan joven Vargas Llosa.
¿La crítica a la teoría marxista es igual a la crítica al socialismo realmente existente?
Vargas Llosa afirma que se apartó del marxismo. Pensaría uno que este alejamiento se debió a que en sus profundos estudios de Marx llegó a la conclusión de que su teoría era incorrecta, inapropiada, falsa, etc., para comprender nuestra sociedad. Pero no. No hay en todo el capítulo ninguna discusión teórica con Marx, ninguna crítica para refutar o superar sus tesis y argumentaciones teóricas. Vargas Llosa se alejó del marxismo por hechos y posturas políticas: la represión en Cuba y en la Unión Soviética y la persistencia de las desigualdades. La ruptura con Cuba, relata, se dio a raíz del caso de persecución contra el poeta Heberto Padilla.
Suplanta hábilmente la «teoría de Marx» con algunas experiencias de socialismo realmente existente. Es perfectamente comprensible que alguien critique el régimen socialista en la Unión Soviética, especialmente el período estalinista, pero esto no es lo mismo que criticar la teoría de Marx. Con esto pretende generar la impresión de que al caer la Unión Soviética cayó también la teoría de Marx, estableciendo una igualdad entre asuntos muy diferentes, o que los problemas del socialismo real son los mismos problemas de la teoría de Marx. Marx no creó ningún sistema, no escribió ningún libro sobre el socialismo, y en El Capital se encuentran solamente algunas menciones marginales al paso del capitalismo al socialismo. Puede ser que en El Manifiesto del Partido Comunista y otros textos políticos e históricos de Marx y Engels se encuentren reflexiones sobre la futura sociedad comunista, pero ni siquiera en estos casos puede sostenerse que elaboraron una teoría del socialismo.
Si efectivamente le interesa tanto a Vargas Llosa la libertad, resulta sorprendente que después de tanto supuesto tiempo de estudio de Marx y del marxismo no haga en este capítulo una sola mención a los análisis incluidos en El Capital sobre la libertad y la crítica al liberalismo; por ejemplo, en el capítulo 4 del Tomo I, muestra Marx cómo la gran mayoría de trabajadores son libres en un doble sentido, libres de medios de producción (de los cuales han sido expropiados históricamente) y libres para firmar un contrato donde venden su fuerza de trabajo, libertad que como lo expone Marx es una ficción jurídica que esconde la obligación que tienen los proletarios de someterse al poder de los capitalistas si quieren obtener los medios de vida necesarios. Pero no es la única parte donde Marx se refiere a la libertad, la igualdad y la propiedad. Quizá a sus 82 años Vargas Llosa olvidó los estudios realizados con sus compañeros de célula pero la hipótesis más probable es la pereza o impostura intelectual, que caracteriza a tantos críticos de Marx. En lugar de refutarlo, simplemente lo ignoran.
Del marxismo a la democracia
Después de la ruptura con Cuba le tomó unos años «romper con el socialismo y revalorizar la democracia» (p. 17). En estos años comprendió que «las libertades formales de la supuesta democracia burguesa no eran una mera apariencia detrás de la cual se ocultaba la explotación de los pobres por los ricos, sino la frontera entre los derechos humanos, la libertad de expresión, la diversidad política, y un sistema autoritario y represivo, donde, en nombre de la verdad única representada por el partido comunista y sus jerarcas, se podía silenciar toda forma de crítica…» (pp. 17-18). Y a continuación, «con todas sus imperfecciones, que eran muchas, la democracia al menos reemplazaba la arbitrariedad por la ley y permitía elecciones libres y partidos y sindicatos independientes del poder.» (p. 18).
En estas frase se observa con claridad el ejercicio de prestidigitación intelectual de Vargas Llosa. Hábilmente compara socialismo (un modo de producción) con democracia (una forma de gobierno) [2], con lo cual logra al mismo tiempo un doble efecto persuasivo sobre el lector: primero, elimina el capitalismo de la escena, lo deja en el trasfondo, y segundo establece implícitamente que socialismo no es democracia. La palabra capitalismo no aparece una vez en el primer capítulo del libro. Este es un recurso argumentativo que utilizan muchos analistas defensores del capitalismo. Resulta entonces que el joven de 16 años, que veía en ese momento la explotación en su país, a los 82 años solamente ve un sistema democrático (con imperfecciones), donde ya no se destaca la minoría de privilegiados que explota a la inmensa mayoría. ¡Qué lástima que haya desaparecido ese Vargas Llosa de la adolescencia!
Su desencanto con el socialismo realmente existente, lo llevó a abandonar el marxismo, que como hemos visto parecería que no leyó juiciosamente y por tanto no llegó a criticar teóricamente, para afiliarse al liberalismo. Durante los años 70 y 80 estudió a los autores liberales: «En aquellos años leí y releí mucho a los pensadores a los que están dedicadas las páginas de este libro. Y a muchos otros, por supuesto, que hubieran podido figurar en ellas, como Luwdig Von Mises, Milton Friedman, el argentino Juan Bautista Alberdi y el venezolano Carlos Rangel…» (p. 23). A partir de aquí desarrolló además una admiración profunda por «grandes estadistas» como Margareth Tatcher y Ronald Reagan, quienes lideraron políticas agresivas contra las clases trabajadoras. Si Vargas Llosa abandona el marxismo por desacuerdos con las prácticas políticas de la Unión Soviética y de Cuba debería, coherentemente, hacer algo similar con los teóricos del capitalismo teniendo en cuenta la historia de violación de derechos humanos y represión en múltiples y diversas manifestaciones.
La impostura intelectual de Vargas Llosa está ampliamente difundida. En Colombia es frecuente encontrar antiguos izquierdosos, comunistas y socialistas, que reniegan de la teoría marxista y la rechazan, sin haberla leído nunca o sin haber pasado de los primeros capítulos de El Capital o del capítulo sobre la acumulación originaria. Quizá piensan con Vargas Llosa que la ignorancia es razón suficiente.
Notas
[1] Vargas Llosa, Mario, La llamada de la tribu, Penguin Random House Grupo Editorial, Alfaguara, Marzo 2018.
[2] En la página 19 refiriéndose a las reformas de Margaret Thatcher, afirma que vinieron acompañadas de una «afirmación de la superioridad moral y material de la democracia liberal sobre el socialismo.»
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