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La jubilación de la Reina Ana, los piratas y los censuradores

Fuentes: Derecho a Leer

  Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rodolfo Walsh – Agencia de noticias ANCLA […] en los primeros meses de […]

 

copyright in memoriam, lapida, headstone

Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rodolfo Walsh – Agencia de noticias ANCLA

[…] en los primeros meses de 1960 ya aparecen los primeros signos de alarma en los productores de cultura. Algunos de ellos -como la Cámara Argentina del Libro[…] llegan a sugerir que se establezca de una buena vez la censura previa para poder saber a qué atenerse en materia de control. Esta, señalan, «es más valiente, en algún aspecto más leal, y, tal vez, hasta menos arbitraria». Andrés Avellaneda, marcando las complicidades de la CAL en «Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983»

Tres autores tres

El 22 de febrero de 1969, frente a la Sociedad Francesa de Filosofía, Michel Foucault brindaba una conferencia titulada «¿Qué es un autor?», donde se propuso analizar algunos de los principales conceptos que rodeaban a la idea de autor: mecanismos de censura, horizontes de escritura, teorías de la personalidad. Para la misma época, a Giles Deleuze se le ocurría escribir un artículo de nada más que cinco páginas, que marcaría a fuego algunas de las características centrales de la segunda mitad del siglo XX y del siglo XXI : «Postdata sobre las sociedades de control». Computadoras, telemática, control y vigilancia.

Como decía un docente universitario muy querido, la muerte del autor devino un largo proceso. Cuando Foucault abrió la tumba del autor, Derrida se encargó de colocar el cajón y la tierra y Barthes culminó el proceso escupiendo sobre la tumba. Esa declaración romántica y fantasiosa: el autor está muerto, corona la otra parte del proceso que, copiándonos de Shakespeare, nos permitiría afirmar: el autor ha muerto, viva el autor. Es, en definitiva, lo que hizo la Cámara Argentina del Libro cuando denunció a Horacio Potel a instancias de una editorial francesa, por cometer el crimen de subir libros de Derrida a una página web. Derrida se revuelca en la tumba de su autor.

El autor zombi

A nadie se le hubiera ocurrido pensar que una teoría metafísica de la personalidad arrastrada desde los fondos del siglo XVII sería vuelta a la vida con las nuevas tecnologías de la información. Si alguien lo hubiera imaginado, probablemente lo hubiera hecho en la tonalidad de una pesadilla de pésimo rodaje.

Pero es así: nuestras computadoras son ahora, literalmente, poderosos centros multimedias. Ahora podemos copiar, grabar, remezclar, recrear, combinar, y, gracias a las redes, distribuir cantidades ingentes de información, cultura y creatividad colectiva. Toda persona conectada a una computadora hoy por hoy puede ser cineasta, editor, periodista, bibliotecario, escritor. Por supuesto, aún falta recorrer el trecho entre el trabajo amateur y la profesionalización, pero el límite entre la potencia y el ser se ha reducido.

El marco legal del siglo XVII es el que regula la cultura del siglo XXI

Es entonces cuando aparecen los defensores de ciertas industrias a recordarnos que, por ley, eso está «prohibido». Está prohibido copiar, grabar, remezclar, recrear, combinar y distribuir. En suma, está prohibido compartir. Y para ello enarbolan la bandera del «derecho de autor», o en su variante más fundamentalista, de la «propiedad intelectual», ignorando, muchas veces, los marcos regulatorios, las discusiones, las leyes y las limitaciones.

Esta lectura, para nada ociosa, la exponía los otros días Gerardo Filipelli, abogado del CADRA , en un encuentro de editores científicos iberoamericanos: las nuevas generaciones deben aprender que hay que compartir, pero también que hay que compensar y respetar. Como diría Kaufman, toda una pedagogía de las tecnologías. El CADRA , además de cobrar cuantiosas sumas por licencias que no tiene permiso de otorgar, quiere enseñarnos las formas en que debemos entender y utilizar la tecnología.

Tricentenario

El marco legal del siglo XVII es el que regula la cultura del siglo XXI .

monitor, estatuto de la reina ana

Queremos festejar, con todos ustedes, los trescientos años que han pasado desde la creación del Estatuto de la Reina Ana, el primer documento legal y escrito que regula el derecho de autor o copyright, en su variante anglosajona.

Los costos sociales de seguir pagándole la jubilación al Estatuto de la Reina Ana todavía no han sido lo suficientemente analizados

Esta ley, que establecía que el plazo de protección de las obras era de 14 años con la opción de renovarlo hasta un máximo de 28, acaba de cumplir este año tres siglos de vida formal. Sus principales preceptos, errores y lecturas malintencionadas (por ejemplo, «confundir» editor con autor), siguen en vigencia y tensan la cuerda entre el derecho a una remuneración justa de los autores -cuestión con la que estamos de acuerdo, pero parece que los editores no, puesto que sólo le pagan el 10% del precio de venta según tirada al autor, si es que le pagan- y el derecho de la ciudadanía a acceder a los bienes culturales. Derecho, este último, ratificado en numerosas y copiosas declaraciones que sólo sirven de letra muerta para nunca cumplirse, como el artículo 75, inciso 19, de la Constitución Nacional.

Los costos sociales de seguir pagándole la jubilación al Estatuto de la Reina Ana todavía no han sido lo suficientemente analizados. Pero veamos algunos de los principales problemas:

1. En 1710 y por lo menos hasta que apareciera Internet en escena, bastaba con algunas escasas regulaciones en materia de derecho de autor -Estatuto de la Reina Ana primero; Copyright Act después; Convenio de Berna; Ley 11.723 en Argentina- y con un solo organismo internacional que regulara la materia -la OMPI , Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.

En el siglo XXI , para sostener el cerco legal del derecho de autor, en Estados Unidos se necesitan por lo menos cuatro leyes diferentes para controlar la piratería: la Digital Millenium Copyright Act, la No Electronic Theft Act, la Sonny Bono Copyright Term Extension Act, y la Collections of Information Anti Piracy Act. Para regular el derecho de autor a nivel mundial se necesitan por lo menos tres tratados diferentes, incluido el ADPIC , y al menos tres organismos internacionales donde se discute sobre derecho de autor: la ONU , la OMPI , la OMC (y como no son lo suficientemente expeditivos, ahora se negocia el ACTA ).

Es sabido que estas leyes no cumplen ninguno de los objetivos que buscan. La libre distribución de obras se multiplica.

2. La segunda acumulación originaria

estas industrias se encargaron de sabotear primero todos los recursos naturales de los países «en vías de desarrollo» y luego se encargaron de conseguir por vías legales la concesión de monopolios sobre sus conocimientos

Ya nos habían avisado, allá por el siglo dieciocho, que el mercado no era racional. Y aún más: un señor peladito y de verborragia violenta, que de keynesiano tenía muy poco, nos había avisado con bastante razón que el mercado sin regulación tendía a la concentración monopólica, por las características que tenía el capital (veáse Víctor Testa, «El capital imperialista»).

Desde temprano, los Estados decidieron tratar de frenar la concentración monopólica en ciertas áreas –la historia del caucho en Brasil) y luego se encargaron de conseguir por vías legales la concesión de monopolios sobre sus conocimientos, para tener control total del mercado. Las patentes y el derecho de autor, tienen su origen en esta historia de apropiación violenta de conocimientos y de cultura.

Marx había descripto, en el famoso capítulo XXIV de El Capital, el proceso de «La llamada acumulación originaria». En el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte explicó el proceso legal, político y social mediante el cual las tierras, que otrora habían pertencido a los campesinos, pasaron a ser de propiedad privada. Como decía el anarquista Joan García Oliver en su autobiografía «El eco de los pasos», siempre sostuve que hay que cortarle las barbas a Marx y a Bakunin. Con este chiste, Oliver expresaba la necesidad de no quedarse con la «palabra santa» del dogma y reactualizar la teoría según su contexto.

Nos corresponde a nosotros, entonces, analizar esta historia de cercamientos sobre lo común y evaluarla en las postrimetrías del siglo XXI . La segunda acumulación originaria comparte muchas características con la primera, y es necesario que contribuyamos a frenar la segunda acumulación sobre lo común.

3. Costos inversamente proporcionales

La lógica indica que mantener este sistema legal de propiedad intelectual debe tener sentido desde la perspectiva económica. Pero no es así. Los informes indican que desde 2004 en adelante los juicios por patentes han aumentado de manera abismal, y lo prueban documentos cuyos escritores son variopintos: instituciones que bregan por un uso responsable de las tecnologías, los recursos naturales y el sistema de patentes en el marco de las regulaciones del Estado (véase el libro de la Fundación Heinrich Böll, «Genes, bytes y emisiones»), hasta la propuesta de autores que proponen liberalizar todas las áreas de la economía y permitirle a la marca Coca Cola llegar hasta la luna, como es el caso de Enrique Pasquel, en su artículo «Una visión crítica de la propiedad intelectual».

«El problema de las fotocopias», «el problema de la piratería», «el problema de la música ilegal», tiene su contraparte nunca analizada. ¿Cuáles son los costos sociales de mantener un sistema legal obsoleto para detener un avance tecnológico, a esta altura, imparable?

Esos juicios cuestan millones de doláres al año», lo mismo que cuesta «frenar» la mal llamada piratería en Internet por parte de las industrias culturales. Algunos autores de vanguardia han comenzado a darse cuenta de que el negocio sin intermediarios les produce más dinero, más fama y más fans: es el caso de Radiohead, pero también de Nine Inch Nails, entre otros.

«El problema de las fotocopias», «el problema de la piratería», «el problema de la música ilegal», tiene su contraparte nunca analizada. ¿Cuáles son los costos sociales de mantener un sistema legal obsoleto para detener un avance tecnológico, a esta altura, imparable? ¿Cuánto cuestan, socialmente, la promulgación y aplicación de cuatro leyes diferentes para un mismo objeto, tres organismos internacionales, millones de casos en los juzgados, infinita cantidad de abogados, intimaciones legales? La cifra es tan alta que nos cuesta imaginarla.

¿Cuál es el costo de hacer una copia y distribuir los bienes culturales? Tendiente a cero.

Utopías

La tecnología es uno de esos experimentos que a la primera emocionan y a la segunda aterran por sus inevitables consecuencias sociales: así es como debemos evaluar, a la luz de la realidad actual, los avances tecnológicos.

Una de las grandes utopías que caracterizó a la modernidad desde el siglo XIX fue aquella que, desde las páginas de un vetusto libro, anunciaba la liberación de la humanidad mediante la eliminación de las clases sociales. Esa utopía se llevó unos cuantos millones de personas a la tumba, y siempre es bueno recordar que toda utopía tiene su contracara distópica, tal como lo anunciaba Zaffaroni en una de las entrevistas más lúcidas que diera.

Fomento al libro y a la censura

Hay que confesarlo: nos hemos cansado de ser acusados de piratas, criminales y saqueadores, que con nuestras prácticas vandálicas e irreponsables, amenazamos desde las redes nada menos que la existencia de los libros, la música, el cine y el futuro mismo de las artes. Nos hemos cansado de que se nos acuse sin fundamentos ni argumentos, basados en teorías anacrónicas que de descabelladas tienen mucho y de certeras muy poco. Pero veamos de qué lado se tejen las cómplices alianzas con los verdaderos enemigos de la cultura, y quién es quién en este asunto de la piratería.

Cabría preguntarse sobre cuál fue el papel desempeñado por las «instituciones de la cultura» durante ese largo proceso de legitimación de la censura.

La historia argentina tiene una herida desde hace 30 años que se resume en dos frases: «Nunca Más» y «Ni olvido ni perdón». Y como plantea Andrés Avellaneda: El férreo discurso de censura cultural de que se tiene memoria reciente en la Argentina, el gobierno militar de 1976-1983, se organizó lentamente durante más de un cuarto de siglo hasta llegar a su momento mas oscuro cuando, dentro del aparato represivo, dicho discurso tomó a su cargo lo que dio en llamarse «guerra ideológica»: el espacio final donde a juicio de los militares y de sus apoyos civiles se generaba la «subversión». Apoyado en el poder omnímodo del Estado, ese discurso fue el control final sobre los trabajadores de la cultura. Cabría preguntarse sobre cuál fue el papel desempeñado por las «instituciones de la cultura» -el juego de complicidades y claudicaciones- que tuvo lugar durante ese largo proceso de legitimación de la censura.

La Cámara Argentina del Libro, la misma institución que hoy levanta su dedo acusador sobre los estudiantes que fotocopian y los profesores que «piratean» libros por internet, que se niega a reveer hasta los aspectos más criminalizadores de la ley de propiedad intelectual 11.723 «en defensa de el salario del autor» y que al contrario, a través de sus diferentes portavoces encarnados en figuras del progresismo cultural propone la extensión de monopolios privados sobre los bienes culturales, -todo en nombre de la cultura y del derecho de autor- escribía el 26 de junio de 1960, cuando aparecían los primeros signos que daban cuenta del avance de la censura:

La Cámara Argentina del Libro se dirige al ministro de Educación y Justicia, al presidente del Concejo Deliberante y al Intendente de la Ciudad de Buenos Aires para denunciar la gravedad de una campaña de censura «llevada a cabo a través de organismos municipales, locales y aún a través de la organización judicial». La Cámara indica que la actuación de la Municipalidad en procedimientos de índole inconstitucional, y del fiscal Guillermo de la Riestra en la gestión de procesos, lesionarán el prestigio de los acusados cualquiera sea la resolución dictada. La Cámara también señala que sería preferible el establecimiento de la censura previa, por considerarla «más valiente, en algún aspecto más leal y, tal vez, hasta menos arbitraria» para sus publicaciones. (Andrés Avellaneda, «Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983/1», Centro Editor de América Latina).

La historia de la censura en Argentina es un entramado que abarca desde las complicidades silenciosas dentro del poder hasta las denuncias abiertas y explícitas por ciertos sectores que se negaron a ser censurados.

Desde ese otro lado que se negó a la censura, un personaje entrañable de palabra certera escribía, para dar testimonio:

Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información. (cita)

Rodolfo Walsh escribía esto con ocasión de la fundación de la agencia de noticias ANCLA . Está desaparecido desde el 24 de marzo de 1977. La dictadura lo desapareció el mismo día que envió su conocida Carta Abierta a la Junta Militar.

Una misma situación: la censura; dos cartas muy diferentes. Es una lástima que la famosa frase «traduttore, tradittore», no tenga una análoga para esta actitud.

Reproduzca esta información.

enlace permanente: http://derechoaleer.org/2010/11/la-jubilacion-de-la-reina-ana-los-piratas-los-censuradores.html

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