Me ha sucedido, y creo que a la mayoría de personas que nos vinculamos con organizaciones de izquierda política, escuchar decir que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son herramientas para la lucha política que, desde las izquierdas, debemos apropiarnos para potenciar el alcance de nuestras reivindicaciones. Es posible que directamente pensemos eso, o que no nos suene del todo errado. Es altamente probable que hayamos escuchado incluso a dirigentes políticos afirmar que el mundo cibernético constituye una dimensión de la política que estamos desaprovechando o que no hemos sido capaces de explotar en su máximo potencial, por lo cual se transforma en una tarea política actual adquirir mayores habilidades en el manejo de redes, la comunicación a través de internet y la creación de contenidos; todo ello, desde luego, acorde a la ideología de izquierda. Y, la verdad, suena bien.
Es altamente probable que nos haya sucedido también el experimentar que, al estar inmersos en el uso de esas tecnologías, notemos las modificaciones en nuestros propios comportamientos. Que nos demos cuenta que ya no podemos leer como antes, que nuestra atención salta rápidamente de una información a otra, que no podemos concentrarnos por mucho tiempo en una misma fuente de información, o que olvidamos lo que íbamos a buscar en internet y solo nos damos cuenta de ello un largo tiempo después tras encontrarnos navegando por páginas que no habíamos estimado consultar inicialmente. Algunos hemos experimentado la desazón del tiempo perdido tras saltar de un enlace a otro sin poder profundizar en una sola lectura, y la ansiedad de encontrar información interesante pero de tan abrumadora abundancia que solo podemos leer someramente algunos encabezados y terminamos resignados a guardar archivos para aspirar a leerlos en otro momento, que casi nunca llega. Eso por no hablar del malestar que produce involucrarse en una discusión en redes sociales; intercambios en los que la argumentación razonada y constructiva se va dejando de lado ante la elaboración sintética de frases que convierten al interlocutor en oponente. O la sensación ambigua que nos produce encontrar propaganda política de izquierda que gana en impacto visual, diseño e interactividad, a costa de perder en la profundidad del contenido. Y entonces, eso ya no suena nada bien.
También es muy posible que hagamos parte de quienes lamentamos la pasividad del mundo ante el genocidio en Gaza, la represión policial acá y allá, la violencia machista, el desastre ambiental causado por las grandes empresas del extractivismo global disfrazado de progreso o la criminal avaricia de las elites causantes del hambre de las y los empobrecidos del planeta. Pero, al mismo tiempo, seguimos confiando en que firmar peticiones online, reenviar videos de las atrocidades cometidas o dar like a las publicaciones con las que coincidimos ideológicamente son formas de lucha. Nos indigna profundamente ser testigos virtuales de tantas injusticias pero, de cierta manera terminamos replicando la pasividad que criticamos porque estamos ocupados reposteando en nuestras redes esas mismas evidencias. Hemos llegado a creer que nuestro aporte debería pasar por difundir esa realidad que hemos descubierto en nuestro celular, retuitear frases grandilocuentes y hermosamente radicales y, sobre todo, destruir retóricamente a los troles de derecha que inundan los chats…usando esos mismos chats.
En síntesis, asumimos como una práctica política de izquierda usar “la herramienta” del sistema opresor para atacarlo. Nos fascina pensar que esa “herramienta”, que suponemos gratuita y de gran masividad, tiene como su principal potencial el hacer inocultable la verdad sobre la corrupción del sistema. Seguimos creyendo que hay escasez de información y que internet es el arma tecnológica de la democratización del conocimiento. Pero, como ya se dijo, pretendemos ignorar o no asumir en su dimensión política el costo que estamos pagando por el avance de esas tecnologías en nuestras vidas, en nuestras formas de organización política y en la socialización en general. Costo que se hace visible en la transformación profunda del comportamiento humano, en la abrumadora evidencia de la relación del desarrollo tecnológico con el deterioro de la salud mental y del equilibrio ambiental, en el socavamiento de las formas de sociabilidad, el aumento de la fragmentación social y de la precarización del trabajo, entre otro muchos, evidentes y actuales perjuicios del avance desmesurado de la presencia abrumadora de las tecnologías en nuestras existencias; como si todo esto fuera algo menor o secundario que, en todo caso, vamos a poder disipar en algún momento (no se sabe como ni cuando).
Tecnologías de la distracción y el aislamiento
Cuando cuestionamos los efectos de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación nos referimos especialmente al uso intensivo del celular. Desde luego, el celular no es el único dispositivo tecnológico que aumenta su presencia en nuestra cotidianidad, pero si combina varios de los aspectos más emblemáticos de los tiempos que vivimos. Nos referimos, por un lado, la convergencia digital, es decir, la capacidad de aglutinar en un solo aparato distintos dispositivos que previamente solíamos usar por separado y que ahora convergen en el smartphone (teléfono, cámara de fotos, videograbador, grabadora de voz, radio, televisor, calculadora, mapa, reloj, tarjetas bancarias, agenda personal, entre otros). Por otra parte, además de la convergencia, el smartphone ha ganado su lugar en los consumos de la población gracias a su portabilidad; el hecho de ser, como algunos lo denominan, una perfecta prótesis de nuestro cuerpo, tan fácil de llevar a cualquier parte como de integrar a nuestra vida de forma permanente. Y, por último, a la convergencia y la portabilidad se suma la conectividad permanente a internet, lo que completa su funcionalidad.
Sabemos que en la actualidad se desarrollan muchos otros tipos de avances tecnológicos con aplicaciones relevantes, por ejemplo en la medicina, pero no ignoramos que el consumo masivo de internet a través del smartphone es uno de los negocios de mayor crecimiento dentro del capitalismo actual. Mucho se ha escrito para explicar cómo las aplicaciones de conexión a internet de nuestros teléfonos están siendo desarrolladas con el objetivo principal de que pasemos más tiempo frente a la pantalla y hagamos más cosas online, ya que ese tiempo es precisamente la fuente de enriquecimiento de las empresas tecnológicas. Sabemos también que la razón por la cual la mayoría de esos servicios son gratuitos o de costo relativamente bajo, es que ello es esencial para extender los tiempos de uso de pantalla para los usuarios. Se nos ha explicado además que entre más búsquedas en Google hacemos, más interacciones con la inteligencia artificial (IA) tenemos, más posteos realizamos o fotos subimos, más información otorgamos a esas empresas; información que es utilizada para perfeccionar el conocimiento que se tiene sobre cada uno de nosotros, y vender ese conocimiento a otras empresas que perfilan su publicidad de maneras inusitadamente efectivas.
Nada de original tiene entonces reconocer a esta altura que la intencionalidad develada en el desarrollo de las tecnologías de mayor uso de la población guarda absoluta relación con la pretensión de capturar nuestra atención o, lo que es lo mismo, lograr que pasemos inconscientemente de una distracción a otra con el uso absolutamente invasivo de los smartphones. Nuestra distracción es su ganancia, monetariamente hablando. Las nuevas tecnologías no son instrumentos o herramientas neutrales, sino que se vienen desarrollando con una clara intencionalidad (con millonarias inversiones en estudios de manipulación psíquica), que ya muestra sus evidentes resultados en la forma en que nos vinculamos social e intersubjetivamente.
Existen estrategias bien planificadas de manipulación sobre las personas, desarrolladas por grandes corporaciones tecnológicas, con la anuencia de la inmensa mayoría de los Estados en el mundo, con el objetivo de maximizar la captura de la atención (o la distracción) del usuario, generar dependencia y manipular sus decisiones en distintos planos. Por ello, el problema no se reduce en absoluto a una cuestión de elección individual sino que representa una dimensión preponderante de la actual estructura de dominación; una forma de imposición del poder económico, político y cultural, representado en la formulación de un tipo de comportamiento digital de la sociedad en el cual la sumisión, la acriticidad y el consumismo están absolutamente asociados al aplacamiento de la lucha de clases.
Al tiempo cada vez mayor que personas de todas las edades están pasando frente a sus pantallas debemos restar el tiempo dedicado a otrora usuales practicas de sociabilización que favorecían la conversación empática, el intercambio solidario o la acción colectiva; todas construcciones que llevan tiempo. Hoy por hoy, abundan los estudios que, si bien no han llegado a comprobar la causalidad entre el uso intensivo del internet y el aumento de la ansiedad, la depresión y las autolesiones, el insomnio y distintos problemas de sueño, el encierro, el sedentarismo y hasta la obesidad, si han establecido una indudable relación de correspondencia entre uno y otros. Pero, sin duda, el mejor argumento pasa por la reflexión propia y la autocrítica; ¿Cuánto hemos perdido de sociabilidad en los últimos años? ¿Cuánto de nuestros recursos de acción política y de formas organizativas hemos desplazado a instancias virtuales? ¿Cuánto hemos ganado o perdido con ello? ¿deberíamos entonces hablar de tecnologías de la distracción, la pasividad y el aislamiento?
Inteligencia artificial o artificio criminal
Recientemente recibí vía correo electrónico la versión en formato PDF de una revista perteneciente a una organización política de izquierda. Al intentar abrir el archivo para leerlo en mi computadora llamó mi atención un aviso en la parte superior que decía: “parece que el texto es muy largo, ahorra tiempo leyendo el resumen” y más a la derecha, un enlace que decía “ver el resumen”. Abajo, titilaba un mensaje de “asistente IA”. No apreté la señal que me inducía a usar la IA por dos motivos: el primero, porque realmente no quería perder nada de la profundidad del contenido, y era mi interés no solo conocer la forma en que se elaboran los argumentos y desarrollaban las discusiones políticas, permitiéndome tomar el tiempo de lectura pausada y reflexiva necesario para construir mi propia posición sobre esos argumentos y discusiones, y segundo, porque soy plenamente consciente que usar la IA no es un juego, sino que por el contrario la IA es un enorme pozo de gasto de energía y agua (para hacer que los gigantescos servidores sigan funcionando 24 horas al día y para que no se sobre calienten). Y ya sé que el hecho individual de no usarla no va a cambiar el dramático futuro que depara la escasez energética y de agua potable que ya está pisándonos los talones (y que, como sabemos, golpeará primero la puerta de los marginados y excluidos del mundo), pero me es imposible renunciar al hecho consciente de hacer lo que corresponde, sin el falso argumento de que lo voy a hacer cuando la mayoría lo haga o cuando realmente sirva de algo, porque la acción individual consciente no es suficiente, pero es necesaria y urgente.
Pero, más allá de mi acción en esta anécdota, lo que realmente me parece relevante es resaltar esa idea de la IA que nos invita a “ahorrar tiempo”. Si lo pensamos bien, ahorrar tiempo es el gen del capitalismo; fue la base del taylorismo que dio mayor eficiencia a la explotación laboral de los trabajadores en las fábricas del siglo XIX y es la esencia del discurso hegemónico sobre la digitalización del mundo hoy en día. Todo parece estar justificado en al ahorro del tiempo, pero pocas veces nos preguntamos para qué necesitamos ahorrar tiempo o en qué se supone que puede usarse ese tiempo ahorrado (realmente la pregunta trascendente sería si es posible realmente ahorrar el tiempo, pero eso es asunto de otra discusión). Cualquier persona de izquierda sabe que, en el capitalismo el tiempo es una mercancía, que se compra y se vende, por lo cual una perspectiva de clase nos debería hacer preguntarnos quien gana y quien pierde con ese supuesto ahorro de tiempo que nos promete la tecnología. ¿Será un regalo que nos están haciendo las grandes corporaciones que determinan el desarrollo de la inteligencia generativa hoy en día? ¿Podemos desde la izquierda asumir el discurso empresarial de la tecnología en beneficio de las grandes mayorías de la población? ¿En beneficio del progreso de la humanidad? Prefiero asumir los hechos que indican que el despliegue de la IA no está basado en ayudar a la gente a resolver problemas cotidianos, sino en hacer más eficiente el trabajo humano, automatizándolo y aumentando con ello las ganancias de la clase explotadora.
Debería ser innecesario recordar que dentro del sistema capitalista no es el beneficio mutuo o colectivo sino la competitividad la que guía el desarrollo de la ciencia y la técnica; y que son correlatos de la competitividad el individualismo egoísta y la corrupción del vale todo, siendo esas las características que permean las tecnologías del presente. El individualismo y la competitividad hechos ideologías justifican el abandono del bienestar público y la solidaridad y sustentan la trasformación de los derechos en servicios; de ahí la transformación que experimentamos de pasar de ser ciudadanos de derechos a consumidores. Las formas de sociabilidad se pervierten tras esa práctica de interacción que alientan tanto las empresas como los Estados y que nos asumen como consumidores del mundo, de quienes nos rodean y hasta de formas de identidad; todo se hace consumible y por ente monetizable. Actualmente, las grandes corporaciones de las tecnologías de la distracción y el aislamiento más que producir mercancías, producen consumidores, pero esos consumos no son solamente de productos físicos, sino también de información ideologizada presentada como conocimiento.
La estructura de la hiperconectividad favorecida por el smartphone hace que vivamos cercados permanentemente por un esquema intangible de consumismo que, como dijimos, alienta la competitividad, el individualismo y la corrupción deshumanizante ya que esos consumos se transforman en el motor de la acción y están reemplazando los valores humanos de la solidaridad, la empatía y la compasión. Para la acción política de izquierda esto significa disipar las prácticas de socialización que son esenciales para la construcción colectiva y para la lucha. Además, la asiduidad de la conectividad no solo distrae, aísla y fragmenta a la sociedad, sino que afecta profundamente la construcción del pensamiento crítico.
Pensar, en principio, exige el relacionarse con hechos o ideas para establecer relaciones, hacer inferencias, deducciones, activar saberes previos y sintetizar aspectos centrales; establecer causas y consecuencias, examinar probabilidades e imaginar desenlaces futuros. Actualmente, las tecnologías se disponen a orientar este proceso, pero lo hacen partiendo de una sobrecarga cognitiva que, tras la búsqueda de eficiencia en el uso del tiempo, termina interfiriendo en la dinámica de procesamiento cognitivo de la comprensión. Un ejemplo concreto de la ocurrencia de estos procesos se da en relación a la lectura y la evidencia que señala la trasformación contemporánea de una lectura menos vinculada con la concentración, la comprensión y la generación de pensamiento, y más con la veloz absorción de un flujo de fragmentos de información, menor implicación personal en la construcción de connotaciones en relación a lo leído, y la extracción aislada de datos relevantes. El uso masivo de IA tiende a debilitar nuestras capacidades mentales para los procesos mentales relacionados con la adquisición consciente del conocimiento, el pensamiento crítico, el análisis, la reflexión y, especialmente, la imaginación. ¿A quienes les sirve eso?
A aquella parte de la izquierda política que señala que es una ventaja poder contar con las tecnologías y la conectividad a internet para acercar a las masas más información de la que antes solían monopolizar los medios tradicionales de comunicación, debemos preguntar ¿de qué sirve tener ese flujo enorme de información si se están perdiendo las capacidades intelectuales para procesarla? ¿Es el horizonte de mayor radicalidad de la izquierda actual proponer a la clase trabajadora que aumente sus usos de las tecnologías de la distracción y de la IA? ¿Eso apunta a modificar la explotación estructural del sistema, o será al revés?
Es preciso recordar que la IA no es un juguete inocuo, ni un divertimento para el tiempo libre (si es que existe algo llamado tiempo libre ahora); el afianzamiento del uso de la IA significa una externalización de las facultades humanas de interpretación, resolución de problemas y desarrollo de gran diversidad de tareas cognitivas que, al dejar de utilizarse, disminuyen las dinámicas neuronales que les hacen existir (su sinapsis) haciendo que sea cada vez menos usual el construir estructuras mentales estables para el pensamiento. En otras palabras, la IA nos está despojando de nuestra humanidad, y eso sucede tanto si se usa asiduamente para generar interacciones sin ningún interés mas que el divertimiento, o si se hace para resolver problemas de mayor significatividad. ¿Y qué decir de la IA que nos resume los argumentos que se construyen como producto de una praxis política que intenta ser colectiva y transformadora? Debe recordarse también que ser militante de izquierda es muy distinto de ser consumidor de ideologías o de eslóganes de izquierda, por eso, ni los resúmenes de la IA ni la masividad de las redes sociales nos van a resolver el problema de la lucha de clases, más bien, apuntan a todo lo contrario.
¿Qué hacer?
Ni las tecnologías de la distracción y el aislamiento ni el artificio criminal son herramientas políticas al servicio de la clase explotada. Pero esa afirmación para el presente admite su variación condicional; es decir, pueden serlo. No lo serán por espontaneismo ni voluntarismo. Por ello, es necesario empezar por amplificar una postura crítica que repita lo evidente: que aunque se estén difundiendo miles de posteos o notas con contenidos críticos o de izquierda el efecto de captura de la atención y pasividad desmovilizante es el mismo, y las pruebas así lo evidencian, pues crecen las interacciones virtuales pero decae la movilización popular. Y esto es así porque se trata de un efecto implícito del dispositivo, y un logro actual del sistema de dominación, hegemónico en la forma de la cultura digital actual. Tanto si usamos la inteligencia generativa para resumir textos de critica radical como si lo hacemos para ahorrar tiempo con otras cosas, estamos desprendiéndonos igualmente de nuestras habilidades intelectuales, a cambio de tener mas tiempo libre…para la pantalla. Se demuestra tanto con el aumento de los daños en la salud emocional de tantas personas (incluso militantes) como en el deterioro del desempeño académico de estudiantes, y en los tiempos dedicados a la lectura profunda, extensa y comprensiva por parte cualquier persona a la que se consulte.
Como toda intervención en el marco de la lucha de clases, para transformar las tecnologías en un aliado de la lucha contra el sistema es necesaria una acción consciente organizada y colectiva. Eso no significa usar mas las redes o generar mas contenidos, colectivamente. Quiere decir más bien que debemos empezar a discutir, buscar alternativas frente a los efectos nefastos de la digitalización de la vida y la hiperconectividad y realizar acciones concretas que apunten a mermar sus efectos, tanto subjetivos como sociales. Significa que, si queremos utilizar las redes, debemos estudiar en profundidad su funcionamiento y buscar mecanismos para contrarrestar su efectos de adicción y dependencia. Debemos pensar en prácticas que reactiven la sociabilidad y la solidaridad, y que se propongan explícitamente como alternativas a la hiperconectividad pasiva y sedentaria. Debemos saber que la oposición no pasa por crear nuestras propias apps, sino por construir un ejemplo material y concreto de resistencia ante la digitalización omnipresente. Esto implica también cuestionar el eficientismo rampante, que inserta en nuestras mentes y cuerpos el productivismo capitalista de la inmediatez y la abundancia; no siempre lo más rápido ni lo más fácil es mejor, ni por tener más datos estamos conociendo. Debemos revalorizar practicas que el consumismo tilda como pasadas de moda, como la lectura de libros, y tanto mejor si se da a la par de encuentros de discusión e intercambio. Como se dijo antes, la acción consciente individual es imprescindible, pero no es suficiente.
Hay un buen ejemplo de construcción colectiva de la resistencia y la acción transformadora, dado en el contexto del desarrollo de otra tecnología articulada a la opresión de la clase trabajadora. En los estados sureños de Estados Unidos durante los años 1950 seguía rigiendo un modelo segregacionista en contra de la población negra o afrodescendiente que, entre otros aspectos, se manifestaba en restricciones en el uso del transporte público: las y los negros podían viajar en los buses, pero debían hacerlo en asientos traseros y no ocupar los asientos delanteros destinados a la población blanca. En ese escenario ocurrió el famoso suceso de Rosa Parks, una trabajadora afro que se negó a dar su asiento a un pasajero blanco, contraviniendo las normas imperantes que le obligaban a tener que hacerlo. Rosa, desde luego, fue arrestada, pero a ello siguió un extraordinario movimiento de organización popular conocido como el boicot de Montgomery (por el nombre de la ciudad). Más de 40 mil usuarios de transporte público se unieron al boicot, consistente en dejar de usar los buses del Estado y, con ello, resistir a una de las medidas que amparaban el segregacionismo racista. Pero, para que funcionara el boicot tuvo que desarrollarse una compleja trama de organización de la clase trabajadora que implicó tanto cientos de asambleas de discusión y decisión, como el armado de redes para poner al servicio de las y los trabajadores negros los pocos automóviles con que contaban algunos de ellos, así como otros tantos automotores que se fueron consiguiendo en donación, en especial por parte de distintos sindicatos del país. Por más de un año ni un solo trabajador negro hizo uso del sistema de transporte público, pero cada quien pudo seguir con su vida laboral y cotidiana gracias a una extensa red de transporte comunitario que garantizó los viajes, de forma gratuita. Muchos autores afirman que esta muestra fue un paso crucial hacia el fin del segregacionismo legal en Estados Unidos.
Para traer la anécdota a tiempos de hoy y al tema del uso intensivo de internet y las tecnologías, remarquemos que la solución, como se sabe, no fue la quema de buses, pero tampoco dejar de usar los buses ocasionalmente, ni usarlos solo para lo esencial (ir a trabajar). La respuesta fue la construcción de una alternativa; ir a contracorriente de lo impuesto, atreverse a hacer lo que se pensaba imposible. Transportarse, si, pero de otra forma, con otros mecanismos, en los cuales la solidaridad fue esencial, la conversación fundamental y el ejemplo el punto de partida. Se creó otro sistema de transporte masivo y se abandonó el transporte del sistema segregacionista. Añadamos por si hace falta que el problema estructural y sistémico no era ni mucho menos la tecnología de transporte automotor, sino el racismo estatal que disponía una forma para su uso público. Y a la izquierda del presente que cree aún que internet y las nuevas tecnologías son un arma de lucha le preguntamos si su respuesta para el caso de las y los negros norteamericanos de Montgomery ¿habría sido abrir masivamente academias de conducción? Es decir, fomentar el uso de la tecnología que materializaba la opresión, alucinando que en algún momento iba a ser propia. ¿O sería el proponer subir a los autobuses pero sin pagar la tarifa? Y una vez arriba tener que adecuarse a las reglas vigentes, dejando en últimas el sistema incólume. Para las y los negros de Montgomery la respuesta fue clara, aunque no fue sencilla. Para la izquierda que no consume acriticamente las tecnologías, la acción de imaginar y organizar otro presente no es nada fácil, pero es urgente.
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