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La literatura de Mario Vargas Llosa en el diván

Fuentes: Rebelión

Se ha hecho frecuente abstraer el sesgo ideológico conservador que trasunta la novelística del celebrado escritor de su valoración puramente artística o literaria, que se acepta incólume indemne, no afectada por ese evidente conservadurismo ideológico. Esta postura es extraña por cuanto toda la historia cultural y literaria demuestra que la ideología del establishment en el […]

Se ha hecho frecuente abstraer el sesgo ideológico conservador que trasunta la novelística del celebrado escritor de su valoración puramente artística o literaria, que se acepta incólume indemne, no afectada por ese evidente conservadurismo ideológico.

Esta postura es extraña por cuanto toda la historia cultural y literaria demuestra que la ideología del establishment en el arte y la literatura coacta, restringe, limita la liberación auténticamente artística de éstas, precisamente porque al inclinarse hacia la defensa de los intereses dominantes, reprime su esencia desveladora. Y en consecuencia, en el mejor de los casos, alcanzan aportes formales -o excelencias técnicas como es de consenso para el caso de MVLl-, pero que no es lo mismo que integralidad estética.

¿Ha alcanzado, entonces, la obra de Mario varga Llosa la trascendencia literaria que se presume? Junto con algunos críticos importantes que no se dejan envolver por la opinión convencional auspiciada por los poderes fácticos, contestamos que no, no desde una perspectiva integral estética que es la característica de las grandes obras históricas del arte y la literatura, sino sólo parcialmente, como escritor fundamentalmente de corte formalista.

Ya el maestro Antonio Cornejo Polar había revelado, hace algunas décadas (ACP, La novela peruana, 1989) con cáustica agudeza, que, a) la manifestación fatigosamente recurrente que hace el reconocido escritor en advertir, siempre que presenta una novela, que lo que ha escrito no es más es una ficción, es novelar -cosa que es obvio, dice Cornejo Polar-, trasunta el objetivo de legitimar con libre impunidad la manipulación del tema histórico que ha elegido cuidadosamente. Con ello universalizar la idea que los movimientos revolucionarios conducen al caos como producto de las ideologías infecundas y perversas, utopistas. Y seguidamente dejar claro en la novela su propia ideología pragmático liberal como la única razonablemente posible. Y que, b) al presentar esta manipulación con un perfeccionamiento técnico incuestionable, con pretensión de «totalidad artística» -en realidad, dice Antonio Cornejo Polar, la obra de Vargas Llosa es más arte de composición que de estética narrativa- encubrir, con este perfeccionamiento formal, la realidad interpretada como inasible y caótica, ofertándose con esta presentación (producto) a la demanda internacional; posicionándose de esta manera en el mercado literario, especialmente de las clases altas, tan creciente con las grandes editoriales desde el boom latinoamericano.

Esta tendencia (la manipulación histórica con sesgo ideológico conservador y la literatura para el gran mercado) cada vez más acentuada en Vargas Llosa -remata el insigne profesor Antonio Cornejo Polar ya hace mucho tiempo-, finalmente no eleva sino termina por revelar una pérdida de integridad artística en la obra del famoso escritor, la «sustitución del referente por el virtuosismo técnico-formal». Y, por ese camino, desembocar incluso en una «simplificación del sistema de significaciones del relato», vertiente que se había manifestado abiertamente en las novelas de entretenimiento La Tía Tula y el escribidor y Pantaleón y las visitadoras, que había publicado después de su primer ciclo auspicioso de novelas.

Pero quién diría que un escritor como Miguel Gutiérrez, rendido admirador de la literatura vargallosiana, quien dice que las posturas ideológicas y políticas conservadoras de éste -de las que se declara opuesto- no desmerecen fundamentalmente su alta calidad literaria, termina final y contradictoriamente, siendo un crítico muy acucioso, concluyendo con un supuesto del que no partía: el riesgo que podría sufrir esa calidad, en el balance final, precisamente por esa deformación de la realidad histórica, que termina por reconocer Gutiérrez, muy claramente, en las obras de Vargas Llosa.

Luego de colocarlo en el nivel de los más grandes novelistas de cualquier parte del mundo surgidos después de la segunda postguerra y reiterar que en lo formal la obra de Vargas Llosa demuestra «la maestría de su construcción, en verdad deslumbrante», curiosamente y acaso contradictoriamente para alguien que se ufana de su postura revolucionaria, expresa que el resultado valioso de la obra novelística de Mario Vargas Llosa, aunque en primer orden se debe «a su talento y a una extraordinaria capacidad de trabajo», se debe también «a su no menos extraordinaria capacidad empresarial que apunta a la circulación internacional de sus obras y a mantener una imagen casi permanente en los medios de comunicación de masas… en progresión geométrica… con la vertiginosa derechización de sus posiciones políticas» ( MG, La generación del 50, 2008).

Aparentemente, al menos en este primer momento de su exposición, Gutiérrez no se inquieta ni sospecha ninguna contradicción que pueda haber entre la grandeza de una obra y al mismo tiempo un muy calculado posicionamiento en el mercado y, afecto a ello, su dependencia de los poderes económicos y del mundo oficial, es decir, con la «derechización geométrica» del autor. Al contrario, parece considerar esta habilidad mediática y comercial, una virtud más del autor, que se añade a su talento y capacidad de trabajo.

No obstante, conforme penetra en el estudio más concreto del discurso narrativo de su autor, descubre que eso mismo que halagaba, la destreza técnica y hasta la sapiencia del autor en los temas que aborda, pero al servicio de una distorsión de la realidad que reconoce, finalmente afectan, o pueden terminar de afectar, en el balance final, la calidad de la obra.

«En el plano del lenguaje VLL ha creado un estilo funcional, es decir, un lenguaje al servicio de la totalidad narrativa… Pero si a pesar de todas estas cualidades la prosa de VLL da la sensación de cierta chatura se debe quizá a que ella no esté atravesada de ese viento de poesía como sucede con Proust, Joyce, Faulkner o Beckett, o aquí en Latinoamérica con la prosa de Guimaraes Rosa, de un Rulfo o de un García Márquez, y entre nosotros con el Alegría de la Serpiente de Oro, el Arguedas de Los ríos profundos o el Ribeyro de Crónicas de San Grabiel» (MG, o. c.).

¿Por qué un lenguaje en el hacer literario no alcanza a ser poético y da la «sensación de chatura», por muy trabajado que esté y muestre acabado dominio de ciertas estructuras técnicas? Porque está condicionado, castigado constantemente, a un referente falso, sesgado, y no tiene un vínculo coherente con la realidad que le pueda dar un respiro de vida. El escritor Cronwell Jara era honesto al contestar por qué no le gustaba la obra de Vargas Llosa, «porque siento que es un autor muy frío». Y esa «frialdad» se produce cuando el recurso técnico en lugar de serlo para representación o deslumbramiento de los elementos del mundo real, está sesgado, muy cargado ideológicamente en guiarnos por una realidad que sólo es la realidad interesada del autor, que sólo son sus «demonios» antipopulares y antirrevolucionarios. Ninguno de los autores arriba mencionados por Gutiérrez, más allá de su gusto personal, y de la definida concepción burguesa o hasta aristocrática de algunos de ellos, especialmente los primeros mencionados, trabajan la técnica desvinculada de ciertas verdades humanas o sociales. Marcel Proust por ejemplo, uno de los inauguradores del monólogo interior y el psicologismo en literatura, no sólo pinta vivencias profundamente humanas, sino que desnuda los comportamientos y los procesos sociales decadentes de la aristocracia francesa de comienzos de siglo XX a la que pertenecía. No se trata de que por pertenecer a cierta aristocracia social se descalifique automáticamente una obra. Se trata de ver que a pesar de ello prima la honestidad del autor con su creación artística, su auténtico genio artístico no le permite, fuera de su conservatismo político personal, dejarla trasuntar a la obra, sistemáticamente, como hace Vargas Llosa. Toda la historia de la literatura y el arte nos demuestra que las obras que han permanecido, que han contribuido a la construcción humana y social, han dependido de esa relación. Sólo desde las clases en ascenso, y en las condiciones económicas, sociales, culturales y políticas que se ha desarrollado con el capitalismo, esa relación la puede asumir el escritor o el artista desde posturas conscientes, desde posturas que abogan por el cambio social que reclama, en su agotamiento, el propio sistema existente.

Pero Gutiérrez nos da una pauta más de la limitación a la que se enfrenta la obra de Vargas Llosa.

«La prueba de fuego para todo novelista consiste en la creación de personajes. VLl ha creado personajes vigorosos e interesantes… Sin embargo, no ha logrado crear personajes que sin perder su individualidad representen clases y grupos sociales o fuerzas históricas. Los personajes típicos son resultado de la conjunción de la universalidad y la particularidad. Alegría -tan desdeñado por Vargas Llosa- ha creado una galería de personajes difíciles de olvidar, entre los que destaca, por cierto, el venerable Rosendo Maqui. Y lo mismo puede decirse de Arguedas que dio vida a una serie de personajes de estirpe dostievskiana. Los personajes de VLl son individuos singulares, excepcionales o marginales… más impregnados de artificio y literatura que de humanidad, más patéticos que trágicos» (MG, o. c.)

La literatura o el arte, en su fondo cognitivo como toda realización intelectual humana, captura la realidad en su esencia, los personajes prototipos son esfuerzo de representación profunda del mundo social, aunque fueran pintados con rasgos de peculiaridad. Cuando no se alcanza a profundizar esa realidad, sea adrede como en Vargas Llosa, por sesgar la realidad, o en otros casos por impericia, o por móviles de facilismo o mercadeo, los personajes resultan caricaturas de la realidad, y los sucesos en que están envueltos priorizan la truculencia, el exceso, el melodrama. Los personajes resultan, como dice Gutiérrez, excepcionales, estrambóticos, llamativos, pero nunca representan agudos prototipos universales.

A pesar del domino de la estrategia y táctica militar que expone Vargas Llosa, por ejemplo en La guerra del fin del mundo -«debe haberse documentado en los tratados de Von Clausewitz, Mao Tse Tung o del general Giap», dice Miguel Gutiérrez muy arrobado-, a pesar de ello, subraya no obstante el propio MG, Vargas Llosa tiene dificultad de plasmar una dimensión épica en obras que implican grandes batallas… a diferencia del autor original del tema de la rebelión de Canudos, Euclides Da Cunha, que sí sobrecoge con los grandes enfrentamientos que describe. O de un Tolstoi, «que al escribir La Guerra y la Paz partió de su amor a la tierra y al pueblo ruso» (MG, o. c.).

Otra vez. Por más elementos de información que tenga el autor si no están dirigidos a develar la profundidad humana del fenómeno social que representa, sino más bien a sesgarlo con un fin interesado, la verosimilitud se pierde y pierde fuerza la tensión creadora. MG mismo lo reconoce claramente cuando entiende que la obra de Tolstoi tiene fuerza vital porque al escribir su obra parte de «su amor a la tierra y al pueblo ruso». Nos está diciendo que ese «amor a la tierra y al pueblo ruso» no le permitirá traicionar la verdad histórica, y traicionar tampoco, en consecuencia, su percepción progresista de la historia, es decir, que la condición del pueblo y el destino de su tierra reclaman, por su depresión y tragedia, un insoslayable cambio de rumbo.

Pero, habiendo Miguel Gutiérrez detectado diáfanamente rasgos de defección literaria en la literatura de Vargas Llosa y habiendo precisado que «esta limitación no es cuestión de talento sino de espíritu y posición de clase», ¿por qué continuamente se desdice y encumbra a su autor a la cima más alta de la literatura latinoamericana y acaso mundial? Por la razón de que él mismo abraza la concepción elitista del arte y la literatura de su admirado escritor, porque más que del referente vital de una obra, le atrae lo que considera fundamental en el hacer literario, la «deslumbrante… revolución estructural, técnica y lingüística». Es decir, la concepción que hace determinante en el arte la forma sobre el fondo, en lugar de buscarla en su unidad. Formalismo que en Vargas Llosa es composición técnica, «una organicidad y una totalidad ficticias» -como dice en una interpretación más integral el maestro Antonio Cornejo Polar- más que en una totalidad artística. De manera que, desde esa orientación, el riesgo de limitación literaria que Miguel Gutiérrez ha advertido en la obra de Mario Vargas Llosa puede ser el mismo riesgo que corra la suya propia, por reconocida que sea su maestría narrativa y pretendidamente revolucionaria sea su ideología política.

Arturo Bolívar Barreto, escritor peruano. El artículo presente es un capítulo extraído de su libro Calidad literaria y compromiso social, editorial Arteidea, 2012.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.